miércoles, 24 de marzo de 2010

Una disculpa y una petición

Siento no poder entrar con mas asiduidad al Blog, pero es que de momento mi vida está un poco ajetreada. Me encantaría entrar con mas frecuencia, pero mi tiempo no me lo permite ya que el poco del que disfruto,necesito pasarlo con los míos.

Podría seguir escribiendo entradas, mas breves, pero entonces no podría mantener la calidad que creo que de momento goza el Blog. Quiero que el tiempo que le preste a la escritura, sea de verdad y no regalado, para no bajar el nivel.

Por ello pido un poco de paciencia, hasta que me pueda organizar un poco mejor.

Además, me gustaría pediros un favor, y es que me dijérais como véis la historia, que me comentárais algo para demostrarme a mi mismo que no escribo en vano, y que lo que fluye de mi cabeza, gusta como al principio.

Un saludo. Ya sabéis desde dónde...

miércoles, 17 de marzo de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXI

Otro día mas sin nada que contar, solo que parece que el temporal de frío no tiene intención de amainar, y que todos los días tengo que subir al tejado a quitar la nieve acumulada encima de mis paneles solares. No recogen mucha energía, pero me están dando un trabajo atroz.

Acabo de terminar de desayunar. Unos copos de avena mezclados con leche en polvo. No podéis haceros una idea de lo que han cambiado mis hábitos alimenticios desde que empezó esta vida de pesadilla. De no gustarme las verduras ni la mayoría de las cosas que crecían en el campo, a pasarme prácticamente todo el día cuidando las plantaciones que tengo de ellas, y por supuesto, alimentándome de ellas. Son mi sustento junto con las latas de conserva que tengo almacenadas.

Os podríais asustar si viérais mi despensa de comida. No me gusta alardear, pero es cierto que si cualquiera descubriera dónde estoy escondido, mataría por tener acceso a la quinceava parte de lo que tengo aquí guardado. Mi fanatismo por las lecturas de novelas sobre mundos apocalípticos, me empujaron a lanzarme al supermercado y saquear todas las conservas que encontraba. Primero fui a por las carnes, que eran las que me gustaban, pero al final dejé de hacerle ascos a las verduras y hortalizas, y comencé a reunirlas de manera indiscriminada. No sé cuantas latas tendré, pero sin llegar a exagerar, os aseguro que si tuviera acceso infinito a agua potable desde aquí, podría vivir sin alimentarme nada más que de latas de conserva durante mas de dos años. Dos de los pisos del bloque en el que vivo, están abarrotados de ellas. Y aun sigo encontrándolas y guardándolas.

Bueno, ya que no tengo nada importante que reseñar de estos dos últimos días que llevo aquí encerrado, seguiré contandoos lo que sucedió allí fuera, cerca del impacto.

Partimos de noche, como los otros dos días anteriores. Como ya os he dicho, el miedo a ser descubierto de día, y la poca confianza que tenía en aquella muchacha rubia embutida en un traje de neopreno y con un machete abrazado a uno de sus muslos, me obligaba a caminar sólo de noche y a aminorar mi marcha.

Tardamos una noche entera en llegar a la zona cercana al cráter. Era enorme. El agujero debía tener alrededor de mil quinientos metros de diámetro, y la profundidad, la verdad es que no sabría decirlo, pero unos doscientos o doscientos cincuenta metros. Era alucinante. Alrededor de la zona, todo estaba chamuscado y un olor acre subía hacia nosotros, que tuvimos que taparnos la boca y la nariz con un trapo improvisado, ya que era imposible respirar sin que nos dieran náuseas.

En el centro del agujero, una masa carbonizada, aun seguía expulsando algunas llamas y humo a la atmósfera, pero la mayor parte del incendio había sido sofocado por la lluvia que caía en los dos últimos días. Desde nuestra posición, no se veía lo que había caido, pero una vez llegado hasta allí, podíamos afirmar que aquello no era un meteorito. Lo que estaba allí tirado, fuera lo que fuera, había sido construido por unas manos. No sabíamos si humanas o no, pero lo que estaba claro es que aquello, desde nuestra posición y con nuestros ojos, no parecía natural, sino artificial. La respuesta a por qué creíamos eso, no os la puedo dar, ya que no la sé, pero supongo que sería por los numerosos trozos de aquella cosa que habían por todos lados. Pedazos metálicos de color blanco ennegrecido por culpa de la explosión del impacto.

Eran casi las siete de la mañana cuando llegamos al borde de aquel abismo, por lo que decidí buscar un sitio donde pasar el día, hasta que volviera a anochecer. El sol estaba a punto de salir, y nuestras figuras, en aquel erial de devastación, podrían ser reconocidas desde muy lejos, recortadas en el horizonte con el anaranjado fondo tras de nosotros.

Durante las horas que caminaba con aquella mujer, tengo que reconocer que no hablaba mucho con ella. Intentaba entablar conversaciones conmigo, sin mucho éxito claro, pero es que yo no sabía como responderla con sinceridad, sin poner en peligro mi ubicación en la ciudad. Mi casa era objeto de deseo de varias personas, entre ellas los asaltantes del supermercado de al lado de mi escondite, y seguramente querrían darme caza para vengarse de su amigo desaparecido. Lo que desconocen es que yo sé donde se encuentra muerto y enterrado.

Ella, al ver que yo no la contaba muchas cosas, simplemente se pasaba las horas callada, caminando delante mía y resoplando cada pocos metros, debido al cansancio que acumulaba. Me contaba cómo había sido su vida antes de la guerra. Trabajaba con ancianos en una residencia en Leganés. Era asistente sanitaria, y llevaba ya varios años trabajando allí. Vivía sola en un pequeño piso gracias a que su último novio decidió cortar la relación de manera unilateral sin ningún motivo aparente. Quedaron como amigos, se llevaban muy bien, pero evidentemente, nada era como antes. Acabaron por alejarse por completo el uno del otro hasta que ella comenzó a vivir sola en el piso al que él renunció.

Cuando por fin se había adecuado a la vida en soledad en aquel pisito de soltera, estalló la no-guerra. Los bombardeos derrumbaron la mayoría de los edificios de la zona donde vivía, y el caos se apoderó de la situación. Logró sobrevivir gracias a que cerca de donde estaba su casa, había un supermercado que se había librado de los ataques. Por la noche reunía todo lo que podía, y se lo llevaba a su escondite, que no era otro que el piso donde había estado viviendo los últimos meses. Saqueba los bloques de pisos que aun se encontraban en pie, llevándose todo lo que encontraba al mismo lugar. Así estuvo durante dos años, hasta que decidió abandonar la zona en la que se escondía por motivos que no me quiso contar.

Pero aquello que no me quiso contar, lo adiviné yo solo por motivos inesperados, y que el azar quiso que aparecieran frente a mi mente. Aquella chica, siempre escondía una de sus manos, y a mi me intrigaba mucho la razón.

Esa noche, al borde del cráter, habíamos encontrado una zona en la que en época de paz, debió de haberse comenzado una gran obra de urbanismo en medio de la nada. El sur de Madrid, siempre abierto al campo, estaba en los años ochenta rodeado de tierras de cultivo y huertas. Pero en los años noventa, con motivo del boom inmobiliario, muchos constructores se embarcaron en la construcción de miles de viviendas en zonas completamente despobladas, por las que ni siquiera pasaba una carretera de tierra. En cuestión de diez años, todos los pueblos de aquel territorio, habían aumentado su terreno y su población casi el doble, arrebatándoselo al entorno natural. Pero entonces llegó la crisis del 2009, y la mayoría de las obras urbanísticas se vieron obligadas a ser paralizadas. Esta era una de ellas.

Nos metimos dentro de unos tubos de hormigón que habían apilados en medio de aquella explanada y que habían sobrevivido a la explosión del impacto. Tapamos los dos extremos con piedras y maderas para eliminar la posible visión de nuestro fuego en la lejanía, y comencé a cocinar unas latas de albóndigas con tomate que llevaba en el macuto. Fue entonces cuando sucedió. Ella alargó la mano izquierda para mover las ascuas de la hoguera que habíamos encendido, y pude observar por primera vez sus dos manos. Aferraba el palo de madera con el que movía las brasas con tan solo tres dedos. Los otros dos habían desaparecido desde la palma, el índice y el meñique. Fue entonces cuando caí en la cuenta.

Le pregunté qué le había pasado en esa mano, y ella la retiró de inmediato, escondiéndola dentro de su traje de neopreno. Me miró a la cara, pero no me dijo nada, simplemente me miraba fijamente. ¿Ida? Le pregunté en voz baja. El súbito cambio en su expresión contestó a mi pregunta. Yo conocía a aquella mujer. No personalmente, pero la conocía. Hacía mucho tiempo que había hablado con ella, pero nunca la había visto. Tan solo conocía su voz, pero ésta había desaparecido de mi memoria.

Ida era aquella muchcha indefensa que se había quedado sola en una ciudad llamada Getafe, y por culpa de unos asquerosos energúmenos que la habían violado y ultrajado, había abandonado su lugar de descanso habitual, y lo había cambiado por un ambulatorio saqueado y derruido. Era la chica que hacía unos meses se había puesto en contacto conmigo para informarme de que tenía miedo de haberse quedado embarazada de alguno de aquellos indeseables, y que en la noche que había pasado en aquel ambulatorio derrumbado y poblado de todo tipo de alimañas, mientras dormía, una de sus manos había sido devorada por las ratas. Era la misma chica que lloraba desconsolada por miedo a traer una nueva vida a este mundo, y que me pedía un poco de ayuda en forma de palabras.

Y ahora la tenía allí frente a mi, mirándome con cara asustada, y con su mano derecha aferrada a su machete y apuntándome a mi con él, temblando de miedo ante la sorpresa de que un deconocido hubiera adivinado su nombre.

Le expliqué quien era yo, cómo la conocía. Y se echó a llorar. No puedo negar que aquella situación me revolvió el estómago y me quitó el hambre por completo. La casualidad, por primera vez, la había favorecido, y ella lo había asimilado. Soltó el cuchillo y se abalanzó a mis brazos.

Allí se quedó dormida, con sus brazos agarrados detrás de mi cuello y con sus ojos húmedos de lágrimas. El cansancio la dejó abatida sobre mi, y yo, por miedo a despertarla, me quedé tambien dormido, apoyado sobre la pared redonda de hormigón. Desperté un par de veces, en las que me dediqué a alimentar el fuego con unas pocas maderas secas que habíamos acumulado en el momento de la acampada. Después de eso, el sol comenzó a caer e Ida despertó sonriente, llena de vida ante la nueva perspectiva que se le había presentado.

No hay nada más que añadir a aquel día, aparte de decir que me alegré mucho al ver que su tripa estaba lisa como la baldosa de mármol de una cocina y que, evidentemente, no se había quedado embarazada finalmente. Nos comimos las albóndigas recalentadas en silencio, y levantamos el campamento.

En cuanto la luna salió por entre las nubes, nos encaminamos a descender por el oscuro cráter con la perspectiva de encontrar algo valioso en el centro de aquel agujero.

Como siempre, os dejo con la miel en los labios, pero tengo que irme a comer. Más tarde os seguiré contando mi apasionante aventura y el encuentro con aquello que vino del espacio.

Mientras tanto, cuidaros, y ya sabéis, siempre estaré aquí emitiendo, Desde el otro lado.

viernes, 5 de marzo de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXX

Hola de nuevo!

Tras dormir doce horas de tirón, me he levantado con unas ganas enormes de hablar. Me siento como un cuentacuentos jubilado, que se pasa el día esperando a que lleguen sus nietos, para poder contarles las batallitas de cuando era joven. La lástima es que yo no puedo ver las caras de estupefacción de esos chiquillos, asombrados por las proezas de juventud de su abuelo, preguntándose si de verdad, aquel hombre atestado de arrugas, con voz grave y temblores en las manos, alguna vez fue realmente un hombre joven como su padre.

Como os conté anoche, me senté con aquella chica, y compartimos un poco de mi comida. Una vez allí apoyados sobre la pared de piedras de aquella casa derrumbada, me contó que hacía siete meses que se encontraba sola sobreviviendo como podía. Había salido hacía varios días desde donde vivía, en busca de un sitio algo mas seguro, ya que la ciudad de la que ella venía se había vuelto completamente insegura.

Decía que la localidad había sido tomada por las bandas. Además, era centro de reunión de muchas jaurías de perros, y las ratas se habían convertido en una inmensa plaga. Tras un rato escuchando su historia, me percaté de que uno de sus brazos siempre estaba escondido bajo la capa de neopreno, entre su piel y la tela impermeable. Le pregunté que si estaba herida, y ella me dijo que no, que no era nada, por lo decidí no atosigarla y la propuse avanzar en nuestro camino.

Los dos íbamos en busca de lo mismo, solo que ella, no lo hacía por curiosidad como yo. Ella esperaba encontrar algo allí. La pregunté que el qué. Y ella me contestó con una sola palabra: Esperanza.

Una vez continuamos nuestro camino, la pedí que apagara su frontal, ya que no quería ser descubierto. Ella no me puso problemas, y seguimos charlando como dos viejos amigos que hace mucho que no se ven y tienen miles de historias que contarse. Me preguntó por mi vida, por mi supervivencia. Y como podréis entender, la mentí.

No me siento orgulloso de ello, pero si algo he aprendido de este mundo de mierda en el que me he visto obligado a sobrevivir, es que con la verdad no se va a ningún lado. Lo más importante es la información, y yo no sabía si la que ella me había dado era veraz. No me fiaba de ella. Era una desconocida y llevaba un machete en una pierna, símbolo de que al menos sabía utilizarlo. Otro de los factores determinantes que me demostraron que aquella chica no era tan frágil como ella quería aparentar, fue el comentario sobre mi rifle. Nadie que no esté familiarizado con las armas sabe distinguir desde lejos y en una situación de peligro como en la que ella se había encontrado si un rifle lleva el seguro puesto o no.

Esa chica sabía manejarse, y muy bien. Yo seguía charlando con ella como si nada de esto se me pasara por la cabeza, y ella, al parecer hacía lo mismo. A lo mejor sus intenciones eran nobles, pero no podía arriesgarme. Ahora me arrepiento de ello, pero no podía hacer otra cosa.

El campo estaba atestado de agua, y el barro nos impedía avanzar adecuadamente. El amanecer asomó por entre los pocos árboles que quedaban levantados y una brisa fresca nos envolvió, sumniéndome en un bienestar difícil de vivier en estos días.

Perdonad que os hable así, pero le he cogido tanto el truco a este momento, que me siento como un locutor de radio de los sesenta, contando historias narradas desde las páginas de un libro perdido en el tiempo, y recordado de nuevo a través de una voz anónima, pero conocida por los oidos de todos los oyentes.

Tras andar al menos dos horas más en silencio, y todo el rato bajo la lluvia, llegamos a una zona plagada de pinos carrascos, y la sugerí descansar. Ella no quería, pero yo le insistí diciendo que si quería avanzar, por mi valía, pero yo no me movía de allí hasta que no llegara la noche. El día es muy peligroso, y mas con un suceso como el acontecido, en el que muchísimos curiosos se podrían acercar a observar. Al final, accedió a mi cabezonería.

Era eso, o quedarse sin comer, porque no sé si os lo he dicho, pero la chica no portaba absolutamente nada más que su traje de neopreno, sus botas, el machete y supongo que la ropa interior... No llevaba nada de comida, y a la vista de la manera en que se comió los melocotones en la cena, hacía mucho que no lo había hecho con anterioridad.

Nos paramos en la parte más alta, y yo me encaramé a uno de los pinos, para observar el horizonte, en busca de alguna visión que me aclarara un poco lo que estabamos buscando ambos. No vi nada más que humo nego y un resplandor anaranjado, además de un par de raspones bastante feos en las palmas de mis manos por culpa de unas ramas que se rompieron al iniciar mi descenso.

Saqué de mi mochila una manta vieja que me había cargado y se la di a la chica para que se echara un rato a dormir, pero se negó en rotundo. La estaba dando de comer, la honraba con mi compañía, y aun así, la muy pelleja no se fiaba ni un pelo de mi. Claro, que yo tampoco de ella, por lo que me vi obligado a sacar un par de latas de atún en aceite y renunciar a una pequeña siesta, que me hacía falta como el agua potable en la actualidad.

Yo lleveba mis propios cubiertos, una pequeña navaja multiusos de color rojo y con una cruz blanca en la empuñadura, pero ella, para comerse su ración, utilizaba con destreza su machete, demostrándome una vez más que su afilada compañera había dormido varios meses acurrucada bajo la funda de cuero que llevaba ceñida en uno de sus muslos.

Intenté permanecer despierto por miedo a que aquella mujer aprovechara mi sueño para rebanarme el cuello, pero no fui capaz, y me quedé dormido apoyado en la base del mismo pino que me sirvió de improvisada atalaya. Al cabo de unas horas me desperté sobresaltado, y al abrir los ojos, ella aun seguía allí. Estaba desnuda frente a mi, de espaldas, y con mi cantimplora y un sucio trapo de color blanco limpiándose todo su cuerpo. Estaba algo delgada, pero la verdad era que sus músculos estaban bastante desarrollados. Me recordaba a las chicas que representaban a sus paises en las Olimpiadas en las modalidades de gimnasia rítmica. Su espalda era fuerte, tersa y acabada en unos glúteos que podrían partir sin dificultad el cuello de cualquier hombre que se atreviera a asomar por aquella zona.

Debió de darse cuenta de que la estaba mirando porque de repente, y sin previo aviso giró su cuello hacia mi, y se quedó mirándome fíjamente, mientras se sujetaba el pelo recogido en lo alto de su cabeza para poder limpiarse con más facilidad entre el cuello y los hombros. No pareció importarle que la estuviera mirando, porque ella siguió a lo suyo como si no hubiera sucedido nada. Pero sí que sucedió algo. Y lo que sucedió es algo que cualquier hombre sufre después de tres años bajo obligado celibato.

Tuve que salir corriendo de allí con la excusa de vaciar mi vejiga. Lo hice, solo que si normalmente el flujo de mi orina alcanzaba a mojar un metro frente a mi, en ese momento llegaba casi dos metros de distancia sin ningún tipo de esfuerzo. Quien me lo iba a decir, una erección en medio del campo, gracias a una desconocida y encima salía corriendo de allí con la sensación de ser un pervertido voyeur.

Volví allí con la cara ardiendo de vergüenza, y me la encontré allí, arropada con la manta y con el neopreno colgado de las ramas de un árbol. Me dijo que lo había estado lavando por dentro porque llevaba mucho tiempo con él puesto, y no había tenido ocasión de hacerlo antes. Le daba asco como olía, y al menos ahora estaría mas pulcro que el día anterior.

Me molestó un poco, porque no me había pedido permiso para usar mi cantimplora y vaciar la mitad de mi agua, pero me tranquilizó diciéndome que había visto mis pastillas potabilizadoras y las había usado para sanear el agua que había encontrado estancada en una garrafa, a unos metros de allí. Tambien de allí había sacado el trapo. Me señaló el lugar, y me acerqué a observar.

Había un cadáver prácticamente descompuesto metido dentro de un saco de dormir. Le habían rebanado el cuello, y toda la tela del saco estaba manchada por una costra de color negruzco. Había hecho un pequeño fuego y un cazo agujereado era lo único que se podía distinguir de entre la hojarasca. Aquella hoguera hacía muchos meses que se había extinguido del todo. Volví a mi lugar de acampada y saqué mi cacito para ponerme a cocer el agua.

Pasaron otras seis horas hasta que por fin, reanudamos nuestro camino.

Bueno, pues como véis, ese fue mi segundo día de travesía en busca de lo que fuese que cayó en medio del campo. Si no me hubiera encontrado con aquella chica, es muy probable que en aquellos momentos hubiese llegado ya a mi destino, pero el miedo a que me emboscara o me hubiera mentido, aminoró mi paso, reduciendo mi marcha mas o menos a unos dos kilómetros por hora.

Tardamos un día mas en llegar, pero lo que nos encontramos allí necesita de mucho tiempo para ser contado. No era un meteorito, ni una nave alienígena... Era... Era algo mas real pero mas inesperado si cabe. Al menos a mi no se me llegó a pasar por la cabeza hasta que no me encontré a escasos centímetros de la zona devastada. Ya os seguiré contando.

Por cierto. Mi ingenio se está acabando, y necesito que me contéis de donde sacáis la energía para poder sobrevivir, así como el agua potable y los alimentos. Mis pastillas potabilizadoras están a punto de acabárse y supongo que mis células fotovoltáicas y mis torretas eólicas, llegarán un día y dejarán de funcionar. Así que espero que la próxima vez que me habléis, podáis ayudarme con estas cosas.

Como siempre, emitiendo desde el otro lado, Jose Antonio, vuestra puerta a la esperanza.

Cuidaros en mi ausencia.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXIX

Bueno, prosigamos con la historia.

Tras adentrarme en la zona de campo que rodea todo el sur de Madrid, me topé con el primer improvisto. Iba muy bien equipado para el frío, con mi cazadora impermeable, un forro polar debajo y una camiseta de esas térmicas. Y sobre todo, mi mejor adquisición de los últimos doce meses, unas preciosas botas de montaña Salomon. Eran buenísimas. Rígidas, impermeables, con tecnología Gore-tex, Vibro-in y no-sé-que-más... Pero en cuanto me metí en el barro, se comenzó a pegar a la suela y pesaban cinco o seis kilos cada una. Para colmo comenzó a llover, por lo que me iba escurriendo cada dos por tres en el camino.

Había que ir con pies de plomo porque no se veía nada, y aunque mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad me tropezaba cada diez o doce metros con alguna piedra o cambio en el nivel del suelo. El sendero estaba muy bien cuidado para el tiempo que hacía que no se utilizaba con asiduidad, porque las malas hierbas habían respetado en todo este tiempo el no crecer dentro del camino.

Al cabo de las tres o cuatro primeras horas, me tuve que parar a descansar un poco. Me dolían las piernas de caminar con las botas llenas de barro, y estaba comenzando a notar cómo en los muslos asomaban los primeros síntomas de agujetas. Mientras dada un trago de agua de la cantimplora metálica de mi mochila, cerré los ojos para intentar escuchar a mi alrededor a la vez que me relajaba un poco y restituía mi cuerpo de sales minerales.

Fue entonces cuando lo oí. Eran pasos, a no menos de treinta metros. Era una sola persona, e iba muy rápido a juzgar por las pisadas que percibía. Pensé que me iba persiguiendo, porque iba a una velocidad endiablada para la poca luz de la que se disponía. Yo estaba sentado apoyado en un antiguo muro derruido, de los muchos que salpicaban el paisaje. No le veía aun, pero sí lo escuchaba más cerca cada vez. A los cinco segundos, apareció en mi campo de visión un pequeño halo de luz que se movía de adelante hacia atrás, al compás de los pasos de aquella persona. Podía escuchar los resoplidos de su respiración, y mis nervios se crispaban como el lomo de un gato acorralado por una jauría de perros.

Contuve la respiración y esperé. Levanté mi rifle, y apunté hacia lo que fuera que apareciera por la esquina de mi apoyo. Entonces lo vi. Era una mujer. Durante una centésima de segundo pude apreciar sus pechos bajo la capa de neopreno que llevaba puesta sobre el cuerpo. Era mas bien alta, de un metro ochenta, y su pelo rubio ondeaba en dirección contraria a su destino, detrás de su cuerpo. Iba ensimismada mirando al suelo, siguiendo mis huellas gracias al frontal que llevaba puesto en su frente. Esa era una de las razones por las que yo no lo llevaba. En la oscuridad, la luz siempre delata tu posición.

Cuando ya pensaba que iba a pasar de largo, algo captó su atención. Se paró en seco, y dirigió su mirada hacia el lugar donde yo me encontraba. El haz de luz que se desprendía de su linterna me alumbró, delatando mi posición. Iba siguiendo mis pasos, por lo que una vez los perdió, lo obvio era que yo estuviera allí donde se desviaban mis huellas.

Yo no me amilané, y seguí apuntándola con mi arma. La dije que se estuviese quieta, y ella se quedó allí, parada, simplemente deslumbrándome con su frontal y mirándome, sin que yo pudiera distinguir ni un centímetro de su rostro. No llevaba nada, solo la ropa de neopreno y un machete colgado de una pernera de cuero que llevaba atada a la pierna izquierda. Le ordené que la tirara muy despacio, pero ella, muy tranquila, me dijo que no, que eso era lo único que la protegía de la gente, y renunciar a ello, sería su perdición. Tenía valor, pese a estar en la posición en la que se encontraba.

Pero aunque parezca mentira, esas no fueron las palabras que me hicieron permitirla acompañarme en mi viaje. Mientras que yo la estaba apuntando con mi rifle, ella se sentó en el suelo, y con una tranquilidad digna de quien sabe que en ese momento no va a morir me dijo: "La próxima vez que te encuentres con alguien menos amistoso que yo, asegúrate de quitarle el seguro a tu rifle, sino, estarás muerto. Así que si no te importa, comparte algo de tu comida conmigo. Estoy muerta de hambre".

¡Con dos cojones!

Me quedé de piedra. Y después, me eché a reir y compartí una lata de melocotón en almíbar con ella. No era la cena más romántica del mundo, pero al menos nos nutriría para lo que nos separaba del lugar de colisión.

Os preguntaréis que cómo me podía fiar de ella. No lo hice. Simplemente llevaba mucho tiempo solo, comunicándome con otros miembros de mi especie a través de un cacharro metálico de la era de la Perestroika y me hacía falta algo de compañía, de calor humano. Una voz que estuviera exenta de ese deje metálico que se aprecia cuando la escuchas a través de el altavoz de la radio.

No bajé la guardia en todo el tiempo que estuvimos juntos, pero la verdad, me ayudó mucho a no echarme para atrás en nuestra ruta. Lástima que no estuviéramos juntos mucho tiempo... Pero eso, es otra historia. Ahora me voy a dormir, que estoy destemplado.

Un saludo a todos Desde el otro lado.