domingo, 6 de marzo de 2011

Desde el otro lado. Entrada XLV

Buenos días, al habla desde el otro lado.

Ya han pasado tres días desde mi percance con aquellos dos grupos enfrentándose en el centro del pueblo. Las secuelas que me dejaron el conflicto ya casi no las sufro, pero aquella noche fue insoportable. Las costillas medio curadas que tenía doloridas, me hicieron pasar una jornada dolorosa de veras y aunque el moratón que tenía ha desaparecido, aun se me resienten de vez en cuando al hacer movimientos bruscos.

Ya han comenzado a salirme las primeras verduras plantadas en el patio interior de mi escondite y, pese a no tener muy buena pinta, al menos el experimento de comenzar a plantar no ha estado mal.

Los ajos y las cebollas no tienen un gran tamaño, pero estas últimas tienen un sabor demencial. Ayer, al comenzar a pelar una de ellas lloraba como un niño no por los vapores que desprendían, sino al saber que de nuevo podré empezar a llevar una dieta un poco más equilibrada. Las latas de conserva estaban empezando a aburrirme, y pese a no estar bajando mi reserva de ellas, preferiría dejarlas algo apartadas y comer algo más fresco.

También me han salido unas pocas fresas, aunque por el tamaño de éstas, más que fresas son fresones. Son del tamaño de… bueno, de fresones. Están jugosos y manchan mucho, y aunque nunca me han gustado, no he podido evitar el lujazo de comerme unos pocos kilos. Estoy orgulloso de mi siembra, ya que ahora estoy comenzando a ver el fruto de mi trabajo. Ahora tendré que salir en unos días a los huertos exteriores, para ver qué tal va lo plantado en las naves.

Anoche mientras me comía un guiso de gallina con ajo, cebolla, unas zanahorias enlatadas y varias hierbas aromáticas, recibí el mensaje de alguien a quien me hizo mucha ilusión escuchar. Hacía mucho que no sabía nada de él, y al ver que el pilotito rojo de mi emisora se encendía y que Namor comenzaba a hablar, paré de comer de inmediato para prestar atención a todo lo que me decía.

Aquí tenéis el mensaje íntegro. Un momento que le doy al play del Mp3:

Hola… José… me escuchas… soy Namor… sí, aquel desgraciado que se despertó del coma en pleno bombardeo de Pontevedra y que unos militares acogieron en su seno.

Madre de Dios, como han cambiado las cosas. Te he seguido a lo largo de todo este tiempo, escuchando tus declaraciones a través del aparato de radio militar que funciona a las mil maravillas y gracias a un buen grabador de MP3. Siento no haberte contestado o dar un informe de mi situación, pero tenía que hacer algunas cosas para proteger mi refugio.

Te prometí hace mucho que te contaría algo de mi vida, pero se podría resumir en que me enseñaron a no morir y a cazar antes de ser cazado. Entrenamiento militar a marchas forzadas y después un paciente hombre me enseñó a sobrevivir hasta el día de hoy. Ese hombre fue asesinado por una banda de “maleantes”. Mis chicos y yo no paramos hasta darles caza a todos. Ahora sus cabezas están ensartadas en unas estacas a lo largo del camino de entrada de mi refugio. Sé que, por ser como eres, no estarás muy de acuerdo con este método, pero muchos pasan de largo al ver la colección de cabezas que tengo. Aquella banda no fue la única en caer bajo mi cuchillo.

Un consejo, hazle caso a Josué. No dejes tantas pistas por donde pasas. Sé tú el cazador, anticípate a todos los movimientos del enemigo. Que sepan que tú no eres una presa a la que se puede cazar fácilmente.

Yo por mi parte, no he tenido muchos problemas de abastecimiento de agua, ya sabes, estoy en el país de los mil ríos y gracias a mis chicos, caza no me falta. Compartimos todo lo que cazamos.

Por cierto, los supervivientes que me he encontrado me han contado cosas extrañas de lo que acontece en las ciudades. A parte de los desmadres que acontecen a lo largo del día, por la noche parece ser que salen algunas alimañas nocturnas que se dedican a raptar a las buenas gentes que buscan comida y agua y que solo tratan de evitar que las bandas se hagan con sus pocos enseres. No sé, algo me dice que algún día tendré que darme una vuelta con los chicos por la ciudad… quizá pueda investigar algo y así ponerte en conocimiento de lo que sucede por aquí.

José, tengo que dejarte pero antes un consejo: si tienes que matar, hazlo.


Bueno, pues esto es todo. Me alegro de que todo vaya bien por allí por l norte, y cuando digo bien, quiero decir que me alegro de que estés aun vivo, cosa difícil en estos días. Tienes razón, no me gusta tu método para mantener a raya a la gente que te intenta acosar, pero no sólo eso. Es que si yo mismo intentara hacer eso, posiblemente en pocos días estaría muerto. Yo vivo en plena ciudad y mi escondrijo es un edificio semiderrumbado. Si cerca de mi guarida clavara cuatro picas con las cabezas de mis enemigos ensartadas, lo único que conseguiría es marcar mi casa como si de meado de perro se tratase. Aun así, admiro el valor que muestras después de todo lo que has pasado.

Y respecto a tu última frase, no temo el matar a nadie, pero ¿Sabes? Es algo muy raro. Desde que comencé a hacerlo, algo de lo que no me siento nada orgulloso, cuando cierro los ojos no hago más que ver las caras de aquellos a los que quité la vida, mirándome con esos ojos opacos, sin brillo, sin vida, y reprochándome quien soy yo para arrebatarles lo más preciado que tenían. A veces esto se convierte en un sueño, y en él yo les grito que ellos comenzaron haciéndome lo mismo, que me robaron lo que yo más quería, lo único por lo que podría matar… Es entonces cuando me despierto y me doy cuenta de que pese a que no debía matar, tuve que hacerlo.

De todas formas, gracias por tu consejo. Espero volver a escucharte. Por mi parte, corto y cierro, y no olvidéis que seguiré aquí, al otro lado, a la espera de saber más de vosotros.

domingo, 20 de febrero de 2011

Desde el otro lado. Entrada XLIV

Probando, probando… ¿Se me oye? ¡¡¡Vamos cacharro inmundo!!!

Si… ¿Hola? Vale ahora sí. ¿Cómo estáis? Hacía mucho que no hablaba con vosotros, sea quien sea que me esté escuchando. Han pasado algunos días desde que me conecté para reproduciros el mensaje de Alex y su… arquería, pero a mí se me ha hecho eterno, y me ha parecido casi un año.

He de decir que mis dolores de costillas no se han curado del todo, pero ya por lo menos puedo empezar a hacer las cosas con prácticamente toda la normalidad de la que disfrutaba antes. Las cataplasmas de eucalipto y hojas de sauce me están haciendo maravillas, y ahora he descubierto en un libro de recetas de cocina que el ajo machacado también sirve para curar las infecciones, por lo que me lo estoy aplicando directamente en los rasguños que tengo en la zona. La verdad es que escuece de una manera terrible, pero al menos el enrojecimiento inicial que tenía la magulladura ha desaparecido.

Respecto a las caguetas que me entraban por lo que yo creía que era el agua en mal estado, creo que de momento han desaparecido. El invento éste de las botellas de plástico al sol parece que está funcionando y ya me he hecho con un buen cargamento de las mismas. Tras encontrar en una nave industrial una carretilla de esas para transportar el cemento y los materiales de obra, salí con ella durante un par de noches y recogí todas las botellas que pude y me las guardé en el garaje subterráneo de mi escondite.

Además de eso, he encontrado unos almacenes de ferretería en el polígono industrial cercano a mi zona, y ahora sí, he conseguido asegurar mi escondite mediante un par de cosas que sustraje de allí. Con un poco de hilo de acero, tensores del mismo material y unas cosas que parecen unas sujeciones de acero con forma de media luna y que en la caja donde estaban ponía “perrillos”, me he ideado una forma de evitar que nadie entre al menos en donde estoy durmiendo, que es en el garaje.

Como os dije, la entrada a la cochera solo es accesible mediante un agujero que hay entre el suelo del bajo y el techo del garaje, que se derrumbó. Dicho agujero es más o menos de un tamaño aproximado de un metro y medio cuadrado. Pues bien, la chapa con la que lo tapo, que es bastante pesada, viene con un pequeño gancho que supongo que sería utilizado para transportarla en las obras. Ese gancho lo he asegurado con uno de esos “perrillos” y lo he unido al hilo de acero. En el suelo de cemento y mediante un alargador, utilicé la máquina de taladrar que tengo e hice un agujero en el suelo justo debajo de la chapa, y ahí metí un perno de acero que acababa en forma de argolla. A este mismo le uní un tensor, y ya lo único que me quedaba por hacer era unir el cable de acero a la argolla. Una vez terminado todo este proceso, ya solo debo utilizar cualquier cosa que sea de acero, como un destornillador o una simple varilla de esas de acero de las que están llenas las calles, y girar el tensor. Con eso consigo que el acero se tense cada vez más, atrayendo hacia el suelo la chapa y pegándola contra el techo del garaje. De esta manera nadie puede acceder a mi dormitorio improvisado mientras estoy durmiendo. Es cierto que dejo desprotegida mi despensa de comida y el lugar donde paso la mayoría del tiempo, pero es la única manera de proteger lo más valioso que tengo, que es mi vida.

Bueno, y ahora después de todos estos tecnicismos, me pongo con la narración de lo que ha sucedido cerca de mi escondite, a la altura de la iglesia del ayuntamiento.

Tres días antes de encontrar la ferretería, salí en busca de algunas botellas, como siempre por la noche para evitar ser detectado. Cuando iba caminando por una de las calles, oí un estruendo cerca de mi posición. Dejé la carretilla bajo un plástico y la volqué, para hacer creer a cualquiera que la encontrara que ya estaba allí y no contenía nada interesante.

Corrí pegado a las paredes de la estrecha calle mientras de vez en cuando me paraba a escuchar, hasta que empecé a percibir unas voces. Me detuve y me introduje en el portal de una de las muchas casas que están derruidas en la calle. Subí hasta el tejado con mucho cuidado y me puse a observar.

Desde allí pude reconocer al menos a diez o doce figuras luchando por la adquisición de una pequeña furgoneta que estaba en medio de la plaza y llena de cajas cerradas. No pude vislumbrar qué contenían, pero debía ser algo muy valioso para formar la batalla que estaban organizando. Era la primera vez que veía en mucho tiempo tanta gente junta, y más tan desprotegidas y sin esconderse. Ni siquiera soy tan consciente de que en la ciudad en la que me escondo haya tantas personas aun vivas.

Estaban combatiendo con todo tipo de armas. Se distinguían perfectamente dos bandos. El primero estaba formado exclusivamente por hombres entrados ya en años. Eran seis, y portaban armas de fuego la mitad de ellos. Los demás sujetaban con las manos enromes machetes y cuchillos de caza. El otro bando, aunque parezca mentira, estaba formado por cuatro personas, tres chicas y un chico, todos ellos menores de quince años. Portaban armas rudimentarias como palos y tirachinas, y una de las chicas, la más alta de ellas, llevaba una honda que, por cierto, manejaba con bastante soltura.

A mi llegada el chico estaba herido en un brazo, y se encontraba parapetado tras una columna de sujeción del ayuntamiento. Las otras tres integrantes de su grupo se encontraban reunidas detrás de un oxidado camión tirando piedras desde su posición y estaban a punto de ser rodeadas por los hombres.

Fue entonces cuando pasó lo que me sorprendió. Un camión de bomberos… sí, como lo oís. Un camión de bomberos irrumpió en la plaza empujando a todos los demás coches que se encontraban en medio de la plaza, y de él salieron otras seis o siete chicas que recogieron a los otros cuatro componentes y se fueron por donde habían venido, dejando a los tíos de las armas de fuego allí tirados. Uno de ellos quedó debajo de uno de los coches que había sido arrastrado por el camión de bomberos, y no hacía más que chillar de dolor porque había quedado atrapado su tobillo bajo la rueda del vehículo.

Tras sacarle de allí, y comprobar el maltrecho tobillo, el que parecía el jefe, un tío alto y con barba negra y espesa le miró y comenzó a discutir a gritos con él mientras otros dos le levantaban y se hacían cargo de ayudarle a caminar. No sé qué se dijeron, pero acto seguido, el que digo que era el jefe, sacó una pistola y le pegó un tiro. Sus dos compañeros acabaron llenos de sesos y trozos de hueso. Yo me quedé allí como un bobo, mirando cómo acababa con su vida y sorprendido por la decisión. Fue entonces cuando el hombre de la barba giró su cuello y miró hacia mi posición, señalando el tejado con el dedo y dando órdenes a sus vasallos de que se hicieran conmigo.

Yo, evidentemente me dejé caer por el tejado, aterricé en la terraza de debajo, y puse pies en polvorosa. Bajé a toda prisa por las escaleras del portal y corrí como un loco por la estrecha calle. Dejé allí el carro y seguí corriendo. Podía haberme parapetado en una esquina y ponerme a disparar desde allí con el rifle, pero las balas de las que dispongo no son muchas, y creía que la distancia que les llevaba sería suficiente para despistarles sin gastar una sola munición. No sé hasta dónde me siguieron pero uno de ellos logró alcanzarme, y escuché tras de mí sus gritos, maldiciones y, sobre todo sus jadeos.

Me escondí en una calle de detrás de mi escondite, y no salí hasta que pensé que ya estaría a salvo. Posiblemente pasaron un par de horas como poco. Yo, como un bobo escondido dentro de las ruinas de una antigua funeraria y rodeado de decenas de ángeles de mármol a los que les faltaban los miembros y las alas a muchos de ellos. Estaba detrás de una lápida rectangular que rezaba:

Julián López Aguado

12-3-1978
12-3-2013

Tu mujer y tu hijo no te olvidan.

Curiosas las fechas de nacimiento y muerte de este individuo. Quien le iba a decir que en alguno de sus cumpleaños le quedaban exactamente tres o cuatro años de vida. La verdad es que tengo que confesar que si hubiera sido consciente de en donde me iba a esconder, no lo habría hecho. Creo que habría sido bastante irónico el que hubiera muerto allí mismo, rodeado de tantos ángeles y tantas lápidas, pero que ninguna fuese destinada a mi persona.

El caso es que después de creer que ya había estado bastante tiempo escondido, y fuera de peligro, salí de mi escondrijo y partí hacia mi casa. No me percaté del cubo de basura que dejaba atrás, ni de las huellas que eran más que evidentes que había recientes alrededor del mismo. Tampoco hice caso a las claras señales de que una mano había arrastrado toda la ceniza que había sobre el cubo y la había tirado al asfalto, dejando en consecuencia una montañita del mismo material.

Iba caminando, pendiente de llegar rápido a mi escondrijo, cuando la tapa del cubo de basura se abrió detrás de mí y escuché el sonido del arma al ser cargada. Lo que después escuché fue el subsiguiente disparo. Pero, en vez de caer al suelo con la cabeza chorreando de sangre y mi alma escapando de mi cuerpo, desperté de mi trance al reconocer el sonido de un cuerpo cayendo desde el cubo y golpeando el asfalto. Me giré, y vi cómo mi perseguidor se encontraba con los sesos esparcidos por la zona y con su arma aferrada a sus manos, a punto de ser disparada. Era evidente que el disparo no había salido de su rifle.

Miré a todos lados buscando al supuesto tirador, pero al no encontrar nada, cogí su rifle, su munición y sus botas, y salí corriendo de allí sin mirar atrás hasta llegar a mi guarida.

Desde entonces no he salido de casa para nada, excepto para recoger un poco de agua y unas pocas lechugas. Tengo miedo de que me estén vigilando y el día menos pensado me encuentre con un tiro en la cabeza o con mi despensa completamente vacía.

La verdad es que no sé por qué aquel tirador me salvó la vida, pero es cierto que tengo que agradecérselo. He pensado que podría ser el mismo que me está robando los huevos y las botellas de agua, pero sería demasiada coincidencia.

Además de todo esto, tengo la impaciencia de averiguar quiénes son aquellos chiquillos que conducían el camión de bomberos, y sobre todo, en donde se refugian. No sólo porque me vendría bien el enterarme cómo se alimentan o de dónde sacan sus víveres, sino porque a lo mejor el espiarles sea beneficioso para mí. Creo que en estos días cuantos más seamos mejor, ya que garantiza una mayor seguridad a la hora de protegerse unos a otros y conseguir comida.

No tengo nada más que contaros, solo que espero oír pronto vuestras voces y recibir mensajes de seguridad, para así saber cómo os va a todos y que me contéis de qué manera estáis sobreviviendo a lo que sea que esté pasando en vuestros escondites.

Mis mejores deseos desde aquí y un saludo desde el otro lado.

jueves, 10 de febrero de 2011

Resumen de Desde el otro lado

Es el año 2013 o 2014. El mundo se ha vuelto loco y una serie de ataques descentralizados desde todos los lugares del planeta ha provocado en caos en todos los paises desarrollados del mundo.

En cuestión de días, más dl noventa por ciento de la población de la Tierra ha sucumbido bajo las bombas de un enemigo al que aun no se ha identificado. Se acusa a los chinos, a los iraníes, coreanos, indios e incluso a los mismísimos Estados Unidos de América, pero a decir verdad, nadie sabe qué ha ocurrido.

José Antonio, desde su propio escondrijo, se convierte en corresponsal de guerra a través de una vieja radio de onda corta encontrada entre los escombros de su ciudad, situada al sur de Madrid, la capital de España. Mandando un mnsaje al vacío de la inmensidad de las ondas, y descorazonado debido a la poca esperanza de encontrar respuesta, utiliza la radio para agarrarse al único desahogo que encuentra en este mundo plagado de cenizas, destrucción y frío.

Pero varios días mas tarde recibe una señal. Alguien le contesta desde el otro lado de la radio, y luego otro, y más tarde otro mas. Jose Antonio se convierte en el escape para varias personas de lugares muy distintos, desde la Argentina septentronal, a los Alpes Suizos pasando por Valencia y el mismísimo Tokio.

Comienzan a informarse de lo que les va sucediendo día tras día, dejando un compendio de transmisiones tras de si a modo de cuaderno de bitácora, que utilizan entre todos como un diario de supervivencia. Usando las experiencias de uno con las de otros, comienzan a darse cuenta que, pese a estar a miles de kilómetros unos de otros, cada vez se van uniendo y estrechando unos lazos que nunca habrían aparecido de no ser por aquel aparato desvencijado que lucía a modo de adorno sobre la estantería polvorienta de un vecino de nuestro protagonista.

Verán caer objetos del cielo, se enfrentarán a desalmados obsesionados con sobrevivir, y, sobre todo, se enfrentarán a ellos mismos, que es precisamente a la única cosa que ningún ser humano está preparado para superar.

sábado, 1 de enero de 2011

La vuelta de Gisicom, ya es una realidad


Quizá esto que voy a anotar en mi Diario es algo que ya todos sabéis, por ello, no voy a extenderme mucho en ello.

Como todos podéis apreciar en la imagen que acompaña a este texto, La Galaxia por fin ha sido de nuevo abierta. Todos podemos disfrutar de nuevo de lo mejor de los cómics del pasado y del momento.

Gracias a todos por seguirme, y nos vemos en http://www.imperiogisicom.com/forum.php