sábado, 2 de enero de 2010

Desde el otro lado. Entrada X

Saludos compañeros. Hoy, tengo que decir que después de tanto tiempo escondido en mi escondrijo, he matado a un hombre. No me siento orgulloso de ello, pero lo he tenido que hacer, era mi vida o la suya. Y no he tenido elección.

Me siento profundamente deprimido y sin ganas de continuar viviendo. Los ojos de aquel desgraciado se me aparecen cada vez que cierro los míos, y su atormentada voz pidiendome piedad, inunda mis oidos cada vez que el sueño vence a mi cuerpo.

He intentado comer algo, pero me ha sid imposible. Sé que tengo que hacerlo, pero cada vez que lo intento las náuseas vienen a mi garganta y me obligan a expulsar el poco material sólido que haya ingerido mi cuerpo. Creo que los nervios se me han agarrado al estómago. Me tiemblan las piernas y las manos. Lo de mis piernas no es grave, es algo que puedo controlar, pero lo de las manos es... no sé como explicarlo. Es como si hubieran atado a mis muñecas dos ma´quinas de taladrar y el percutor no parara de moverse con velocidad de un lado a otro. Si cogiera un clavo con los dedos, y colocara su punta contra una madera, estoy convencido de que sería capaz de clavarlo sin ningún tipo de ayuda.

Aun no estoy muy seguro de cuales han sido los mecanismos de mi cerebro que me han empujado a hacer lo que he hecho, pero la verdad es que no he dudado ni un instante. No me siento orgulloso de ello, pero como dije antes, era mi vida o la suya. Paso a contaroslo antes de que el temblor se apodere de mi garganta.

Hoy, como todos los días, he salido en la noche a revisar las conexiones de mi nueva fuente de energía, por lo que he abandonado durante un rato mi refugio permanente y he salido en dirección a la gasolinera. Al llegar, todo sucedía con total normalidad, a excepción de la espesa niebla que se había asentado en la zona.

Al entrar en el cuarto de contadores, cerré por completo la puerta para así, una vez dentro, poder encender la linterna y evitar que cualquiera pudiese ver siquiera un pequeño atisbo de mi situación. Ojeé con cuidado las baterías en busca de fugas, y revisé con cuidado los empalmes que había hecho los días anteriores, por si acaso estaban demasiado calientes o se había despegado la cinta aislante que había utilizado para protegerlos de las inclemencias del frío.

Al salir de allí, mis sentidos se crisparon por completo, como los de un gato que descubre tras unos matorrales el sonido de las patas de un ratón al correr por entre sus ramas. Mi cuerpo se tensó, intentando agudizar todos mis sentidos para localizar el lugar de procedencia de las voces que acababa de escuchar. Mi concentración se rompió al recibir perfectamente el sonido de varios cristales rompiéndose al unísono.

Amparado por la espesa niebla, y la nula visibilidad de la noche, me fui acercando a la zona intentando hacer el menor ruido posible con mis botas, a sabiendas de que la gruesa suela de las mismas no me iban a ayudar en tan importante tarea. Sentándome en un bordillo cercano a la entrada de la gasolinera, me despojé de un de las camisetas de interior que llebvaba puestas, y rompiéndola en dos, me las até alrededor del calzado, dando varias vueltas sobre las suelas de las mismas para amortiguar en todo lo posible el ruido que emitieran mis pies al caminar por el asfalto.

El sonido de aquellas voces y el de los cristales rotos, provenían del centro comercial que estaba situado en la parte superior de la gasolinera. Tras pararme a escuchar de nuevo en dirección a aquel escándalo, intenté determinar la distancia de su posición, estableciendo la misma en mas o menos veinticinco metros, pero por culpa de aquella inexistente visibilidad, no era capaz de recibir ningún movimiento de los alborotadores nocturnos.

Me acerqué con cuidado, hasta que me quedé en la misma puerta de la entrada del centro comercial. Las puertas correderas estaban hechas añicos desde hacía tiempo y los asaltantes no eran los mismos los que yo andaba espiando en esos momentos. Me adentré en el lugar, intentando por todos los medios pasar desapercibido y no ser escuchado por aquellos locos que no dudaban en seguir rompiendo todo lo que encontraban a su paso. A mi en el fondo me daba igual, ya que pocas cosas quedaban de pié hoy en día en este mundo, pero si bien es cierto que siempre que me doy una vuelta por este centro comercial o por cualquier vivienda vacía desde hace años, siempre encuentro algo que me pueda servir de alguna utilidad para alguna cosa. Para ello, lo marco en un pequeño mapa que siempe llevo con migo allá por donde voy, para tenerlo siempre en cuenta en futuras expediciones.

La oscuridad del centro comercial era profunda, ya que ninguna luz hacía acto de presencia en aquel lugar, pero aunque yo estaba a unos treinta metros de su posición, aun quedaban resquicios de iluminación de las linternas de aquellos locos, que llegaban hasta mi gracias al reflejo de los numerosos escaparates que antaño lucían relucientes frente a los ávidos compradores compulsivos de la ciudad.

Cuando por fin los avisté, me escondí tras la ajada barra del antiguo bar que presidía el centro de aquel hall de entrada al supermercado. Por fin los veía. Eran tres, y todos ellos portaban pequeños candiles de cristal improvisados, en los que una minúscula vela alumbraba la zona con una llama fantasmagórica. Iban armados los tres con una escopeta, no me preguntéis de qué marca o modelo porque de armas no entiendo, solo sé que eran grandes y bastante viejas en comparación a los modelos que aparecían siempre en las series americanas. Uno de ellos, el mas grande del grupo, además llevaba atado al cinto un enorme machete de hoja ligeramente curvada que le llegaba por debajo de la rodilla.

Fue entonces cuando vi...un momento. Estoy oyendo algo. Ahora en un rato vuelvo. No os vayáis por favor...

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