lunes, 30 de noviembre de 2009

El honor de perecer. Parte 2.

A los dieciseis años, decidió que quería ingresar en el ejército, ya que estaba harto de que su pueblo fuera continuamente insultado por Occidente, y decidió defender a su pais en la inminente guerra que se estaba preparando contra China por aliarse con ellos y ahogar la economía japonesa, mediante la paralización de envíos petrolíferos a sus tierras, algo que podía provocar mas pobreza y muerte a sus hermanos.

Se alistó en el ejército, y se unió al escuadrón aéreo, cumpliendo así sus dos sueños, defender su patria como un verdadero Samurai, y pilotar uno de esos aviones que tanto le habían fascinado desde pequeño.

En pocos meses, Ichiwa era el mejor piloto de la flota japonesa, y por ello, fue enviado a una inminente misión a bordo de su avioneta, a la que llamó Kichiemón, en honor a aquel que fue condenado a relatar lo sucedido en la batalla de los cuarenta y siete ronin, y único superviviente de aquellos, todos ellos muertos mediante el Seppuku.

Hacía diecisiete minutos que Ichiwa vagaba en silencio a bordo de avioneta, tan solo acompañado por el Yari de su abuelo, y su suave envoltorio de seda. Ya estaba amaneciendo, y su vista se fijó en el horizonte, avistando con facilidad el objetivo de su misión.

A su alrededor, otros 353 valientes japoneses, pilotaban su avión con destino a una muerte segura. Pero no importaba, el honor de su nombre estaba en juego, y sobre sus hombros recaía la pesada carga de librar a Japón de las ataduras del capitalismo occidental, y estaba decidido a cumplir como fuera con sus órdenes.

Su avión, como todos los demás, estaba cargado con cientos de torpedos de penetración de blindaje, recientemente diseñados por la inteligencia japonesa, tan solo para la utilización en esta misión. El plan era sencillo, una primera oleada de 183 avionetas atacaba las bases de Oahu, y los restantes, comandados por él mismo y aprovechando la confusión del ataque sorpresa, atacarían sin contemplaciones en Bellows Field y Ford Island, destruyendo todos los submarinos y naves posibles allí atracados. La sorpresa y la planificación, era algo que los samuráis desde tiempos remotos habían dominado con absoluta maestría.

Eran las 07:53 de la mañana cuando comenzó el ataque. Miles de bombas comenzaron a caer en barrena, sin que los portaaviones enemigos y la flota aérea rival tuvieran tiempo de defenderse. En ese momento Ichiwa, besando su Yari, paladeó el sabor de la batalla impregnado en sus genes desde tiempos inmemoriables, haciendo que su cuerpo se pusiera tenso como el bambú. Apretó fuertes sus manos a los mandos de la avioneta, y con un giro de muñeca, su avión se precipitó hacia la derecha, seguido por otros tantos aviones con la misma valentía y determinación con la que Ichiwa se había mentalizado antes de partir.



Sobrevoló las defensas del enemigo y abrió sus compuertas con el armamento alli almacenado. La mitad de la carga se desplomó en picado en dirección a un gran portaaviones con treinta y cinco avionetas posadas en su cubierta. En cuestión de segundos, unas llamas gigantescas brotaban hacia el cielo, y cientos de personas caian por los lados de la nave para escapar de las abrasadoras llamas.

Uno de los portaaviones había escapado al ataque inicial, y estaba respondiendo con municion antiaérea, derribando cerca de veinte aviones colocados alrededor de su posición. Haciendo caso omiso de la cercanía de los disparos, dió media vuelta y avistó su objetivo, dos submarinos que comenzaban con su labor de inmersión.

Ichiwa, decidido e inmerso en su objetivo, ascendió unos cientos de metros, y se dejó caer en picado, seguido de otros treinta aviones que iban dejando caer su mortífera carga sobre los perplejos enemigos, que por un error garrafal en su cadena de mandos, no habían sido capaces de evitar el ataque sorpresa de los japoneses. Ocho meses atrás, un embajador japonés en Estados Unidos, dió aviso a los americanos de un posible ataque a la base americana, pero estos, enfrascadaos en sus propios planes de guerra, ignoraron la advertencia, obviando la capacidad de ataque de la flota aérea japonesa.

El Kichiemón seguía destruyendo objetivos, mientras su piloto esquivaba con verdadera maestría los ataques desesperados del enemigo, que seguían sin creerse lo que estaba sucediendo.

Ichiwa, que había gastado ya la tercera parte de su carga, y que sabía que el último intento sería harto complicado, volvió a virar la nave y observó lo que le rodeaba.

De la flota que había partido con él, tan solo quedaban cerca de dieciocho aviones, muchos de ellos sin torpedos a bordo, y esquivando a duras penas las acometidas de la resistencia. Miró lejos de la costa, y vió como ocho destructores en formación de triángulo, descargaban sus morteros sobre la costa, destruyendo las comunicaciones del puerto. Otros dos acorazados y dos bombarderos, todos ellos avanzando sobre el mar azul, seguían lanzando torpedos desde sus sótanos, haciendo mella en los barcos del enemigo. Las cuatro naves habían sido alcanzadas, y un humo negro como el carbón, se alzaba hacia el cielo, haciendo mas fácil el acierto de los aviones contrarios.

Todo era destrucción y muerte, pero a Ichiwa ya nada le afectaba, sabía que el honor le iba a llegar de un momento a otro, por lo que echó la vista al frente y seleccionó su objetivo. Un pequeño barco amarrado en el muelle, y que estaba causando estragos contra los atacantes nipones, derribando muchos aviones con tan solo veinte o treinta hombres. Se decidió, ató a su frente la cinta con el nombre de la familia que le había bordado su madre antes de morir, y se lanzó sin miedo hacia los integrantes de aquella nave. Esquivó, uno, dos, tres ataques de mortero, y su primer intento por colocarse sobre ellos falló, provocando que su avioneta diera varias sacudidas al intentar esquivar el aparato de radar del barco. Volvió a alejarse de allí, giró trescientos sesenta grados, y volvió a atacar a los desdichados soldados norteamericanos, que corrían como locos sin saber donde ponerse para defender mejor sus barcos.

domingo, 29 de noviembre de 2009

El honor de perecer. Parte 1

El aire era espeso y pesado, cargado con un ligero olor a pólvora del que era difícil desprenderse, pero el frescor de la mañana, amainaba un poco esa sensación de estupor que desde hacía horas embargaba a Ichiwa.

Ichiwa era un joven japonés, como cualquier otro, pero con unos gustos un tanto distintos a los demás. Desde pequeño, le fascinaba todo aquello que surcaba los cielos, y su afición por los pájaros, pronto dio paso a las cometas, y mas adelante a los aviones.

Consiguió su primera cometa con tres años, y gracias a su abuelo aprendió a controlarla, siempre ayudado por él, ya que los vientos en la costa de su ciudad natal, eran demasiado fuertes para un cuerpo de tan solo medio metro de estatura.

Mas tarde, a los nueve años y no sin mucha dificultad, se fabricó su primera cometa con la inestimable ayuda de su abuelo, maestro en el arte de su fabricación y conocido por todos en el pequeño pueblo y en los alrededores, ya que sus cometas eran famosas por ser las mas delicadas en el vuelo, y altamente maniobrables debido a un sistema de cordeles tensores inventado por él mismo.

A los nueve años, Ichiwa atravesó por primera vez las puertas del templo samurai de Isahaya, la ciudad principal de la región. Su padre estaba preocupado por su educación, y estaba convencido de que ingresando en la escuela, su visión futura acerca de las cosas fundamentales como la familia, la patria o la camaradería, le harían convertirse en un hombre de provecho, no un simple pescador, como había sido él durante toda su vida.



En los consiguientes años en la escuela, aprendió las siete virtudes, fundamentales en la vida de todo Samurai, y que rigen el código Bushido al que toda su vida estaría eternamente agradecido. Estas eran Gi, la rectitud, Yuu, el coraje, Jin, la benevolencia, Rei, el respeto, Makoto, la honestidad, Chuugi, la lealtad, y la mas importante de todas para Ichiwa, y motivo por el cual, el futuro de su vida cambiaría para siempre, Meiyo, el honor.

Este fue el momento que cambio su vida, ya que en la escuela conoció la verdadera familia, el verdadero propósito de la vida, y la manera de llevar una simbiosis absoluta con todo lo que le rodeaba.

Pasó varios años allí, visitando a su familia siempre que podía, y enseñándole a su abuelo todo lo aprendido en el transcurso de los días en el templo. Le hablaba del Honor, esa palabra que le infundaba respeto hasta lo mas hondo de su ser. Le hablaba de su fascinación por el Seppuku, y de la discusión que mantuvo con su maestro, debido a la reticencia de Ichiwa de dar su vida, solo por la mera defensa de una idea, aunque al final, el Maestro Goru, le hizo entender, que a lo que realmente temía, era la muerte.

Todo comenzó con una pequeña pregunta del maestro cuando se encontraba rodeado de todos sus alumnos:

-¿Qué haríais, si en una misión, fueseis capturados por el enemigo?

Ichiwa lo meditó durante varios días, mientras comía, hacía las tareas, recogía el grano, incluso cuando dormía. Al final, y tras pensarlo mucho, Ichiwa contestó:

-Maestro, intentaría por todos los medios evitar decir cualquier cosa que pudiera delatar a mis compañeros, o poner en peligro mi misión.

El Maestro Goru abrió los ojos, y le dedicó una mirada cargada de sabiduría. Despues de meditar largamente sus palabras, le contestó:

-¿ Acaso crees joven Ichiwa, que serías capaz de aguantar todo tipo de vejaciones y las torturas perpetradas por el enemigo?

Ichiwa, rápido como el viento que soplaba en lo alto de las montañas que se erguían tras la escuela, le contestó:

-Si Maestro, porque el Bushido dice que el Samurai es fuerte como el cerezo, y tan solo el tornado sería capaz de tumbarle, y por eso, aguantaría todo lo que me hiciesen.

El anciano volvió a sonreir y le dijo al joven aprendiz:

- No debes usar la retórica en tu favor Ichiwa. Bien sabes que el cerezo es fuerte y sus raices gruesas, pero la tormenta puede derribarlo fácilmente si sopla con todo el poder que le otorga el cielo. La única manera de no ser tumbado por el viento, es entregándose al viento antes de que llegue, y aceptando el Seppuku, con honor y valentía.

- Pero Maestro,¿Qué hay de valiente en dejarse morir, matarse uno mismo? ¿Qué conseguiría con ello? Tan solo la vergüenza de mi familia y el rechazo de los mios. - Contestó Ichiwa, esta vez con un halo de miedo en la garganta, que inmediatamente fue interpretado por el Maestro, que dulcemente, volvió a contestarle.

- Escucha joven aprendiz, no hay valentía en el arte de morir, pero el samurai, siempre debe evitar el hacer daño a terceras personas por su propia y única culpa. Si el guerrero fuera capturado antes de morir, podría ser torturado de mil maneras. ¿Como reaccionaría tu cuerpo si te amenazaran con matar a tu padre, a tu madre o a tus hermanos menores? La única manera de guardar una información, es no entregándola. Ese es el secreto mejor guardado, el no desvelado. Cuídate de que te capturen, y si alguna vez pasa, no lo dudes, la muerte es honor, y la vida es la entrega al honor de morir gloriosamente, como guerreros que somos. No debes temer a la muerte. Los tuyos te recordaran como un Samurai que no dudó en entregarse a los brazos de la eternidad por su propia mano, una muestra inigualable de rectitud y valentía. Morir en el combate, Ichiwa, es el mayor honor que se le ha dado al hombre en la Tierra.

Aun hoy recordaba todas esas palabras, resonándole en su cabeza. Muchos años han pasado ya de eso, los suficientes como para dejar de lado las cometas y dedicarse en pleno a su mayor sueño, el de surcar el cielo como las cometas de su abuelo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Conversaciones 4

-Gracias Miriam, como siempre, ha sido un placer. La próxima vez intentaré que la experiencia sea más satisfactoria.

- No se preocupe Don Luis, sabe que con usted siempre me esmero más de la cuenta, además usted es un cliente de los mas habituales, y qué menos que pasar por alto esta situación...

- Ya, pero es que me duele que te lleves esta impresión de mi. Nunca me había pasado nada parecido. Y ya sabes como me desenvuelvo en estos temas...

- ¡Uy! Calle Don Luis, que me va a hacer sonrojar. Quien me iba a decir a mi que con el tiempo que hace que le conozco, íbamos a acabar en esta situación. ¿Verdad?

- Pues si, la verdad. ¿Cuanto tiempo hace ya?

- Veintitres años. ¡Prácticamente desde que me bauticé!

- Es verdad hija mía...Cómo pasa el tiempo. Bueno, no me lío más que ya se me hace tarde, y no quiero que se me vea a estas horas de la noche, caminando sólo por estas calles. ¿Cuanto te debo Myriam? Que hoy mismo he hecho la cuenta de la recaudación, y está el dinero calentito y recién sacado del Banco.

- Por el completo, veinte mil. Como siempre. Pero la próxima vez que venga le haré un descuento, y si se porta bien, un dos por uno.

- Hija mía, no me digas esas cosas, que mi anciano cuerpo ya no aguanta tantos trotes...

- No sea modesto Don Luis, que usted y yo sabemos que trotar, lo que se dice trotar, es de lo que mejor se le da...

- ¡Ja ja ja ja! ¡Qué picaruela eres niña! Bueno, toma que te lo has ganado. Y espero verte el próximo Domingo en misa en la primera fila.

- Si Padre. Descuide. Allí estaré.

- Hasta el domingo entonces hija, ve con Dios.

- Y Usted, Padre. Y Usted.

martes, 24 de noviembre de 2009

Conversaciones 3

- Padre ¿Por qué se fue?
- Sabes bien que no lo hice a drede hija mía. Os amaba con toda el alma.
- No le creo. Nos dejó a Madre y a mi solas, enfrentándonos a todo el mundo por su culpa.
- Pero hija mía, yo no tuve la culpa de nada. Alguien corrió a decir que éramos rojos, que luchábamos en contra del régimen, y bien sabes que era mentira.
- No todo Padre. Siempre hemos sido de izquierdas. Bien lo sabe Usted.
- Pero, ¿Serás capaz de perdonarme Mi Estrella?
- No me llame así... Ya han pasado sesenta años desde que se fue. He crecido mucho desde entonces. Incluso le he dado tres nietos y cinco biznietos. Le encantaría conocerlos.
- Nietos... Si, si que me haría ilusión. Pero bien sabes que de aquí no puedo moverme Mi Amor. No al menos hasta que encuentren a todos los que me acompañan.
- No se preocupe Padre, mañana comenzaré a mover el mundo con tal de sacarlo de ahí. Madre le lloró mucho...
- Si...lo imagino. Lástima que yo no pudiera hacer lo mismo por ella. Era todo lo que tenía, mi Amor, mi Luna, mi Cielo. Y ellos me la arrebataron. La separaron de mi pecho, pero mi corazón se quedó con ella... y contigo. No fue mi voluntad el dejaros. Pero os pido perdón por todo el daño que os pudiera haber hecho. ¿Como está Madre?
- ¿Madre? Murió al poco de irse Usted. La pena se le alojó en el corazón, y no pudo seguir viviendo. Se mantuvo durante dos Inviernos, y al tercero, decidió que el amor que le profesaba se lo debía llevar a la tumba. Y así lo hizo. El médico nos dijo que se había dejado morir.
- Lo siento mucho mi Estrella. Siento mucho todo lo que os causé.
- No se preocupe Padre, al menos ya le hemos encontrado, y todos podremos descansar en paz, incluso Usted. Me tengo que ir. Ya está amaneciendo.
- No te demores Hija mía. No me voy a mover de aquí, pero no puedo seguir escuchando los lamentos de mis compañeros. Me piden desconsolados que cuando se les va a sacar de este infierno Mi estrella. Yo les he dicho que pronto. Que no se preocupen, que todo saldrá bien. Me preguntan si podrán ver a sus familires y yo les digo que si, pero que no podrán hablarles, como hago yo con mi Pequeña Estrella.
- Dígales que lo siento, que haré todo lo que pueda. Me voy Padre, no sin dolor en mi pecho despues de haberles encontrado.
- No te preocupes Hija, has hecho todo lo que estaba en tu mano. Aquí esperaré, ya que ahora si puedo descansar sabiendo que estaré en paz a partir de este momento. Si visitas a tu Madre a su tumba, dila que la Amo, y que pronto iré a verla, a pedirla disculpas y que nunca me separaré mas de su lado. Adiós Mi Estrella.
- Adiós Padre. Me alegro de haberle encontrado. Mañana mismo vendré con las excavadoras, y les sacaré a todos de ahí. Intentaré que el Gobierno actúe con celeridad. A primera hora de la mañana, todos los periódicos girarán la cabeza hacia aquí, y entenderán las barbaridades que hace el hombre por defender unos ideales, sean correctos o no.

Y así, Estrella se aleja del montículo de tierra y hierba, con la frente alta, y con la satisfacción de haber terminado un trabajo que llevaba realizando sesenta años, desde que las tropas de la Dictadura sacaron a su padre de la cama y se lo llevaron, sin explicarles a Estrella y a María cuales eran los motivos de su detención.

Tras ella, quedan los restos sepultados de treinta y tres hombres, dos de ellos de tan solo dieciséis años, fusilados por las tropas de Francisco Franco Bahamontes, Caudillo de España, por cometer el delito de no compartir las ideas que el Dictador promovió hasta el día de su muerte.

Descansen en Paz.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Conversaciones 2

-¿Me quieres?

- Por supuesto. Ni tan siquiera lo preguntes.

- Es que a veces no puedo llegar a creerme lo que me está sucediendo.

- ¿Y qué te está sucediendo?

- ¿Es que no te das cuenta? Yo te amo, tú me amas...¿Acaso no es extraordinario?

- El que dos personas se amen no es extraordinario. Lo que es extraordinario es el amor que te profeso. Te amo con todo mi corazón, con toda el alma. Nunca creía que pudiese amar con tal fuerza como con la que lo hago.

- Sigue por favor, quiero oir esa poesía de tus labios...

- No hay más que decir Ana, simplemente que eres mi vida, y que a pesar de todo lo que se interponga entre tú y yo, nada podrá romper esto que siento.

- Me haces llorar. Llorar de alegría...

- Pues no llores Tesoro, que ningún hombre ha nacido aun para merecerse tus lágrimas.

- Mis lágrimas son de alegría Arturo. Son la manera de expresar lo bien que me siento a tu lado. Son mi manera de decirte que quiero que seas lo primero que vean mis ojos cuando despierten cada mañana. Quiero...

- ¿Qué quieres mi vida?

- Quiero quererte.

- ¿Y no lo haces?

- Si, con toda mi alma.

- Entonces ¿Qué te preocupa? Nos tenemos el uno al otro, somos felices a pesar de las tormentas que nos rondan. Somos uno mi amor.

- Pues entonces bésame. Bésame como nunca has besado a otra. Bésame de tal manera que mis huesos se fundan a mi carne por culpa del calor de tu cuerpo.

- No, Ana sabes que no puedo hacerlo. Sabes que no quiero...

- ¿Me rechazas?

- Bien sabes que no. Debo irme. Me duelen hasta las entrañas cuando me separo de ti, pero tengo que irme.

- Por favor no te vayas. Quédate a mi lado. Demuéstrame que me quieres, como yo te lo demuestro. Escapémosnos. Vayámonos a cualquier sitio y déjame compartir tu lecho. Déjame mostrarte mi blanca piel, y el ansia que tiene de rozarse con tu cuerpo.

- Por favor Ana, no me hagas esto. No quiero hacerlo. No quiero sentir tu piel. Aun no. Sabes que es muy pronto.

- Dime al menos que vas a hacerlo.

- Lo haré, no te preocupes. Pero debes esperar.

- ¿Mas? Ya son dos años mi amor. Dos años sin poder tocar tu desnuda piel. Sin poder probar lo dulce de tus besos. Quiero saber a qué sabe tu boca.

- Lo sabrás. Pero aun es muy pronto.

- ¿Pero entonces, de verdad que lo harás?

- Si, a su debido tiempo. Debo preparar a mi mujer. Y despues te tocará a ti.

- Sabes que lo haré. Mi cabeza lleva meses dando vueltas a cómo hacerlo. Son casi dos años esperando ese momento.

- Entonces sabrás aguantar. No lo olvides. Te quiero aun sin tenerte, sin besarte, y sin... poseerte.

- Te amo. Abrázame al menos, no me prohibas esto.

- Piénsalo. Debes decírselo. Pero primero piénsalo mucho. Me voy.

- Te quiero Arturo.

- Y yo a ti, mi princesa.

- No dejaré de pensar en ti. Ni en casa... ni en el colegio.


Arturo tiene 35 años. Está casado desde hace catorce años y tiene dos hijos de siete y nueve años.
Ana tiene quince años. Va al colegio, es una niña inocente...pero ya sabe lo que es el amor.
Y lo que ha aprendido en su corta edad es que el amor, el verdadero, el icónico, el ausente de lujuria, no tiene edad.

martes, 17 de noviembre de 2009

La búsqueda de la perfección



-¿Como te sientes?
-No lo sé ¿Como debería sentirme?
-Tú eres la única que me puede contar sus impresiones, yo solo puedo hablar por mi.
-Pues no sé... Me siento... Viva.
-¿Qué entiendes por viva?
-Pues... Le digo a mi cerebro que mueva mi brazo, y lo mueve. Me miro mis manos, y las reconozco como mías. Me toco el pecho, y siento mi corazón, noto como mis pulmones se llenan de oxígeno al respirar. ¿No es eso vivir?
-Puede que los sea, Ivy. Y, ¿Qué recuerdas de antes de despertarte?
-La verdad es que no recuerdo nada.
-¿Nada? ¿De verdad? Piénsalo. Cierra tus ojos. Busca en tu memoria. ¿Qué es lo que ves?
-Mmmm... Siento vacío. Oscuridad. Siento... No siento nada, y, de repente, lo siento todo. Noto un estallido de luz, de elecricidad, y entonces...Estoy aquí frente a usted.
-¿Y quien soy yo Ivy?
-No lo sé. Pero me resulta familiar.
-¿Como de familiar? ¿Quien crees que soy?
-No lo sé, no lo recuerdo, pero... Supongo que eres mi padre.
-De acuerdo, ya es suficiente. Doctor Jensen, desconecte el computador.
-¿Computador? ¿Qué computador?
-¨¿No lo entiendes Ivy? Tú eres el computador.
-¿Yo? Eso es imposible. Yo no soy u.........

Su cuerpo inerte cae sobre la camilla, mientras el Doctor Tinmar procede a desconectar el bulbo raquídeo cibernético del proyecto IVY-1.
El Doctor Jensen se acerca a la camilla, donde el Padre de la criatura continúa desconectando los diversos sensores del cerebro artificial de Ivy.

-Doctor,¿Qué es lo que ha fallado esta vez? A mi me parecía muy humana.
-¿Si? ¿Usted cree?
-Si, de verdad que me lo parecía.
- De acuerdo. Imagínese que usted se despierta sobre una camilla de un hospital. Sabe que está al menos en una dependencia médica, ya que tiene esos conocimintos. Ve a un hombre frente a usted al que no conoce, pero al que le unen ciertos lazos que no sabe describir, y además, a todo esto le suma que no recuerda usted nada de su pasado. Absolutamente nada. Ni tan siquiera recuerda el por qué sabe que su corazón se llama así, y que lo que respiran sus pulmones es aire. Sabe lo que es todo lo que le rodea, pero no es capaz de discernir por qué lo sabe ni cuando lo ha aprendido.
-Si. Pero y si...
-Aun no he terminado. Como le decía, se despierta. ¿Cual cree que sería su primera reacción?
-No sé. Poniéndolo así, supongo que me asustaría.
-Cierto. Pues Ivy no lo ha hecho. Aun no entiende lo que es el miedo, la incertidumbre. Por eso su respuesta de sentirse viva era una treta de su cerebro computado para hacerse creer a sí misma de que realmente es humana, aunque eso es mentira. Es tan solo una ilusión de su propio cerebro.
-Claro...No lo había pensado. Entonces,¿Otro fracaso, verdad?
-No del todo. Hemos avanzado. Ahora su subconsciente reprogramado ha aprendido el valor de seguir vivo, y trabaja para mantenerse con vida el mayor tiempo posible, como una célula recién creada. Hemos visto la evolución del instinto artificial. Eso es un avance enorme respecto a todo lo anterior.
-Entonces, ¿Nos podemos dar por satisfechos?
-No, aun no. Nos falta lograr la perfección.
-Si, como no. Doctor Jensen.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Conversaciones

Conversaciones, son un grupo de relatos más o menos cortos, que como su título sugiere, tratan simplemente de una conversación entre dos personas, sin mediaciones normalmente de terceros o cuatro personajes.
No están englobados en ninguna categoría, ya que, de los cuatro o cinco que tengo escritos, cada uno trata de un tema distinto a los demás.
Los iré colgando de poco en poco, para que los vayáis conociendo.
El primero de ellos es uno escrito hace bien poco, escasas horas, y que postearé con el título de "La búsqueda de la perfección". No es una obra maestra ni mucho menos, pero con él intento investigar mi solvencia como escritor de ciencia ficción de futuros lejanos.
Gracias por seguir leyéndome.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Recomendaciones

De todos es sabido que soy un ávido lector de todo tipo de novelas, desde Históricas o de Suspense, al más puro Terror o Fantasía. Pero desde hace mucho tiempo, no leo nada de Ciencia Ficción, quizá sea debido a la reciente muerte de uno de mis escritores preferidos, Michael Crichton.
Como sé que vosotros también leéis bastante, a ver si alguien me podría recomendar alguna novela de Ciencia Ficción para leerme próximamente y dejar a partados de momentos todos los libros que tengo de momento reservados para más adelante.
Gracias y un abrazo a todos los que os acercáis de vez en cuando a Blog.

viernes, 13 de noviembre de 2009

El origen de "El Experimento"

Este relato que comienza más abajo, se me ocurrió un día mientras bromeábamos en La Galaxia respecto a la cantidad de teorías estúpidas que daba la prensa con el famosos experimento del acelerador de partículas. Entonces Giv, como siempre ocurrente, dijo que sería un punto el hecho de que por culpa de aquel experimento, acabáramos todos en el pasado, destruyendo la realidad del presente.
Eso me dió la idea del relato y lo comencé a poner en práctica. Llamadme modesto, pero tengo que reconocer que el resultado fue buenísimo, a excepción del detalle que advirtió Cups, de que en la época a la que va el cuaderno, no existían aun los números actuales. La verdad es que no caí en ese detalle, pero bueno, la redacción del relato es buena, y la narración es fluida pero acompasada en los momentos que lo requiere.
Quiero hacer mención especial a las ilustraciones que acompañan al relato, que son obra de una buenísima dibujante llamada Lucrecia, pero conocida por todos nosotros como Lithium Flower o Faerika.
Con motivo de la creación del Gisicom Magazine, se votó a un relato de todos los que habían en la página, y resultó ganador el mío. Por ello, para que los ilustradores de la página tuvieran mas importancia aun en el Fanzine, se les sugirió realizar las ilustraciones del relato, dos o tres.
El resultado desde mi punto de vista para nada objetivo, es perfecto, y no podría ser mejor, por mucho que la autora se quejara. Las imágenes cuadran muy bien con la historia y plasman todo aquello que se me pasó por la cabeza aquella tarde de inspiración.
Espero que os guste el relato y lo comentéis con sinceridad, ya que de todo lo escrito, posiblemente sea de lo que más orgulloso me siento.
Un saludo a todos y ya nos volveremos a ver.

Por cierto, ahí va la portada de aquella memorable revista, con la ilustración de Lithium. Muchas gracias por todo guapa:

El Experimento - Final -

Después de cerca de diez minutos corriendo sin parar, atravesó el arco que daba la bienvenida a las tierras de sus padres, y parándose un momento para coger aliento, arrancó a correr de nuevo subiendo la pendiente de la colina.
Cuando llegó arriba del todo, por fin apareció la fachada de su casa. Su corazón se tomó un respiro, y se adentró en el rellano de su casa.
Oyó a su madre extrayendo agua del pozo, y a su padre como siempre, dando vueltas de una de las bibliotecas a otra, como si fuera un antiguo filósofo griego, poniendo en orden cada una de las teorías ubicadas en su cabeza.
Su padre advirtió su llegada, y dejó de dar vueltas para darle la bienvenida. Pero la cara de su hijo, y la sangre de su barbilla, hizo que la expresión de su padre cambiara por completo.
Máximo, que así se llamaba su padre, le preguntó a Marco qué le había pasado, y este, con grandes aspavientos, comenzó a explicarle con todo lujo de detalles, lo acontecido en el campo de olivos.
Cuando el relato tocó a su fin, la cara de Máximo estaba más cercana a la del asombro, que a la de preocupación.
Después de sentarse en el banco de granito del porche de la casa, Máximo se quedó pensativo, y al cabo de un momento, le pidio a su hijo el manuscrito, y le reclamó que le contara qué es lo que tanto le había asombrado. Marco, negando con la cabeza, le señaló a su padre el manuscrito, y le hizo entender que lo averiguara él mismo.
Su padre, con la determinación de un relojero, manipuló con sumo cuidado el libro, y empezó a contemplar aquella extraña obra. Determinó que aquello no había sido hecho por ningún librero de la ciudad, ya que no conocía a ninguno que tratara la resina de esa manera, para pegar las hojas una por una en la parte de arriba de las mismas.
El chiquillo, nervioso por la tardanza de su progenitor, le quitó de las manos a su padre el objeto de estudio, y le señaló que dejara de entretenerse con eso, y procediera al contenido del mismo.
Al abrirlo por fin, sus ojos se quedaron completamente fijos en el mismo sitio que una hora antes, se habían posado los de su hijo. Y entonces comprendió con asombro que el pequeño no le había engañado, y que realmente lo contenido allí, había que esconderlo cuanto antes. Sus ojos, fijos en las cifras, estaban fuera de sus órbitas, y sus sienes, latían con absoluta rapidez bombeando sangre en su cerebro.
Sus ojos, se asombraron al contemplar lo mismo que había visto su hijo:

4 de Julio de 2008.

Se levantó de repente, y su corazón, explotó al no poder aguantar la presión ni la velocidad de bombeo de su sangre, y allí mismo se desplomó, en los mismos brazos de su hijo.
Marco no tuvo tiempo de llamar a Claudia, su madre, tan solo pudo abrazar el cuerpo de su padre y llorar implorando que no se muriera, que no se preocupara, que todo saldría bien.
Recogió con dulzura la cabeza de Máximo, y se la apoyó en sus rodillas, llorando como si ya supiera el final que le esperaba a su progenitor. Pero este, lejos de darse por vencido, reunió todas las fuerzas contenidas en su cuerpo, y las focalizó en el centro mismo de su garganta, para decir a su hijo, una frase que Marco, nunca olvidó hasta el final de sus días:

-Esconde el manuscrito. No dejes que los hombres de Julio César lo encuentren

El Experimento - Parte 4 -

Algún lugar en las afueras de Roma

El paisaje que rodeaba a Marco, era precioso, inundado de olivos y campos de trigo, y el cielo estaba tornado de color rojo, debido al efecto que provocaba el reflejo del sol al desaparecer por la línea del horizonte del país.
El chico caminaba por el cielo pedregoso, con sus sandalias nuevas, y disfrutando de la brisa que golpeba suavemente su cara, haciendo que se colara a través de la parte de arriba de su camisa blanca de seda, cosida por su misma madre con toda la pericia almacenada durante los veinticinco años que llevaba cosiendo y tejiendo para la familia.
De repente, el vello de su nuca se erizó, y comenzó a sentir como sus oidos se taponaban lentamente. La suave brisa se tornó en huracanado viento, y el cielo que hasta ahora se encontraba despejado, empezó a nublarse formando un remolino encima de la cabeza de Marco.
Este echó a correr asustado, con el miedo atenazándole las piernas. El sonido de las hojas y las ramas de los olivos entrechocando unas con otras, ensordeció el ambiente, y Marco sintió como su barbilla empezaba a humedecerse. Se pasó su mano por la boca para limpiar ese sudor que le mojaba la barbilla, y se asustó al comprobar que lo que le corría por la boca no era sudor, sino sangre, y advirtió, no sin antes dejar escapar un pequeño grito de su garganta, que la sangre, procedía de su nariz.
De repente, a lo lejos, un rayo partió un árbol distante, pero no tan distante como para evitar que el chiquillo se viera impulsado hacia atrás por la onda expansiva provocada al impactar la descarga eléctrica contra el suelo.

Se sentía mal, mareado, le fallaban las piernas, y las náuseas atenazaban con hacerle vomitar las uvas negras que había ingerido apenas unos minutos antes.
Intentó levantarse, pero las fuerzas le habían abandonado. El viento se había convertido en un huracán y el cielo estaba completamente negro, cubierto por inmensas nubes que se iluminaban a cada segundo demostrando la actividad que había por encima de ellas.
En un momento que en el futuro Marco no pudo determinar, el cielo se abrió de repente bajo un sonido aterrador. Sonaba como si diez mil cascadas de miles y miles de metros de altura estuviesen vertiendo toda el agua contenida en ellas, a escasos centímetros de sus oidos. Y entonces, en un período de tiempo que la cabeza de Marco no pudo calcular, una enorme explosión borró del cielo todas las nubes que contenía, y la calma volvió a apoderarse del paisaje de las afueras de Roma.
Marco intentó levantarse, pero sus piernas le dijeron que de ahí no se movería en un buen rato. Sus ojos lloraban del miedo que habían contenido, y sus oidos le gritaban que por favor desapareciera ese zumbido que se hallaba alojado en cada uno de sus tímpanos.
Se pasó la mano por delante de sus ojos, y con la manga de su camisa, se limpio la boca, dejándose un restregón en el hoyuelo de su barbilla.
Ahora podía ver. Y lo que vió, le tenía fascinado.
Todo había vuelto a la tranquilidad en cuestión de nanosegundos, una medición de tiempo que su cabeza no podía llegar a comprender. Parecía que no había pasado nada allí, y el único testigo de que sí que había ocurrido aquello, a parte de Marco, era el olivo que se encontraba a lo lejos, y que minutos antes estaba entero, y ahora permanecía allí con un temible tajo en el mismo centro de su tronco, haciendo que su forma asemejara a las orejas de un conejo separadas entre sí, colgadas a ambos lados de la cabeza del animalillo.
Por fin, no sin antes notar como sus piernas no hacían mas que temblar sobre sus sandalias, el chico se levantó. Sentía seca su boca, y un homigueo recorría su brazo desde la mano derecha, hasta la altura del codo, lugar donde había impactado en el suelo al caerse debido a la explosión.
Pero en ese mismo instante, se dio cuenta que no era el único testigo de lo acontecido segundos antes. A una distancia de unos veinte codos, un enorme agujero del tamaño de un abrevadero para caballos, presidía el camino por el que había venido andando hasta este lugar. Los bordes del agujero estaban completamente quemados, como si una impresionante hoguera hubiera sido apagada allí mismo, y alrededor del boquete, desperdigados por el suelo, cientos de trozos de tierra, hierbas, raices y un pequeño topillo completamente chamuscado que, pensó Marco, tambien había sido testigo del suceso.
Marco se acercó al borde del hoyo, y se quedó aun mas boquiabierto que antes, al vislumbrar el contenido del agujero.
El fondo cubierto de tierra, estaba gobernado por una mano completamente negra, aferrada firmemente a algo parecido a una ramita de madera, pero perfectamente pulida, y terminada en una punta de color negro que no quiso ni tan siquiera acercarse a comprobar qué era realmente. Cerca de la mano, y con el borde derecho calcinado, se encontraba lo que Marco creia que era una especie de manuscrito extraño, de color amarillento, y del tamaño de una cuarta mas o menos.
Marco, con todo el cuidado que le suplicaba que tuviera su subconsciente, se adentró en el círculo tan extraño, y posó sus rodillas en la tierra para poder alcanzar el manuscrito. Apartando su mirada de la mano sujeta a la rama de madera, estiró todo lo que pudo sus brazos para alcanzar el preciado tesoro. Un fuerte pinchazo punzó su codo de dolor, pero no evitó que la curiosidad del momento ganara la partida al sufrimiento que le ocasionaba el golpe de su brazo.
Lo cogió despacio, y las yemas de sus dedos comprobaron la tibia temperatura que tenía la superficie del objeto.
Se alejó del agujero, y miró de soslayo de nuevo aquella mano alli tendida. Sus ojos no le dejaron seguir mirando, y rápidamente apartó su mirada, no sin antes reconociendo en uno de los dedos de aquella mano, un pequeño aro de oro alojado en el mas cercano al pequeño de los mismos.
Se sentó alli mismo, encima de una roca, y observó detenidamente el manuscrito. Estaba hecho de un tipo de papiro muy extraño de color blanco. Sus hojas, estaban unidas con alguna clase de resina en la parte superior, y su parte delantera era de color azul, oscurecido por el efecto de algo que Marco no sabía determinar.
El chiquillo, con un cuidado extremo, gracias a la delicadeza con la que su padre le había adiestrado en el manejo de los libros, pasó cuidadosamente hacia arriba la primera de las hojas del manuscrito, y su cabeza, se volvio loca al contemplar con asombro lo que alli contenía.



El encabezamiento del escrito estaba compuesto por las mismas letras con las que él había aprendido a leer y escribir, pero su orden, era extraño, ya que no entendía nada de lo que allí ponia. Nada, excepto la segunda palabra que empezaba el manuscrito, y las dos cifras que proseguían.
Marco, asustado, tiró el libro contra el suelo, y salió corriendo como si un atleta de la antigua Marathon le hubiera poseido,en dirección a su casa. Pero, cuando ya llevaba recorridos casi veinte metros, se paró, y, pensándolo mejor, dio la vuelta,recogió el manuscrito del suelo, y volvió a correr en dirección a casa.

El Experimento - Parte 3 -

00:04 PM

El propulsor de electrones está realizando un bombardeo continuado, y el ordenador nos indica que todo va según lo previsto.
Me informa el Doctor Frinks, que el número de hutrones reactivos por segundo, es superior al calculado durante las pruebas de simulación, pero creemos que es debido a la temperatura de los tubos de condensación, ya que no calculamos la velocidad de calentamiento de los mismos, pero creo que aun así, tenemos margen de cobertura suficiente para poder seguir sin correr ningún riesgo.

00:12 PM

Los cristales aguantan bien, y la solución de la que están imbuidos, está aguantando perfectamente las embestidas de los protones y los neutrinos.

Algo no va bien. La doctora Alea me informa de que el vidrio de todos los objetos del laboratorio se está volviendo de color negro. ¿Qué significa esto?

00:14 PM

Los papeles han empezado a arder de repente, y los ordenadores se están volviendo locos.
Le he pedido al Doctor Monroe que aborte el experimento, pero los controles no responden....
Me siento mareado, y tres de los ayudantes han empezado a vomitar un líquido de color verde que nunca antes había visto.



Mi cabeza da vueltas, y creo que esto es mala señal. No funciona ningún dispositivo de cancelación y todas las luces del laboratorio se han apagado por completo, tan solo el resplandor que se filtra a través del cristal de pruebas me ayuda a seguir escribiendo.
No pedo segur contrlndo mis movimnts músculares, me tmbln las prns y el corrrrrzón me lte a una vlcd extre...
Ya nad prmance de pie, y creo que esto va a expltr, la luz dlrayo a lotro lado del gristl ciega mis ojs, y cada vz es masintnsa, esto va a explotar os pido perd..........

El Experimento - Parte 2 -

23:50 PM

Quedan sólo diez minutos, pero estoy muy nervioso. Hemos hecho miles de simulaciones, y ninguna nos ha pronósticado error alguno, sólo éxitos. Y eso, llena de orgullo a cualquiera. Ya he preparado mi cuaderno de notas en mi centralita , para tomar todas las mediciones posibles durante la prueba. Aunque los súperordenadores harán su trabajo, no pienso perderme ni un sólo detalle, y tengo intención de dejar constancia hasta del número de gotas de sudor que se resbalarán por la sien derecha del Doctor Monroe mientras dure la secuencia de bombardeo de hutrones.
Ya hemos metido las botellas de champagne francés en la nevera, y he preparado una copa en cada uno de los puestos de los integrantes de la prueba. Y yo mismo he pagado la factura, un Moet-Chandon que me ha costado buena parte de mi sueldo, pero que gustosamente ofreceré, ya que la ocasión merece eso y mucho más. Lástima que no hayamos encontrado a tiempo la langosta y el caviar.
Bueno, suena la campana.
En este momento comienza el experimento.

Hora: 00:01

Todo acaba de comenzar.
Las lecturas indican que la temperatura en el interior del recinto es igual a la que emitirían tres soles a la vez, ubicados en la misma órbita y separados tan solo por una distancia de tres mil kilómetros.

El Experimento -Parte 1-



Ginebra 6 de Julio de 2008

23:30 PM

Estamos a punto realizar el mayor experimento que el hombre jamás ha intentado, después de aterrizar en la Luna, y el Laboratorio se encuentra en un estado de éxtasis incontrolado.
Todos estamos ansiosos por conseguir lo que ningún otro científico habría ni tan siquiera soñado, crear por nuestros propios medios un agujero negro en el Laboratorio Europeo de Física de las Partículas, aqui en Ginebra.
Muchos se han adelantado a afirmar que esto es un suicidio, que puede ser el fin de nuestra existencia y la de todo lo que conocemos hasta hoy, pero no saben lo que dicen, por eso hablan con tanta desfachatez.
Nuestras simulaciones afirman que tan sólo hay un dos coma treinta y cuatro por ciento de posibilidades de que algo salga mal, pero todos sabemos cual sería el problema, por ello hemos intentado aumentar nuestro límite de aciertos hasta el máximo, recolocando la posición del sistema reactivo de explosión neutrina.
Lo que conseguiremos en media hora, es confirmar mediante la práctica,que todo lo que dijo Albert Einstein respecto a su teoría de la relatividad y lo que provocaría en ella el tiempo en el espacio, es cierto.
Si todo sale como realmente creemos que saldrá, revolucionaremos el rigor científico que en los últimos años se ha apoderado de nuestra comunidad, al pensar que la tela cuántica de la que está formada el tiempo y la materia oscura, es posible rasgarla, y poder controlar los viajes interespaciales en cuestión de segundos, como si la mismísima estrella Antares, estuviera a sólo tres minutos del lugar de salida de nuestro trayecto.
Con nuestro sistema, demostraremos a los escépticos que rompiendo la quietud de esa sábana que es el Universo, podemos plegar la materia de la que está creado, y hacer un pliegue interestelar, que unirá nuestro planeta con cualquier punto conocido y no conocido del espacio, fabricando un agujero de gusano que abrirá esa puerta tantas veces soñada por miles de escritores y guionistas de ciencia-ficción.
Pero para conseguir todo esto, deberán pasar muchos años, ya que lo que hoy haremos, es simplemente un pequeño paso de hormiga, antes de llegar al final del jardín.
Lo que hoy haremos es chocar violentamente mediante bombardeos provocados, átomos de Hidrógeno entre sí, lo que nos permitirá tomar nota de las mediciones que se realicen.
Siento parecer eufórico, pero quién me iba a decir a mi, hace años, al terminar de leer una novela de terror llamada "Crónicas Necrománticas", que lo que hacía el protagonista, era realmente lo que iba a dar sentido al futuro de mis sueños, al origen de mis teorías, y como no, al devenir de nuestra existencia.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El mundo de los blogs es difícil. No es como escribir en los foros, en los que decenas de personas te ven, te siguen, te leen... Comentan lo que escribes, dan su opinión. Pero en cambio en los blogs, no es tan natural.
Pero tambien esto es mejor, en cuanto a que es más personal. Hay que mantenerlo limpio como si fuese tu casa. Alimentarlo como si fuese un hijo para que crezca fuerte.
Me cuesta mucho elegir los relatos a postear, ya que aunque no tengo muchos, no quiero bajar la calidad del Blog.
Intentaré seguir escribiendo a menudo y añadiendo relatos a la colección.
Tan solo espero que la gente se anime a comentar, para ayudar a que este Inquisidor mejore su escritura y así se convierta en mejor escritor y mejor persona.
Nos veremos pronto.

martes, 10 de noviembre de 2009

El libre albedrío




Despues de preguntarle, él le mostró el dedo.
En él se encontraba un pedazo de silicio negro. Pequeño, casi minúsculo, del tamaño de una alubia.

- ¿Y a esto le llamas futuro? ¿Tres años de trabajo, una inyección de capital de casi tres billones de dólares, y esto es lo que me traes?. Un simple Microchip.
- Julia, no es un simple Microchip.
- Entonces, qué coño se supone que es esta puta mierda- Contestó Julia con una mirada cargada de odio, directamente enfocada hacia los ojos del científico.
-Esto es el componente que va a cambiar la forma de ver el futuro y la humanidad. Una humanidad advocada a la autodestrucción, al fracaso. Una humanidad que ha explotado todos sus recursos naturales, que ha exterminado millones de seres vivos, sólo con la excusa de la supervivencia. Ha contaminado mares y océanos. Ha talado bosques, destruido arrecifes de coral, y ha acabado con el veinte por ciento de la capa total de ozono de la atmósfera. Pero cuando ponga en funcionamiento "La Purga", todo eso será arreglado, y un nuevo orden será instaurado en la Tierra.

Julia, con una mirada más que sospechosa en sus grandes ojos negros, y con una voz cargada de odio, se giró en su silla del despacho, quedándose mirando a través del ventanal de la planta 132 de su edificio coporativo.

- ¿ Y qué se supone que ganará Capsule Corporation con este "avance definitivo" como tú lo llamas?
Con su bata blanca impoluta, y con una sonrisa de satisfacción, Marc se acercó a la ventana junto a Julia, y le contestó taimadamente:

- Imagínate nuestro mundo, tal y como es hoy en día. Lleno de guerras subvencionadas por los paises poderosos y lucrándose tan solo con la destrucción de las etnias minoritarias. Imagín...
- Nosotros tambien nos aprovechamos de ellos Marc. ¿Como crees que te pago el sueldo que llena tu cuenta cada mes?- Le interrumpió la Directora.
- Por favor, déjame terminar. Imagina este mundo enfermo de avaricia, lleno de tragedias naturales como terremotos, huracanes, inundaciones. Incendios forestales, talas ilegales, matanzas de animales... todo esto solo afecta en lo que se refiere al medio ambiente, y todo ello provocado por nuestra propia especie.
¿Y qué me dices de nosotros mismos, de nuestro sufrimiento? Cáncer, Sida, epidemias víricas. El poder de los paises árabes manejando a su antojo la economía mundial manipulando el mercado del petróleo. Y los bancos, extorsionando a los mas pobres, para enriquecerse cada vez mas ellos mismos... pues con este trozo de silicio, tú Julia, y gracias a esa cantidad inmensa de dinero que la empresa ha inyectado en esta investigación, vas a ser la primera empresaria del mundo en acabar con todo eso, y crear, gracias a la investigación del proyecto llamado "La purga" un mundo nuevo, mejor, y vacío de todos esos problemas de los que te he hablado.

Julia, sin tan siquiera haberse inmutado por las palabras de aquel ser inferior en la cadena empresarial, volvió a girar sobre sí misma, y poniéndose de nuevo cara a cara con el hombre ataviado con la bata blanca.

- ¿Y cómo se supone que vas a conseguir eso, si se puede saber? Aunque sinceramente a mi el método, e incluso el resultado me da absolutamente igual, yo lo que quiero es que los gastos que me has causado, se vean paliados en cuestión de semanas con esta investigación tuya.
- Pues entonces - Dijo Marc- no perdamos más tiempo, y déjame que te muestre de qué es capaz esta miniatura.

Julia se levantó, y siguió de cerca a Marc por el pasillo hasta llegar al ascensor de la Corporación. Mientras bajaban, él, se la quedó mirando mientras le decía:

- No se preocupe Sra Mitch, le prometo que todo va a salir a la perfección, y que cuando vea los resultados, usted olvidará en ese mismo momento todo el dinero que invirtió en mi idea, y se dará cuenta de que fue un acierto el haber confiado en mi, aunque le resultara extraño que no quisiera a nadie trabajando a mi lado.
Cuando todo haya terminado, no le hará falta ese dinero que tanto echa de menos.

Julia le miró extrañado, y observó cómo el ascensor, continuaba descendiendo, hasta detenerse en la planta mas baja, el sótano 21.

Continuaron avanzando por un estrecho pasillo iluminado de color rojo, hasta que una puerta automática, se abrió de par en par dejando salir un intenso vapor blanco, gélido, que se le metió a Julia por debajo de la falda, haciéndola reprimir un pequeño escalofrío.

Lo que sus ojos contemplaron, era la creación de un genio. No entendía qué era lo que observaban sus ojos, pero tamaño ejemplar artificial, no podía ser sino el ingenio de una mente superior.
Una enorme máquina llena de tentáculos y provista de una pantalla gigantesca en su zona central, presidía el laboratorio allí ubicado. Los tentáculos se movían de aquí hacia allá, tocando zonas demasiado altas para que la vista de Julia pudiera vislumbrar. Millones de cables y tubos refrigerantes rodeaban la sala y la máquina, y un sonido hidráulico, era lo único que se oía en el habitáculo.

Julia se quedó impresionada con aquella visión, y ese fue el momento en el que se convenció a sí misma, afirmando para sí la suerte que tuvo al contratar a aquel científico catalán, que la prometió hace nueve años, crear una máquina capaz de acabar con todos los problemas de la humanidad, a cambio de llenar a Julia de un nombre más que destacado en la historia humana.

Ella sabía que Marc, había sido el único que había penetrado por aquella puerta desde entonces, y nadie sabía de la existencia de aquel sótano, por expreso deseo del investigador.

-Marc- dijo la mujer- tengo prisa, y me gustaría ir a celebrarlo con mi cartera de clientes. Por favor, comienza de una vez.

Marc, asintió con un gesto de su cabeza y se acercó a aquella gran mole de metal, plásticos y cerámicas. Posó su dedo índice sobre la superficie de una pequeña zona situada en el centro de la máquina, y un pequeño compartimento, salió suavemente empujado hacia afuera.

Marc, con sumo cuidado, puso el pequeño microchip sobre aquella pista de cerámica, y empujó el compartimento hacia dentro. La máquina hizo un ruido que a Julia le pareció un suspiro, y todo se iluminó de un blanco inmaculado, puro, y todos los ruidos se apagaron, dejando sonar tan solo los pálpitos del corazón de ella, que reverberaban en las paredes de la cámara.

Marc, se dio la vuelta, y se despojó de la bata, dejando ver su ropa de calle debajo. Se colocó al lado de Julia y dijo:

- Que comience la prueba.

Se apagaron todas las luces, y uno de los tentáculos se elevó hacia arriba, encendiendo una cúpula del tamaño de un coche pequeño, y que contenía un líquido transparente, parecido al agua, pero con la textura del mercurio.

-Por favor, introduzca la palabra clave.- La voz artificial, erizó el vello de la nuca de Julia, al reconocerse a sí misma diciendo esas palabras.

- En cuanto usted quiera, Sra Mitch, como dueña de todo esto, y como responsable de este avance tecnológico, tan sólo hágame una señal.
Julia, respiró hondo, y con un movimiento de cabeza, le dio a Marc su consentimiento para que comenzara todo lo que había venido a ver.
Marc, se giró, y con una sonrisa horrenda, que a Julia le pareció la de un lunático, levantó los brazos y dijo en voz baja:

- Que comience el espectáculo.
Palabra clave, Sacrificio.

En ese mismo instante, una luz cegadora iluminó el sótano, y la temperatura se elevó hasta casi los dos mil quinientos grados. Una onda expansiva de algo que la Tierra jamás había conocido, empezó a viajar a la velocidad del sonido por entre todos los rincones del globo, alcanzando a todos los habitantes de las ciudades, grandes y pequeñas, y convirtiendo su carne, en energía cósmica, evaporando todos los resquicios de sus cuerpos en milésimas de segundo.

Pasados trece segundos, la humanidad entera había desaparecido de la faz

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Casi perfectos. -Relato con cien palabras-

Dicen que lo han conseguido, pero nos mienten.
Yo lo sé, aun no son perfectos. Sus movimientos casi mecánicos difieren de los nuestros, los humanos. Sí, se acercan, pero no llegan.
Sus rostros son lindos, afables, sin impurezas... acné, arrugas, puntos negros.
No pueden pintar, escribir una obra de teatro, escribir un poema o improvisar una canción.
No, los androides tan solo son eso, hierro y fibra sin alma, sin corazón.

Sus cavilaciones acaban con el ruido de un frenazo y un grito de dolor. Se mira sus manos y descubre que por fin el hombre ha logrado la perfección.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Un día de montaña -Parte 2-



Armado de valor, y respirando hondo varias veces, comencé a atacar a la montaña. Apoyaba con fuerza los bastones, mientras con los brazos impulsaba hacia arriba mi cuerpo por completo. Tras cuatro minutos de esta guisa, tuve que parar a tomar aliento, y por primera vez en el día, un pensamiento negativo pasó fugazmente por mi cabeza. Las piernas me flaqueaban y mi mente me decía que quizá no llegaría hasta arriba. Veía a Rocco subir feliz, como si lo hubiera hecho miles de veces, y cómo mis compañeros se acercaban a mi posición, con cara de cansancio, pero firmes en su ascenso.

Quizás abrumado por la vergüenza de la edad, respiré hondo y volví a tomar la subida. Cada quince metros me paraba, con las piernas y los brazos ardiendo, con calambres, y gotas de sudor recorriéndome la frente a causa del tremendo esfuerzo. Las pequeñas piedras caían tras de mi, y de vez en cuando alguno de los bastones se quedaba encajado entre las hendiduras de las piedras. A medida que íbamos subiendo, el aire nos pegaba contra la cara enfriando nuestro sudor, que se transformaba en pequeñas partículas salinas que se quedaban adheridas a la piel, como si de minúsculos granos de sal se tratasen.

Casi llegados a la cima, distinguimos unos armazones de hierro pintados de color azul metalizado que se encontraban desperdigados por un área bastante extensa de la zona. No podría saber qué era, pero parecían partes de algún helicóptero o aeroligero que se habría estrellado en la zona. No estaba oxidado, por lo que supusimos que no debía hacer mucho tiempo que se habría chocado con la montaña. La pregunta que todos nos formulábamos era si aquel vehículo, si es que era tal cosa, habría estado tripulado. Ahora que estoy en casa escribiendo esto, me doy cuenta del error que cometí al no haber echado ninguna foto de aquello, para más adelante estudiarlo con mas atención y así averiguar a qué podría haber formado parte.

Tras numerosas paradas y bocanadas e aire, y sintiendo como mi corazón latía a mil por hora, llegamos a la cima. Mi cuerpo sufría las consecuencias de semejante ascenso. Notaba como las plantas de los pies y las piernas me ardían como si fuesen de fuego. La cabeza la sentía como abotargada, y los oidos me zumbaban. Podía escuchar el sonido de mi corazón al chocar contra las paredes del pecho y mis manos ardían de sujetar con fuerza los bastones durante la subida.

Pero cuando por fin vi el punto geodésico que marcaba la realidad del ascenso, todos los dolores dieron por terminado, y con una sonrisa en la boca comencé a avanzar hacia allí. Lo había conseguido, y, la verdad, me había costado bastante más de lo que pensaba. Habíamos caminado durante casi cuatro horas, y eso sin contar las numerosas paradas realizadas para esperar a los rezagados, que cada vez que doblábamos una montaña perdíamos de vista.

El Punto Geodésico estaba colocado encima de un grupo de enormes piedras, y su forma era la de un cilindro de alrededor de metro y medio, y hecho por completo de hormigón. Estaba situado a dos mil trescientos ochenta y tres metros de altura, y sólo era superado en la Comunidad de Madrid por el pico de Peñalara, con dos mil cuatrocientos veintiocho metros. La sensación de triunfo inundaba nuestras caras, y es algo imposible de describir. Nadie sabe lo que se siente en este momento hasta que no hace un ascenso. Ahora podía llegar a entender a los verdaderos alpinistas en su afán por coronar las montañas más altas del planeta. Mi cuerpo irradiaba felicidad, y hacía oidos sordos al viento frío que chocaba contra él.

Tras hacernos las fotos de rigor para atestiguar nuestra llegada, buscamos un cortavientos en las inmediaciones y nos paramos a comer, que nuestro cuerpo ya nos lo estaba pidiendo desde hacía un buen rato. El reloj marcaba casi las dos y media de la tarde, y yo, viendo la posición del sol, comentaba con Ángel que quizá habíamos salido demasiado tarde para realizar el ascenso, e igual nos pillaba la noche. Me contestó que no me preocupara, que aunque así fuera, aunque no lo creía, habría luna llena, y se vería bien el camino, además de que todos íbamos preparados y llevábamos los frontales para por si acaso. La idea no me gustaba mucho, pero cierto era que podría pasar y no había que darle mucha importancia.

El jamón, la tortilla, el chorizo de León y de Lugo, aderezados con un buen vinito de la bota de "Cielito" nos supo a todos a gloria. Reíamos felices por haber alcanzado la cumbre, y bromeábamos con Suso por su obsesión de hacer miles de fotos para luego colgarlas en el Facebook. Ironizábamos al respecto con la idea de que le había robado a Ángel de su Facebook fotos del Kilimanjaro y las había colgado en el suyo para presumir de proeza. Éramos el ejemplo perfecto de la alegría después de conseguido un obletivo común.

Rocco nos miraba con cara de asombro, mientras degustaba algún trozo de jamón que le iba tirando a escondidas, y que él, gentilmente, degustaba con la voracidad de un lobo hambriento.

Tras bebernos un vaso de licor de hierbas casero servido por Suso, y comer unos pocos higos secos y almendras para el camino de vuelta, recogimos nuestras cosas e hicimos una limpieza profunda de la zona, guardando en la mochila cualquier atisbo de civilización, para así dejar limpio el lugar de acampada. Estábamos tan concienciados con ello, que incluso durante el camino recogimos varias latas y papeles que algún desalmado habría dejado caer en la montaña, ignorante del golpe negativo que provocaba con esa acción a la biodiversidad de la zona.

Me hice una última foto en la cumbre, y me encaminé de vuelta en dirección a la empinada cuesta para descenderla. Me até de nuevo las botas, para intentar evitar todo lo posible mi problema con los dedos de los pies, y comencé a bajar. Al principio iba utilizando los bastones para amortiguar el peso del cuerpo, pero tras unos metros recorridos, me di cuenta de que eran inútiles para aquella labor, y opté por sujetarlos en la mochila y bajar a pelo.

Cuando llegamos abajo, que por cierto nos costó tan solo diez minutos, a diferencia de la subida que nos ocupó mas de media hora, me dolían la parte superior de los dedos de los pies de manera brutal. A cada paso que daba, mis dedos chocaban con la parte alta de la bota y me hacían ver las estrellas. Posiblemente fuera porque las botas eran malas, o al menos eso me dijeron Fernando y Ángel, por lo que tomé la decisión de comprarme unas botas nuevas antes de realizar otra salida complicada como esta.

Seguimos andando por la senda, por encima de la Loma de Pandasco en busca de nuevo de la Cima del Asómate de Hoyos, que por cierto, había que ascender de nuevo. La loma era larga, tendría un kilómetro o dos mas o menos, y aunque era lisa pero salpicada con piedras se convertía en algo dura ya que, acostumbrados a las distancias cortas en la ciudad, estas visiones tan largas engañaban a nuestro cerebro, y le hacían pensar en proximidades que realmente no eran así.

Cuando estábamos a punto de llegar a la cima, Rocco se separó del sendero y comenzó a ladrar, llamando la atención de Fernando y de todos los demás. Nos acercamos allí, y nos quedamos blancos como la nieve que debía de cubrir esta misma montaña en pleno invierno. Un enorme cuervo, y digo enorme porque yo no sabía que eran tan grandes, se encontraba en el suelo pedregoso, completamente desplumado y abierto en canal, con toda su sangre formando un charco en una depresión natural ubicada sobre una roca que asomaba desde el suelo.

Asustados, volvimos a mirarnos los unos a lo otros, demasiadas veces en un sólo día, pensé. El pobre pájaro mostraba una mueca horrible, con cada una de las partes de su pico apuntando hacia un lado diferente que el otro. Su cuello estaba retorcido, pero lo peor eran las plumas, esparcidas todas ellas por un extensión de dos metros cuadrados de terreno.

Ángel tomó la iniciativa, y nos dijo algo que puso el vello de nuestras nucas erizado por completo. -No sé qué está pasando aquí, pero lo mejor es que nos vayamos porque me estoy mosqueando, y mucho- Esas fueron sus palabras, y creo que las únicas que dijo en todo el tiempo que volvimos caminando.

Estábamos todos tiesos como velas. Nuestros cuerpos se movían lentos y torpes, y no le prestábamos al camino la atención que merecía, por lo que nos desviamos del camino dos veces, aunque no por mucha distancia. En una de ellas, por culpa de nuestro error, tuvimos que atravesar un terreno rocoso de grandes piedras, con la dificultad que había ahora debido al cansancio de nuestros cuerpos.

Atravesamos con velocidad la Loma de los Bailanderos con un nerviosismo a flor de piel. Hasta a Rocco se le veía nervioso. Durante todo el trayecto había ido el primero, abriendo la fila que hacíamos con nuestros cuerpos, y de vez en cuando en segundo lugar, siguiendo a una distancia muy corta al que en ese momento estuviera en la primera línea. Pero después, tras el incidente con el cuervo, siempre iba a los pies de Fernando, además de que ahora, cuando había que saltar las grandes piedras, estaba deseando que Fernando le cogiera en brazos, cosa que antes, aunque se dejaba, no le hacía gracia, y lo demostraba llorando cada vez que su dueño le tendía los brazos.

Así, con el desánimo de las circunstancias mezclados con el cansancio y el aire de la sierra, llegamos por fin a la base de la Najarra. Había que atravesar aquella montaña de riscos que tanto trabajo nos había dado antes, con el aliciente añadido de los dolores y agujetas que teníamos algunos de nosotros.

Mis pies estaban molidos, y mi rodilla derecha comenzaba a advertirme que si la presionaba mucho durante el trayecto que me quedaba, iba a optar por dejar de funcionarme. Me dolía a horrores cuando la forzaba un poco, y encima las puntas de los pies, sobre todo el derecho me ardían sobremanera. Pero aun así, con el dolor que teníamos en nuestros músculos, comenzamos a saltar por entre las rocas cual Cabra Hispánica que busca resguardo para el invierno.

Tras un par de tropezones y un par de percances con los bastones, opté por guardar de nuevo los mismos, ya que en ese terreno, de nada me servían además de que me estorbaban, ya que no tenía las dos manos libres por si me fallaba algún punto de apoyo. Cada vez que saltaba alguna roca y tenía que dejarme caer, aunque solo fuesen unos pocos centímetros, una punzada de dolor subía por mi pierna izquierda desde la rodilla hasta la base de mi espalda, encogiendo mis músculos y provocando un pequeño quejido desde mis cuerdas vocales.

Llegados de nuevo a la cumbre, eran ya casi las seis y media, y el sol comenzaba a ocultarse por detrás de Cabeza de Hierro Mayor. Acelerando el paso en todo lo posible, me detuve un instante para poder coger algo de abrigo, ya que a pesar de que durante todo el día había estado el sol al descubierto, y con el trayecto siempre estábamos en una temperatura más que agradable, ahora con su ocultamiento, se había quedado tan solo el viento y el resplandor anaranjado del astro rey tras las montañas, y el frío se te quedaba adherido a la piel de los brazos y las manos, con un dolor profundo en los huesos.

Separándome del grupo un instante, dejé mi mochila en el suelo, y comencé a revolverla con celeridad, rebuscando en su interior el forro naranja que me había traido. Cuando lo encontré, me lo puse depisa y corriendo, anudé de nuevo la mochila, me la colgué a la espalda y volví a coger el camino. Mis compañeros se habían separado bastante de mi, y los tenía a una distancia de unos cien metros, por lo que tuve que acelerar el paso, acto que agradecieron mis pies regalándome una serie de pinchazos en la planta de los mismos, que yo tomé con gusto mediante una mueca de dolor.

Mientras iba acercándome a ellos, en un tramo en el que les perdí de vista al pasar por entre unas rocas, escuché un ruido a mi espalda, a lo lejos, y giré la cabeza para ver si vislumbraba algo. Evidentemente nada había allí excepto sombras, matorrales y piedras, muchas piedras. La esquizofrenia me estaba jugando malas pasadas, y yo aceleraba el paso cada vez más para dar pronto alcance a mis compañeros.

Cuando por fin giré por entre las rocas en los que había perdido de vista al grupo, los vi a todos parados, muy juntos. Parecía que estaban urdiendo un plan o algo parecido. Cuando llegué allí me sorprendió el ver que sólo estaban bebiendo agua y que estaban tan juntos debido al mismo miedo que a mi me tenía aterido desde hacía casi una hora. Todos, como yo, se abrigaron, y de nuevo seguimos nuestro camino, mirando cada vez más hacia atrás, por si acaso veíamos alguna señal de algo extraño.

Ya estábamos a escasa media hora del final de trayecto, y parecíamos indios en plena caza por los desiertos americanos; todos en fila india, uno detrás de otro y en silencio, como si estuviésemos en un entierro. Avanzábamos muy deprisa, sin casi pararnos a mirar dónde se encontraban los Itos. Con tan poquita luz era casi imposible reconocerlos entre tantas piedras, pero ya no le dábamos importancia, distinguíamos a lo lejos el final de la caminata, y con eso nos valía.

Al final nos cazó la noche. Eran las siete y sólo nos quedaban quince minutos para llegar a los coches y abandonar aquella sierra que nos había metido el miedo en el cuerpo. La Luna estaba en lo alto del cielo, iluminándonos el camino. Nunca había estado en una situación así, y jamás se me habría pasado por la cabeza el que la Luna fuera capaz de iluminar tanto en ausencia de cualquier otro foco de luz.

Miraba al cielo, y parecía el cielo perfecto para una película de terror. Aunque pensándolo mejor, tambien el ambiente era el idóneo, hasta el argumento. Un grupo de montañeros expertos, se encuentran regresando a sus vehículos despues de una dura jornada, cuando les sorprende la noche, entonces un monstruo proveniente de las más oscuras pesadillas de cualquier niño, irrumpe en su camino matándolos uno por uno, y dejando a sus pobres víctimas muertas y desangradas a escasos metros de sus coches.

Cuando ya estábamos llegando al aparcamiento, e incluso ya veíamos la barrera que en el principio de nuestro camino obstruía la entrada al monte, Rocco comenzó a llorar y en un estallido de aullidos de dolor, comenzó a correr hacia el coche, provocando en nosotros una tremenda estampida, y olvidándonos todos por completo del cansancio, y de las agujetas.

Estábamos a escasos metros de los vehículos, cuando un aullido, similar al que escuchamos a primera hora de la mañana, rompió el silencio de la noche.

Si pudiera expresar lo que en ese momento sintió mi cuerpo, estoy seguro que más de uno dejaría de leer esto que estoy escribiendo. Mis piernas empezaron a temblar, y mi boca, seca que estaba ya de la carrera que me había pegado, tenía un sabor metálico desgradable. El vello de mi nuca se erizó, y sentí como mis esfínteres se retorcían de miedo al escuchar ese sonido. Miré a mi alrededor, y pude observar como mis compañeros y amigos se encontraban como yo, absortos con el sonido, y con una mueca de terror en sus rostros.

Decidimos que lo mejor era irnos de allí, y rápido. Guardamos nuestras mochilas en los maleteros, nos despedimos cada uno de los demás a toda prisa, y arrancamos los coches, dejando atrás la Sierra de Guadarrama y todos sus secretos a merced de la Luna Llena, que aun se encontraba arriba en el cielo iluminando la serranía.

Lamadme paranoico, pero mientras bajábamos por la oscura carretera, solo iluminada por los faros del coche, hubo un momento en el que cuando las luces encendieron una de las zonas llenas de maleza del lado derecho de la carretera, me pareció ver como un brazo enorme y lleno de pelo acabado en monstruosas garras, apartaban unas ramas, y su imagen desaparecía de mi retina, al apartar el coche las luces de esa zona.

Tras el trayecto hacia Alcorcón en el coche, y ya parados en la barra de un bar de la zona con unas cervezas en la mano, Ángel y yo hablábamos de lo duro que había sido el camino, y de lo estúpido de nuestro comportamiento al dejarnos llevar por el pánico. Unos adultos hechos y derechos, corriendo por una carretera detrás de un perro aterido por el miedo, y metiéndose en los coches como si una bestia los estuviera persiguiendo. Nos habíamos dejado llevar por el miedo.

Acordamos no contar nada de esto por miedo a que se rieran de nosotros y nos despedimos en la boca de Metrosur de Parque de Lisboa. Bajé por las escaleras mecánicas y ya dentro de la estación saqué el billete hacia El Casar, donde tendría que sacar otro de tren para hacer transbordo hasta mi casa en Valdemoro.

Mientras iba en el metro leyendo el libro que había llevado conmigo, iba recordando todo lo que nos había pasado, y la risa se apoderó de mis pensamientos. No podía parar de reirme, y la gente me miraba como si estuviera loco. No entendían donde estaba la gracia. No sabían si era por algo que hebía leido en el libro, si me estaba riendo de alguno de los que estaban en el vagón, o simplemente que el chaval de la enorme mochila y la ropa de montaña, estaba como una puta cabra.

El caso es que tras un trayecto de una hora y media, y setenta páginas de Eldest, llegué a mi casa con una sensación de triunfo similar a cuando coronamos aquella tarde la Cabeza de Hierro. Mi novia me esperba en el sillón, con una sonrisa en la cara. Le di un beso en los labios, que por cierto me supo mejor que cualquiera de las cosas que me había tomado aquel día, y me preguntó por mi experiencia. No hace falta decir que la historia del aullido la omití por motivos obvios.

Tras ver entre los dos las fotos de la excursión en la cámara, me desnudé y me metí en la ducha, que mi chica había llenado para que me diera un buen baño de agua caliente. Mientras estaba allí relajado y sumergido en el agua tibia, me asustaba al pensar en lo real que había sido aquella experiencia, y en lo primitivos que pueden llegar a ser los actos de las personas cuando se ven atenazados por el miedo.

Mi novia apareció por entre las cortinas de la ducha para informarme de que se acostaba, ya que aunque eran las diez y media de la noche, ella tenía que ir a trabajar hoy Domingo. Le dije que muy bien y que en un rato me acostaría yo tambien. Pasados unos minutos, salí de la bañera, y empecé a temblar, aterido de frío. Estaba helado y los dientes me castañeteaban de puro temblor. Me sequé rápidamente y me afeité para a continuación recoger el baño y prepararme un buen vaso de leche con cacao.

Frente a la tele y a oscuras en el salón, puse las fotos en la Playstation 3 que me había regalado mi novia, y observé cada una de las imágenes que había tomado. Nada. No había ninguna imagen digna de enviar a algún especialista de fenómenos paranormales. Aun tenía la esperanza de que apareciera en alguna de las diapositivas una imagen de esas que no se ven cuando estás tomando la foto, y luego al revelarla, aparece ahí, frente a ti, sin ninguna explicación aparente.

Tras el fiasco con las fotos, apagué el televisor, y me fui a la cama. Me costó dormirme, ya que sentía que mi temperatura corporal era algo elevada, y ahora mismo pienso que lo que pasó es que me subieron unas décimas de fiebre. Me he pasado toda la noche dando vueltas en la cama, inquieto, y así me lo ha dicho mi novia cuando a las seis de la mañana se ha ido a trabajar. Después de esto, no he podido dormir y me he tenido que levantar a escribir esto.

Esto es todo lo que me pasó ayer mismo, y ahora que estoy aquí, plasmando lo acontecido, siento que la experiencia ayer vivida, no se me olvidará jamás y siempre estará grabada a fuego en mi cerebro.

El qué sucedió realmente, es algo que nunca lograré averiguar.

Un día de montaña -Parte 1-



Ayer, me fui de casa muy temprano preparado para vivir una aventura inolvidable. Mi intención era realizar la famosa Cuerda Larga de la Sierra de Madrid. Una caminata que empieza su recorrido en el Puerto de La Morcuera, y finaliza en el Puerto de Navacerrada. Pero el plan era salir desde la Morcuera, coronar la Cabeza de Hierro Mayor, una pequeña cumbre de dos mil trescientos ochenta y tres metros, y volver sobre nuestros pasos, ya que tendríamos aparcados los coches en el lugar de la Salida.

Por la mañana, cuando me levanté, los nervios afloraban en cada uno de los ángulos de mi rostro. Nunca había hecho algo así, coronar una cumbre tan alta. Es cierto que para los expertos en senderismo, esta ruta es más bien facilona, pero la verdad era que mis pies tan sólo habían realizado cuatro salidas a la montaña para realizar alguna ruta larga, por lo que la perspectiva de hacer un camino que en principio se presentaría duro, le daba a mi cara un rictus de lo más gracioso.

Comencé a prepararme la mochila, echando los utensilios más importantes para hacer el camino lo más cómodo posible. Abrigo, camiseta y botas de cambio, calcetines, agua, bebida y barritas energéticas, vendas, un frontal para por si acaso nos sorprendía la noche, y, como no, el almuerzo.

Salí temprano de mi casa, a eso de la seis y media de la mañana. Cogí el tren y abrí el libro que me estaba leyendo, la segunda parte de Eragon y me acomodé en el asiento. Para mi desgracia, y gracias a mi despiste, al llegar a El Casar y coger el Metrosur, me equivoqué de trayecto, y en vez de cogerlo en el sentido apropiado, lo cogí en el contrario, por lo que llegué a la cita tarde. Después de llegar a Alcorcón, donde había quedado con uno de los miembros de la "Expedición", nos metimos en su coche y nos dirigimos hacia el norte de la provincia madrileña, a unos sesenta kilómetros de nuestra posición, para encontrarnos allí con los otros cuatro integrantes excursión.

Al llegar al aparcamiento del Puerto de la Morcuera, dos de nuestros compañeros estaban allí esperándonos, divirtiéndose a su manera: Uno de ellos le tiraba al otro una piedra, y el segundo corría como un poseso a por ella, para traérsela y, de nuevo comenzar con el juego. Nuestros dos juguetones amigos se llaman Fernando y Rocco, el perro de este y con diferencia, el más valiente de todos nosotros.

Despues de los saludos de rigor, y tras un rato hablando de lo dura que podía ser la ruta, me percaté de que Fernando iba en pantalón y manga corta, cosa que me impresionaba, ya que yo llevaba mi pantalón largo y mi camiseta térmica junto a mi forro polar, y me temblaban todos los huesos del cuerpo. Hasta Rocco se sobresaltaba cada vez que se acercaba a mi, debido al castañetear de mis dientes, ateridos por el aire frío de la mañana.

Por fin, y con cuarto de hora de retraso, aparecieron los otros dos miembros de la expedición, Suso y "Cielito" (una broma de mi novia, de la que son todos compañeros de trabajo) con su característico humor de pueblo (mis respetos para todos aquellos que se sientan identificados con los personajes). Tras sacar todo el material de sus maleteros, y guadar las barras de pan en las mochilas, cerramos los coches y nos encaminamos a través del asfalto de la carretera hacia el campo abierto, a unos cien metros de allí, y que limitaba el paso de los coches mediante una barrera de hierro, como un paso a nivel.

El día era estupendo. El sol era radiante por encima de nuestras cabezas y aunque el aire que venía del norte, impregnaba nuestro cuerpo de frío, al cabo de diez minutos me tuve que quitar el forro polar porque me estaba achicharrando dentro de él como un pollo en el horno.

Mientras caminábamos por aquel paisaje, mis pies respondían perfectamente, a pesar de que las botas que llevaba no tenían todavía muchos kilómetros bajo sus suelas, lo que hacía que aun no estuvieran domadas del todo y me hicieran un poco de daño en la parte trasera del tobillo.

Las risas y el jolgorio inundaban nuestra caminata. Mientras íbamos uno detrás de otro siguiendo el sendero por entre las piedras del camino, el verdadero líder de la excursión, Rocco, hizo uso de su digna posición, colocándose en primera línea, y nos guió durante todo el trayecto, de principio a fin del mismo.

Rocco era un pequeño Fox Terrier de color negro, con trece años a sus espaldas. Su dueño, Fernando, se lo llevaba todos días a caminar por la céntrica Casa de Campo madrileña y en casi todas sus excursiones a la montaña, por lo que el fondo físico del perro, era claramente superior al mío, con mucha diferencia.

Por fin, despues de un buen trecho caminando por terreno llano, comenzó la primera de las subidas. El terreno era bastante pedregoso y salpicado de numerosas jaras y retamas y cada dos por tres teníamos que serpentear debido a la cantidad de las mismas que crecían por entre el camino.

El comienzo de la subida, no resultó muy duro, ya que nuestros pies aun se encontraban oxigenados y llenos de vida, y el cansancio aun no se había apoderado de nuestros cuerpos, por lo que afrontamos el primer ascenso con una sonrisa en los labios y con unas risas que se vieron agradecidas por los ladridos del líder.

Mientras subíamos hasta los dos mil ciento diecinueve metros de la cumbre de La Najarra, la pared de la misma quedaba a nuestra izquierda, mostrando un hermoso contraste de amarillos y verdes sobre la superficie blanca de la piedra que predomina en aquella zona. Al mirar hacia arriba de la pared, un grupo de enormes piedras coronaban la salpicada superficie de vegetación, y al fondo de esta, pudimos observar como unos cinco caballos de color marrón y otro más pequeño de color gris oscuro se alimentaban de la vegetación mientras de vez en cuando, realizaban mordaces miradas hacia la base del monte, donde nos encontrábamos nosotros, supongo que por si a alguno se nos ocurría romper la paz de su tempranero desayuno.

Pero no fuimos nosotros los que rompimos su aparente tranquilidad. De repente, y proveniente de algún lugar que no supimos distinguir, algo parecido a un aullido, pero mucho más agudo y escalofriante, rebotó contra el muro de roca y se metió por entre nuestros oidos, provocando una mirada de asombro entre todos nosotros. Ángel, experto montañero que ya ha coronado cumbres como el Annapurna en la India, el Kilimanjaro y el Meru en Tanzania o el Atlas en Marruecos, además de muchos otros picos españoles, nos miró a todos evidenciando que aunque en las cosas de la montaña tenía aun mucho que enseñarnos, esa voz animal no la había escuchado nunca, a pesar de haberse encontrado frente a bestias salvajes como guepardos o gorilas en las alturas de Tanzania.

Los caballos, ateridos por el miedo, rompieron a correr en todas direcciones mientras nosotros nos mirábamos los unos a los otros, y Rocco no paraba de ladrar en todas direcciones. Nos costó un buen rato calmar al perro, ya que el sonido le había cogido de sorpresa a él también y le había puesto bastante nervioso.

Despues de un buen rato mirando en todas direcciones en busca del origen de aquel extraño sonido, y de discutir entre nosotros sobre qué animal pudo ser el causante de aquel infernal sonido, no nos pusimos de acuerdo. Al final, y mas por acabar la discusión que por llevar razón alguna, determinamos que debido a la acción del viento, la pared de roca, y el extremo silencio que roza aquella zona, todo ello junto provocó aquel extraño sonido.

Mas calmados despues del susto, y despues de un largo ascenso, por fin encumbramos La Najarra. Aprovechamos el momento para beber un poco de líquido y echar unas fotos de la maravillosa vista que teníamos desde la cumbre. Aunque había un poco de niebla en la base de la Sierra, la vista era preciosa. Los pueblos de alrededor se veían como pequeñas maquetas de madera y ladrillo y el cielo y las nubes eran dignos de retratar con las cámaras que portábamos.

Despues de recrearnos con los bonitos paisajes de nuestro alrededor, nos encaminamos hacia la segunda cumbre, que se veía desde nuestra posición y no parecía muy difícil de ascender viendo lo que habíamos conseguido hasta el momento.

Pero cuando nos encaminamos hacia la siguiente cota, cuál es nuestra sorpresa al descubrir que la meseta en la que nos encontramos, está repleta de Cabras Hispánicas de todo tipo, machos, hembras, jóvenes... Los machos, con unos cuernos impresinantes eran los que mas seguros se encontraban en nuestra presencia. No se llegaban a acercar a nosotros, pero si nosotros no les hacíamos nada, permanecían quietos, pastando a su ritmo como si nadie les molestara en su plácido almuerzo.

Tras dejar a las "Cabras Pyrenáicas Victoriaes" mirándo como nos alejábamos de la zona, proseguimos nuestro camino, no sin antes esperar a que el jefe de la expedición les dijera a las mismas mediante ladridos, que no le parecía buena idea eso de que pacieran allí tan tranquilas, sin ni tan siquiera tenernos un poco de respeto. Cuando consiguió espantarlas, nos dio permiso para continuar. La verdad es que no sé qué habríamos hecho sin Rocco.

Seguimos nuestra ruta, y un par de cuervos de un tamaño nada pequeño nos acompañaron durante un buen rato amenizándonos el sendero con sus horripilantes graznidos. Era curioso ver cómo buscaban las corrientes de aire y se quedaban suspendidos mientras sus alas se extendían en toda su longitud hasta que lograban posarse en las rocas del suelo.

Por fin llegamos a la siguiente cota, la Cima de los Bailanderos, no sin antes haber pasado un buen rato divertido con Rocco. Para subir a la cima, hay que hacerlo a través de un buen puñado de riscos de color blanco, salpicados de unos líquenes de color amarillo, que en la distancia tornan a la montaña de un color arena muy característico. Durante unos diez minutos hay que ir abriéndose paso a través de las enormes rocas, saltando entre ellas como si de Cabras Hispánicas nos tratásemos. El pobre Rocco, estaba recién salido de una operación de artrosis en las patas traseras, y aunque él lo intentaba, la separación entre las rocas provocaba que no fuera capaz de saltarlas, haciendo infructuosos los intentos por avanzar por la pedrera. Cogiendo con un brazo a Rocco y con el otro los bastones, nos abrimos paso entre el pedregal, hasta por fin llegar arriba, para después de dos minutos de camino, volver a descender por otras rocas como las anteriores.

El camino hasta aquí había sido fácil, con todo el sendero marcado por señales pintadas en las rocas en forma de bandera de color rojo y blanco. Le pregunté a Ángel qué significaban esas señales, por qué esos colores, y me contestó que esos dibujos marcaban que esto que estábamos recorriendo era una Gran Ruta Senderista, y que las Pequeñas Rutas, se marcaban con señales similares, pero en vez de rojo, se usaba el color verde. Al pasar entre las rocas, había trozos en los que no se veían los colores, y en esos casos las señalizaciones eran marcadas por "Itos", una pila de pequeñas piedras acumuladas sobre grandes rocas y a la vista que iban marcando el camino a seguir. El problema era que entre tanta piedra, a veces perdías la perspectiva del cerca-lejos y los Itos desaparecían como si estuvieran camuflados.

Por fin salimos de aquel laberinto de rocas, y comenzamos a descender por un camino bien marcado por las miles de piernas que habían pasado con anterioridad por allí. Mientras íbamos caminando en soledad por aquella zona de la montaña, venían a mi cabeza imágenes de los antiguos pastores y amantes de la montaña, en la época medieval, ataviados con simples alpargatas y ropas de abrigo de lo mas burdas, atravesando esas mismas cimas, y me maravillaba al pensar la resistencia que podrían tener para aguantar tales caminos y con unos medios tan limitados.

Nos estábamos acercando a nuestro objetivo, la Cabeza de Hierro Mayor, y ya la divisábamos a lo lejos cuando un movimiento por nuestro costado derecho llamó la atención de todos nosotros. El ruido de la maleza al ser atravesada por algún animal mientras se roza con la misma, levantó las orejas de Rocco, que sin pensárselo, corrió tras el origen del sonido. Fernando llamó a gritos al Fox Terrier, pero claro, como éste era el jefe, pasó de él y se perdió entre las jaras.

Mientras nos acercábamos al origen de aquel ruido, Rocco apareció por entre los hierbajos con las orejas tiesas de satisfacción y mirándonos con la cabeza ladeada, como preguntándose qué hacíamos desviándonos del camino. Cuando llegamos donde se encontraba, encontramos el origen del sonido. Una pequeña cabritilla esta desparramada en el suelo, con el abdomen abierto y dejando ver sus tripas. Aun se encontraba caliente, y de la zona estomacal salía un pequeño vaho debido al contraste entre lo ardiente de sus vísceras y el frescor de la mañana. Su cuello estaba roto en una postura un tanto extraña, por lo que supusimos que el animal habría tropezado en alguna roca y había provocado su caida en la montaña.

Lo extraño de aquello era el cómo había llegado hasta allí, ya que nos encontrábamos a unos cuatrocientos metros de la formación rocosa anteriormente descendida. Intenté buscar el origen de la caida, oteando el horizonte, hasta que encontré a unos cien metros una pequeña formación rocosa compuesta de grandes pedruscos de caliza, por la que una pequeña cabra inexperta podría haber perdido el equilibrio.

Mientras los cinco mirábamos absortos la injusticia de la Naturaleza, un batir de alas a escasos metros de nosotros provocó un respingo en nuestros cuerpos, concentrados en la muerte del animal. Un cuervo se había unido al festín, y sutilmente nos estaba pidiendo un poco de intimidad.

La verdad es que llevábamos un día digno de contar a nuestros amigos, pero aun nos quedaba la subida a Asómate de Hoyos y nuestro lugar de coronamiento de la excursión, la cima de Cabeza de Hierro Mayor.

Tras parar un momento y darle un par de tragos a la bota de vino de "Cielito", mi cuerpo notó como el sabor especiado del líquido bajaba por cada una de mis articulaciones y me daba nuevas fuerzas para emprender el camino que nos quedaba. Comenzamos de nuevo a andar, y en un breve espacio de tiempo, nos encontrábamos a dos mil doscientos cuarenta y dos metros de altura, mi tercer dos mil desde que había nacido.

Mi orgullo crecía a cada metro que íbamos subiendo, y mi cabeza soñaba con la subida de picos más difíciles y complicados como el Almanzor, el Monte Perdido o incluso el Mulhacén, en Sierra Nevada. ¿Quien sabe? Pensaba. Mis compañeros de trayecto no bajaba ninguno de los cincuenta y cinco años, y eran capaces de realizar estas proezas como el que baja al súper a por una barra de pan, mientras que yo, con veintinueve años, y aunque un poco tarde para comenzar con esta nueva aficción, estaba comenzando a sentir un poco de dolor e mi tobillo derecho, pero con un poco de entrenamiento y esfuerzo, me veía capacitado para seguir llevando este hobby a cotas más altas, nunca mejor dicho.

A cada cima que subíamos, la vista era más hermosa. Los contraluces que provocaba el sol al quedarse tras la nubes, creaban un aura fantasmagórica en la base de las montañas y parecía sacar de un cuento antiguo aquellos preciosos paisajes. Desde donde nos encontrábamos, por fin pudimos distinguir la visión de nuestro objetivo, Cabeza de Hierro Mayor.

Nos quedaban más o menos unos tres kilómetros para alcanzar la cumbre, pero antes teníamos que atravesar la extensión de piedras llamada Loma de Pandasco, que separaba las dos cimas mediante esa distancia.

Reemprendimos el camino, y mis piernas ya me iban advirtiendo que si bien, iba a ser capaz de alcanzar la cima, la vuelta no iba a ser nada fácil, ya que a mi, y no sé si a otros les pasará lo mismo, lo que realmente me costaba no era realizar las ascensiones, sino todo lo contrario. Los descensos me costaban un sufrimiento, ya que al bajar las laderas, mis dedos de los pies tocaban con la punta de las botas y provocaban un dolor muy intenso que me atenazaba los músculos de las pantorrillas. Y precisamente cuando llegáramos a la base de la montaña para comenzar su ascenso, tendríamos ante nosotros una pendiente bastante pronunciada, que luego habría que bajar.

Despues de casi una hora caminando y parándonos de vez en cuando a esperar a Suso y a "Cielito" que siempre iban rezagados y de pasar entre las rocas con el jefe en brazos, llegamos a la base de Cabeza de Hierro. La imagen era, desde el punto de vista de un inexperto como yo, aterradora. Cuelquier montañero acostumbrado que lea esto, pensará que estoy exagerando, pero nada más lejos de la realidad. Visto desde mi posición, era como una enorme cuesta empinada de más de trescientos metros en la que no entendía cómo las rocas no comenzaban a caer por la pendiente debido a su inclinación.

Para dar muestra de lo difícil que sería el afrontar su subida en línea recta, el sendero marcado ascendía en zig-zag, para favorecer a las piernas y no obligarlas a ir de contínuo en el sentido contrario al descenso.