domingo, 6 de marzo de 2011

Desde el otro lado. Entrada XLV

Buenos días, al habla desde el otro lado.

Ya han pasado tres días desde mi percance con aquellos dos grupos enfrentándose en el centro del pueblo. Las secuelas que me dejaron el conflicto ya casi no las sufro, pero aquella noche fue insoportable. Las costillas medio curadas que tenía doloridas, me hicieron pasar una jornada dolorosa de veras y aunque el moratón que tenía ha desaparecido, aun se me resienten de vez en cuando al hacer movimientos bruscos.

Ya han comenzado a salirme las primeras verduras plantadas en el patio interior de mi escondite y, pese a no tener muy buena pinta, al menos el experimento de comenzar a plantar no ha estado mal.

Los ajos y las cebollas no tienen un gran tamaño, pero estas últimas tienen un sabor demencial. Ayer, al comenzar a pelar una de ellas lloraba como un niño no por los vapores que desprendían, sino al saber que de nuevo podré empezar a llevar una dieta un poco más equilibrada. Las latas de conserva estaban empezando a aburrirme, y pese a no estar bajando mi reserva de ellas, preferiría dejarlas algo apartadas y comer algo más fresco.

También me han salido unas pocas fresas, aunque por el tamaño de éstas, más que fresas son fresones. Son del tamaño de… bueno, de fresones. Están jugosos y manchan mucho, y aunque nunca me han gustado, no he podido evitar el lujazo de comerme unos pocos kilos. Estoy orgulloso de mi siembra, ya que ahora estoy comenzando a ver el fruto de mi trabajo. Ahora tendré que salir en unos días a los huertos exteriores, para ver qué tal va lo plantado en las naves.

Anoche mientras me comía un guiso de gallina con ajo, cebolla, unas zanahorias enlatadas y varias hierbas aromáticas, recibí el mensaje de alguien a quien me hizo mucha ilusión escuchar. Hacía mucho que no sabía nada de él, y al ver que el pilotito rojo de mi emisora se encendía y que Namor comenzaba a hablar, paré de comer de inmediato para prestar atención a todo lo que me decía.

Aquí tenéis el mensaje íntegro. Un momento que le doy al play del Mp3:

Hola… José… me escuchas… soy Namor… sí, aquel desgraciado que se despertó del coma en pleno bombardeo de Pontevedra y que unos militares acogieron en su seno.

Madre de Dios, como han cambiado las cosas. Te he seguido a lo largo de todo este tiempo, escuchando tus declaraciones a través del aparato de radio militar que funciona a las mil maravillas y gracias a un buen grabador de MP3. Siento no haberte contestado o dar un informe de mi situación, pero tenía que hacer algunas cosas para proteger mi refugio.

Te prometí hace mucho que te contaría algo de mi vida, pero se podría resumir en que me enseñaron a no morir y a cazar antes de ser cazado. Entrenamiento militar a marchas forzadas y después un paciente hombre me enseñó a sobrevivir hasta el día de hoy. Ese hombre fue asesinado por una banda de “maleantes”. Mis chicos y yo no paramos hasta darles caza a todos. Ahora sus cabezas están ensartadas en unas estacas a lo largo del camino de entrada de mi refugio. Sé que, por ser como eres, no estarás muy de acuerdo con este método, pero muchos pasan de largo al ver la colección de cabezas que tengo. Aquella banda no fue la única en caer bajo mi cuchillo.

Un consejo, hazle caso a Josué. No dejes tantas pistas por donde pasas. Sé tú el cazador, anticípate a todos los movimientos del enemigo. Que sepan que tú no eres una presa a la que se puede cazar fácilmente.

Yo por mi parte, no he tenido muchos problemas de abastecimiento de agua, ya sabes, estoy en el país de los mil ríos y gracias a mis chicos, caza no me falta. Compartimos todo lo que cazamos.

Por cierto, los supervivientes que me he encontrado me han contado cosas extrañas de lo que acontece en las ciudades. A parte de los desmadres que acontecen a lo largo del día, por la noche parece ser que salen algunas alimañas nocturnas que se dedican a raptar a las buenas gentes que buscan comida y agua y que solo tratan de evitar que las bandas se hagan con sus pocos enseres. No sé, algo me dice que algún día tendré que darme una vuelta con los chicos por la ciudad… quizá pueda investigar algo y así ponerte en conocimiento de lo que sucede por aquí.

José, tengo que dejarte pero antes un consejo: si tienes que matar, hazlo.


Bueno, pues esto es todo. Me alegro de que todo vaya bien por allí por l norte, y cuando digo bien, quiero decir que me alegro de que estés aun vivo, cosa difícil en estos días. Tienes razón, no me gusta tu método para mantener a raya a la gente que te intenta acosar, pero no sólo eso. Es que si yo mismo intentara hacer eso, posiblemente en pocos días estaría muerto. Yo vivo en plena ciudad y mi escondrijo es un edificio semiderrumbado. Si cerca de mi guarida clavara cuatro picas con las cabezas de mis enemigos ensartadas, lo único que conseguiría es marcar mi casa como si de meado de perro se tratase. Aun así, admiro el valor que muestras después de todo lo que has pasado.

Y respecto a tu última frase, no temo el matar a nadie, pero ¿Sabes? Es algo muy raro. Desde que comencé a hacerlo, algo de lo que no me siento nada orgulloso, cuando cierro los ojos no hago más que ver las caras de aquellos a los que quité la vida, mirándome con esos ojos opacos, sin brillo, sin vida, y reprochándome quien soy yo para arrebatarles lo más preciado que tenían. A veces esto se convierte en un sueño, y en él yo les grito que ellos comenzaron haciéndome lo mismo, que me robaron lo que yo más quería, lo único por lo que podría matar… Es entonces cuando me despierto y me doy cuenta de que pese a que no debía matar, tuve que hacerlo.

De todas formas, gracias por tu consejo. Espero volver a escucharte. Por mi parte, corto y cierro, y no olvidéis que seguiré aquí, al otro lado, a la espera de saber más de vosotros.

domingo, 20 de febrero de 2011

Desde el otro lado. Entrada XLIV

Probando, probando… ¿Se me oye? ¡¡¡Vamos cacharro inmundo!!!

Si… ¿Hola? Vale ahora sí. ¿Cómo estáis? Hacía mucho que no hablaba con vosotros, sea quien sea que me esté escuchando. Han pasado algunos días desde que me conecté para reproduciros el mensaje de Alex y su… arquería, pero a mí se me ha hecho eterno, y me ha parecido casi un año.

He de decir que mis dolores de costillas no se han curado del todo, pero ya por lo menos puedo empezar a hacer las cosas con prácticamente toda la normalidad de la que disfrutaba antes. Las cataplasmas de eucalipto y hojas de sauce me están haciendo maravillas, y ahora he descubierto en un libro de recetas de cocina que el ajo machacado también sirve para curar las infecciones, por lo que me lo estoy aplicando directamente en los rasguños que tengo en la zona. La verdad es que escuece de una manera terrible, pero al menos el enrojecimiento inicial que tenía la magulladura ha desaparecido.

Respecto a las caguetas que me entraban por lo que yo creía que era el agua en mal estado, creo que de momento han desaparecido. El invento éste de las botellas de plástico al sol parece que está funcionando y ya me he hecho con un buen cargamento de las mismas. Tras encontrar en una nave industrial una carretilla de esas para transportar el cemento y los materiales de obra, salí con ella durante un par de noches y recogí todas las botellas que pude y me las guardé en el garaje subterráneo de mi escondite.

Además de eso, he encontrado unos almacenes de ferretería en el polígono industrial cercano a mi zona, y ahora sí, he conseguido asegurar mi escondite mediante un par de cosas que sustraje de allí. Con un poco de hilo de acero, tensores del mismo material y unas cosas que parecen unas sujeciones de acero con forma de media luna y que en la caja donde estaban ponía “perrillos”, me he ideado una forma de evitar que nadie entre al menos en donde estoy durmiendo, que es en el garaje.

Como os dije, la entrada a la cochera solo es accesible mediante un agujero que hay entre el suelo del bajo y el techo del garaje, que se derrumbó. Dicho agujero es más o menos de un tamaño aproximado de un metro y medio cuadrado. Pues bien, la chapa con la que lo tapo, que es bastante pesada, viene con un pequeño gancho que supongo que sería utilizado para transportarla en las obras. Ese gancho lo he asegurado con uno de esos “perrillos” y lo he unido al hilo de acero. En el suelo de cemento y mediante un alargador, utilicé la máquina de taladrar que tengo e hice un agujero en el suelo justo debajo de la chapa, y ahí metí un perno de acero que acababa en forma de argolla. A este mismo le uní un tensor, y ya lo único que me quedaba por hacer era unir el cable de acero a la argolla. Una vez terminado todo este proceso, ya solo debo utilizar cualquier cosa que sea de acero, como un destornillador o una simple varilla de esas de acero de las que están llenas las calles, y girar el tensor. Con eso consigo que el acero se tense cada vez más, atrayendo hacia el suelo la chapa y pegándola contra el techo del garaje. De esta manera nadie puede acceder a mi dormitorio improvisado mientras estoy durmiendo. Es cierto que dejo desprotegida mi despensa de comida y el lugar donde paso la mayoría del tiempo, pero es la única manera de proteger lo más valioso que tengo, que es mi vida.

Bueno, y ahora después de todos estos tecnicismos, me pongo con la narración de lo que ha sucedido cerca de mi escondite, a la altura de la iglesia del ayuntamiento.

Tres días antes de encontrar la ferretería, salí en busca de algunas botellas, como siempre por la noche para evitar ser detectado. Cuando iba caminando por una de las calles, oí un estruendo cerca de mi posición. Dejé la carretilla bajo un plástico y la volqué, para hacer creer a cualquiera que la encontrara que ya estaba allí y no contenía nada interesante.

Corrí pegado a las paredes de la estrecha calle mientras de vez en cuando me paraba a escuchar, hasta que empecé a percibir unas voces. Me detuve y me introduje en el portal de una de las muchas casas que están derruidas en la calle. Subí hasta el tejado con mucho cuidado y me puse a observar.

Desde allí pude reconocer al menos a diez o doce figuras luchando por la adquisición de una pequeña furgoneta que estaba en medio de la plaza y llena de cajas cerradas. No pude vislumbrar qué contenían, pero debía ser algo muy valioso para formar la batalla que estaban organizando. Era la primera vez que veía en mucho tiempo tanta gente junta, y más tan desprotegidas y sin esconderse. Ni siquiera soy tan consciente de que en la ciudad en la que me escondo haya tantas personas aun vivas.

Estaban combatiendo con todo tipo de armas. Se distinguían perfectamente dos bandos. El primero estaba formado exclusivamente por hombres entrados ya en años. Eran seis, y portaban armas de fuego la mitad de ellos. Los demás sujetaban con las manos enromes machetes y cuchillos de caza. El otro bando, aunque parezca mentira, estaba formado por cuatro personas, tres chicas y un chico, todos ellos menores de quince años. Portaban armas rudimentarias como palos y tirachinas, y una de las chicas, la más alta de ellas, llevaba una honda que, por cierto, manejaba con bastante soltura.

A mi llegada el chico estaba herido en un brazo, y se encontraba parapetado tras una columna de sujeción del ayuntamiento. Las otras tres integrantes de su grupo se encontraban reunidas detrás de un oxidado camión tirando piedras desde su posición y estaban a punto de ser rodeadas por los hombres.

Fue entonces cuando pasó lo que me sorprendió. Un camión de bomberos… sí, como lo oís. Un camión de bomberos irrumpió en la plaza empujando a todos los demás coches que se encontraban en medio de la plaza, y de él salieron otras seis o siete chicas que recogieron a los otros cuatro componentes y se fueron por donde habían venido, dejando a los tíos de las armas de fuego allí tirados. Uno de ellos quedó debajo de uno de los coches que había sido arrastrado por el camión de bomberos, y no hacía más que chillar de dolor porque había quedado atrapado su tobillo bajo la rueda del vehículo.

Tras sacarle de allí, y comprobar el maltrecho tobillo, el que parecía el jefe, un tío alto y con barba negra y espesa le miró y comenzó a discutir a gritos con él mientras otros dos le levantaban y se hacían cargo de ayudarle a caminar. No sé qué se dijeron, pero acto seguido, el que digo que era el jefe, sacó una pistola y le pegó un tiro. Sus dos compañeros acabaron llenos de sesos y trozos de hueso. Yo me quedé allí como un bobo, mirando cómo acababa con su vida y sorprendido por la decisión. Fue entonces cuando el hombre de la barba giró su cuello y miró hacia mi posición, señalando el tejado con el dedo y dando órdenes a sus vasallos de que se hicieran conmigo.

Yo, evidentemente me dejé caer por el tejado, aterricé en la terraza de debajo, y puse pies en polvorosa. Bajé a toda prisa por las escaleras del portal y corrí como un loco por la estrecha calle. Dejé allí el carro y seguí corriendo. Podía haberme parapetado en una esquina y ponerme a disparar desde allí con el rifle, pero las balas de las que dispongo no son muchas, y creía que la distancia que les llevaba sería suficiente para despistarles sin gastar una sola munición. No sé hasta dónde me siguieron pero uno de ellos logró alcanzarme, y escuché tras de mí sus gritos, maldiciones y, sobre todo sus jadeos.

Me escondí en una calle de detrás de mi escondite, y no salí hasta que pensé que ya estaría a salvo. Posiblemente pasaron un par de horas como poco. Yo, como un bobo escondido dentro de las ruinas de una antigua funeraria y rodeado de decenas de ángeles de mármol a los que les faltaban los miembros y las alas a muchos de ellos. Estaba detrás de una lápida rectangular que rezaba:

Julián López Aguado

12-3-1978
12-3-2013

Tu mujer y tu hijo no te olvidan.

Curiosas las fechas de nacimiento y muerte de este individuo. Quien le iba a decir que en alguno de sus cumpleaños le quedaban exactamente tres o cuatro años de vida. La verdad es que tengo que confesar que si hubiera sido consciente de en donde me iba a esconder, no lo habría hecho. Creo que habría sido bastante irónico el que hubiera muerto allí mismo, rodeado de tantos ángeles y tantas lápidas, pero que ninguna fuese destinada a mi persona.

El caso es que después de creer que ya había estado bastante tiempo escondido, y fuera de peligro, salí de mi escondrijo y partí hacia mi casa. No me percaté del cubo de basura que dejaba atrás, ni de las huellas que eran más que evidentes que había recientes alrededor del mismo. Tampoco hice caso a las claras señales de que una mano había arrastrado toda la ceniza que había sobre el cubo y la había tirado al asfalto, dejando en consecuencia una montañita del mismo material.

Iba caminando, pendiente de llegar rápido a mi escondrijo, cuando la tapa del cubo de basura se abrió detrás de mí y escuché el sonido del arma al ser cargada. Lo que después escuché fue el subsiguiente disparo. Pero, en vez de caer al suelo con la cabeza chorreando de sangre y mi alma escapando de mi cuerpo, desperté de mi trance al reconocer el sonido de un cuerpo cayendo desde el cubo y golpeando el asfalto. Me giré, y vi cómo mi perseguidor se encontraba con los sesos esparcidos por la zona y con su arma aferrada a sus manos, a punto de ser disparada. Era evidente que el disparo no había salido de su rifle.

Miré a todos lados buscando al supuesto tirador, pero al no encontrar nada, cogí su rifle, su munición y sus botas, y salí corriendo de allí sin mirar atrás hasta llegar a mi guarida.

Desde entonces no he salido de casa para nada, excepto para recoger un poco de agua y unas pocas lechugas. Tengo miedo de que me estén vigilando y el día menos pensado me encuentre con un tiro en la cabeza o con mi despensa completamente vacía.

La verdad es que no sé por qué aquel tirador me salvó la vida, pero es cierto que tengo que agradecérselo. He pensado que podría ser el mismo que me está robando los huevos y las botellas de agua, pero sería demasiada coincidencia.

Además de todo esto, tengo la impaciencia de averiguar quiénes son aquellos chiquillos que conducían el camión de bomberos, y sobre todo, en donde se refugian. No sólo porque me vendría bien el enterarme cómo se alimentan o de dónde sacan sus víveres, sino porque a lo mejor el espiarles sea beneficioso para mí. Creo que en estos días cuantos más seamos mejor, ya que garantiza una mayor seguridad a la hora de protegerse unos a otros y conseguir comida.

No tengo nada más que contaros, solo que espero oír pronto vuestras voces y recibir mensajes de seguridad, para así saber cómo os va a todos y que me contéis de qué manera estáis sobreviviendo a lo que sea que esté pasando en vuestros escondites.

Mis mejores deseos desde aquí y un saludo desde el otro lado.

jueves, 10 de febrero de 2011

Resumen de Desde el otro lado

Es el año 2013 o 2014. El mundo se ha vuelto loco y una serie de ataques descentralizados desde todos los lugares del planeta ha provocado en caos en todos los paises desarrollados del mundo.

En cuestión de días, más dl noventa por ciento de la población de la Tierra ha sucumbido bajo las bombas de un enemigo al que aun no se ha identificado. Se acusa a los chinos, a los iraníes, coreanos, indios e incluso a los mismísimos Estados Unidos de América, pero a decir verdad, nadie sabe qué ha ocurrido.

José Antonio, desde su propio escondrijo, se convierte en corresponsal de guerra a través de una vieja radio de onda corta encontrada entre los escombros de su ciudad, situada al sur de Madrid, la capital de España. Mandando un mnsaje al vacío de la inmensidad de las ondas, y descorazonado debido a la poca esperanza de encontrar respuesta, utiliza la radio para agarrarse al único desahogo que encuentra en este mundo plagado de cenizas, destrucción y frío.

Pero varios días mas tarde recibe una señal. Alguien le contesta desde el otro lado de la radio, y luego otro, y más tarde otro mas. Jose Antonio se convierte en el escape para varias personas de lugares muy distintos, desde la Argentina septentronal, a los Alpes Suizos pasando por Valencia y el mismísimo Tokio.

Comienzan a informarse de lo que les va sucediendo día tras día, dejando un compendio de transmisiones tras de si a modo de cuaderno de bitácora, que utilizan entre todos como un diario de supervivencia. Usando las experiencias de uno con las de otros, comienzan a darse cuenta que, pese a estar a miles de kilómetros unos de otros, cada vez se van uniendo y estrechando unos lazos que nunca habrían aparecido de no ser por aquel aparato desvencijado que lucía a modo de adorno sobre la estantería polvorienta de un vecino de nuestro protagonista.

Verán caer objetos del cielo, se enfrentarán a desalmados obsesionados con sobrevivir, y, sobre todo, se enfrentarán a ellos mismos, que es precisamente a la única cosa que ningún ser humano está preparado para superar.

sábado, 1 de enero de 2011

La vuelta de Gisicom, ya es una realidad


Quizá esto que voy a anotar en mi Diario es algo que ya todos sabéis, por ello, no voy a extenderme mucho en ello.

Como todos podéis apreciar en la imagen que acompaña a este texto, La Galaxia por fin ha sido de nuevo abierta. Todos podemos disfrutar de nuevo de lo mejor de los cómics del pasado y del momento.

Gracias a todos por seguirme, y nos vemos en http://www.imperiogisicom.com/forum.php

sábado, 25 de diciembre de 2010

El legado de Gilead, Blog sobre reseñas literarias

Hace muchísimo tiempo, abrimos entre un buen amigo y yo, un pequeño rinconcito en el que nos dedicábamos a reseñar las novelas que nos íbamos leyendo en esos momentos, y otras que teníamos en la memoria para ayudar a la gente a que se decidiera entre unas y otras, y hacer más fácil la elección de un libro.

Estuvimos mucho tiempo parados, por unas y otras cosas y al final lo dejamos definitivamente. Pero con eso de la Naviadad, el nuevo año y los nuevos propósitos, me he prometido a mi mismo sacar a flote ese rinconcito, y este en el que nos encontramos aquí.

La verdad es que no sé si alguien sigue asiduamente el Blog, ya que aunque acabamos de cumplir 30000 entradas (que son muchísimas) los comentarios nunca han llenado este espacio. Eso te da un pico de inseguridad y si le sumas la poca calidad de ideas que afloran en mi cerebro respecto a la escritura, tenemos un cóctel my peligroso para el escritor nóvel en ciernes.

Intentaré seguir con El Legado, y al menos una vez a la semana añadir alguna reseña, pero sobretodo intentaré proseguir con Desde el otro lado, un bebé que a medida que ha ido pasando el tiempo, se ha convertido en un niño algo mas crecidito y se me está yendo de las manon, incontrolable, impasible ante el tiempo y sobre todo imprevisible ante su propio creador.

Quizá mis expectativas ante la historia sean demasiado altas, y la misma no merezca mucho la pena a estas alturas, pero al igual que en mi faceta de lector nunca he dejado un libro a medias, tampoco puedo hacerlo con la escritura y me he prometido a mi mismo terminarla, aunque no sepa por donde vaya a salir.

Por ello me despido de vosotros deseándoos a todos un Feliz año 2011 y esperando que para el año que viene estemos celebrando como poco otras 30000 entradas y la finalización de la Historia dl Señor del otro lado.

Un abrazo a todos y os espero tambien en El legado de Gilead. Ahí va la dirección, aunque en el lado derecho tenéis el enlace:

http://legadogilead.blogspot.com/

martes, 14 de diciembre de 2010

Faérika, ilustradora de Fantasía y Ciencia Ficción


No es algo habitual en este Blog el publicar artículos ajenos a la escritura de mi propia persona, pero creo que en esta ocasión, el hecho está más que justificado, y ahora veréis el por qué.

Si leeis habitualmente mi Blog ( y si no pues yo os lo explico) sabréis que hace tiempo escribí un relato llamado El experimento. El mismo acabó siendo ilustrado por una compañera del foro llamada Lucrecia, pero más conocida por todos como Faerika. Sus ilustraciones para este relato que tambien están en este Blog, me encantaron, y desde entonces no pierdo huella de lo que está haciendo en la actualidad.

Es por eso que me he lanzado a haceros una pequeña exposición de sus dibujos, para que disfrutéis de su arte como lo hago yo de vez en cuando poniendo sus ilustraciones como salvapantallas de mi ordenador.

Pero primero dejad que os cuente algo sobre ella.

Lucrecia nació en Santander, en el año 1982. Desde pequeña ya se sintió atraida por las suntuosas formas de la naturaleza y por los elementos orgánicos presentes en la misma, lo que la llevó a comenzar a interesarse por el mundo de la ilustración fantástica y de Ciencia Ficción.

A la edad de 19 años, cambia su residencia cántabra por Bilbao, donde tiene su primer contacto con el mundo del cómic y la ilustración. Siempre autodidacta, continúa su aprendizaje enfocándolo hacia nuevas técnicas de color. Es en este período cuando empieza a experimentar con el color digital.

Durante este tiempo, hace varias obras para el sitio web de juegos de fantasía épica www.Zhirsanaq.net, y el sitio web sobre mitología Celta (www.fillos.org. Tambien es por esa época cuando se inicia en el mundo de los cómics y se atreve con algunos diseños de personajes para desarrolladoras de videojuegos.

Mas tarde, su espíritu aventurero le hace cambiar el espíritu natural y verde de los bosques del norte, por las playas y el sol de Tenerife, donde reside en la actualidad. Allí, desde su nuevo retiro artístico toma contacto con las técnicas tradicionales como el óleo, el acrílico y las tintas, y comienza a experimentar con otros materiales para conseguir nuevas texturas. En este periodo colabora con Gisicom, página destinada a la difusión de los cómics y la ayuda a los nuevos talentos de la ilustración y la escritura, para la realización de la revista Gisicom Magazine, siendo además la artista invitada.

Actualmente, aunque se dedica casi exclusivamente al mundo del cómic y de la ilustración de historietas, realizando diversidad de muestras y proyectos propios, así como a realizar diseños de concepto y de personajes, organiza exposiciones para mostrar sus últimos trabajos, sus pinturas al óleo más recientes, o incluso sus ilustraciones en técnicas tradicionales.

Artista de amplio espectro, actualmente también colabora con fotógrafos como modelo de fotografía artística y creativa.

Su estilo es muy definido, captando a la primera viualización de sus ilustraciones, la esencia de su mano. Sus personajes tienen un estilo muy característico, siendo sobre todos ellos los mas destacables aquellos que pueblan sus mundos fantásticos, unos mundos de los que solo ella tiene registros fotográficos sacados de la misma esencia de su mente.

Muchos personajes están dotados de una fusión humana e insectoide que dota a la imagen de un halo espectral difícil de etiquetar en otros autores. Su diseño de las formas de las manos, o las proporciones corporales de los seres que dibuja son cuasi perfectas, dotándoles de una fluidez en el trazo increiblemente sutil a la vista.


Espero que sus ilustraciones os gusten tanto como a mi. Si os habéis quedado con ganas de más, tenéis un banner a la derecha del Blog en el que podréis disfrutar de su arte, o copiad este enlace para ir directamente a su galería: www.faerika.com Si no, siempre os quedará la duda de saber si realmente, esa ilustradora de cómics ahora famosa en el mundo entero, un día os pudo haber realizado una ilustración personalizada cuando aun era una desconocida para el mundo.

Pensáoslo mientras me despido de vosotros con esta preciosa postal navideña de su puño, pluma y tinta.

martes, 30 de noviembre de 2010

La forja de una leyenda. Parte II



Quien se lo iba a decir. Acababa de encontrar al artífice de uno de los mapas mas famosos de la historia de la navegación, una joya imposible, y él, Don Tomás Careño, acababa de dejarlo todo anotado en unas cuantas hojas de papel. Triunfante, se sentó en el pequeño escritorio bajo la minúscula y redondeada ventana del habitáculo; Encendió una vela, y, bajo la naranja penumbra, se preparó un vaso de ron tibio para festejar su afortunado hallazgo. Mientras daba término a la copa de peltre, abrió una pequeña cajita de madera, y sacó una bonita pipa tallada de madera blanquecina, que llenó con un tabaco aromático procedente de uno de sus viajes al oriente.

Pasó horas allí sentado, observando el humo de su pipa, y degustando en su paladar los matices de ese sabor extraño, casi frutal, que desprendía esa hierba ancestral. Ya al amanecer, el apaleado despertó, sintiendo todos los huesos de su cuerpo doloridos y preguntándose cual habría sido su destino para acabar en aquel sucio y lobregoso sótano. Al ver allí sentado a Tomás, al principio sintió miedo, mirándole fijamente a los ojos, como escrutándole.

Al cabo de un rato, y tras una pequeña conversación sobre lo sucedido el día anterior, el dolorido cerebro de aquel hombre comprendió y recordó todo lo sucedido en el muelle. Pasó allí el día, acompañando a Tomás en la comida, y conversando animadamente sobre temas de navegación, y por supuesto, omitiendo ambos el tema del pequeño manuscrito desprendido de los pantalones del invitado. Al día siguiente partió de allí, no del todo recuperado pero si muy agradecido. Como pago al servicio altruista prestado, le obsequió con treinta monedas de plata, una auténtica fortuna en esa época, de la que se sintió muy agradecido el improvisado enfermero.

Con todo su plan más que comenzado, tan sólo le quedaba conseguir dos cosas, y la primera era encontrar al hombre que le llevaría a unirse con la gloria y con el destino. Tardó casi siete meses en encontrar a su objetivo, y tras una breve conversación con su daga, el dueño del destino de Tomás, exhalaba su último aliento frente a las costas de Cartagena, rumbo a la deriva y dentro de un barril lleno de rocas. Todo estaba hecho, en orden, y maquiavélicamente colocado.

Tras un breve viaje a Portugal, y despues de visitar la corte y a sus monarcas, partió de allí, dejando atrás a los reyes de ese país con el pensamiento en la cabeza de la poca vergüenza y la extrema osadía de aquel que atravesaba en ese momento las puertas de la sala, que lo hacía con una sonrisa altiva en el semblante.

Con el ánimo exaltado, y con su espíritu lleno de júbilo, tiempo después atravesaba las praderas castellanas en busca de otros monarcas, esta vez los españoles, y más concretamente a la temible Reina Isabel la Católica su marido, Fernando el Católico. Se reunió con ella varias veces, y de esas conversaciones nada se supo, ni tan siquiera las palabras que lograron convencer a la reina para partir en busca del futuro, con la ayuda de tres carabelas, La Pinta, La Niña y La Santa María.

Todo esto, contado de boca de Tomás, parecía que había ocurrido ayer mismo, pero realmente habían pasado meses desde que partieron desde el Puerto de Palos. Y ahora, allí estaba él, tranquilo, altanero, seguro de sí mismo, y con la mirada al frente escrutando el cielo, hasta que la tranquila expedición se vió alterada por una voz en las alturas, desgarradora, eufórica:

- ¡¡Tierra mi Capitán!! ¡¡Tierra a la vista¡¡



Por fin lo había conseguido. Había escrito un nuevo capítulo en la Historia del mundo.

Y la Historia diría que Cristóbal Colón, un hombre que según unos había nacido en Génova, y según otros en Sevilla, había tocado tierra en el continente americano, en las Indias, en el Nuevo Mundo, el día 12 de Octubre de 1492, y todo ello, para el grandioso Reino de Castilla y Aragón.

Pero, lo que nadie sabría, y no se anotaría en ningún sitio, es que el verdadero Cristóbal Colón, era pasto de los peces frente a las costas Cartaginesas, y que, gracias a un marino apaleado llamado Piri Reis, Don Tomás Careño, nacido en Móstoles en el año 2125, se había valido de un viaje en el tiempo para crear a su antojo el curso de la historia, y dejarla escrita para siempre en los anales del Tiempo.

lunes, 29 de noviembre de 2010

La forja de una leyenda. Parte I

El barco zozobraba con un crujir que hacía recordar al sonido de los puentes de madera siendo pisados por unas fuertes botas. El viento soplaba del este, tibio y con un olor a sal que embriagaba las fosas nasales de toda la tripulación. El sol caía a plomo con justicia, pero gracias a la velocidad de la nave y a la brisa que soplaba a varios metros de altura sobre el mar, se creaba en la cubierta una sensación de frescor, bajando consiberablemente la temperatura real del barco.



Faltaba poco para llegar, él lo sabía. No era un pálpito, ni tan siquiera una apuesta personal o un acto de fe. Simplemente,él lo sabía. Tomás Careño lo sabía, mientras desplegaba su grueso y oscurecido mapa y le echaba un último vistazo, comprobando meticulosamente las mediciones allí anotadas por él mismo.

Le había costado mucho tiempo y mucho dinero. Mucho más de lo que nadie podría imaginar. Durante muchos años, se especuló sobre cual habría sido el motivo que le permitió llegar a su destino con tanta determinación y rapidez. Qué secretos albergaba en su poder para arriesgarse en tan peligroso viaje, poniendo en duda su propia reputación, y provocando que la sociedad del momento le calificara de lunático. Pero eso le daba igual. Él sabía que su destino estaba allí y lo sabía con prodigiosa seguridad.

Había recorrido de este a oeste el viejo continente. Había andado por el norte de Europa, frío como la nieve de los fiordos noruegos. Había caminado junto a una caravana de especias hasta la mismísimas indias. Había visitado a los grandes marinos italianos, buscando el legado del mismísimo Marco Polo. Estudió concienzudamente los mapas de los navegantes portugueses, y recibió clases de orientación nocturna de manos de un poblado druida asentado en los bosques franceses.

Estaba convencido de que con constancia, encontraría la señal que le permitiría por fin empezar su objetivo en este mundo, pero cada vez le quedaba menos tiempo, y la fecha de partida se le acercaba peligrosamente. Fue cuando pasó todo. Un día el destino llamó a su puerta, y Tomás, la abrió de par en par.

Era una noche de tormenta, calurosa, en la que ocupaba la bodega de un barco, y que había convertido en un camarote improvisado. Estaba tumbado recogiendo notas y memorizando las estrellas del firmamento de unos viejos manuscritos sustraidos de la colección personal de un marino flamenco, cuando unos gritos en el exterior provocaron su curiosidad y su salida a la cubierta.

En el muelle había un hombre tirado encima de un charco de barro, y estaba recibiendo la paliza mas horrible que Tomás hubiera visto nunca. Vestía humildemente, pero ciertos detalles de su indumentaria revelaban que aquel que yacía tirado en el suelo era de origen noble, y precisamente eso mismo habían advertido los tres rateros que pateaban sus riñones con perseverancia.



Con la angustia en la garganta, miró en derredor y con su mano derecha, se aferró a lo primero que fué capaz de palpar con la palma de su mano, que resultó ser la tapa de madera de un barril situado en la proa del barco. Corió hacia los tres salvajes maldiciendo a gritos, y moviendo bruscamente los brazos, con la tapa de madera en su mano derecha a modo de espada caballeresca. Los tres tipos al ver semejante prueba de fiereza, salieron al galope, dejando al pobre desdichado sin sentido en el suelo. Tomás se acercó a él, y con su cuerpo inundado de frenética adrenalina, levantó al hombre por sus axilas, y, como pudo, lo llevó a su camarote escaleras abajo.

Después del esfuerzo sobrehumano realizado, tumbó al tipo en el camastro, le quitó las botas de sus pies, y le despojó de sus chorreantes ropajes, que dejó allí tirados en el suelo. Abrió el baul, y sacó unas ropas que en un rato le servirían al apaleado para al menos refugiarse del frío por esa noche.

Tomás le limpió las heridas, le curó los golpes y lavó sus ropajes en la cubierta, dejándolos tendidos entre las sogas del velamen. Fue entonces cuando lo oyó. Era el destino el que estaba aporreando las puertas de su futuro y se había materializado en forma de simple cuadernillo. Era del tamaño de una libreta de apuntes de un chiquillo y con las tapas de color ámbar, gastadas por el uso. Se inclinó a cogerlo, y al mismo tiempo que se apoyaba en la barandilla de la popa, empezó a pasar las hojas, primero muy despacio, pero a medida que pasaban los segundos, la velocidad de su acto comenzó a ser frenética y su cara empezó a tornarse de júbilo.

Bajó corriendo a la bodega, y tras cerciorarse de la inconsciencia del enfermo, cogió pluma y papel, y, como un poseido, comenzó a copiar letra por letra las anotaciones y dibujos del pequeño manuscrito. Referencias, cabos, golfos, rocas, edificios... hasta la fauna y flora de la zona, estaba descrita en aquel valioso documento.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Enterramiento Oscuro. Parte II

Bajo la preciosa bóveda pintada de color azul y ante los escrutadores ojos de su Señor y su Señora, los tres operarios se afanaban en cumplir a rajatabla las estrictas normas de su profesión.

Con ayuda de una polea, empezaron a bajar el ataúd al foso. Éste pesaba casi cuatro quintales en vacío, y con el cadáver de la princesa en su interior sobrepasaba los cinco con mucho. Mientras arriba, Andreu y José mantenían tensada la cuerda con el féretro en vilo, Juan, sujetándolo con mucho cuidado, lo orientaba hacia el suelo con la delicadeza de un mecánico de relojes. Cuando éste por fin estuvo posado en el piso de tierra húmeda, el anciano les pidió que lo alzaran un poco para poder situarlo en la posición correcta, con la cabeza de la fallecida hacia el Norte y sus pies hacia el Sur.

Al acabar esta acción, José le señaló al chico la zona del confesionario, bajo el ábside principal, y éste inmediatamente entendió los ademanes de su compañero. Se encaminó hacia el fondo del templo, subió un cajón de madera sobre la carretilla y empujándola, acercó su contenido al borde del foso. Después, ató la cuerda de la polea a la caja que contenía las herramientas y con mucho cuidado de no acertar a su maestro en la cabeza, la hizo descender con delicadeza.

Terminada la parte de la recogida de la cuerda y la polea, Juan subió y ayudó a Andreu y a José a colocar las cinchas para la sujeción y el posado de la losa sobre la plataforma de madera. Ésta estaba provista de ruedas para facilitar el traslado del enorme peso, y en cada una de las esquinas había una hondilla hecha con cuerda trenzada que permitiría a los dos jóvenes sujetarla en alto mientras procedían a la colocación de la piedra en la tabla. Una hora completa les llevó realizar este trabajo a los dos aprendices, tiempo que el maestro empleó para dar forma al estrecho tocón de madera que Andreu le había acercado. Tras comprobar que su aspecto era el correcto, abrió el ataúd e inspeccionó su interior. Se persignó tres veces y se sentó en el suelo de tierra, esperando a que sus pupilos llegaran para seguir con el procedimiento.

Pronto llegaron los dos chicos y comenzaron a echar al fondo del foso las rocas que habían transportado desde el jardín. Un aroma dulzón atravesó la puerta de la catedral, impregnándolo todo de un olor a violetas muy característico en estos trabajos, símbolo de que el mal estaba al acecho observando el proceder de aquellos tres minúsculos mortales.

Una vez todas las rocas se encontraron en el interior del agujero, Juan miró seriamente a Andreu, y sin proferir palabra realizó un gesto de asentimiento con la cabeza que el chico no tardó en interpretar. Alejándose de la zona de trabajo, cerró las puertas de la catedral, que acompañaron al sonido del viento con el chirriar de las bisagras, oxidadas por el paso del tiempo. Cuando las dos enormes piezas de madera se juntaron, Andreu cerró los goznes de hierro forjado, y se arrodilló en el suelo frente a la puerta con la vista en dirección a la imagen de Jesucristo crucificado. Sus brazos, abiertos hacia los lados como los del Señor, mandaban una súplica. Él les protegería de lo que iban a hacer a continuación. A partir de este momento, nadie entraría en la catedral hasta el día siguiente, al amanecer.

-¿Estáis preparados? –Preguntó el anciano mirándolos a los dos a la cara y con expresión sombría tras esperar la llegada de ambos. Los dos asintieron con la cabeza sin titubear. –Si es así, procedamos.

Juan levantó la tapa de su cajón lleno de herramientas y sacó de su interior una enorme cuchilla metálica pulida. Tenía forma de cruz, y los bordes inferiores estaban afilados como los de una guillotina. La dejó dentro del ataúd, cerca de la roja cabellera de la princesa y siguió sacando objetos del arcón. El rosario, el trozo de madera al que había dado forma anteriormente y una enorme maza del mismo material fueron apareciendo de su interior y aposentados sobre el cuerpo de la joven fallecida.

Andreu, nervioso y casi en éxtasis, cogió una de las grandes rocas y la estrelló contra la espinilla izquierda del cadáver, escuchando el chasquido de los huesos astillados de la princesa. Sin dejar pasar ni un segundo, cogió otra de las piedras y la estampó sobre la otra pierna. A la vez que el chico colocaba los bloques sobre los tobillos de la doncella, José hacía lo mismo contra sus brazos y sus caderas, asegurándose de vez en cuando de su perfecto posicionamiento mediante unos golpecitos con la palma de la mano en la superficie de la roca. Todo iba a la perfección, y ya eran casi las siete de la tarde.

Andreu cogió el rosario plateado que su maestro había estado puliendo en la mañana, y lo acercó a las manos de la princesa. Con ellas levantadas, empezó a darle vueltas alrededor de las estrechas muñecas, haciendo fuerza a cada una de ellas para asegurarse de que el nudo no se soltaría jamás. La frialdad de la piel de la joven estremecía el alma de Andreu, provocando millones de estímulos extraños en su mente.

Terminado el atado, asintió, sabiendo que su parte estaba terminada. Acercó a José la piedra más pequeña que habían traído y se apartó un poco de la zona de trabajo. Éste, con mucho cuidado, abrió la boca de la joven y haciendo fuerza con las manos empujó hacia abajo su mentón. Sus blancos dientes como perlas aparecieron por entre aquel abismo negro del que escapaba un aroma agrio a putrefacción. Intentando olvidarse de esos signos, introdujo la piedra en la boca del cadáver y la asentó contra los dientes con un sonoro golpe de la maza. Un crujir sordo heló la sangre de Andreu.

A todo este trabajo acompañaba la figura de Juan, que movía su cuerpo con una efectividad tal que al chico le parecía que el anciano levitaba y sus pies no tocaban el suelo que estaba pisando. Supervisaba las acciones de José asintiendo de vez en cuando, y acercando en ocasiones sus manos para modificar la posición de alguna de las rocas.

Acabada la fase de las rocas medianas, el maestro cogió la pieza de madera tallada y la levantó hacia la bóveda azul, como ofreciéndosela al cielo, al Señor Todopoderoso. Miró a sus pupilos, y éstos asintieron. Mientras, José cogió la cuchilla con forma de cruz y se arrimó al borde del ataúd.

Sin dudar ni un segundo, Juan dejó caer la estaca de madera y con un sonido húmedo atravesó el pecho de la dama. De repente, la cetrina piel del cadáver se volvió gris, y las venas cercanas a la superficie se dejaron ver a través de la carne de su dueña. Cambiaron a un tono azulado, para de inmediato transformarse en un violeta fuerte y enfermizo. Ésta levantó la cabeza con vigor, y chilló con toda la rabia de su malévola naturaleza, despertando en Andreu un miedo primigenio.

Juan, sin inmutarse, golpeó tres veces mas contra el pecho del cadáver con toda la fuerza de su alma. El cuerpo antes muerto de la princesa, intentaba patalear, deshacerse del peso de las rocas, pero no lo conseguía. Sus manos se abrían y se cerraban como garras de águila, y a cada estertor su piel cambiaba de color a causa de las numerosas venas visibles a través de aquella piel casi transparente.

Al cabo de unos segundos infernales y eternos, la doncella dejó de patalear, y tan solo un gruñido comenzó a escaparse de su garganta, como un gorgoteo. Juan, seguido de Andreu, se acercó a la última roca que coronaba la estancia y con ayuda del joven pupilo la colocaron sobre la estaca, que atravesaba por completo el corazón de la bestia hasta tocar con la punta el fondo satinado del féretro.

Mientras todo esto ocurría, la princesa no paraba de gruñir, y aquel gutural sonido salido de su garganta reverberaba por toda la catedral acrecentando en Andreu esa sensación de malignidad que le acechaba desde la mañana. Miraba a su antigua señora con un miedo innatural, mientras ésta movía sus ojos verdes de pesadilla hacia todos los lados y sus cabellos rojos y peinados se iban oscureciendo cada vez más.

Juan, cargado con la experiencia del que hace un trabajo todos los días, pidió a José la cuchilla con forma de cruz y la posó contra la garganta del demonio encarnado en la joven muerta. Llamó a Andreu y éste se acercó al cadáver con la maza en la mano. Un leve temblor se había apoderado de su muñeca.

-Acábalo. –Susurró su maestro.

Su semblante se estremeció. Una rigidez confusa se apoderó de sus sentidos cuando notó cómo aquellos ojos verdes se clavaban en los suyos suplicándole perdón.

- No lo hagas. - Le decía una voz femenina en su mente. - Yo te llenaré de amor, de poder, de sensaciones que jamás podrás experimentar en tu vida mortal. Te colmaré de caricias, de besos y de toda la lujuria que aun no has sido capaz de paladear. Porque ¿Aún no has retozado con una dama en su lecho, verdad Andreu? - Su voz le tenía hipnotizado, perplejo. Le obligaba a mirarla fíjamente a los ojos. Unos ojos cargados de verdad, de buenas intenciones...

Provisto de una energía que no sabía que poseía, levantó sobre su cabeza la pesada maza y la dejó caer, otorgándole a ese movimiento toda la furia que había estado acumulando durante las últimas horas. A pesar del miedo que tenía a fallar el golpe, aumentado por el escalofriante sonido que salía de la garganta de la muerta, acertó en el centro de la cruz y su filo atravesó el cuello de la joven, quedándose clavada en la madera del fondo.

Un líquido negro como la brea y maloliente como las aguas de un pantano, empezó a manar de la herida de la doncella. Brotaba de su cuello como si este fuera un manantial, inundándolo todo de aquel aroma infernal. Tras el golpe, el silencio volvió a reinar en el templo y todo lo que siguió a continuación fue acompañado de la quietud y la paz en la divina estancia.

Después de sacar del agujero todas las herramientas, Andreu bajó al foso y colocó la cabeza de la princesa en sus propios pies, entre dos de las piedras de los tobillos. Cerró la tapa y dejó la herramienta con forma de cruz sobre el ataúd.

Tardaron dos horas más en cubrir todo con la tierra extraida del cementerio del exterior, y una vez llena la tumba, colocaron la losa de piedra y la sellaron con el mortero sobrante de la mañana, aun húmedo gracias a la fresca temperatura del sagrado recinto.
La piedra no rezaba ninguna inscripción. Era una tumba muda, anónima.

Al amanecer del nuevo día, el pueblo seguía como antes, imperturbable e ignorante de lo acontecido en su propio templo, despidiéndose de tres figuras humanas y una mula que se alejaban de la capital, dejando atrás una princesa muerta y enterrada bajo suelo sagrado.

Cuando el sol apareció en el horizonte, una princesa de cabellos rojos como el fuego y ojos verdes como la espesura del bosque, sólo veía oscuridad en su lecho y la convicción de que el tiempo sería eterno para ella.

Basado en hechos reales.

Enterramiento Oscuro- Parte 1

Las puertas de la catedral se encontraban abiertas de par en par y la luz del día se filtraba por entre los cristales de las vidrieras, dando al ambiente un alegre color artificial que ayudaba de manera sobrenatural a la tarea de los tres hombres allí atareados. Juan, José y Andreu trabajaban a destajo. Sus cuerpos no paraban de sudar por culpa de la época en la que había muerto la princesa. Era pleno verano, y las campanas de la catedral acababan de tocar las doce.

Tras hacer un hoyo en el suelo y echar toda la tierra en su carretilla de madera, José llevó el último viaje hacia la catedral con ésta llena de tierra y huesos de antiguos cuerpos enterrados. Lo que estaban haciendo, no pasaría de ser visto como un pecado sublime a ojos de los parroquianos. Desenterrar restos de niños y ancianos no aparecía en ninguno de los libros con los que ellos mismos habían sido educados.

Andreu, el más joven de la cuadrilla, se encontraba bajo la imagen de una Virgen que sujetaba en brazos a un recién nacido Jesucristo, envuelto por una fina mantilla de color azul. Su cometido era el de terminar de forrar las paredes de la fosa con un sólido muro de ladrillos de arcilla cocida. Llevaba ya tres cuartas partes cuando apareció sobre él la anciana figura de Juan, el más veterano de los tres y supervisor de tan extraño trabajo.

- ¿Cómo lo llevas Andreu? - Preguntó, acuclillándose sobre el borde del agujero y mirando a su aprendiz desde arriba.

- Como puedo maestro, como puedo. Este calor me está matando, y no quiero ni hablarle de mis nervios. Sigo diciendo que este trabajo no me gusta. Si me da miedo tratar con ciertos vivos, no le quiero ni mencionar con los muertos.

Mientras hablaba, Andreu se frotaba con su mano derecha la frente, intentando infructuosamente limpiarse el sudor que caía en sus ojos y consiguiendo en su lugar manchar de barro sus pobladas cejas negras.

- ¿Cuántas veces te tengo que decir… - Comenzó a decir Juan, pero sin terminar la frase por culpa de la grave voz de José, que llegaba con el carro lleno de tierra, empujándolo hasta el borde del agujero.

- … que los que tienen que preocuparte son los vivos, ya que los muertos son inofensivos. – Replicó con una sonrisa en la boca. – Por eso están muertos, ¿No? Pero esta muerta tiene trampa maestro. Entienda al chico, aún es muy joven.

Juan miraba a su primer discípulo con orgullo. Le gustaba su manera de ser, ya que aunque decidido en su trabajo, también era previsor para todo lo que hacía, evitando así cualquier cabo suelto.

- Bueno, bueno… Démonos prisa que se nos echa encima la noche y aun nos queda traer la losa de piedra hasta aquí. – La mano de Juan señalaba hacia afuera, a una gran tapa rectangular de roca gris que se encontraba apoyada sobre la pared en la entrada de la catedral, junto a las dos gigantescas puertas que daban la bienvenida al recinto sagrado.

Pasaron las horas, y el joven aprendiz terminó el trabajo que le habían encomendado. Salió del foso por la escalera de madera que había colocada sobre el borde del agujero y apoyó su mano derecha sobre una las baldosas de mármol blanco que formaban el precioso diseño con forma de tablero de ajedrez que constituía el piso del templo. Le temblaban los músculos de los brazos debido al esfuerzo, y le dolían las manos al intentar cerrarlas. Pero el trabajo merecería la pena. Toda aquella diligencia daría su fruto esa misma noche y serían recompensados con la gloria divina del Señor.

-¡Andreu! – Gritó Juan desde el lado más alejado del templo. –Si has terminado no te quedes ahí parado. Ven aquí y ayúdame con esto. – Juan, mientras hablaba, dejó de mirar al chico para seguir con la tarea que estaba realizando. Mientras con una mano sujetaba un rosario, con la otra embutida en un paño sacaba brillo al plateado metal del que estaba hecho el collar sagrado.

Andreu, presuroso, llegó en segundos al lugar que le señalaba su maestro y se apoyó con las manos bajo la barbilla observando los movimientos diestros de las manos del anciano. La delicadeza con la que trataba las esféricas piezas del rosario, mostraba la devoción y la rectitud con la que se entregaba su tutor con todo trabajo en el que se embarcaba.

-Maestro, -Comenzó el chico, buscando cada una de las palabras para no ofender al viejo. -¿De verdad necesita mi ayuda para sacarle brillo a ese rosario de plata? Creo que debería emplearme para trabajos más duros. No creo que su espalda aguante los esfuerzos como cuando era joven.

Sin dejar de trabajar en el pulimento del rosario, Juan volvió a humedecer con aceite el paño de algodón y siguió frotando con fuerza la cruz del final del objeto. Una sonrisa llenó su arrugado rostro.

-No te preocupes, Andreu. Para mi novicio preferido tengo otro pequeño encargo. Levanta la tela de donde estás apoyado, y con cuidado, lleva lo que tienes debajo de los codos al borde del nicho. Después llama a José, que creo que está en el cobertizo, cerca de los rosales, y dile que ya has terminado con tu parte.

Con cuidado, el chico sujetó la tela con su mano más limpia y tiró de ella, intentando apartar la cara de lo sabía que iba a aparecer tras el tejido de color granate. La tela se escurrió de la superficie de madera como si hubiera sido impregnada con aceite. Bajo la cruz bordada en hilo de oro, había un enorme ataúd barnizado en un color tan oscuro como la miel de las abejas. Aun se podían ver los pelos de la pequeña brocha con la que había sido extendida la capa protectora. Una pequeña ventana de la caja fúnebre mostraba la imagen de la princesa, muerta la noche anterior. Su rostro cetrino contrastaba con el verde profundo de sus ojos, que se encontraban abiertos y provocaban en Andreu súbitos escalofríos.

Pese a haber visto la muerte igual de cerca en muchas ocasiones, esta vez era diferente. La carne de aquel cadáver, aún después de haber perdido todo rastro de vitalidad posible, seguía aparentando la viveza con la que días antes se paseaba su dueña por los jardines de su palacete. Su piel estaba tensa, lisa, y las pocas arrugas que presentaba en vida alrededor de los ojos habían desaparecido de su sitio, dando a sus facciones un aspecto mas afilado y sinuoso. Los ojos eran lo peor del rostro. Aun seguían verdes, vidriosos, con un blanco limpísimo y puro, casi sobrenatural, y su gran pupila negra como el azabache mostraba una profundidad capaz de rivalizar con la del pozo más hondo del tercer círculo infernal de Dante.

Intentando no mirar aquella faz, Andreu comenzó a empujar el ataud ayudado de las ruedas de madera que se encontraban bajo la mole de pino lacada. Con el rabillo del ojo atisbaba levemente el subir y bajar de los tirabuzones rojos del cabello de la princesa.

Al llegar al borde de su agujero, dejó allí su carga y se encaminó hacia la puerta del templo en busca de José.

-¡Y no os olvidéis de las rocas! –Chilló Juan desde el final de la catedral, de nuevo sin levantar la vista de su trabajo.

José, como bien había dicho el maestro, se encontraba dentro del cobertizo del jardín, atareado con una rueda de afilador a la que daba vueltas con ayuda de su pie derecho. Mientras acercaba el filo de un pequeño cuchillo al borde de la piedra, de vez en cuando lo mojaba con un poco de agua que tenía dentro de un oxidado recipiente de latón.

- José, - Dijo Andreu al atravesar el quicio de la puerta del cobertizo - el maestro quiere que nos ocupemos ya de las piedras.

- Vale, ya he terminado con esto. Vamos para allá. - Contestó José mientras guardaba el cuchillo en la funda que colgaba de su cinturón.

Sin esperar a su compañero, el chico se dio la vuelta y cogió la primera piedra blanca. Pesaba alrededor de arroba y media, y era del tamaño de una calabaza mediana, por lo que no sin esfuerzo, comenzó a desandar el camino que le había traído hasta el cobertizo. José, siguiendo su estela, cogió una roca algo más grande y se encaminó hacia la entrada de la catedral.

Tras varios viajes más, los dos jóvenes se sentaron cerca del pozo del jardín con las manos en los riñones y con la respiración acelerada debido al esfuerzo realizado. Andreu no había podido aguantar el calor, y se había quitado la sucia camisa que llevaba puesta, dejando al descubierto los pequeños músculos que estaban comenzando a marcársele en su joven cuerpo. El sudor acumulado en los bordes de cada uno de ellos reflejaba el sol, y parecía que un aura de pureza le envolvía de manera divina, solamente manchada por los pequeños arañazos que le había propinado la carga de las piedras sobre su abdomen.

Por detrás de un seto con forma de corazón, asomó la cabeza Juan, con una jarra de agua fresca en la mano y tres vasos de arcilla en la otra. En una bolsa de tela que llevaba atada a una de sus muñecas, asomaba una hogaza de pan y un trozo de queso.

- Venga, paremos un rato y almorcemos. –Dijo el maestre sentándose en el suelo mientras apoyaba la espalda en la fría roca del pozo. –Creo que hasta el Señor entenderá nuestra parada. Vamos Andreu, -Señaló al chico con la mitad del pan en la mano. – sírvete tú primero, que te hará más falta que a José. No tienes a una bella moza esperando en casa con la que poder gastar las energías tras un día de arduo trabajo…

Las carcajadas de José ruborizaron a Andreu por un momento, que con una sonrisa reprimida cogió la hogaza de pan, comenzó a cortar un generoso trozo de queso que a continuación ofreció a su maestro y a su compañero José y hasta que estos no se hubieron metido en la boca el primer bocado, él no empezó a devorar los manjares. Otro gesto le habría parecido descortés por su parte.

Pasaron veinte minutos, muchas risas y un pequeño pellejo de piel lleno de vino dulce con clavo, hasta que los tres profesionales comenzaron de nuevo a trabajar. Eran casi las cuatro de la tarde, y Andreu sabía que el trabajo que iban a realizar necesitaba del más profundo silencio y la mayor profesionalidad posible. A ojos de muchos aldeanos, lo que estaban a punto de hacer no era más que un acto de superchería, pero él sabía que no estaban del todo locos haciendo lo que hacían.