martes, 12 de enero de 2010

Cinco largos minutos. Primera parte.

Abro mis ojos, y lo que veo no me gusta nada. Estoy desplomado en el suelo, rodeado de sangre, y aun no sé si es mía o de otra persona.

Escucho una especie de gruñido y algo en movimiento rozándose contra otra superficie.

Bocaarriba, mirando el cielo, en medio de un callejón maloliente. Ahí es donde me encuentro, pero no sé por qué.

Veo el tejado del edificio y la sinuosa pared de ladrillo rojo acabar en la azotea del mismo, y cómo una mano de dedos atenazados por espasmos, no para de moverse en un frenesí de temblores.

El sonido de arrastrar no para de sonar e invade mis sentidos. Mi cuerpo no reacciona, y lo único que puedo hacer es mover los ojos de un lado a otro para intentar localizar el origen de todos los sonidos que me llegan escasamente.

No recuerdo nada, y eso me pone nervioso. Tan solo el enorme dolor de cabeza que tengo, me sugiere que estoy vivo. "El dolor es sinónimo de vida, al igual que el no sentimiento, es sinónimo de muerte". No sé quien dijo eso, pero seguro que no estaba en mi situación.

Intento chillar, pedir ayuda, pero mis cuerdas vocales no se accionan, y la mano temblorosa ya asoma parte de un codo y la mitad de un brazo.

Los gruñidos siguen sonando, aunque atenuados por el ruido de las ratas royendo un trozo de cartón a escasos metros de mi cabeza. Me duelen los ojos de forzarlos tanto al mirar de reojo.

Intento hacer un leve repaso de mi memoria, y es ahora cuando me doy cuenta de que no sólo no recuerdo qué me pasó, sino que tampoco sé ni quien soy ni cómo me llamo. ¿Y cómo es posible que en cambio sepa que eso de ahí al lado es una rata, que esto es un callejón, y los gruñidos que se oyen no son para nada amistosos? Son los misterios de la mente.

Siento un leve cosquilleo en una pierna, y como el aire entra por el hueco de mi pantalón, que no soy capaz de distinguir si es un vaquero o un chándal. Intento con todas mis fuerzas levantar la cabeza, o al menos inclinarla para ver qué es lo que está pasando, pero los intentos son inútiles, mi cuello no cede a mis órdenes.

Oigo como una bolsa de basura cede a la pérdida de peso de su parte inferior, debido al buen trabajo que han hecho las alimañas con su contenido, y al caer, deja desparramado en el suelo algo que aunque no alcanzo a ver, huele igual que un animal en descomposición.
De nuevo siento algo en las piernas y esta vez, sí logro aventurarme a saber lo que es.

Genial, las ratas se están alimentando de mi propio cuerpo.

El miedo atenaza mi garganta, siento como los esfínteres se me cierran de puro terror, y los testículos suben hacia mi parte baja de la ingle, como si mi cuerpo se tratase del de un niño que sufre el síndrome del "ascensor".

Ordena a mi cabeza que ordene a su vez a mi pierna que se sacuda, pero no me hace caso. Los sonidos que me rodean cada vez son mas cercanos. Algo que se arrastra, un gruñido, algo que se arrastra, un quejido. Algo que se arrastra, un gruñido, algo que se arrastra un...¿Qué es ese sonido? Es como si alguien estuviera respirando por la nariz, pero muy fuerte. Como una presa en busca del olor de su depredador.

Las ratas deben de estar dándose un festín, ya que cada vez hay más. Han dejado el buffet libre que les proporcionaba el cubo de la basura, y se han puesto conmigo. Hoy, por lo que veo, hay carne humana en el primer plato del menú.

Sigo fijando la vista alrededor de la escena escalofriante de la que soy protagonista, pero aparte del hombre que veo en la azotea, no veo más que ventanas y cortinas ondulantes batiéndose en un dulce baile con el viento. Mis fosas nasales arden debido al maloliente aroma que infesta el callejón. Ya no sé si es la basura, las alcantarillas o es que realmente hay algún bicho muerto por aquí. Aunque no puede ser, ya que, si lo hubiera ¿Para qué se molesarían las ratas en venir hasta aquí y devorar mi cuerpo?

De repente, siento un movimiento confuso. Mi cuerpo se ha movido, pero yo no he sido el que ha dado la orden. Las ratas huyen despavoridas, saltando por todos los lados, y pisando todas las partes de mi cuerpo que aun no puedo sentir. Una de ellas corre por mi cara, y mete su gelatinosa cola en el fondo de mi ojo derecho. De acuerdo, no sólo estoy lisiado, sino que ahora tambien estoy bizco.

Un retortijón sacude mi cuerpo, pero solo mi interior, y siento como el ardor de mi nariz se propaga rápidamente hasta el interior de mi estómago y mis tripas, culminando la escena en un asqueroso líquido negro que inunda mi boca y sale despedido hacia arriba, como si mi garganta fuese un ardiente géiser.

El líquido huele fatal, y me impide respirar. Toso a causa del ahogo, pero mis pulmones hacen su trabajo y me ayudan a expulsar de mi boca esa sustancia parecida al simbionte de los cómic de Spiderman. Sigo sin entender por qué tengo estos conocimientos, pero en cambio no soy capaz de recordar nada de mi mismo.

Mis elucubraciones se ven de nuevo truncadas por un fuerte golpe a mi derecha. Vale, la suerte vuelve a jugarme una mala pasada. No puedo ver lo que produce tremendo choque contra el contenedor, ya que el ojo derecho es el que tengo dañado por la asquerosa rata, y mi nariz no permite a mi ojo izquierdo visualizar lo que está ocurriendo a mi alrededor.

Hago un informe mental de lo que me rodea. Algo que se arrastra, que respira, que olfatea a su alrededor. Todo lleno de inmundicia, de ratas portadoras de enfermedades, que, por cierto, han debido ya de invadir mi minusválido cuerpo. Un brazo que se debate en lo alto de un edificio y un golpe a escasos metros de mi cuerpo que no puedo localizar debido a que tambien estoy medio ciego. Mi situación me recuerda a un relato de Lovecraft llamado Sordo, mudo y ciego. No recuerdo cuando lo leí, ni de qué color eran las páginas del libro. Pero recuerdo perfectamente su lectura, y el pensar en el protagonista llena mi cuerpo de un miedo imposible de describir.

Mi ojo izquierdo ha captado un leve movimiento a mi derecha, algo se ha movido a mucha velocidad, pero no he sido capaz de vislumbrar lo que era. La mano de la azotea, ya se ha convertido en un torso, y por lo que veo, el dueño de ese cuerpo no se encuentra en mejores condiciones que yo. Ahora logro distinguir como de la azotea chorrea un líquido ngro que parece tener por origen el cuerpo de aquel hombre que tiembla en lo alto del edificio.

Otro movimiento, esta vez detrás mío. En la entrada del callejón algo se mueve, debe ser aquello que se arrastraba y gruñía, que se arrastraba y quejaba.

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