viernes, 11 de junio de 2010

Desde el otro lado. Entrada XLII

Hola a todos de nuevo. Os echaba de menos, y eso que tan sólo han pasado tres días desde la última vez que hablamos.

Mi diarrea ha desaparecido por completo pero aun me duele el costado derecho. Cualquier movimiento brusco que hago me hace ver las estrellas, y girarme me supone un titánico esfuerzo. Aun así, creo que cada vez estoy mejor, y lo noto en que a cada día que pasa, me dura más horas el efecto de las hojas masticadas de sauce.

Esta mañana me he levantado temprano para realizar el mantenimiento de las verduras que tengo en el huerto, además de que tenía que limpiar un poco el corral de las gallinas. En el corral me he encontrado con una sorpresa inesperada, que ahora pasaré a contaros.

Eran las cuatro de la mañana cuando he salido en dirección a la huerta que tengo improvisada. En casa, en dos de los patios de mi edificio tengo plantados tomates, pimientos y berenjenas, pero al estar algo resguardadas, creo que hasta que no llegue el final de la primavera no podré recogerlas. Aunque cuando lo haga, creo que me van a sobrar bastantes, por lo que tendré que buscar entre mis libros la manera de conservar toda la cosecha sobrante porque me da mucha pena que al final tenga que tirarla.

El caso es que cuando he llegado a la huerta, me he quedado anonadado. Hacía tres o cuatro semanas que no me pasaba por allí, y las matas la verdad es que estaban impresionantes. Este es el primer año que plantaba verduras de verdad, y no sabía cómo iba a acabar la experiencia, pero no me puedo quejar. Creo que más del sesenta por ciento de lo que he plantado me va a salir en perfectas condiciones.

Como no he usado nada de químicos, no tengo miedo de consumir estas verduras, por lo que este año me van a salir pepitas hasta por las orejas. No voy a engañaros, de vez en cuando echo de menos un poco de alimento transgénico.

He recogido varios kilos de patatas tempranas. Las planté allá por octubre y ya están empezando a hacer su aparición por entre la tierra del patio del colegio. Me he roto un par de uñas hasta casi la raíz, y me he llenado de tierra y barro hasta los codos pero me ha merecido la pena ya que son bastante grandes y tienen buen color.

Bueno, me pongo con el corral. Éste lo ubiqué dentro de una nave industrial que está en medio del campo. Estaba por allí, buscando cualquier cosa que me pudiera servir para algo, cuando un movimiento captó mi atención. Entré allí a investigar, y descubrí que alguien, posiblemente un guarda o un conserje que trabajaba en aquella nave se había fabricado un pequeño cobertizo con maderas y contrachapados de manera muy rústica. Y allí dentro, encerradas con malla de alambre había un montón de gallinas picoteando por aquí y por allí, alimentándose de lo que encontraban por el suelo. Habían muchísimas, más de las que podía contener el improvisado corral, por lo que deduje que llevaban allí abandonadas desde hacía mucho tiempo. Abrí aquel recinto y las dejé sueltas por todo el terreno industrial a su aire.

Pronto empezaron a anidar por allí fuera, en el exterior del cobertizo y a poner huevos en cualquier sitio. Yo me preocupaba de tener siempre los comederos en el mismo sitio y llenos de comida, y así ellas siempre estaban por allí cuando yo llegaba prestas a devorar cualquier cosa que les tirara al suelo.

Pronto me quedé sin comida, pero la suerte me sonreía. Al estar en medio del campo y el terreno abandonado como estaba, aquello era un buffet libre de todo tipo de semillas, por lo que a las gallinas nunca les faltaba nada que echarse a los picos. Tenían árboles, matorrales, maquinaria vieja y oxidada, un cobertizo en el que dormir cuando hacía frío y un agujero hecho con una máquina excavadora y lleno de agua que se poblaba de lombrices en cuanto este estaba a punto de rebosar.

Como os he dicho en alguna ocasión, las gallinas me dan bastantes huevos, ya que son muchas, por lo que me obligan a ir muchas veces a por ellos. No sé qué haría si no tuviera electricidad, porque al estar yo sólo no sería capaz de terminar con todos los huevos que me ponen. Normalmente, la misma gallina me pone unos cuatro o cinco huevos cada nueve o diez días. Yo siempre dejo uno de los huevos, para que así no me falten adultos. De lo que me he dado cuenta con este método es que nacen muchos gallos y luego me cuesta mucho dominarlos, porque tienen mucha mala hostia y se me tiran a la cara cuando intento ir a por los huevos. Los estoy empezando a tener miedo a los muy cabrones.

Bueno, pues hacía ya más o menos seis días que no iba por allí y esta mañana como os he dicho, me he pasado por la nave cual Caperucita Roja con cestita y todo. El ambiente era bastante gélido ya que el viento soplaba muy fuerte y la sensación térmica era bastante más baja de la que habría en realidad. Iba cagado de frío, encogido y con las manos en los bolsillos de la cazadora. Si alguien hubiera aparecido y hubiese intentado matarme, a mi no me habría dado tiempo de descubrirme las manos y haberle apuntado con mi arma.

Cuando entré en la finca de la nave, algo no iba bien. No se veía ni una sola gallina por allí, además de que en el aire había un aroma extraño, como a óxido o a hierro mojado. Era un olor acre que se metía por la nariz y se quedaba pegado a la garganta como cuando tienes un enorme resfriado en pleno invierno.

Tardé poco en encontrarme con lo que allí había pasado, aunque aun ahora no encuentro ninguna explicación lógica.

El suelo frente a la puerta del cobertizo estaba lleno de sangre, plumas y pelo, todo ello mezclado con el barro y el polvo del suelo. Había varias pisadas de unas botas grandes y éstas estaban a su vez debajo de otras marcas de pisadas de otro animal, que no sabría decir cual era. Supongo que sería algún perro, pero claro, no estoy muy seguro porque yo la verdad es que no sé distinguir las huellas de un perro, de las de un zorro o un lobo. Incluso las de un gato por allí correteando me habría puesto las cosas difíciles. El caso es que allí había un batiburrillo enorme de huellas de todo tipo y yo no sabía interpretarlas.

De la pisada de aquellas botas y mediante las marcas del barro, podía extraer la imagen de un hombre con un sombrero de explorador y la palabra Jack bajo la imagen, pero nada más. Debía ser la marca de su calzado. Todo lo demás eran miles de huellas de animal y de gallinas, y por desgracia no sabría decir de cuántos animales se trataba, posiblemente más de tres, pero no podría asegurarlo con exactitud.

Hice el recuento de gallinas, y creo echar en falta al menos cuatro de ellas y bastantes pollitos, al no ser que estuvieran escondidos por allí entre la maleza y la maquinaria oxidada expuesta a la interperie.

Intenté seguir las huellas de los animales, ya que la persona que había entrado a robarme los huevos, podría haberlo hecho por cualquier sitio, pero los perros o lo que fuera que hubiera entrado allí, solo podían haber entrado por un agujero en la alambrada, y tenía que encontrarlo para sellarlo y así evitar que volvieran a hacerlo.

No tardé mucho en encontrar lo que quería, simplemente siguiendo un pequeño rastro de sangre que se alejaba de la zona de guerra. Un agujero de un metro de diámetro en la parte de atrás de la nave, era la brecha de mi perímetro que había permitido la entrada de aquellas alimañas. Aunque también era por donde había entrado el dueño de las botas Jack. El boquete había sido hecho con un alicate o una herramienta parecida y una vez realizado este, habían empujado la alambrada hacia detrás, para así evitar cualquier tipo de arañazo con las puntas de aquella valla.

Por suerte el suelo de aquel terreno estaba lleno de trozos de alambre y retales de cuerda antiguamente utilizables, pero que ahora eran demasiado cortos para usarlos fuera de la utilidad que yo les iba a otorgar. Até de nuevo la alambrada intentando reducir la abertura, y me fui de allí para seguir echando un vistazo por la zona.

La única explicación que yo le encontraba era que el ladrón, sin fuerzas para saltar la valla, había abierto un agujero en la alambrada y se había introducido por él. Mientras estaba ocupado cogiendo alguna gallina o robando algún huevo, bajó la guardia y se introdujo por su misma puerta de entrada algún animal que a continuación le atacó, y acabaron enfrentándose. Lo que no puedo determinar es quién salió victorioso, ya que ninguno de los dos cuerpos estaba por allí, por lo que creo que ambos salieron por su propio pie tras darse un susto de muerte. Viendo las plumas por allí tiradas, diría que alguna pieza se cobraron, pero no lo sé con exactitud.

Por lo tanto, tengo dos ladrones de gallinas y de botellas de agua, y un animal que acecha a mis animales y que a la mínima oportunidad intentará introducirse de nuevo en el corral. Vaya suerte la mía.

Esto es todo lo que puedo contaros ya que por lo demás, todo sigue bien y nadie se ha puesto en contacto conmigo para decirme como les va por allí en el extranjero.

Espero ponerme pronto en contacto con todos vosotros.

Os mando saludos desde aquí, desde el otro lado. Mi nombre es José Antonio y soy la voz de la esperanza.

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