martes, 30 de noviembre de 2010

La forja de una leyenda. Parte II



Quien se lo iba a decir. Acababa de encontrar al artífice de uno de los mapas mas famosos de la historia de la navegación, una joya imposible, y él, Don Tomás Careño, acababa de dejarlo todo anotado en unas cuantas hojas de papel. Triunfante, se sentó en el pequeño escritorio bajo la minúscula y redondeada ventana del habitáculo; Encendió una vela, y, bajo la naranja penumbra, se preparó un vaso de ron tibio para festejar su afortunado hallazgo. Mientras daba término a la copa de peltre, abrió una pequeña cajita de madera, y sacó una bonita pipa tallada de madera blanquecina, que llenó con un tabaco aromático procedente de uno de sus viajes al oriente.

Pasó horas allí sentado, observando el humo de su pipa, y degustando en su paladar los matices de ese sabor extraño, casi frutal, que desprendía esa hierba ancestral. Ya al amanecer, el apaleado despertó, sintiendo todos los huesos de su cuerpo doloridos y preguntándose cual habría sido su destino para acabar en aquel sucio y lobregoso sótano. Al ver allí sentado a Tomás, al principio sintió miedo, mirándole fijamente a los ojos, como escrutándole.

Al cabo de un rato, y tras una pequeña conversación sobre lo sucedido el día anterior, el dolorido cerebro de aquel hombre comprendió y recordó todo lo sucedido en el muelle. Pasó allí el día, acompañando a Tomás en la comida, y conversando animadamente sobre temas de navegación, y por supuesto, omitiendo ambos el tema del pequeño manuscrito desprendido de los pantalones del invitado. Al día siguiente partió de allí, no del todo recuperado pero si muy agradecido. Como pago al servicio altruista prestado, le obsequió con treinta monedas de plata, una auténtica fortuna en esa época, de la que se sintió muy agradecido el improvisado enfermero.

Con todo su plan más que comenzado, tan sólo le quedaba conseguir dos cosas, y la primera era encontrar al hombre que le llevaría a unirse con la gloria y con el destino. Tardó casi siete meses en encontrar a su objetivo, y tras una breve conversación con su daga, el dueño del destino de Tomás, exhalaba su último aliento frente a las costas de Cartagena, rumbo a la deriva y dentro de un barril lleno de rocas. Todo estaba hecho, en orden, y maquiavélicamente colocado.

Tras un breve viaje a Portugal, y despues de visitar la corte y a sus monarcas, partió de allí, dejando atrás a los reyes de ese país con el pensamiento en la cabeza de la poca vergüenza y la extrema osadía de aquel que atravesaba en ese momento las puertas de la sala, que lo hacía con una sonrisa altiva en el semblante.

Con el ánimo exaltado, y con su espíritu lleno de júbilo, tiempo después atravesaba las praderas castellanas en busca de otros monarcas, esta vez los españoles, y más concretamente a la temible Reina Isabel la Católica su marido, Fernando el Católico. Se reunió con ella varias veces, y de esas conversaciones nada se supo, ni tan siquiera las palabras que lograron convencer a la reina para partir en busca del futuro, con la ayuda de tres carabelas, La Pinta, La Niña y La Santa María.

Todo esto, contado de boca de Tomás, parecía que había ocurrido ayer mismo, pero realmente habían pasado meses desde que partieron desde el Puerto de Palos. Y ahora, allí estaba él, tranquilo, altanero, seguro de sí mismo, y con la mirada al frente escrutando el cielo, hasta que la tranquila expedición se vió alterada por una voz en las alturas, desgarradora, eufórica:

- ¡¡Tierra mi Capitán!! ¡¡Tierra a la vista¡¡



Por fin lo había conseguido. Había escrito un nuevo capítulo en la Historia del mundo.

Y la Historia diría que Cristóbal Colón, un hombre que según unos había nacido en Génova, y según otros en Sevilla, había tocado tierra en el continente americano, en las Indias, en el Nuevo Mundo, el día 12 de Octubre de 1492, y todo ello, para el grandioso Reino de Castilla y Aragón.

Pero, lo que nadie sabría, y no se anotaría en ningún sitio, es que el verdadero Cristóbal Colón, era pasto de los peces frente a las costas Cartaginesas, y que, gracias a un marino apaleado llamado Piri Reis, Don Tomás Careño, nacido en Móstoles en el año 2125, se había valido de un viaje en el tiempo para crear a su antojo el curso de la historia, y dejarla escrita para siempre en los anales del Tiempo.

4 comentarios:

  1. Me gustó.
    Se me hizo un poco confuso, y tuve que releerlo, y así terminé de entenderlo (estoy en dias de confusión y zozobra :p )

    Te atraen los viajes temporales? Tengo un par de custiones dignas de un relato.

    Saludos!

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  2. Pues ya me estás mandando un Mp o un correo y si quieres lo hacemos a dos manos, a lo Preston y Child.

    Me alegro que te gustara de todas formas...

    Los viajes en el tiempo es algo que me encantan y me vuelven loco.

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  3. Te envié un mp en el foro de Preto, lo viste, che?

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  4. Si pero estoy tan ocupado que lo escribo a trozos. Calma que ya está casi terminado...

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