domingo, 20 de febrero de 2011

Desde el otro lado. Entrada XLIV

Probando, probando… ¿Se me oye? ¡¡¡Vamos cacharro inmundo!!!

Si… ¿Hola? Vale ahora sí. ¿Cómo estáis? Hacía mucho que no hablaba con vosotros, sea quien sea que me esté escuchando. Han pasado algunos días desde que me conecté para reproduciros el mensaje de Alex y su… arquería, pero a mí se me ha hecho eterno, y me ha parecido casi un año.

He de decir que mis dolores de costillas no se han curado del todo, pero ya por lo menos puedo empezar a hacer las cosas con prácticamente toda la normalidad de la que disfrutaba antes. Las cataplasmas de eucalipto y hojas de sauce me están haciendo maravillas, y ahora he descubierto en un libro de recetas de cocina que el ajo machacado también sirve para curar las infecciones, por lo que me lo estoy aplicando directamente en los rasguños que tengo en la zona. La verdad es que escuece de una manera terrible, pero al menos el enrojecimiento inicial que tenía la magulladura ha desaparecido.

Respecto a las caguetas que me entraban por lo que yo creía que era el agua en mal estado, creo que de momento han desaparecido. El invento éste de las botellas de plástico al sol parece que está funcionando y ya me he hecho con un buen cargamento de las mismas. Tras encontrar en una nave industrial una carretilla de esas para transportar el cemento y los materiales de obra, salí con ella durante un par de noches y recogí todas las botellas que pude y me las guardé en el garaje subterráneo de mi escondite.

Además de eso, he encontrado unos almacenes de ferretería en el polígono industrial cercano a mi zona, y ahora sí, he conseguido asegurar mi escondite mediante un par de cosas que sustraje de allí. Con un poco de hilo de acero, tensores del mismo material y unas cosas que parecen unas sujeciones de acero con forma de media luna y que en la caja donde estaban ponía “perrillos”, me he ideado una forma de evitar que nadie entre al menos en donde estoy durmiendo, que es en el garaje.

Como os dije, la entrada a la cochera solo es accesible mediante un agujero que hay entre el suelo del bajo y el techo del garaje, que se derrumbó. Dicho agujero es más o menos de un tamaño aproximado de un metro y medio cuadrado. Pues bien, la chapa con la que lo tapo, que es bastante pesada, viene con un pequeño gancho que supongo que sería utilizado para transportarla en las obras. Ese gancho lo he asegurado con uno de esos “perrillos” y lo he unido al hilo de acero. En el suelo de cemento y mediante un alargador, utilicé la máquina de taladrar que tengo e hice un agujero en el suelo justo debajo de la chapa, y ahí metí un perno de acero que acababa en forma de argolla. A este mismo le uní un tensor, y ya lo único que me quedaba por hacer era unir el cable de acero a la argolla. Una vez terminado todo este proceso, ya solo debo utilizar cualquier cosa que sea de acero, como un destornillador o una simple varilla de esas de acero de las que están llenas las calles, y girar el tensor. Con eso consigo que el acero se tense cada vez más, atrayendo hacia el suelo la chapa y pegándola contra el techo del garaje. De esta manera nadie puede acceder a mi dormitorio improvisado mientras estoy durmiendo. Es cierto que dejo desprotegida mi despensa de comida y el lugar donde paso la mayoría del tiempo, pero es la única manera de proteger lo más valioso que tengo, que es mi vida.

Bueno, y ahora después de todos estos tecnicismos, me pongo con la narración de lo que ha sucedido cerca de mi escondite, a la altura de la iglesia del ayuntamiento.

Tres días antes de encontrar la ferretería, salí en busca de algunas botellas, como siempre por la noche para evitar ser detectado. Cuando iba caminando por una de las calles, oí un estruendo cerca de mi posición. Dejé la carretilla bajo un plástico y la volqué, para hacer creer a cualquiera que la encontrara que ya estaba allí y no contenía nada interesante.

Corrí pegado a las paredes de la estrecha calle mientras de vez en cuando me paraba a escuchar, hasta que empecé a percibir unas voces. Me detuve y me introduje en el portal de una de las muchas casas que están derruidas en la calle. Subí hasta el tejado con mucho cuidado y me puse a observar.

Desde allí pude reconocer al menos a diez o doce figuras luchando por la adquisición de una pequeña furgoneta que estaba en medio de la plaza y llena de cajas cerradas. No pude vislumbrar qué contenían, pero debía ser algo muy valioso para formar la batalla que estaban organizando. Era la primera vez que veía en mucho tiempo tanta gente junta, y más tan desprotegidas y sin esconderse. Ni siquiera soy tan consciente de que en la ciudad en la que me escondo haya tantas personas aun vivas.

Estaban combatiendo con todo tipo de armas. Se distinguían perfectamente dos bandos. El primero estaba formado exclusivamente por hombres entrados ya en años. Eran seis, y portaban armas de fuego la mitad de ellos. Los demás sujetaban con las manos enromes machetes y cuchillos de caza. El otro bando, aunque parezca mentira, estaba formado por cuatro personas, tres chicas y un chico, todos ellos menores de quince años. Portaban armas rudimentarias como palos y tirachinas, y una de las chicas, la más alta de ellas, llevaba una honda que, por cierto, manejaba con bastante soltura.

A mi llegada el chico estaba herido en un brazo, y se encontraba parapetado tras una columna de sujeción del ayuntamiento. Las otras tres integrantes de su grupo se encontraban reunidas detrás de un oxidado camión tirando piedras desde su posición y estaban a punto de ser rodeadas por los hombres.

Fue entonces cuando pasó lo que me sorprendió. Un camión de bomberos… sí, como lo oís. Un camión de bomberos irrumpió en la plaza empujando a todos los demás coches que se encontraban en medio de la plaza, y de él salieron otras seis o siete chicas que recogieron a los otros cuatro componentes y se fueron por donde habían venido, dejando a los tíos de las armas de fuego allí tirados. Uno de ellos quedó debajo de uno de los coches que había sido arrastrado por el camión de bomberos, y no hacía más que chillar de dolor porque había quedado atrapado su tobillo bajo la rueda del vehículo.

Tras sacarle de allí, y comprobar el maltrecho tobillo, el que parecía el jefe, un tío alto y con barba negra y espesa le miró y comenzó a discutir a gritos con él mientras otros dos le levantaban y se hacían cargo de ayudarle a caminar. No sé qué se dijeron, pero acto seguido, el que digo que era el jefe, sacó una pistola y le pegó un tiro. Sus dos compañeros acabaron llenos de sesos y trozos de hueso. Yo me quedé allí como un bobo, mirando cómo acababa con su vida y sorprendido por la decisión. Fue entonces cuando el hombre de la barba giró su cuello y miró hacia mi posición, señalando el tejado con el dedo y dando órdenes a sus vasallos de que se hicieran conmigo.

Yo, evidentemente me dejé caer por el tejado, aterricé en la terraza de debajo, y puse pies en polvorosa. Bajé a toda prisa por las escaleras del portal y corrí como un loco por la estrecha calle. Dejé allí el carro y seguí corriendo. Podía haberme parapetado en una esquina y ponerme a disparar desde allí con el rifle, pero las balas de las que dispongo no son muchas, y creía que la distancia que les llevaba sería suficiente para despistarles sin gastar una sola munición. No sé hasta dónde me siguieron pero uno de ellos logró alcanzarme, y escuché tras de mí sus gritos, maldiciones y, sobre todo sus jadeos.

Me escondí en una calle de detrás de mi escondite, y no salí hasta que pensé que ya estaría a salvo. Posiblemente pasaron un par de horas como poco. Yo, como un bobo escondido dentro de las ruinas de una antigua funeraria y rodeado de decenas de ángeles de mármol a los que les faltaban los miembros y las alas a muchos de ellos. Estaba detrás de una lápida rectangular que rezaba:

Julián López Aguado

12-3-1978
12-3-2013

Tu mujer y tu hijo no te olvidan.

Curiosas las fechas de nacimiento y muerte de este individuo. Quien le iba a decir que en alguno de sus cumpleaños le quedaban exactamente tres o cuatro años de vida. La verdad es que tengo que confesar que si hubiera sido consciente de en donde me iba a esconder, no lo habría hecho. Creo que habría sido bastante irónico el que hubiera muerto allí mismo, rodeado de tantos ángeles y tantas lápidas, pero que ninguna fuese destinada a mi persona.

El caso es que después de creer que ya había estado bastante tiempo escondido, y fuera de peligro, salí de mi escondrijo y partí hacia mi casa. No me percaté del cubo de basura que dejaba atrás, ni de las huellas que eran más que evidentes que había recientes alrededor del mismo. Tampoco hice caso a las claras señales de que una mano había arrastrado toda la ceniza que había sobre el cubo y la había tirado al asfalto, dejando en consecuencia una montañita del mismo material.

Iba caminando, pendiente de llegar rápido a mi escondrijo, cuando la tapa del cubo de basura se abrió detrás de mí y escuché el sonido del arma al ser cargada. Lo que después escuché fue el subsiguiente disparo. Pero, en vez de caer al suelo con la cabeza chorreando de sangre y mi alma escapando de mi cuerpo, desperté de mi trance al reconocer el sonido de un cuerpo cayendo desde el cubo y golpeando el asfalto. Me giré, y vi cómo mi perseguidor se encontraba con los sesos esparcidos por la zona y con su arma aferrada a sus manos, a punto de ser disparada. Era evidente que el disparo no había salido de su rifle.

Miré a todos lados buscando al supuesto tirador, pero al no encontrar nada, cogí su rifle, su munición y sus botas, y salí corriendo de allí sin mirar atrás hasta llegar a mi guarida.

Desde entonces no he salido de casa para nada, excepto para recoger un poco de agua y unas pocas lechugas. Tengo miedo de que me estén vigilando y el día menos pensado me encuentre con un tiro en la cabeza o con mi despensa completamente vacía.

La verdad es que no sé por qué aquel tirador me salvó la vida, pero es cierto que tengo que agradecérselo. He pensado que podría ser el mismo que me está robando los huevos y las botellas de agua, pero sería demasiada coincidencia.

Además de todo esto, tengo la impaciencia de averiguar quiénes son aquellos chiquillos que conducían el camión de bomberos, y sobre todo, en donde se refugian. No sólo porque me vendría bien el enterarme cómo se alimentan o de dónde sacan sus víveres, sino porque a lo mejor el espiarles sea beneficioso para mí. Creo que en estos días cuantos más seamos mejor, ya que garantiza una mayor seguridad a la hora de protegerse unos a otros y conseguir comida.

No tengo nada más que contaros, solo que espero oír pronto vuestras voces y recibir mensajes de seguridad, para así saber cómo os va a todos y que me contéis de qué manera estáis sobreviviendo a lo que sea que esté pasando en vuestros escondites.

Mis mejores deseos desde aquí y un saludo desde el otro lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario