martes, 8 de junio de 2010

Desde el otro lado. Entrada XLI

Dos días más y noticias frescas que contaros. La última vez que os hablé, recuerdo que os conté que últimamente sentía que me estaban observando. Pues bien, no me equivocaba.

Hace ya dos días que estoy poniendo a prueba el método ese de la desinfección de agua mediante los rayos del sol. Tras estar toda una noche buscando botellas de agua cual basurero neoyorkino de los años noventa, me hice con casi sesenta de ellas, y las distribuí en varios puntos cercanos a donde tengo acceso, siendo estos la gasolinera, en la parte superior a los surtidores ya que son de chapa metálica; en el corral improvisado donde tengo las gallinas, que también es de techo metálico al ser esto el terreno de una nave industrial; mi propia casa, a la que le he añadido yo mismo las chapas que arranqué del tejadillo de un aparcamiento de la Guardia Civil del pueblo; y por último en unas casetas que hay en un refugio para huérfanos de la Guardia Civil que queda cerca de mi casa, que al estar lleno de árboles y de matorrales en su época, hoy parece un bosque salvaje dejado de la mano de Dios y en el que dudo mucho que nadie quisiera entrar allí por el peligro de lo que te pudieras encontrar entre sus árboles.

Bueno, pues resulta que me equivoqué. O alguien vive en el refugio de huérfanos, o alguien me vio poner las botellas y se ha llevado cuatro de ellas. Lo sé porque las dispensé de manera controlada en cada uno de los sitios. Veinte en mi casa, veinte en la gasolinera, diez en el corral y diez en las dependencias de la Guardia Civil. Las he colocado así más que nada por orden de cercanía, ya que si me quedaba sin agua potable por algún motivo, me sería más fácil realizar tres viajes a algún sitio cercano a mi escondite, que dos e incluso uno solo a cualquiera que estuviera más lejos, como es el caso del corral que está a lo menos dos kilómetros de aquí.

Al ir esta mañana a recoger las del Orfanato para meterlas dentro de casa y refrescarlas en el garaje he descubierto que solo habían seis. Lo primero que he hecho ha sido levantar el rifle y agudizar mis sentidos mientras un escalofrío recorría mi espalda. La sensación de ser observado se intensificaba a cada bocanada de aire que daba, y el trinar de los pájaros entre la espesura de aquel entorno unido al entrechocar de las ramas y las hojas movidas por las ardillas que recorrían el techo del bosque, no hacían sino aumentar más si cabe aquella intuición de que me estaban observando.

Evidentemente los nervios no me habían jugado una mala pasada, ni me había equivocado al hacer las cuentas de las botellas. Estaba seguro de lo que había hecho y de cómo las había dispensado en cada uno de los lugares. Por eso que el encontrarme con ese panorama me golpeó la frente como si esta se tratara de la de un preso judío en un campo de concentración nazi. El impacto me sobrevino de repente, e incluso durante unos segundos dudé de mi propia mano al colocar aquellas botellas días antes.

Como podréis entender, al principio mi propia mente me dijo que estaba equivocado, que simplemente me había hecho una idea errónea de lo que había dejado al sol. Pero no. Tras echar un nuevo vistazo a lo que tenía delante mío, me convencí de que estaba en lo cierto al ver las pisadas alrededor de la estructura de madera sobre la que había montado las chapas.

Utilizando mis mínimos conocimientos de rastreo y evitando escuchar a mi conciencia que me gritaba que me alejara de allí echando hostias, seguí las huellas que se veían marcadas en el lecho de hojas y que se alejaban hacia la parte este de la finca. Cuando llegué al lugar donde terminaban las mismas, me quedé de piedra.

Cuando mis ojos tuvieron conciencia de lo que estaban mirando, ordenaron a mi cabeza que levantara el arma con urgencia y comenzara a mirar hacia todos los lugares que pudiera. El miedo recorría mi cuerpo, y mi frente empezó a generar perladas gotas de sudor que se escurrían entre mis cejas escociéndome en los ojos.

No hacía calor, pero mi temperatura corporal había aumentado varios grados de repente. Mi corazón latía desbocado como un loco suicida se alejaba a toda velocidad dispuesto a estrellarse contra el primer vehículo que se le pusiera a tiro.

Tras unos minutos de incertidumbre, entendí que no había nadie allí. Nadie me estaba observando a pesar de los temblores que se aferraban a mis piernas.

Frente a mí, vestido con un peto vaquero, una camiseta de color negro con el logo de los Rolling Stones, unas zapatillas desgastadas por el uso y un sombrero de paja completamente desvencijado, me miraba con sus ojos hechos con botones un espantapájaros enclavado en una cruz de madera. Sobre su pecho de paja, en el lado izquierdo tenía un trozo de cartón sujeto con un clavo oxidado en el que podía leer perfectamente unas palabras escritas con rotulador rojo.

Las palabras eran las siguientes:

-Si estás leyendo esto, es porque al menos tienes unos ligeros conocimientos de rastreo, aunque también eres un poco temerario ya que no sabías lo que te podías encontrar aquí. Siento haberte robado tus botellas de agua, pero me eran necesarias. Te pido perdón por los problemas que te haya podido causar, y solo te pido que te guardes mejor las espaldas, ya que dejas unas huellas muy fáciles de seguir por cualquiera con algún conocimiento de rastreo.

Josué.

PD: No te preocupes por tus botellas, que te las devolveré. Por cierto, tus gallinas ponen muy buenos huevos. Espero que no te moleste que te coja unos cuantos.

Mis manos temblaban de rabia, mientras mi mirada no paraba de posarse de árbol en árbol y de rama en rama. Todas las rocas de aquel lugar eran susceptibles de esconder al autor de la nota, y cada uno de los metros cuadrados de aquella zona que se encontraba cubierto de hojarasca podía tener bajo su espeso manto a un poderoso enemigo dispuesto a acabar conmigo allí mismo.

Pero tras pensarlo un rato, me pareció absurdo. Si aquel o aquella que había firmado la nota hubiese querido acabar conmigo, podía haberlo hecho hacía tiempo, ya que por lo que deducía de sus palabras me había estado siguiendo u observando, y conocía de mis costumbres más de lo que me gustaba. Estaba al descubierto y había puesto en peligro mi propio escondite.

No sabía cómo actuar. Quería regresar a mi refugio, pero tenía miedo de que al hacerlo, aquel que se hacía llamar Josua me estuviera espiando en ese momento desde algún sitio que yo no podía divisar y localizara de esa manera mi escondrijo. La verdad era que la situación se me estaba yendo de las manos y no sabía cómo solucionar aquel problema que me tenía tan tenso.

Sin bajar el arma y sin dejar de apuntar, decidí volver hasta aquí y seguir con mi vida como si no hubiera sucedido nada. Esta vez sí, sin dejar de mirar tras de mí para eliminar las posibles huellas que iba dejando en el camino, aunque la verdad era que no sabía cómo hacerlo.

Así que aquí estoy, después de haber dado varios rodeos antes de entrar en el escondite. He asegurado la puerta de entrada con un hilo de acero y un perno aferrado al suelo con forma de anilla. Ambos extremos del acero están acabados en una segunda pieza en forma de gancho que al darle vueltas a un tornillo del que está provisto, va tensando el hilo de acero de manera que los dos extremos son forzados a atraerse con una fuerza descomunal. Haría falta una grúa para extraer esa plancha de acero que tengo como puerta.

Me cuesta mucho el entrar a mi propio escondite, ya que tengo que hacer fuerza para mover el chapón de acero, pero mis costillas lesionadas no me dejan forzar mucho los músculos de la parte dañada.

Sigo tomándome las hojas de sauce para eliminar al máximo el dolor de mi costado, pero aun me sigue dando muchos problemas a la hora de realizar muchas de las tareas necesarias para mantener íntegra la vida que he llevado hasta hoy.

Creo que poco más os puedo contar, aparte de recordaros que no dejéis nunca de mirar atrás cada vez que salgáis de vuestro escondite, y cuando volváis a entrar. La seguridad es primordial para nuestra supervivencia y un pequeño fallo puede ser aquel que ponga al borde del precipicio nuestra vida.

Espero volver a hablar con todos vosotros en los próximos días.

Mi nombre es José Antonio, y estoy emitiendo desde el otro lado.

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