sábado, 25 de diciembre de 2010

El legado de Gilead, Blog sobre reseñas literarias

Hace muchísimo tiempo, abrimos entre un buen amigo y yo, un pequeño rinconcito en el que nos dedicábamos a reseñar las novelas que nos íbamos leyendo en esos momentos, y otras que teníamos en la memoria para ayudar a la gente a que se decidiera entre unas y otras, y hacer más fácil la elección de un libro.

Estuvimos mucho tiempo parados, por unas y otras cosas y al final lo dejamos definitivamente. Pero con eso de la Naviadad, el nuevo año y los nuevos propósitos, me he prometido a mi mismo sacar a flote ese rinconcito, y este en el que nos encontramos aquí.

La verdad es que no sé si alguien sigue asiduamente el Blog, ya que aunque acabamos de cumplir 30000 entradas (que son muchísimas) los comentarios nunca han llenado este espacio. Eso te da un pico de inseguridad y si le sumas la poca calidad de ideas que afloran en mi cerebro respecto a la escritura, tenemos un cóctel my peligroso para el escritor nóvel en ciernes.

Intentaré seguir con El Legado, y al menos una vez a la semana añadir alguna reseña, pero sobretodo intentaré proseguir con Desde el otro lado, un bebé que a medida que ha ido pasando el tiempo, se ha convertido en un niño algo mas crecidito y se me está yendo de las manon, incontrolable, impasible ante el tiempo y sobre todo imprevisible ante su propio creador.

Quizá mis expectativas ante la historia sean demasiado altas, y la misma no merezca mucho la pena a estas alturas, pero al igual que en mi faceta de lector nunca he dejado un libro a medias, tampoco puedo hacerlo con la escritura y me he prometido a mi mismo terminarla, aunque no sepa por donde vaya a salir.

Por ello me despido de vosotros deseándoos a todos un Feliz año 2011 y esperando que para el año que viene estemos celebrando como poco otras 30000 entradas y la finalización de la Historia dl Señor del otro lado.

Un abrazo a todos y os espero tambien en El legado de Gilead. Ahí va la dirección, aunque en el lado derecho tenéis el enlace:

http://legadogilead.blogspot.com/

martes, 14 de diciembre de 2010

Faérika, ilustradora de Fantasía y Ciencia Ficción


No es algo habitual en este Blog el publicar artículos ajenos a la escritura de mi propia persona, pero creo que en esta ocasión, el hecho está más que justificado, y ahora veréis el por qué.

Si leeis habitualmente mi Blog ( y si no pues yo os lo explico) sabréis que hace tiempo escribí un relato llamado El experimento. El mismo acabó siendo ilustrado por una compañera del foro llamada Lucrecia, pero más conocida por todos como Faerika. Sus ilustraciones para este relato que tambien están en este Blog, me encantaron, y desde entonces no pierdo huella de lo que está haciendo en la actualidad.

Es por eso que me he lanzado a haceros una pequeña exposición de sus dibujos, para que disfrutéis de su arte como lo hago yo de vez en cuando poniendo sus ilustraciones como salvapantallas de mi ordenador.

Pero primero dejad que os cuente algo sobre ella.

Lucrecia nació en Santander, en el año 1982. Desde pequeña ya se sintió atraida por las suntuosas formas de la naturaleza y por los elementos orgánicos presentes en la misma, lo que la llevó a comenzar a interesarse por el mundo de la ilustración fantástica y de Ciencia Ficción.

A la edad de 19 años, cambia su residencia cántabra por Bilbao, donde tiene su primer contacto con el mundo del cómic y la ilustración. Siempre autodidacta, continúa su aprendizaje enfocándolo hacia nuevas técnicas de color. Es en este período cuando empieza a experimentar con el color digital.

Durante este tiempo, hace varias obras para el sitio web de juegos de fantasía épica www.Zhirsanaq.net, y el sitio web sobre mitología Celta (www.fillos.org. Tambien es por esa época cuando se inicia en el mundo de los cómics y se atreve con algunos diseños de personajes para desarrolladoras de videojuegos.

Mas tarde, su espíritu aventurero le hace cambiar el espíritu natural y verde de los bosques del norte, por las playas y el sol de Tenerife, donde reside en la actualidad. Allí, desde su nuevo retiro artístico toma contacto con las técnicas tradicionales como el óleo, el acrílico y las tintas, y comienza a experimentar con otros materiales para conseguir nuevas texturas. En este periodo colabora con Gisicom, página destinada a la difusión de los cómics y la ayuda a los nuevos talentos de la ilustración y la escritura, para la realización de la revista Gisicom Magazine, siendo además la artista invitada.

Actualmente, aunque se dedica casi exclusivamente al mundo del cómic y de la ilustración de historietas, realizando diversidad de muestras y proyectos propios, así como a realizar diseños de concepto y de personajes, organiza exposiciones para mostrar sus últimos trabajos, sus pinturas al óleo más recientes, o incluso sus ilustraciones en técnicas tradicionales.

Artista de amplio espectro, actualmente también colabora con fotógrafos como modelo de fotografía artística y creativa.

Su estilo es muy definido, captando a la primera viualización de sus ilustraciones, la esencia de su mano. Sus personajes tienen un estilo muy característico, siendo sobre todos ellos los mas destacables aquellos que pueblan sus mundos fantásticos, unos mundos de los que solo ella tiene registros fotográficos sacados de la misma esencia de su mente.

Muchos personajes están dotados de una fusión humana e insectoide que dota a la imagen de un halo espectral difícil de etiquetar en otros autores. Su diseño de las formas de las manos, o las proporciones corporales de los seres que dibuja son cuasi perfectas, dotándoles de una fluidez en el trazo increiblemente sutil a la vista.


Espero que sus ilustraciones os gusten tanto como a mi. Si os habéis quedado con ganas de más, tenéis un banner a la derecha del Blog en el que podréis disfrutar de su arte, o copiad este enlace para ir directamente a su galería: www.faerika.com Si no, siempre os quedará la duda de saber si realmente, esa ilustradora de cómics ahora famosa en el mundo entero, un día os pudo haber realizado una ilustración personalizada cuando aun era una desconocida para el mundo.

Pensáoslo mientras me despido de vosotros con esta preciosa postal navideña de su puño, pluma y tinta.

martes, 30 de noviembre de 2010

La forja de una leyenda. Parte II



Quien se lo iba a decir. Acababa de encontrar al artífice de uno de los mapas mas famosos de la historia de la navegación, una joya imposible, y él, Don Tomás Careño, acababa de dejarlo todo anotado en unas cuantas hojas de papel. Triunfante, se sentó en el pequeño escritorio bajo la minúscula y redondeada ventana del habitáculo; Encendió una vela, y, bajo la naranja penumbra, se preparó un vaso de ron tibio para festejar su afortunado hallazgo. Mientras daba término a la copa de peltre, abrió una pequeña cajita de madera, y sacó una bonita pipa tallada de madera blanquecina, que llenó con un tabaco aromático procedente de uno de sus viajes al oriente.

Pasó horas allí sentado, observando el humo de su pipa, y degustando en su paladar los matices de ese sabor extraño, casi frutal, que desprendía esa hierba ancestral. Ya al amanecer, el apaleado despertó, sintiendo todos los huesos de su cuerpo doloridos y preguntándose cual habría sido su destino para acabar en aquel sucio y lobregoso sótano. Al ver allí sentado a Tomás, al principio sintió miedo, mirándole fijamente a los ojos, como escrutándole.

Al cabo de un rato, y tras una pequeña conversación sobre lo sucedido el día anterior, el dolorido cerebro de aquel hombre comprendió y recordó todo lo sucedido en el muelle. Pasó allí el día, acompañando a Tomás en la comida, y conversando animadamente sobre temas de navegación, y por supuesto, omitiendo ambos el tema del pequeño manuscrito desprendido de los pantalones del invitado. Al día siguiente partió de allí, no del todo recuperado pero si muy agradecido. Como pago al servicio altruista prestado, le obsequió con treinta monedas de plata, una auténtica fortuna en esa época, de la que se sintió muy agradecido el improvisado enfermero.

Con todo su plan más que comenzado, tan sólo le quedaba conseguir dos cosas, y la primera era encontrar al hombre que le llevaría a unirse con la gloria y con el destino. Tardó casi siete meses en encontrar a su objetivo, y tras una breve conversación con su daga, el dueño del destino de Tomás, exhalaba su último aliento frente a las costas de Cartagena, rumbo a la deriva y dentro de un barril lleno de rocas. Todo estaba hecho, en orden, y maquiavélicamente colocado.

Tras un breve viaje a Portugal, y despues de visitar la corte y a sus monarcas, partió de allí, dejando atrás a los reyes de ese país con el pensamiento en la cabeza de la poca vergüenza y la extrema osadía de aquel que atravesaba en ese momento las puertas de la sala, que lo hacía con una sonrisa altiva en el semblante.

Con el ánimo exaltado, y con su espíritu lleno de júbilo, tiempo después atravesaba las praderas castellanas en busca de otros monarcas, esta vez los españoles, y más concretamente a la temible Reina Isabel la Católica su marido, Fernando el Católico. Se reunió con ella varias veces, y de esas conversaciones nada se supo, ni tan siquiera las palabras que lograron convencer a la reina para partir en busca del futuro, con la ayuda de tres carabelas, La Pinta, La Niña y La Santa María.

Todo esto, contado de boca de Tomás, parecía que había ocurrido ayer mismo, pero realmente habían pasado meses desde que partieron desde el Puerto de Palos. Y ahora, allí estaba él, tranquilo, altanero, seguro de sí mismo, y con la mirada al frente escrutando el cielo, hasta que la tranquila expedición se vió alterada por una voz en las alturas, desgarradora, eufórica:

- ¡¡Tierra mi Capitán!! ¡¡Tierra a la vista¡¡



Por fin lo había conseguido. Había escrito un nuevo capítulo en la Historia del mundo.

Y la Historia diría que Cristóbal Colón, un hombre que según unos había nacido en Génova, y según otros en Sevilla, había tocado tierra en el continente americano, en las Indias, en el Nuevo Mundo, el día 12 de Octubre de 1492, y todo ello, para el grandioso Reino de Castilla y Aragón.

Pero, lo que nadie sabría, y no se anotaría en ningún sitio, es que el verdadero Cristóbal Colón, era pasto de los peces frente a las costas Cartaginesas, y que, gracias a un marino apaleado llamado Piri Reis, Don Tomás Careño, nacido en Móstoles en el año 2125, se había valido de un viaje en el tiempo para crear a su antojo el curso de la historia, y dejarla escrita para siempre en los anales del Tiempo.

lunes, 29 de noviembre de 2010

La forja de una leyenda. Parte I

El barco zozobraba con un crujir que hacía recordar al sonido de los puentes de madera siendo pisados por unas fuertes botas. El viento soplaba del este, tibio y con un olor a sal que embriagaba las fosas nasales de toda la tripulación. El sol caía a plomo con justicia, pero gracias a la velocidad de la nave y a la brisa que soplaba a varios metros de altura sobre el mar, se creaba en la cubierta una sensación de frescor, bajando consiberablemente la temperatura real del barco.



Faltaba poco para llegar, él lo sabía. No era un pálpito, ni tan siquiera una apuesta personal o un acto de fe. Simplemente,él lo sabía. Tomás Careño lo sabía, mientras desplegaba su grueso y oscurecido mapa y le echaba un último vistazo, comprobando meticulosamente las mediciones allí anotadas por él mismo.

Le había costado mucho tiempo y mucho dinero. Mucho más de lo que nadie podría imaginar. Durante muchos años, se especuló sobre cual habría sido el motivo que le permitió llegar a su destino con tanta determinación y rapidez. Qué secretos albergaba en su poder para arriesgarse en tan peligroso viaje, poniendo en duda su propia reputación, y provocando que la sociedad del momento le calificara de lunático. Pero eso le daba igual. Él sabía que su destino estaba allí y lo sabía con prodigiosa seguridad.

Había recorrido de este a oeste el viejo continente. Había andado por el norte de Europa, frío como la nieve de los fiordos noruegos. Había caminado junto a una caravana de especias hasta la mismísimas indias. Había visitado a los grandes marinos italianos, buscando el legado del mismísimo Marco Polo. Estudió concienzudamente los mapas de los navegantes portugueses, y recibió clases de orientación nocturna de manos de un poblado druida asentado en los bosques franceses.

Estaba convencido de que con constancia, encontraría la señal que le permitiría por fin empezar su objetivo en este mundo, pero cada vez le quedaba menos tiempo, y la fecha de partida se le acercaba peligrosamente. Fue cuando pasó todo. Un día el destino llamó a su puerta, y Tomás, la abrió de par en par.

Era una noche de tormenta, calurosa, en la que ocupaba la bodega de un barco, y que había convertido en un camarote improvisado. Estaba tumbado recogiendo notas y memorizando las estrellas del firmamento de unos viejos manuscritos sustraidos de la colección personal de un marino flamenco, cuando unos gritos en el exterior provocaron su curiosidad y su salida a la cubierta.

En el muelle había un hombre tirado encima de un charco de barro, y estaba recibiendo la paliza mas horrible que Tomás hubiera visto nunca. Vestía humildemente, pero ciertos detalles de su indumentaria revelaban que aquel que yacía tirado en el suelo era de origen noble, y precisamente eso mismo habían advertido los tres rateros que pateaban sus riñones con perseverancia.



Con la angustia en la garganta, miró en derredor y con su mano derecha, se aferró a lo primero que fué capaz de palpar con la palma de su mano, que resultó ser la tapa de madera de un barril situado en la proa del barco. Corió hacia los tres salvajes maldiciendo a gritos, y moviendo bruscamente los brazos, con la tapa de madera en su mano derecha a modo de espada caballeresca. Los tres tipos al ver semejante prueba de fiereza, salieron al galope, dejando al pobre desdichado sin sentido en el suelo. Tomás se acercó a él, y con su cuerpo inundado de frenética adrenalina, levantó al hombre por sus axilas, y, como pudo, lo llevó a su camarote escaleras abajo.

Después del esfuerzo sobrehumano realizado, tumbó al tipo en el camastro, le quitó las botas de sus pies, y le despojó de sus chorreantes ropajes, que dejó allí tirados en el suelo. Abrió el baul, y sacó unas ropas que en un rato le servirían al apaleado para al menos refugiarse del frío por esa noche.

Tomás le limpió las heridas, le curó los golpes y lavó sus ropajes en la cubierta, dejándolos tendidos entre las sogas del velamen. Fue entonces cuando lo oyó. Era el destino el que estaba aporreando las puertas de su futuro y se había materializado en forma de simple cuadernillo. Era del tamaño de una libreta de apuntes de un chiquillo y con las tapas de color ámbar, gastadas por el uso. Se inclinó a cogerlo, y al mismo tiempo que se apoyaba en la barandilla de la popa, empezó a pasar las hojas, primero muy despacio, pero a medida que pasaban los segundos, la velocidad de su acto comenzó a ser frenética y su cara empezó a tornarse de júbilo.

Bajó corriendo a la bodega, y tras cerciorarse de la inconsciencia del enfermo, cogió pluma y papel, y, como un poseido, comenzó a copiar letra por letra las anotaciones y dibujos del pequeño manuscrito. Referencias, cabos, golfos, rocas, edificios... hasta la fauna y flora de la zona, estaba descrita en aquel valioso documento.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Enterramiento Oscuro. Parte II

Bajo la preciosa bóveda pintada de color azul y ante los escrutadores ojos de su Señor y su Señora, los tres operarios se afanaban en cumplir a rajatabla las estrictas normas de su profesión.

Con ayuda de una polea, empezaron a bajar el ataúd al foso. Éste pesaba casi cuatro quintales en vacío, y con el cadáver de la princesa en su interior sobrepasaba los cinco con mucho. Mientras arriba, Andreu y José mantenían tensada la cuerda con el féretro en vilo, Juan, sujetándolo con mucho cuidado, lo orientaba hacia el suelo con la delicadeza de un mecánico de relojes. Cuando éste por fin estuvo posado en el piso de tierra húmeda, el anciano les pidió que lo alzaran un poco para poder situarlo en la posición correcta, con la cabeza de la fallecida hacia el Norte y sus pies hacia el Sur.

Al acabar esta acción, José le señaló al chico la zona del confesionario, bajo el ábside principal, y éste inmediatamente entendió los ademanes de su compañero. Se encaminó hacia el fondo del templo, subió un cajón de madera sobre la carretilla y empujándola, acercó su contenido al borde del foso. Después, ató la cuerda de la polea a la caja que contenía las herramientas y con mucho cuidado de no acertar a su maestro en la cabeza, la hizo descender con delicadeza.

Terminada la parte de la recogida de la cuerda y la polea, Juan subió y ayudó a Andreu y a José a colocar las cinchas para la sujeción y el posado de la losa sobre la plataforma de madera. Ésta estaba provista de ruedas para facilitar el traslado del enorme peso, y en cada una de las esquinas había una hondilla hecha con cuerda trenzada que permitiría a los dos jóvenes sujetarla en alto mientras procedían a la colocación de la piedra en la tabla. Una hora completa les llevó realizar este trabajo a los dos aprendices, tiempo que el maestro empleó para dar forma al estrecho tocón de madera que Andreu le había acercado. Tras comprobar que su aspecto era el correcto, abrió el ataúd e inspeccionó su interior. Se persignó tres veces y se sentó en el suelo de tierra, esperando a que sus pupilos llegaran para seguir con el procedimiento.

Pronto llegaron los dos chicos y comenzaron a echar al fondo del foso las rocas que habían transportado desde el jardín. Un aroma dulzón atravesó la puerta de la catedral, impregnándolo todo de un olor a violetas muy característico en estos trabajos, símbolo de que el mal estaba al acecho observando el proceder de aquellos tres minúsculos mortales.

Una vez todas las rocas se encontraron en el interior del agujero, Juan miró seriamente a Andreu, y sin proferir palabra realizó un gesto de asentimiento con la cabeza que el chico no tardó en interpretar. Alejándose de la zona de trabajo, cerró las puertas de la catedral, que acompañaron al sonido del viento con el chirriar de las bisagras, oxidadas por el paso del tiempo. Cuando las dos enormes piezas de madera se juntaron, Andreu cerró los goznes de hierro forjado, y se arrodilló en el suelo frente a la puerta con la vista en dirección a la imagen de Jesucristo crucificado. Sus brazos, abiertos hacia los lados como los del Señor, mandaban una súplica. Él les protegería de lo que iban a hacer a continuación. A partir de este momento, nadie entraría en la catedral hasta el día siguiente, al amanecer.

-¿Estáis preparados? –Preguntó el anciano mirándolos a los dos a la cara y con expresión sombría tras esperar la llegada de ambos. Los dos asintieron con la cabeza sin titubear. –Si es así, procedamos.

Juan levantó la tapa de su cajón lleno de herramientas y sacó de su interior una enorme cuchilla metálica pulida. Tenía forma de cruz, y los bordes inferiores estaban afilados como los de una guillotina. La dejó dentro del ataúd, cerca de la roja cabellera de la princesa y siguió sacando objetos del arcón. El rosario, el trozo de madera al que había dado forma anteriormente y una enorme maza del mismo material fueron apareciendo de su interior y aposentados sobre el cuerpo de la joven fallecida.

Andreu, nervioso y casi en éxtasis, cogió una de las grandes rocas y la estrelló contra la espinilla izquierda del cadáver, escuchando el chasquido de los huesos astillados de la princesa. Sin dejar pasar ni un segundo, cogió otra de las piedras y la estampó sobre la otra pierna. A la vez que el chico colocaba los bloques sobre los tobillos de la doncella, José hacía lo mismo contra sus brazos y sus caderas, asegurándose de vez en cuando de su perfecto posicionamiento mediante unos golpecitos con la palma de la mano en la superficie de la roca. Todo iba a la perfección, y ya eran casi las siete de la tarde.

Andreu cogió el rosario plateado que su maestro había estado puliendo en la mañana, y lo acercó a las manos de la princesa. Con ellas levantadas, empezó a darle vueltas alrededor de las estrechas muñecas, haciendo fuerza a cada una de ellas para asegurarse de que el nudo no se soltaría jamás. La frialdad de la piel de la joven estremecía el alma de Andreu, provocando millones de estímulos extraños en su mente.

Terminado el atado, asintió, sabiendo que su parte estaba terminada. Acercó a José la piedra más pequeña que habían traído y se apartó un poco de la zona de trabajo. Éste, con mucho cuidado, abrió la boca de la joven y haciendo fuerza con las manos empujó hacia abajo su mentón. Sus blancos dientes como perlas aparecieron por entre aquel abismo negro del que escapaba un aroma agrio a putrefacción. Intentando olvidarse de esos signos, introdujo la piedra en la boca del cadáver y la asentó contra los dientes con un sonoro golpe de la maza. Un crujir sordo heló la sangre de Andreu.

A todo este trabajo acompañaba la figura de Juan, que movía su cuerpo con una efectividad tal que al chico le parecía que el anciano levitaba y sus pies no tocaban el suelo que estaba pisando. Supervisaba las acciones de José asintiendo de vez en cuando, y acercando en ocasiones sus manos para modificar la posición de alguna de las rocas.

Acabada la fase de las rocas medianas, el maestro cogió la pieza de madera tallada y la levantó hacia la bóveda azul, como ofreciéndosela al cielo, al Señor Todopoderoso. Miró a sus pupilos, y éstos asintieron. Mientras, José cogió la cuchilla con forma de cruz y se arrimó al borde del ataúd.

Sin dudar ni un segundo, Juan dejó caer la estaca de madera y con un sonido húmedo atravesó el pecho de la dama. De repente, la cetrina piel del cadáver se volvió gris, y las venas cercanas a la superficie se dejaron ver a través de la carne de su dueña. Cambiaron a un tono azulado, para de inmediato transformarse en un violeta fuerte y enfermizo. Ésta levantó la cabeza con vigor, y chilló con toda la rabia de su malévola naturaleza, despertando en Andreu un miedo primigenio.

Juan, sin inmutarse, golpeó tres veces mas contra el pecho del cadáver con toda la fuerza de su alma. El cuerpo antes muerto de la princesa, intentaba patalear, deshacerse del peso de las rocas, pero no lo conseguía. Sus manos se abrían y se cerraban como garras de águila, y a cada estertor su piel cambiaba de color a causa de las numerosas venas visibles a través de aquella piel casi transparente.

Al cabo de unos segundos infernales y eternos, la doncella dejó de patalear, y tan solo un gruñido comenzó a escaparse de su garganta, como un gorgoteo. Juan, seguido de Andreu, se acercó a la última roca que coronaba la estancia y con ayuda del joven pupilo la colocaron sobre la estaca, que atravesaba por completo el corazón de la bestia hasta tocar con la punta el fondo satinado del féretro.

Mientras todo esto ocurría, la princesa no paraba de gruñir, y aquel gutural sonido salido de su garganta reverberaba por toda la catedral acrecentando en Andreu esa sensación de malignidad que le acechaba desde la mañana. Miraba a su antigua señora con un miedo innatural, mientras ésta movía sus ojos verdes de pesadilla hacia todos los lados y sus cabellos rojos y peinados se iban oscureciendo cada vez más.

Juan, cargado con la experiencia del que hace un trabajo todos los días, pidió a José la cuchilla con forma de cruz y la posó contra la garganta del demonio encarnado en la joven muerta. Llamó a Andreu y éste se acercó al cadáver con la maza en la mano. Un leve temblor se había apoderado de su muñeca.

-Acábalo. –Susurró su maestro.

Su semblante se estremeció. Una rigidez confusa se apoderó de sus sentidos cuando notó cómo aquellos ojos verdes se clavaban en los suyos suplicándole perdón.

- No lo hagas. - Le decía una voz femenina en su mente. - Yo te llenaré de amor, de poder, de sensaciones que jamás podrás experimentar en tu vida mortal. Te colmaré de caricias, de besos y de toda la lujuria que aun no has sido capaz de paladear. Porque ¿Aún no has retozado con una dama en su lecho, verdad Andreu? - Su voz le tenía hipnotizado, perplejo. Le obligaba a mirarla fíjamente a los ojos. Unos ojos cargados de verdad, de buenas intenciones...

Provisto de una energía que no sabía que poseía, levantó sobre su cabeza la pesada maza y la dejó caer, otorgándole a ese movimiento toda la furia que había estado acumulando durante las últimas horas. A pesar del miedo que tenía a fallar el golpe, aumentado por el escalofriante sonido que salía de la garganta de la muerta, acertó en el centro de la cruz y su filo atravesó el cuello de la joven, quedándose clavada en la madera del fondo.

Un líquido negro como la brea y maloliente como las aguas de un pantano, empezó a manar de la herida de la doncella. Brotaba de su cuello como si este fuera un manantial, inundándolo todo de aquel aroma infernal. Tras el golpe, el silencio volvió a reinar en el templo y todo lo que siguió a continuación fue acompañado de la quietud y la paz en la divina estancia.

Después de sacar del agujero todas las herramientas, Andreu bajó al foso y colocó la cabeza de la princesa en sus propios pies, entre dos de las piedras de los tobillos. Cerró la tapa y dejó la herramienta con forma de cruz sobre el ataúd.

Tardaron dos horas más en cubrir todo con la tierra extraida del cementerio del exterior, y una vez llena la tumba, colocaron la losa de piedra y la sellaron con el mortero sobrante de la mañana, aun húmedo gracias a la fresca temperatura del sagrado recinto.
La piedra no rezaba ninguna inscripción. Era una tumba muda, anónima.

Al amanecer del nuevo día, el pueblo seguía como antes, imperturbable e ignorante de lo acontecido en su propio templo, despidiéndose de tres figuras humanas y una mula que se alejaban de la capital, dejando atrás una princesa muerta y enterrada bajo suelo sagrado.

Cuando el sol apareció en el horizonte, una princesa de cabellos rojos como el fuego y ojos verdes como la espesura del bosque, sólo veía oscuridad en su lecho y la convicción de que el tiempo sería eterno para ella.

Basado en hechos reales.

Enterramiento Oscuro- Parte 1

Las puertas de la catedral se encontraban abiertas de par en par y la luz del día se filtraba por entre los cristales de las vidrieras, dando al ambiente un alegre color artificial que ayudaba de manera sobrenatural a la tarea de los tres hombres allí atareados. Juan, José y Andreu trabajaban a destajo. Sus cuerpos no paraban de sudar por culpa de la época en la que había muerto la princesa. Era pleno verano, y las campanas de la catedral acababan de tocar las doce.

Tras hacer un hoyo en el suelo y echar toda la tierra en su carretilla de madera, José llevó el último viaje hacia la catedral con ésta llena de tierra y huesos de antiguos cuerpos enterrados. Lo que estaban haciendo, no pasaría de ser visto como un pecado sublime a ojos de los parroquianos. Desenterrar restos de niños y ancianos no aparecía en ninguno de los libros con los que ellos mismos habían sido educados.

Andreu, el más joven de la cuadrilla, se encontraba bajo la imagen de una Virgen que sujetaba en brazos a un recién nacido Jesucristo, envuelto por una fina mantilla de color azul. Su cometido era el de terminar de forrar las paredes de la fosa con un sólido muro de ladrillos de arcilla cocida. Llevaba ya tres cuartas partes cuando apareció sobre él la anciana figura de Juan, el más veterano de los tres y supervisor de tan extraño trabajo.

- ¿Cómo lo llevas Andreu? - Preguntó, acuclillándose sobre el borde del agujero y mirando a su aprendiz desde arriba.

- Como puedo maestro, como puedo. Este calor me está matando, y no quiero ni hablarle de mis nervios. Sigo diciendo que este trabajo no me gusta. Si me da miedo tratar con ciertos vivos, no le quiero ni mencionar con los muertos.

Mientras hablaba, Andreu se frotaba con su mano derecha la frente, intentando infructuosamente limpiarse el sudor que caía en sus ojos y consiguiendo en su lugar manchar de barro sus pobladas cejas negras.

- ¿Cuántas veces te tengo que decir… - Comenzó a decir Juan, pero sin terminar la frase por culpa de la grave voz de José, que llegaba con el carro lleno de tierra, empujándolo hasta el borde del agujero.

- … que los que tienen que preocuparte son los vivos, ya que los muertos son inofensivos. – Replicó con una sonrisa en la boca. – Por eso están muertos, ¿No? Pero esta muerta tiene trampa maestro. Entienda al chico, aún es muy joven.

Juan miraba a su primer discípulo con orgullo. Le gustaba su manera de ser, ya que aunque decidido en su trabajo, también era previsor para todo lo que hacía, evitando así cualquier cabo suelto.

- Bueno, bueno… Démonos prisa que se nos echa encima la noche y aun nos queda traer la losa de piedra hasta aquí. – La mano de Juan señalaba hacia afuera, a una gran tapa rectangular de roca gris que se encontraba apoyada sobre la pared en la entrada de la catedral, junto a las dos gigantescas puertas que daban la bienvenida al recinto sagrado.

Pasaron las horas, y el joven aprendiz terminó el trabajo que le habían encomendado. Salió del foso por la escalera de madera que había colocada sobre el borde del agujero y apoyó su mano derecha sobre una las baldosas de mármol blanco que formaban el precioso diseño con forma de tablero de ajedrez que constituía el piso del templo. Le temblaban los músculos de los brazos debido al esfuerzo, y le dolían las manos al intentar cerrarlas. Pero el trabajo merecería la pena. Toda aquella diligencia daría su fruto esa misma noche y serían recompensados con la gloria divina del Señor.

-¡Andreu! – Gritó Juan desde el lado más alejado del templo. –Si has terminado no te quedes ahí parado. Ven aquí y ayúdame con esto. – Juan, mientras hablaba, dejó de mirar al chico para seguir con la tarea que estaba realizando. Mientras con una mano sujetaba un rosario, con la otra embutida en un paño sacaba brillo al plateado metal del que estaba hecho el collar sagrado.

Andreu, presuroso, llegó en segundos al lugar que le señalaba su maestro y se apoyó con las manos bajo la barbilla observando los movimientos diestros de las manos del anciano. La delicadeza con la que trataba las esféricas piezas del rosario, mostraba la devoción y la rectitud con la que se entregaba su tutor con todo trabajo en el que se embarcaba.

-Maestro, -Comenzó el chico, buscando cada una de las palabras para no ofender al viejo. -¿De verdad necesita mi ayuda para sacarle brillo a ese rosario de plata? Creo que debería emplearme para trabajos más duros. No creo que su espalda aguante los esfuerzos como cuando era joven.

Sin dejar de trabajar en el pulimento del rosario, Juan volvió a humedecer con aceite el paño de algodón y siguió frotando con fuerza la cruz del final del objeto. Una sonrisa llenó su arrugado rostro.

-No te preocupes, Andreu. Para mi novicio preferido tengo otro pequeño encargo. Levanta la tela de donde estás apoyado, y con cuidado, lleva lo que tienes debajo de los codos al borde del nicho. Después llama a José, que creo que está en el cobertizo, cerca de los rosales, y dile que ya has terminado con tu parte.

Con cuidado, el chico sujetó la tela con su mano más limpia y tiró de ella, intentando apartar la cara de lo sabía que iba a aparecer tras el tejido de color granate. La tela se escurrió de la superficie de madera como si hubiera sido impregnada con aceite. Bajo la cruz bordada en hilo de oro, había un enorme ataúd barnizado en un color tan oscuro como la miel de las abejas. Aun se podían ver los pelos de la pequeña brocha con la que había sido extendida la capa protectora. Una pequeña ventana de la caja fúnebre mostraba la imagen de la princesa, muerta la noche anterior. Su rostro cetrino contrastaba con el verde profundo de sus ojos, que se encontraban abiertos y provocaban en Andreu súbitos escalofríos.

Pese a haber visto la muerte igual de cerca en muchas ocasiones, esta vez era diferente. La carne de aquel cadáver, aún después de haber perdido todo rastro de vitalidad posible, seguía aparentando la viveza con la que días antes se paseaba su dueña por los jardines de su palacete. Su piel estaba tensa, lisa, y las pocas arrugas que presentaba en vida alrededor de los ojos habían desaparecido de su sitio, dando a sus facciones un aspecto mas afilado y sinuoso. Los ojos eran lo peor del rostro. Aun seguían verdes, vidriosos, con un blanco limpísimo y puro, casi sobrenatural, y su gran pupila negra como el azabache mostraba una profundidad capaz de rivalizar con la del pozo más hondo del tercer círculo infernal de Dante.

Intentando no mirar aquella faz, Andreu comenzó a empujar el ataud ayudado de las ruedas de madera que se encontraban bajo la mole de pino lacada. Con el rabillo del ojo atisbaba levemente el subir y bajar de los tirabuzones rojos del cabello de la princesa.

Al llegar al borde de su agujero, dejó allí su carga y se encaminó hacia la puerta del templo en busca de José.

-¡Y no os olvidéis de las rocas! –Chilló Juan desde el final de la catedral, de nuevo sin levantar la vista de su trabajo.

José, como bien había dicho el maestro, se encontraba dentro del cobertizo del jardín, atareado con una rueda de afilador a la que daba vueltas con ayuda de su pie derecho. Mientras acercaba el filo de un pequeño cuchillo al borde de la piedra, de vez en cuando lo mojaba con un poco de agua que tenía dentro de un oxidado recipiente de latón.

- José, - Dijo Andreu al atravesar el quicio de la puerta del cobertizo - el maestro quiere que nos ocupemos ya de las piedras.

- Vale, ya he terminado con esto. Vamos para allá. - Contestó José mientras guardaba el cuchillo en la funda que colgaba de su cinturón.

Sin esperar a su compañero, el chico se dio la vuelta y cogió la primera piedra blanca. Pesaba alrededor de arroba y media, y era del tamaño de una calabaza mediana, por lo que no sin esfuerzo, comenzó a desandar el camino que le había traído hasta el cobertizo. José, siguiendo su estela, cogió una roca algo más grande y se encaminó hacia la entrada de la catedral.

Tras varios viajes más, los dos jóvenes se sentaron cerca del pozo del jardín con las manos en los riñones y con la respiración acelerada debido al esfuerzo realizado. Andreu no había podido aguantar el calor, y se había quitado la sucia camisa que llevaba puesta, dejando al descubierto los pequeños músculos que estaban comenzando a marcársele en su joven cuerpo. El sudor acumulado en los bordes de cada uno de ellos reflejaba el sol, y parecía que un aura de pureza le envolvía de manera divina, solamente manchada por los pequeños arañazos que le había propinado la carga de las piedras sobre su abdomen.

Por detrás de un seto con forma de corazón, asomó la cabeza Juan, con una jarra de agua fresca en la mano y tres vasos de arcilla en la otra. En una bolsa de tela que llevaba atada a una de sus muñecas, asomaba una hogaza de pan y un trozo de queso.

- Venga, paremos un rato y almorcemos. –Dijo el maestre sentándose en el suelo mientras apoyaba la espalda en la fría roca del pozo. –Creo que hasta el Señor entenderá nuestra parada. Vamos Andreu, -Señaló al chico con la mitad del pan en la mano. – sírvete tú primero, que te hará más falta que a José. No tienes a una bella moza esperando en casa con la que poder gastar las energías tras un día de arduo trabajo…

Las carcajadas de José ruborizaron a Andreu por un momento, que con una sonrisa reprimida cogió la hogaza de pan, comenzó a cortar un generoso trozo de queso que a continuación ofreció a su maestro y a su compañero José y hasta que estos no se hubieron metido en la boca el primer bocado, él no empezó a devorar los manjares. Otro gesto le habría parecido descortés por su parte.

Pasaron veinte minutos, muchas risas y un pequeño pellejo de piel lleno de vino dulce con clavo, hasta que los tres profesionales comenzaron de nuevo a trabajar. Eran casi las cuatro de la tarde, y Andreu sabía que el trabajo que iban a realizar necesitaba del más profundo silencio y la mayor profesionalidad posible. A ojos de muchos aldeanos, lo que estaban a punto de hacer no era más que un acto de superchería, pero él sabía que no estaban del todo locos haciendo lo que hacían.

jueves, 29 de julio de 2010

Una disculpa, un anuncio.

De nuevo, pedir disculpas a todos aquellos que siguen de vez en cuando la historia, sean muchos o pocos. Mi tiempo ha estado muy ocupado por diversos factores, además de que he estado inmerso en otra historia corta que he mandado para un pequeño concurso de una gran página de literatura de terror y ciencia ficción. La misma que aparece en el borde derecho del Blog.

Cuando salgan los resultados de dicho concurso, pondré por aquí el relato para que todo el que quiera pueda leerlo y dar su consabida crítica certera y agresiva.

¿El anuncio? Pues nada, simplemente pediros un poco de paciencia ya que volveré en breve con este pequeño relato que casi se ha convertido en una novela, y que me está volviendo loco ya que mis recursos literarios no son tan amplios como yo pensaba.

Espero no decepcionar a nadie con el resultado.

Nos veremos pronto aquí, o En el otro lado.

viernes, 18 de junio de 2010

Desde el otro lado. Entrada XLIII

No me puedo entretener mucho ya que estoy preparándome la cena, pero como he recibido esto hace unos minutos, me veo en la obligación de mostrárselo a todo el mundo, ya que seguro que estábais preocupados al igual que yo.

Más tarde intentaré ponerme en contacto con vosotros para contaros un par de cosas que me han sucedido, nada graves, pero dignas de mencionar. Una semana sin hablar con vosotros dan para muchas cosas, os lo aseguro.

De momento os dejo con Vinatea o Alex, como prefiráis, el muchacho de Valencia y la condenada alquería.

Por fin me he enterado de lo que es....

A ver… ¡Ahora! Hola a todos, soy Vinatea, desde la alquería, en Valencia. Ya vuelvo a estar aquí, contándoos nuestra situación que, afortunadamente, no ha cambiado casi nada. De momento por aquí se está bastante tranquilo…

Primero que todo, quiero darle las gracias a José Antonio por avisarnos con lo del pozo de los muertos ¡Mira que no ocurrírsenos a ninguno! Joder, parece mentira que caigamos en esos errores… Ya está resuelto, menos mal que teníamos algunas garrafas de gasolina de cuando recorrimos los alrededores para recoger todo lo, digamos, interesante… Y no parece que esté el agua intoxicada... Pero nos vamos con un ojo, que ya, ya…

También quiero pediros disculpas, una vez más, por retrasarme en dar noticias. En una alquería siempre hay cosas que hacer, y si a eso le añades las guardias, reparar los daños causados por el temporal de viento, y alguna otra cosa, ni os cuento… Desde luego, no tenemos tiempo para aburrirnos…

Entre otras cosas, he estado fuera parte de estos días, junto con Flora, recorriendo una vez más los edificios cercanos: Alquerías, barracas y otras casas de campo… No las tenía todas conmigo con los muertos que encontramos, y la opinión de José Antonio no hizo más que alentar mis dudas, así que optamos por hacer una, mmm, descubierta a ver si había algo raro… ¡Y nada de nada! No ha quedado un solo alma por los alrededores, aparte de nosotros siete, claro.


He mencionado las guardias, pero creo que al final no os conté nada, solo las mencioné y comenté que no teníamos valla… Pues eso. Hace un par de meses tuvimos un temporal de viento de esos que hacen historia, como nunca he visto en mis 27 años… ¡Qué coño! ¡Si hasta sorprendió a Arturo, que rondará los cincuenta! Dejó la tira de destrozos, varios árboles y algunas cosechas dañadas, y algunos desperfectos en los edificios de la alquería, como he dicho antes. Y lo peor de todo: Nos hemos quedado sin valla electrificada.

Ya está de nuevo en pie, en su mayor parte, pero no sé qué coño se ha jodido, que no hay manera de hacerla funcionar. No pasa corriente, no llega hasta la verja ¡Y, leches, sin corriente no sirve ni de adorno! De todas formas, tampoco nos servía para mucho, si se piensa… Los perros salvajes ya hace la tira que no se acercan por los terrenos de la alquería, supongo que ya los consideran terreno vetado o peligroso, y si se acerca alguien la valla tampoco serviría de mucho. No pasaba suficiente corriente como para electrocutar a una persona…

De momento hemos optado por volver al sistema de vigilancias, como os decía, con alguno de nosotros destacado en cierto punto desde el que se tiene una excelente panorámica de la zona. Y aunque digo “alguno de nosotros”, debería de decir Arturo y Bekele, que son los que más guardias hacen… El uno por ser cazador, y el otro por alguna razón que no conozco, ni tampoco me importa, parecen estar hechos para aguantar horas y horas entre la maleza vigilantes.

¿Yo? Pues también hago algunas guardias, al igual que Flora, pero no es lo nuestro… Flora es una cabeza loca, y se despista con una mariposa que pase, y yo, ¡Je! Soy lo que se llama un culo de mal asiento ¡No puedo estarme quieto! Así que imaginaos menuda mierda de vigilante que puedo llegar a ser.

En fin, lo que no ayudamos por un lado, lo hacemos por otro ¡Quién me iba a decir a mí que algún día sabría algo de agricultura! ¡Ay!, si me viera mi padre… Seguro que diría “¿Quién es usted y que ha hecho con mi hijo?”… Mierda, le echo muchísimo de menos…


Poco me queda que añadir… Mmm… Recuerdo que José Antonio preguntaba qué es una alquería ¿No? Pues a ver si puedo explicarlo más o menos. Y sin dar detalles demasiado descriptivos de nuestra alquería, que no me fío de todos los que puedan estar al otro lado… Ya me entendéis…

Una alquería es, en líneas generales, una casa rural, agrícola ¡Una especie de granja, vamos! Es, o era, bastante habitual de aquí, de Valencia, aunque creo que en otras partes de la península también hay… Puede que en el sur, por aquello de que es una palabra procedente del árabe… No sé… De aquellas no tengo ni iea, pero las de aquí al menos, las de Valencia, suelen estar rodeadas de huertas y cultivos. Todas las que he visto por la zona son bastante sencillas, de una o dos plantas, y tienen algún otro edificio cercano y auxiliar... Ya sabéis, de cobertizo y esas cosas.

La nuestra es de una sola planta, como la mayoría de las de la zona… Con ese detalle, si alguien de por aquí intenta localizarla, lo tendrá muuuuy difícil, je je je… Arriba tenemos las habitaciones, la de matrimonio, en la que duermen Amparo y su hija; la que antes usaba la pequeña, y ahora comparten Flora y Laura, que por cierto últimamente está más abierta y habladora; y la de huéspedes, donde dormimos los chicos, cuando no estamos de guardia… Bueno, duermen ellos dos, Arturo y Bekele, porque entre los ronquidos del uno y la respiración profunda del otro, no hay quien duerma… Mmmm, lo siento, seguro que más de uno daría esas horas de insomnio por compartir esta pesadilla con alguien cercano…

Muchos de esas horas las aprovecho para leer. No con la luz eléctrica, que solemos evitarla durante la noche, pero si con cresols, es decir candiles, y similares… Me bajo a la planta baja, y paso una o dos horas tranquilamente, hasta que me entra el sueño… Poco a poco he ido recopilando libros en los edificios que revisamos y ¡Menuda colección tenemos ahora! Creo que en eso tenemos mucho en común, José Antonio…

En fin, poco más tengo que añadir. Como ya os decía, aquí estamos bastante tran-[BOOOOM] ¡¡¡¿QUÉ COÑO HA SIDO ESO?!!! [PASOS ACELERADOS]

- Alex, ¿Qué ha pasado?
- No tengo ni idea, Flora… Espera… [PASOS ACELERADOS] Joooder, mira eso…
- ¿Eso es humo?
- ¡Avisa al resto! ¡Ahora voy!

Ya habéis oído ¿No? No sé qué puñetas habrá pasado, pero hay humo a unos quilómetros al noroeste… Ya os contaré…

Un abrazo desde la alquería.

Joder, si antes digo que esto estaba tranquilo…


Como os he dicho, veré si puedo conectarme en un rato. Si no me es posible, mañana a esta misma hora lo haré. No me eschéis de menos.

Saludos desde el otro lado.

viernes, 11 de junio de 2010

Desde el otro lado. Entrada XLII

Hola a todos de nuevo. Os echaba de menos, y eso que tan sólo han pasado tres días desde la última vez que hablamos.

Mi diarrea ha desaparecido por completo pero aun me duele el costado derecho. Cualquier movimiento brusco que hago me hace ver las estrellas, y girarme me supone un titánico esfuerzo. Aun así, creo que cada vez estoy mejor, y lo noto en que a cada día que pasa, me dura más horas el efecto de las hojas masticadas de sauce.

Esta mañana me he levantado temprano para realizar el mantenimiento de las verduras que tengo en el huerto, además de que tenía que limpiar un poco el corral de las gallinas. En el corral me he encontrado con una sorpresa inesperada, que ahora pasaré a contaros.

Eran las cuatro de la mañana cuando he salido en dirección a la huerta que tengo improvisada. En casa, en dos de los patios de mi edificio tengo plantados tomates, pimientos y berenjenas, pero al estar algo resguardadas, creo que hasta que no llegue el final de la primavera no podré recogerlas. Aunque cuando lo haga, creo que me van a sobrar bastantes, por lo que tendré que buscar entre mis libros la manera de conservar toda la cosecha sobrante porque me da mucha pena que al final tenga que tirarla.

El caso es que cuando he llegado a la huerta, me he quedado anonadado. Hacía tres o cuatro semanas que no me pasaba por allí, y las matas la verdad es que estaban impresionantes. Este es el primer año que plantaba verduras de verdad, y no sabía cómo iba a acabar la experiencia, pero no me puedo quejar. Creo que más del sesenta por ciento de lo que he plantado me va a salir en perfectas condiciones.

Como no he usado nada de químicos, no tengo miedo de consumir estas verduras, por lo que este año me van a salir pepitas hasta por las orejas. No voy a engañaros, de vez en cuando echo de menos un poco de alimento transgénico.

He recogido varios kilos de patatas tempranas. Las planté allá por octubre y ya están empezando a hacer su aparición por entre la tierra del patio del colegio. Me he roto un par de uñas hasta casi la raíz, y me he llenado de tierra y barro hasta los codos pero me ha merecido la pena ya que son bastante grandes y tienen buen color.

Bueno, me pongo con el corral. Éste lo ubiqué dentro de una nave industrial que está en medio del campo. Estaba por allí, buscando cualquier cosa que me pudiera servir para algo, cuando un movimiento captó mi atención. Entré allí a investigar, y descubrí que alguien, posiblemente un guarda o un conserje que trabajaba en aquella nave se había fabricado un pequeño cobertizo con maderas y contrachapados de manera muy rústica. Y allí dentro, encerradas con malla de alambre había un montón de gallinas picoteando por aquí y por allí, alimentándose de lo que encontraban por el suelo. Habían muchísimas, más de las que podía contener el improvisado corral, por lo que deduje que llevaban allí abandonadas desde hacía mucho tiempo. Abrí aquel recinto y las dejé sueltas por todo el terreno industrial a su aire.

Pronto empezaron a anidar por allí fuera, en el exterior del cobertizo y a poner huevos en cualquier sitio. Yo me preocupaba de tener siempre los comederos en el mismo sitio y llenos de comida, y así ellas siempre estaban por allí cuando yo llegaba prestas a devorar cualquier cosa que les tirara al suelo.

Pronto me quedé sin comida, pero la suerte me sonreía. Al estar en medio del campo y el terreno abandonado como estaba, aquello era un buffet libre de todo tipo de semillas, por lo que a las gallinas nunca les faltaba nada que echarse a los picos. Tenían árboles, matorrales, maquinaria vieja y oxidada, un cobertizo en el que dormir cuando hacía frío y un agujero hecho con una máquina excavadora y lleno de agua que se poblaba de lombrices en cuanto este estaba a punto de rebosar.

Como os he dicho en alguna ocasión, las gallinas me dan bastantes huevos, ya que son muchas, por lo que me obligan a ir muchas veces a por ellos. No sé qué haría si no tuviera electricidad, porque al estar yo sólo no sería capaz de terminar con todos los huevos que me ponen. Normalmente, la misma gallina me pone unos cuatro o cinco huevos cada nueve o diez días. Yo siempre dejo uno de los huevos, para que así no me falten adultos. De lo que me he dado cuenta con este método es que nacen muchos gallos y luego me cuesta mucho dominarlos, porque tienen mucha mala hostia y se me tiran a la cara cuando intento ir a por los huevos. Los estoy empezando a tener miedo a los muy cabrones.

Bueno, pues hacía ya más o menos seis días que no iba por allí y esta mañana como os he dicho, me he pasado por la nave cual Caperucita Roja con cestita y todo. El ambiente era bastante gélido ya que el viento soplaba muy fuerte y la sensación térmica era bastante más baja de la que habría en realidad. Iba cagado de frío, encogido y con las manos en los bolsillos de la cazadora. Si alguien hubiera aparecido y hubiese intentado matarme, a mi no me habría dado tiempo de descubrirme las manos y haberle apuntado con mi arma.

Cuando entré en la finca de la nave, algo no iba bien. No se veía ni una sola gallina por allí, además de que en el aire había un aroma extraño, como a óxido o a hierro mojado. Era un olor acre que se metía por la nariz y se quedaba pegado a la garganta como cuando tienes un enorme resfriado en pleno invierno.

Tardé poco en encontrarme con lo que allí había pasado, aunque aun ahora no encuentro ninguna explicación lógica.

El suelo frente a la puerta del cobertizo estaba lleno de sangre, plumas y pelo, todo ello mezclado con el barro y el polvo del suelo. Había varias pisadas de unas botas grandes y éstas estaban a su vez debajo de otras marcas de pisadas de otro animal, que no sabría decir cual era. Supongo que sería algún perro, pero claro, no estoy muy seguro porque yo la verdad es que no sé distinguir las huellas de un perro, de las de un zorro o un lobo. Incluso las de un gato por allí correteando me habría puesto las cosas difíciles. El caso es que allí había un batiburrillo enorme de huellas de todo tipo y yo no sabía interpretarlas.

De la pisada de aquellas botas y mediante las marcas del barro, podía extraer la imagen de un hombre con un sombrero de explorador y la palabra Jack bajo la imagen, pero nada más. Debía ser la marca de su calzado. Todo lo demás eran miles de huellas de animal y de gallinas, y por desgracia no sabría decir de cuántos animales se trataba, posiblemente más de tres, pero no podría asegurarlo con exactitud.

Hice el recuento de gallinas, y creo echar en falta al menos cuatro de ellas y bastantes pollitos, al no ser que estuvieran escondidos por allí entre la maleza y la maquinaria oxidada expuesta a la interperie.

Intenté seguir las huellas de los animales, ya que la persona que había entrado a robarme los huevos, podría haberlo hecho por cualquier sitio, pero los perros o lo que fuera que hubiera entrado allí, solo podían haber entrado por un agujero en la alambrada, y tenía que encontrarlo para sellarlo y así evitar que volvieran a hacerlo.

No tardé mucho en encontrar lo que quería, simplemente siguiendo un pequeño rastro de sangre que se alejaba de la zona de guerra. Un agujero de un metro de diámetro en la parte de atrás de la nave, era la brecha de mi perímetro que había permitido la entrada de aquellas alimañas. Aunque también era por donde había entrado el dueño de las botas Jack. El boquete había sido hecho con un alicate o una herramienta parecida y una vez realizado este, habían empujado la alambrada hacia detrás, para así evitar cualquier tipo de arañazo con las puntas de aquella valla.

Por suerte el suelo de aquel terreno estaba lleno de trozos de alambre y retales de cuerda antiguamente utilizables, pero que ahora eran demasiado cortos para usarlos fuera de la utilidad que yo les iba a otorgar. Até de nuevo la alambrada intentando reducir la abertura, y me fui de allí para seguir echando un vistazo por la zona.

La única explicación que yo le encontraba era que el ladrón, sin fuerzas para saltar la valla, había abierto un agujero en la alambrada y se había introducido por él. Mientras estaba ocupado cogiendo alguna gallina o robando algún huevo, bajó la guardia y se introdujo por su misma puerta de entrada algún animal que a continuación le atacó, y acabaron enfrentándose. Lo que no puedo determinar es quién salió victorioso, ya que ninguno de los dos cuerpos estaba por allí, por lo que creo que ambos salieron por su propio pie tras darse un susto de muerte. Viendo las plumas por allí tiradas, diría que alguna pieza se cobraron, pero no lo sé con exactitud.

Por lo tanto, tengo dos ladrones de gallinas y de botellas de agua, y un animal que acecha a mis animales y que a la mínima oportunidad intentará introducirse de nuevo en el corral. Vaya suerte la mía.

Esto es todo lo que puedo contaros ya que por lo demás, todo sigue bien y nadie se ha puesto en contacto conmigo para decirme como les va por allí en el extranjero.

Espero ponerme pronto en contacto con todos vosotros.

Os mando saludos desde aquí, desde el otro lado. Mi nombre es José Antonio y soy la voz de la esperanza.

martes, 8 de junio de 2010

Desde el otro lado. Entrada XLI

Dos días más y noticias frescas que contaros. La última vez que os hablé, recuerdo que os conté que últimamente sentía que me estaban observando. Pues bien, no me equivocaba.

Hace ya dos días que estoy poniendo a prueba el método ese de la desinfección de agua mediante los rayos del sol. Tras estar toda una noche buscando botellas de agua cual basurero neoyorkino de los años noventa, me hice con casi sesenta de ellas, y las distribuí en varios puntos cercanos a donde tengo acceso, siendo estos la gasolinera, en la parte superior a los surtidores ya que son de chapa metálica; en el corral improvisado donde tengo las gallinas, que también es de techo metálico al ser esto el terreno de una nave industrial; mi propia casa, a la que le he añadido yo mismo las chapas que arranqué del tejadillo de un aparcamiento de la Guardia Civil del pueblo; y por último en unas casetas que hay en un refugio para huérfanos de la Guardia Civil que queda cerca de mi casa, que al estar lleno de árboles y de matorrales en su época, hoy parece un bosque salvaje dejado de la mano de Dios y en el que dudo mucho que nadie quisiera entrar allí por el peligro de lo que te pudieras encontrar entre sus árboles.

Bueno, pues resulta que me equivoqué. O alguien vive en el refugio de huérfanos, o alguien me vio poner las botellas y se ha llevado cuatro de ellas. Lo sé porque las dispensé de manera controlada en cada uno de los sitios. Veinte en mi casa, veinte en la gasolinera, diez en el corral y diez en las dependencias de la Guardia Civil. Las he colocado así más que nada por orden de cercanía, ya que si me quedaba sin agua potable por algún motivo, me sería más fácil realizar tres viajes a algún sitio cercano a mi escondite, que dos e incluso uno solo a cualquiera que estuviera más lejos, como es el caso del corral que está a lo menos dos kilómetros de aquí.

Al ir esta mañana a recoger las del Orfanato para meterlas dentro de casa y refrescarlas en el garaje he descubierto que solo habían seis. Lo primero que he hecho ha sido levantar el rifle y agudizar mis sentidos mientras un escalofrío recorría mi espalda. La sensación de ser observado se intensificaba a cada bocanada de aire que daba, y el trinar de los pájaros entre la espesura de aquel entorno unido al entrechocar de las ramas y las hojas movidas por las ardillas que recorrían el techo del bosque, no hacían sino aumentar más si cabe aquella intuición de que me estaban observando.

Evidentemente los nervios no me habían jugado una mala pasada, ni me había equivocado al hacer las cuentas de las botellas. Estaba seguro de lo que había hecho y de cómo las había dispensado en cada uno de los lugares. Por eso que el encontrarme con ese panorama me golpeó la frente como si esta se tratara de la de un preso judío en un campo de concentración nazi. El impacto me sobrevino de repente, e incluso durante unos segundos dudé de mi propia mano al colocar aquellas botellas días antes.

Como podréis entender, al principio mi propia mente me dijo que estaba equivocado, que simplemente me había hecho una idea errónea de lo que había dejado al sol. Pero no. Tras echar un nuevo vistazo a lo que tenía delante mío, me convencí de que estaba en lo cierto al ver las pisadas alrededor de la estructura de madera sobre la que había montado las chapas.

Utilizando mis mínimos conocimientos de rastreo y evitando escuchar a mi conciencia que me gritaba que me alejara de allí echando hostias, seguí las huellas que se veían marcadas en el lecho de hojas y que se alejaban hacia la parte este de la finca. Cuando llegué al lugar donde terminaban las mismas, me quedé de piedra.

Cuando mis ojos tuvieron conciencia de lo que estaban mirando, ordenaron a mi cabeza que levantara el arma con urgencia y comenzara a mirar hacia todos los lugares que pudiera. El miedo recorría mi cuerpo, y mi frente empezó a generar perladas gotas de sudor que se escurrían entre mis cejas escociéndome en los ojos.

No hacía calor, pero mi temperatura corporal había aumentado varios grados de repente. Mi corazón latía desbocado como un loco suicida se alejaba a toda velocidad dispuesto a estrellarse contra el primer vehículo que se le pusiera a tiro.

Tras unos minutos de incertidumbre, entendí que no había nadie allí. Nadie me estaba observando a pesar de los temblores que se aferraban a mis piernas.

Frente a mí, vestido con un peto vaquero, una camiseta de color negro con el logo de los Rolling Stones, unas zapatillas desgastadas por el uso y un sombrero de paja completamente desvencijado, me miraba con sus ojos hechos con botones un espantapájaros enclavado en una cruz de madera. Sobre su pecho de paja, en el lado izquierdo tenía un trozo de cartón sujeto con un clavo oxidado en el que podía leer perfectamente unas palabras escritas con rotulador rojo.

Las palabras eran las siguientes:

-Si estás leyendo esto, es porque al menos tienes unos ligeros conocimientos de rastreo, aunque también eres un poco temerario ya que no sabías lo que te podías encontrar aquí. Siento haberte robado tus botellas de agua, pero me eran necesarias. Te pido perdón por los problemas que te haya podido causar, y solo te pido que te guardes mejor las espaldas, ya que dejas unas huellas muy fáciles de seguir por cualquiera con algún conocimiento de rastreo.

Josué.

PD: No te preocupes por tus botellas, que te las devolveré. Por cierto, tus gallinas ponen muy buenos huevos. Espero que no te moleste que te coja unos cuantos.

Mis manos temblaban de rabia, mientras mi mirada no paraba de posarse de árbol en árbol y de rama en rama. Todas las rocas de aquel lugar eran susceptibles de esconder al autor de la nota, y cada uno de los metros cuadrados de aquella zona que se encontraba cubierto de hojarasca podía tener bajo su espeso manto a un poderoso enemigo dispuesto a acabar conmigo allí mismo.

Pero tras pensarlo un rato, me pareció absurdo. Si aquel o aquella que había firmado la nota hubiese querido acabar conmigo, podía haberlo hecho hacía tiempo, ya que por lo que deducía de sus palabras me había estado siguiendo u observando, y conocía de mis costumbres más de lo que me gustaba. Estaba al descubierto y había puesto en peligro mi propio escondite.

No sabía cómo actuar. Quería regresar a mi refugio, pero tenía miedo de que al hacerlo, aquel que se hacía llamar Josua me estuviera espiando en ese momento desde algún sitio que yo no podía divisar y localizara de esa manera mi escondrijo. La verdad era que la situación se me estaba yendo de las manos y no sabía cómo solucionar aquel problema que me tenía tan tenso.

Sin bajar el arma y sin dejar de apuntar, decidí volver hasta aquí y seguir con mi vida como si no hubiera sucedido nada. Esta vez sí, sin dejar de mirar tras de mí para eliminar las posibles huellas que iba dejando en el camino, aunque la verdad era que no sabía cómo hacerlo.

Así que aquí estoy, después de haber dado varios rodeos antes de entrar en el escondite. He asegurado la puerta de entrada con un hilo de acero y un perno aferrado al suelo con forma de anilla. Ambos extremos del acero están acabados en una segunda pieza en forma de gancho que al darle vueltas a un tornillo del que está provisto, va tensando el hilo de acero de manera que los dos extremos son forzados a atraerse con una fuerza descomunal. Haría falta una grúa para extraer esa plancha de acero que tengo como puerta.

Me cuesta mucho el entrar a mi propio escondite, ya que tengo que hacer fuerza para mover el chapón de acero, pero mis costillas lesionadas no me dejan forzar mucho los músculos de la parte dañada.

Sigo tomándome las hojas de sauce para eliminar al máximo el dolor de mi costado, pero aun me sigue dando muchos problemas a la hora de realizar muchas de las tareas necesarias para mantener íntegra la vida que he llevado hasta hoy.

Creo que poco más os puedo contar, aparte de recordaros que no dejéis nunca de mirar atrás cada vez que salgáis de vuestro escondite, y cuando volváis a entrar. La seguridad es primordial para nuestra supervivencia y un pequeño fallo puede ser aquel que ponga al borde del precipicio nuestra vida.

Espero volver a hablar con todos vosotros en los próximos días.

Mi nombre es José Antonio, y estoy emitiendo desde el otro lado.

sábado, 5 de junio de 2010

Desde el otro lado. Entrada XL

Ya estoy aquí de nuevo. No he tardado mucho ya que no tengo mucha hambre y he cenado una simple tortilla. Hoy he recogido casi una docena de huevos. He descubierto que las gallinas me producen más huevos cuanto menos las visito. Así que a partir de ahora solo me acercaré a los corrales cada tres o cuatro días, en vez de todos los días.

Hacía mucho tiempo que no recibía un mensaje de ningún compañero. Pero ayer por fin lo recibí. Era de Larmdh, nuestro compañero argentino. Parece ser que está muy bien, contando con las penurias que ha pasado claro. Os dejo con su voz, que no sé si para vosotros lo será, pero para mí es como un bálsamo cada vez que la escucho:

Hola José, espero que puedas escuchar este mensaje.

Hace bastante que no podía usar la radio. Como te conté en mi último mensaje, pude llegar a otra de las chacras o haciendas, para que me entiendas, y luego de que curasen mis heridas, la familia se ocupó de mí mientras sufrí una gran depresión. Esta pobre familia cultivaba unos pequeños huertos y extraían agua de un pozo, pero en su humildad, compartieron conmigo todo lo que tenían. Menos la energía eléctrica de la que antes contaban, ya que sus paneles estaban rotos por una granizada, y los cables de tensión estaban caídos, por lo que no tuve forma de hacer funcionar su radio y comunicarme con mis compañeros de puesto.

En este momento me encuentro de nuevo en mi refugio con mis compañeros y con toda la familia que me ayudó, refugiada conmigo. Es que hace poco, inicié mi retorno al puesto, y en mi primer día de viaje, una extraña lluvia de meteoritos... no, en realidad, de fragmentos de metal, se abatió sobre esta zona, destruyendo todo a su paso y formando una franja de tierra arrasada por el fuego y los impactos. La lluvia comenzó a aparecer delante de mí, por lo que tuve que retroceder corriendo hacia una depresión natural del terreno que supo protegerme. Pero en seguida me di cuenta de que la lluvia de fragmentos también caía sobre la chacra. En cuanto se detuvo aquella lluvia infernal, corrí hacia la gente que me había cuidado.

Allí me encontré con un panorama desolador. Todo destruido como por efecto de una gigantesca metralla. ¡Hasta los huertos! La tierra quedó calcinada, las piedras que delimitaban el pozo de agua quedaron semiderrumbadas, y ni señales de la gente. Comencé a mover todo lo que pude, tirantes de madera, chapas, escombros,...y nada. Hasta que un sonido, un leve golpeteo, me llevó hasta levantar lo que habían sido las planchas metálicas del techo de la cocina, y como allí el golpeteo era más nítido, seguí removiendo escombros hasta una puerta en el piso de la cocina. En realidad era un cuadrado de cemento, parecido a la tapa de una cisterna, y allí, luego de quitar la tapa, estaban todos. ¡Y a salvo!

Sucedió que como era ya de tarde, estaban por comer algo en la cocina, cuando sintieron lo que se acercaba. Miraron al cielo y se dieron cuenta de que aquello no podía ser bueno. Aun sin saber qué era, atinaron a levantar la tapa de un antiguo depósito donde almacenaban vino casero, y se encerraron allí, sin tomar en cuenta que, de no haber llegado yo, podría haber sido su tumba. No había posibilidades de levantar la tapa hacia arriba nuevamente por el peso de los escombros depositados sobre ella.

Ya sin hogar, me los traje al puesto. Aquí se abastecen de energía de la red nacional interconectada. Tenemos un gran transformador que reduce la tensión, y algo todavía debe estar funcionando, porque tenemos energía, aunque solo 125 de los 220 voltios originales. Supongo que alguna de las represas hidroeléctricas sigue entregando energía a la red. Mis compañeros estuvieron toqueteando el transformador tratando de mantener los 220 voltios lo más posible, aun sin saber nada del oficio de electricista, pero en cierto punto ya no se pudo más, y de repente, se quedó así. Mientras dure, seguiré enviando mensajes, y trataré de pensar cómo proveernos de energía cuando falle la red.

No sé cual sería el origen de la lluvia de fragmentos, pero eran metálicos, así que algo se despedazó en el cielo sin que yo me enterara. Pero no creo que viniera del espacio, sino no podría identificar de ninguna forma las partículas. Estas eran grandes gotas de metal incandescente, y sobre una pequeña senda de adoquines cerca de la casa, vi como las gotas formaban una especie de capa granulada, como la escoria que produce la soldadura por arco.

Fue, como dije, algo en el cielo, pero no de tan arriba como el espacio.

Lo raro es que hace tiempo que no veo ni aviones ni helicópteros, ni nada parecido.

¿Sabes algo de eso? ¡Pero cómo vas a saberlo, si estás al otro lado del mundo! Pero como este mundo se volvió tan raro, no me extrañaría que también me digas que viste caer algo del cielo...

Ahora que tengo la radio de nuevo, y mientras no se corte la energía que queda, seguiré escuchando y transmitiendo desde Argentina, un abrazo y espero que te encuentres bien, ya que mis compañeros, con lo del transformador, no pudieron escucharlos. Chau! Hasta la próxima.


Esto es todo. Saludos para ti también compañero. Veo que no te has enterado de nada de lo que ha pasado por aquí. Te lo explico por encima para que al menos tengas una ligera idea de lo que ha pasado.

Lo que llovió por el cielo de tu país ha sido la ISS, o más conocida por todos como la Estación Espacial Internacional. Se ha estrellado aquí, cerca de mi posición, y te garantizo que por ir a mirar las he pasado canutas. Tengo un par de costillas rotas y espero que soldándose, y todo por culpa de mi curiosidad.

Al llegar allí me capturaron tres locos y me dieron una buena paliza. Si no fuera por una chica que me encontré de camino allí, estaría muerto ahora mismo. Aun así, el bagaje fue muy negativo porque al final ella murió, y lo peor de todo es que la conocía. No sé si te acordarás d Ida, una chica española que nos habló contándonos que al dormir, unas ratas se comieron los dedos de una de sus manos. Era ella.

Pero al salvarme la vida, aquellos locos la mataron pegándola un tiro. Aún no lo he superado. Ellos murieron los tres, pero no valió la pena. Está todo el mundo loco, y no puedes fiarte de nadie. ¡Me querían comer vivo allí mismo! Estuve escuchando como discutían sobre si comerme crudo o asándome un poco. Es de locos.

Uno de ellos era como un vampiro. Yo creo que estaba como una puta cabra, pero según contaron sus compañeros, se alimentaba solo de sangre, lo que me hizo acordarme de lo que nos contó Cdebroncas, el chico peruano. No sé si la habrás llegado a conocer. Si no es así, dímelo en tu siguiente reporte y te lo cuento por encima.

Saludos a todos. En unos días me pondré de nuevo en contacto con vosotros.

Como siempre os digo, emito Desde el otro lado.

Desde el otro lado. Entrada XXXIX

¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

... ... ...

... ... ...

¿Me ha parecido escuchar una voz de fondo, pero como que muy lejos. Bueno, da igual. Buenas noches a todos. Soy José Antonio y espero que todos los que alguna vez hablaron conmigo sigan ahí, al otro lado escuchando estas palabras.

Mucho tiempo ha pasado desde mi primera comunicación con vosotros, tanto, que no recuerdo sobre qué hablamos. Recuerdo mi primera transmisión al vacío de las ondas, sin esperanza de recoger nada del otro lado del auricular. Mucho tiempo invertido en sobrevivir y en ayudar a todos los que estabais ahí detrás, escuchándome y contándome vuestras vivencias. A todos vosotros, gracias.

Tengo que daros una buena noticia. Por fin he encontrado una solución a mi problema con el abastecimiento de agua potable. Y sí, lo encontré en las revistas almacenadas. Recordad esto, la palabra escrita es la mejor solución a muchos de los problemas con los que os encontréis día a día. Si andáis por la calle, por un centro comercial o por una casa abandonada, y veis un papel impreso con letras no dudéis en cogerlo o echarle un vistazo, o incluso si tenéis espacio, recogerlo y lleváoslo a casa. Os puede sacar de mil problemas. No sólo las revistas, sino las enciclopedias, las novelas, los ensayos, los cuadernos de colegio de los críos de vuestros vecinos. Hay que agudizar el ingenio, y si esto no es posible, ayudaros con el papel y la palabra, os da siempre sin recibir nada a cambio.

Volviendo al tema de la solución, os la voy a describir de inmediato antes de que se me olvide.

Bueno, el método este de desinfección del agua se denomina SODIS, con mayúsculas. ¿Por qué? Pues no tengo ni idea, pero sé que el que lo inventó fue un tío libanés. El caso es que funciona, y eso es importante. Según la revista, elimina el noventa y nueve coma nueve por ciento de los gérmenes que intervienen en la diarrea. Por lo tanto esto es muy bueno ya que una simple diarrea en las condiciones en las que nos encontramos, supone una diferencia enorme entre vida y muerte. Yo he perdido seis kilos en tan solo una semana. Fijaos si hay diferencia.

Por lo que he podido leer no vale cualquier botella de agua, deben ser de dos litros como máximo, y transparentes. No sé si valen las de cristal, pero la verdad es que en el artículo no pone nada ya que es más bien cortito. Simplemente hay que llenar las botellas de agua de algún sitio que sepamos que al menos no está contaminado con algún producto químico y esas cosas, y ponerla al sol de la mañana unas seis horas. Tras este simple mecanismo, la botella se calentará por sí misma y eliminará mediante el calor los virus y bacterias.

Los pasos más importantes aparte de los que os acabo de decir, son tumbar las botellas para que el sol incida correctamente en ellas, no utilizarlas de PVC sino de... esperar que lo mire que no conozco el material... Mmmmm... de PET. No tengo ni idea de qué material es ese, pero para diferenciar uno de otro, basta con quemar una botella de este tipo y si arde con facilidad, esa botella es de PET de ese. El PVC es muy difícil de quemar, por lo que tardaría mucho. Yo, por lo que he visto en las fotos, son las botellas esas que son así como azuladas. Aquí en España, para todos los que me estén escuchando, son las de agua mineral, o al menos, la mayoría de ellas. Tienen que ser transparentes, que no se os olvide. No valen ni las verdes, ni las naranjas ni nada de eso. Transparentes y como mucho un poco azuladas pero no azules. Si no me equivoco aquí en España había una marca que se llamaba Solán de Cabras y que la botella era de color azul oscuro. Pues esa no vale.

Es necesario que estén unas seis horas al sol, pero en la época en la que estamos, se recomiendan al menos dos días, ya que no hay muchas horas de luz en invierno. Si además de ponerlas al sol, lo hacéis sobre una superficie de chapa o metálica la botella cogerá más temperatura y será mejor. Por lo que estoy leyendo, si se pone el líquido a... un momento que lo busco... a más de cincuenta grados, se desinfecta tres veces más rápido. O sea que a darle caña.

Una cosa muy importante. No utilicéis otro recipiente para beberos ese agua, porque entonces elimináis estos pasos. Si resulta que desinfectáis el agua, y después la vertéis en un vaso que está lleno de virus, pues no vamos a ningún lado.

Aclarado esto, voy a daros otro consejo gratuito que he descubierto en la misma revista.

En Perú, hay una aldea de montaña llamada Buenavista. Por lo que parece es un pueblecito precioso que durante todo el invierno estaba cubierto por la niebla. Pues para aprovechar la niebla y conseguir el agua ponían unas mallas tendidas entre los árboles a la altura del suelo, y debajo de ellos una especie de carriles o conductos donde se escurre esa agua y que luego aprovechaban para regar o lavarse con ella.
El origen de este método, dice la revista, viene porque la tala de los árboles dificulta la retención de esa agua, por lo que no se escurre al suelo y se seca rápidamente la poquita que cae. Por eso inventaron este método. Lo curioso es que fueron unos alemanes.

Supongo que esta misma agua, si le aplicamos el método SODIS también sirve para beberse. Así que Cdebroncas, si me oyes y eres de por allí, podrías buscar a ver si encuentras eso y si no, pues intenta fabricarlas tú mismo.

Esto se extiende a los demás también. Yo voy a intentar usar las mallas de los corrales que son bastante finas y de plástico. Lo que no sé es si me saldrá bien, pero por intentar que no quede. Por lo que dice en la revista, pasaron de tener que comprar dos camiones cisterna todos los meses, a que les sobrara el agua.

La verdad es que con la revista esta he descubierto alguna cosilla que no sabía, o que al menos no aplicaba. Recomiendan lavarse las manos al menos cinco veces al día durante más de veinte segundos cada vez. Aplicando esto, se rebajó en el año dos mil uno de siete a cinco millones de muertes por diarrea en África. Y en el dos mil diez a tres millones y medio. Eran muchas, pero bajaron a la mitad y eso es importante.

De momento no tengo mucho más que decir. Espero que todos estéis bien. Me pondré a cenar y en un rato os pongo las dos emisiones que he recibido.

Saludos a todos Desde el otro lado.

Ah por cierto. Os repito que necesito que me digáis cómo hacéis para conseguir energía o agua potable. Estoy empezando a plantearme el salir de aquí y buscarme otro sitio. Tengo la sensación de que estoy siendo observado.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXVIII

Hola a todos.

Me encuentro mucho mejor, gracias por preguntar.

Aunque parezca mentira, he eliminado de raiz aquella diarrea que hace unos días amenazaba con acabar con mi ya mas que maltrecho cuerpo.

He perdido cerca de cuatro kilos de peso, y el espejo tan solo me devuelve la imagen de una persona escuálida y a la que yo no conozco. Es increíble lo que puede llegar a hacer una simple enfermedad sin los medios para curarla.

Si os cuento como he sido capaz de acabar con la diarrea, no os lo váis a creer. No tengo ninguna otra cosa que contaros, por lo tanto me pongo con ello. Intentaré conseguir que el relato sea de lo mas interesante, y que no os vayáis despavoridos por los desvelos de un loco con acceso a un micrófono y a un público prácticamente fiel.

Como ya sabéis, vivo yo sólo en un bloque de dos plantas. En ellas, además de la parte baja, las otras dos alturas están dotadas de ocho pisos cada una, por lo que desde aquí, y sin mucho esfuerzo, tengo acceso a veinticuatro pisos unifamiliares. Cinco de ellos están completamente derruidos, por lo que no me sirven absolutamente para nada. Dos mas, están completamente vacíos, ya que antes de las bombas estaban deshabitados y en proceso de ser alquilados.

Pero para mi suerte, a parte del mío, los otros catorce pisos están tal y como se quedaron cuando mi bloque fue derrumbado. Sí, están saqueados y no tienen nada de valor en ellos, pero lo que para otros no es nada digno de extraer, para mi constituye uno de los mayores tesoros de los que alguien en mi posición puede tener acceso. Y esto no es más que cientos de enciclopedias y de libros que mis vecinos tenían en sus estanterías.

Cuando el tiempo no hace más que echarse encima de ti, y el aburrimiento amenaza con romper el límite de tu locura, un buen libro puede hacerte evadir de cualquier tipo de problema que estés sufriendo, incluso el de ser la única persona cuerda en cuatro o cinco kilómetros a la redonda.

Sin saber lo que me podía encontrar, opté por investigar en las estanterías vecinales por si me encontraba con algúna enciclopedia médica o algo por el estilo.

Tengo que reconocer que no he sido nunca muy sociable con mis vecinos. Si, soy educado y nunca le negué a ninguno de ellos un saludo siempre que me cruzaba con alguno. Pero de ahí a entablar amistad, o preguntarles por sus oficios, iba un mundo, por lo que el mirar en las “bibliotecas” de cada uno suponía para mi el internarme en una intimidad a la que siempre me había negado a involucrarme.

Al no saber nada sobre las ocupaciones de mis compañeros de bloque, no imaginaba que me sería imposible encontrar ni un solo volumen relacionado con teoría médica o curación de enfermedades. Pero para mi sorpresa, un libro finito, encuadernado de cualquier manera y compusto por hojas de revista del corazón, ha dado con la solución a mi problema, y me va a servir de mucha ayuda en futuros problemas de salud.

Aquel libro se titulaba “Remedios caseros para casi todo”. En la portada aparecía un señor espigado con cara de simpático, rodeado de infinidad de hortalizas y plantas y sujetando en su mano derecha una llave hueca, y en la izquierda una castaña. ¿Y este tío quien es? Me pregunté yo. Lo miré en la portada, y su nombre no me dijo nada. En la parte de atrás decía que el autor era especialista en solucionar pequeños problemas de salud mediante remedios caseros, utilizados por nuestros antepasados mas cercanos y que habían sido traspasados de padres a hijos. Vamos, un curandero de poca monta que se aprovechaba de la inocencia de las señoras mayores metiéndoles por los ojos soluciones imposibles a sus problemas mas habituales.

Empecé leyendo cómo curaba los orzuelos introduciendo llaves huecas en los bolsillos de los pantalones, o cómo una molesta verruga se podía eliminar, si cada mañana, antes de levantarnos de la cama, nos mojábamos la misma con la saliva que en ese mismo momento teníamos en la boca. Una guarrada, vamos.

Seguía con locuras como las de meter dentro de un huevo fresco, un dedo que había sido golpeado con un martillo o blanquear los dientes frotándotelos con el cepillo lleno de ceniza. Desde mi punto de vista, este tío estaba como una cabra.

Pero de repente, me encontré con un supuesto remedio a mi problema. A saber:

“Para acabar con la molesta diarrea, no tienes más que mezclar un poco de ceniza con agua y dejar la mezcla reposar. Una vez hecho esto, revolver de nuevo, y bebérselo todo de un trago. Tu problema desaparecerá en cuestión de un par de días.”

No voy a engañaros, me sentía como un idiota rebuscando en el sótano los restos de una antigua hoguera que nunca había limpiado. Recogí toda la ceniza que pude, y puse agua a calentar. Una vez hecho esto, saqué el agua a la ventana para que se enfriara y esperé unas horas. El sabor de las cosas se enmascara un poco si éstas están frías, por lo que a eso de las tres de la mañana, añadí las cenizas a mi agua recién enfriada, y me la bebí de un trago.

Han pasado dos días desde que hice esto, y aunque parezca mentira, la diarrea se me ha cortado. No me preguntéis cual es la razón, posiblemente nunca lo sabré, pero el caso es que estoy mejor, y ese panfleto ha pasado a formar parte de mi biblioteca más selecta, entre El señor de los anillos y los relatos de Sherlock Holmes.

Ahora, sin perder ni un solo minuto, me voy a poner con las revistas de National Geographic en busca de una solución a mi problema con el agua.

Saludos para todos, y espero que no hagáis nunca lo que he hecho, sobre todo si aquellos que me estáis escuchando sois menores de edad y no tenéis a un mayor que os supervise.

Desde el otro lado. Entrada XXXVII

No puedo entretenerme mucho en este mensaje. Tengo algún tipo de problema con mi estómago, y por alguna extraña razón, éste no aguanta mucho con la comida dentro de él. Estoy prácticamente convencido de que alguna de las reservas de agua de las que he echado mano me ha sentado mal.

Probablemente no tenga nada que ver, pero creo que ha sido el agua. Ya no me quedan pastillas potabilizadoras, y la única manera que conozco de eliminar las bacterias de nuestro líquido virgen, es cociéndola al fuego. El problema es que no sé durante cuanto tiempo, por lo que a lo mejor la he cagado.

Tengo el patio trasero inundado de agujeros, ya os podéis imaginar para qué, y el olor que desprende es insoportable. Espero que este problema no me atraiga mas inconvenientes de los que tengo.

Puede que esté equivocado, por lo que tampoco he descartado la idea de que me haya comido alguna lata de conserva mal cerrada y por lo tanto, en mal estado. Esto tambien me ocasionaría este estado diarréico y las mismas náuseas que tengo cada pocos minutos, pero sigo pensando que ha sido el agua. Lo que mas me molesta es que no hace ni dos días que os lo dije desde este mismo medio, y al final lo dejé para otro día.

Como siempre mi pereza me ha castigado con un serio correctivo.

Necesito que alguien me ayude con esto, porque tengo miedo de no poder arreglar este problema. No sé qué tipo de medicamento me tengo que tomar para acabar con la posible infección, además de que requiero una solución de urgencia para mis problemas de potabilización.

Lo siento, no puedo aguantar más…

miércoles, 21 de abril de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXVI

¿Hola? ¿Hello? ¿Arrikitaun? Jejeje...

Buenos días a todos aquellos que me estén escuchando. Sí, soy el pesado de siempre, el de el otro lado. Siento estar todos los días aquí enganchado, pero en esta época que nos ha tocado vivir, poco más se puede hacer a parte de intentar sobrevivir.

Os hablo feliz desde mi escondite, porque esta madrugada he salido a echar un vistazo al corral de gallinas de las afueras, y me he encontrado con que éstas habían puesto huevos en un sitio que yo no conocía y está toda la nave a rebosar de pollitos. Eso significa mas carne y más huevos en pocas semanas. Además, la costilla no me duele tanto y he perdido momentáneamente el sentido del gusto gracias a las hojas de sauce.

Llevo todo el día de ayer y lo que me queda de hoy hojeando las revistas que tengo de National Geographic en busca de algo que me ayude a poder hacerme con agua potable, ya que como os he dicho varias veces, mis reservas de pastillas potabilizadoras se están agotando, y pasarme el día calentando agua en en los fogones es perder energía y recursos. Tampoco puedo encender un fuego dentro de casa, me podría asfixiar, por lo tanto tengo que encontrar la manera de resolver este problema, y creo recordar que en estas revistas de vez en cuando hablaban de cosas de estas, relacionadas con los pocos recursos de los que precisaban en poblados africanos, y cómo se las apañaban para potabilizar el agua. ¿El problema? Que tengo mas de cien revistas, y revisar todas es un trabajo bestial. Pero no desespero.

Las noticias de ayer de Vin me han animado mucho, porque veo que después de tanto tiempo aun hay gente cuerda que sobrevive a esta catarsis humana. Sé que lo tienen difícil para sobrevivir, nada es fácil en esta tierra que hemos heredado, pero con cuidado e ingenio, todo es posible. Lo más importante es no hacer ninguna estupidez.

Esta noche, antes de salir al corral, recordé que tambien hacía mucho tiempo que no sabía nada de los muchachos argentinos ni de aquel peruano que me contaba lo de los bebedores de sangre. De los gauchos aun tengo esperanza por que estén vivos, pero del peruano... estar encerrado como estaba y rodeado de lunáticos queriendo beber su sangre.

Por cierto, tras decir esto me pregunto ¿Es posible que Mauro, el zumbado que se alimentaba exclusivamente de sangre humana, tuviera algo que ver con los experimentos a los que se refería CdeBroncas? Yo no lo veo muy posible, primero por la enorme distancia que hay, y segundo por cómo se encuentran los tiempos... Pero claro, si estos experimentos a los que se refería Cdebroncas comenzaron mucho antes de lo que él piensa, igual alguno de los infectados pudo llegar hasta aquí en avión camuflado como cualquier otro inmigrante en busca de trabajo, o como simple turista. Todo puede ser. Lo que está claro es que Mauro era español, no peruano. Por lo tanto, la segunda duda que queda por resolver es si lo que sea que aquellos locos tienen en sus cuerpos, puede ser infectado a través de un mordisco o algo así, mas que nada porque yo creo que a mi me chupó. ¿O no? No lo sé, todo es tan difuso...

Y no me olvido de David ni de Jose, el chico de Extremadura. Ambos en un refugio de montaña y ambos en busca de unos locos para cargárslos. Les deseo la mejor de las suertes, la van a necesitar.

Son muchos los que se han puesto en contacto conmigo, y os aseguro que no os olvido a ninguno de vosotros. Tsega, el etíope de la cárcel, Luis y Javi, ambos de Puertollano y refugiados en una antigua mina abandonada, este segundo que perdió a su hija en las fauces de las jaurías de perros. Recuerdo tambien a Namor, aquel chico de Galicia del que solo sé que despertó de un coma cuando todo esto empezó a estallar... Sois muchos y todos tenéis un rincón en mi pequeño mapa mundi. Hoy empezaré a editarlo, poniendo en cada una de las chinchetas vuestros nombres, para no olvidar lo que me ofrecísteis.

A lo que iba, que me pongo sentimental. Antes de salir hacia el corral, puse la radio en modo grabación, como siempre, y recogí un par de mensajes. Uno, en un idioma que no conozco y, que evidentemente no voy a reproducir por el momento, y otro, este que os pongo a continuación, y que me dió mucha alegría escuchar:

Hola José Antonio, soy Héctor.

Lo primero que quiero decirte es que me alegro que no hayas bajado un eslabón en la cadena alimenticia y que, aunque un poco magullado, estés sano y salvo. También que lamento mucho tu perdida. Esta situación de mierda que nos toca vivir, a veces nos recuerda de maneras crueles cuales son las reglas que debemos seguir para sobrevivir. Una de ellas es ¡Nunca bajes la guardia!

No sé si sos consciente de la importancia de lo que hacés. No solo sos el nexo que nos une a los pocos que creemos que no todo el mundo está acabado, los pocos que creemos que, a pesar de todo, queda una esperanza para la humanidad. Estos reportes, como los llamás, son como una luz al final del túnel. Por insignificantes que parezcan, cada palabra, cada experiencia o cada idea, puede ser una solución o una ayuda para resolver algún problema que nos permita vivir un día más.

Por favor, tené cuidado y está atento...

En segundo lugar debo decir que después de escuchar el reporte de ese loco que transmitiste hace tiempo, dudaba de volver a comunicarme. La euforia de saber que no estaba solo me hizo olvidar que el mundo está lleno de desquiciados y que estos no son tontos. Pero como ya dije, quizás algo que comente puede ser de ayuda para alguien.

Igualmente debo advertirle a los que me están escuchando; estoy solo pero no indefenso, el monte que me rodea está sembrado de trampas, algunas no son mortales pero si inhabilitantes y los perros de la zona no son esos simpáticos animales de orejas caídas y colas alegres. Todo aquel que se acerque, será recibido como un intruso y no tendrá tiempo para demostrarme sus buenas intenciones. No quiero sonar violento, pero tuve muy malas experiencias con desconocidos y va a tomar tiempo para que cambie de opinión.

Bueno, se está agotando la batería y se hace tarde. Hoy a la mañana vi unas huellas de jabalí cerca de un arroyo que está a pocos kilómetros y mañana quiero intentar cazar alguno. Me vendría bien la carne y el cuero para unas botas nuevas.

Espero que la transmisión llegue mas clara, estuve toqueteando un poco la antena y escucho un poco mejor las transmisiones. Espero que también emita mejor.

La próxima vez quiero contarles cómo llegué acá y lo que pasó con el pueblo donde vivía.

¡Ah! Me olvidaba, una tapera es... (estática)...


Joder con la puta tapera ¿Qué coño será eso? ¿Algún tipo de edificación, o un granero? Algo así será.

El caso es que la alegría que sentí anoche cuando escuché la voz de Héctor fue enorme. Me alegro mucho de que esté vivo, ya que es otro mas al que le tengo que modificar la chincheta por otra de color verde. Verde, vivo. Amarilla, indefinido. Roja, muerte. Aun hay más amarillas que rojas y verdes, pero tampoco es tan mala señal, peor sería que la mayoría fueran rojas.

Respecto a lo de las trampas, yo solo te diré que cambies tu visión y que en vez de hacerlas inhabilitantes, las cambies por mortales. El que quiera llegar a tu casa y quiera tener contacto real contigo, y de verdad, que te avise, que si alguien quiere hacerse notar, puede hacerlo. Y respecto a los perros, me parece muy bien eso de la compañía. Yo de vez en cuando echo de menos una compañía así, pero sé que en el fondo, en el entorno en el que me encuentro un animal me las haría pasar peor. Primero por la comida, ya que seríamos dos bocas para alimentar. Y segundo, porque un perro no es una persona a la que la puedas decir que se calle y te haga caso. Nunca sería consciente de la importancia de realizar todas las tareas en silencio.

Envidio tu ubicación. Si, estás aislado, pero no más que yo. Tú no tienes que preocuparte tanto de ocultarte al salir fuera del refugio. Tu contacto con el exterior es contínuo y ves a diario los amaneceres y atardeceres desde tu escondite. Yo, sin embargo, me paso el día escondido entre estas cuatro paredes, en silencio, intentando pasar desapercibido a aquellos de mi propia especie que ansían encontrarme y hacerse con mis cosas y con mi persona.

Y respecto al loco, la verdad es que no he vuelto a saber nada de él. No sé si volverá a emitir o no, pero casi prefiero que no lo haga. Mis límites de escucha con la locura humana están llegando a la línea de ruptura. Si lo hago será solo para advertir a todos aquellos que me escuchan, para que vean que en esta tierra, cada vez es más complicado fiarse de nadie, ni tan siquiera de aquel que te da cobijo. Pero si encima negamos la esperanza... poco nos quedará ya.

He cambiado de opinión. No voy a hojear mas revistas hasta mañana. Estoy muy cansado para seguir con eso. Me voy a desayunar y a acostarme, que el sol ya casi está en lo alto y luego me cuesta mucho dormir. Un abrazo a todos los que estéis al otro lado.