viernes, 5 de marzo de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXX

Hola de nuevo!

Tras dormir doce horas de tirón, me he levantado con unas ganas enormes de hablar. Me siento como un cuentacuentos jubilado, que se pasa el día esperando a que lleguen sus nietos, para poder contarles las batallitas de cuando era joven. La lástima es que yo no puedo ver las caras de estupefacción de esos chiquillos, asombrados por las proezas de juventud de su abuelo, preguntándose si de verdad, aquel hombre atestado de arrugas, con voz grave y temblores en las manos, alguna vez fue realmente un hombre joven como su padre.

Como os conté anoche, me senté con aquella chica, y compartimos un poco de mi comida. Una vez allí apoyados sobre la pared de piedras de aquella casa derrumbada, me contó que hacía siete meses que se encontraba sola sobreviviendo como podía. Había salido hacía varios días desde donde vivía, en busca de un sitio algo mas seguro, ya que la ciudad de la que ella venía se había vuelto completamente insegura.

Decía que la localidad había sido tomada por las bandas. Además, era centro de reunión de muchas jaurías de perros, y las ratas se habían convertido en una inmensa plaga. Tras un rato escuchando su historia, me percaté de que uno de sus brazos siempre estaba escondido bajo la capa de neopreno, entre su piel y la tela impermeable. Le pregunté que si estaba herida, y ella me dijo que no, que no era nada, por lo decidí no atosigarla y la propuse avanzar en nuestro camino.

Los dos íbamos en busca de lo mismo, solo que ella, no lo hacía por curiosidad como yo. Ella esperaba encontrar algo allí. La pregunté que el qué. Y ella me contestó con una sola palabra: Esperanza.

Una vez continuamos nuestro camino, la pedí que apagara su frontal, ya que no quería ser descubierto. Ella no me puso problemas, y seguimos charlando como dos viejos amigos que hace mucho que no se ven y tienen miles de historias que contarse. Me preguntó por mi vida, por mi supervivencia. Y como podréis entender, la mentí.

No me siento orgulloso de ello, pero si algo he aprendido de este mundo de mierda en el que me he visto obligado a sobrevivir, es que con la verdad no se va a ningún lado. Lo más importante es la información, y yo no sabía si la que ella me había dado era veraz. No me fiaba de ella. Era una desconocida y llevaba un machete en una pierna, símbolo de que al menos sabía utilizarlo. Otro de los factores determinantes que me demostraron que aquella chica no era tan frágil como ella quería aparentar, fue el comentario sobre mi rifle. Nadie que no esté familiarizado con las armas sabe distinguir desde lejos y en una situación de peligro como en la que ella se había encontrado si un rifle lleva el seguro puesto o no.

Esa chica sabía manejarse, y muy bien. Yo seguía charlando con ella como si nada de esto se me pasara por la cabeza, y ella, al parecer hacía lo mismo. A lo mejor sus intenciones eran nobles, pero no podía arriesgarme. Ahora me arrepiento de ello, pero no podía hacer otra cosa.

El campo estaba atestado de agua, y el barro nos impedía avanzar adecuadamente. El amanecer asomó por entre los pocos árboles que quedaban levantados y una brisa fresca nos envolvió, sumniéndome en un bienestar difícil de vivier en estos días.

Perdonad que os hable así, pero le he cogido tanto el truco a este momento, que me siento como un locutor de radio de los sesenta, contando historias narradas desde las páginas de un libro perdido en el tiempo, y recordado de nuevo a través de una voz anónima, pero conocida por los oidos de todos los oyentes.

Tras andar al menos dos horas más en silencio, y todo el rato bajo la lluvia, llegamos a una zona plagada de pinos carrascos, y la sugerí descansar. Ella no quería, pero yo le insistí diciendo que si quería avanzar, por mi valía, pero yo no me movía de allí hasta que no llegara la noche. El día es muy peligroso, y mas con un suceso como el acontecido, en el que muchísimos curiosos se podrían acercar a observar. Al final, accedió a mi cabezonería.

Era eso, o quedarse sin comer, porque no sé si os lo he dicho, pero la chica no portaba absolutamente nada más que su traje de neopreno, sus botas, el machete y supongo que la ropa interior... No llevaba nada de comida, y a la vista de la manera en que se comió los melocotones en la cena, hacía mucho que no lo había hecho con anterioridad.

Nos paramos en la parte más alta, y yo me encaramé a uno de los pinos, para observar el horizonte, en busca de alguna visión que me aclarara un poco lo que estabamos buscando ambos. No vi nada más que humo nego y un resplandor anaranjado, además de un par de raspones bastante feos en las palmas de mis manos por culpa de unas ramas que se rompieron al iniciar mi descenso.

Saqué de mi mochila una manta vieja que me había cargado y se la di a la chica para que se echara un rato a dormir, pero se negó en rotundo. La estaba dando de comer, la honraba con mi compañía, y aun así, la muy pelleja no se fiaba ni un pelo de mi. Claro, que yo tampoco de ella, por lo que me vi obligado a sacar un par de latas de atún en aceite y renunciar a una pequeña siesta, que me hacía falta como el agua potable en la actualidad.

Yo lleveba mis propios cubiertos, una pequeña navaja multiusos de color rojo y con una cruz blanca en la empuñadura, pero ella, para comerse su ración, utilizaba con destreza su machete, demostrándome una vez más que su afilada compañera había dormido varios meses acurrucada bajo la funda de cuero que llevaba ceñida en uno de sus muslos.

Intenté permanecer despierto por miedo a que aquella mujer aprovechara mi sueño para rebanarme el cuello, pero no fui capaz, y me quedé dormido apoyado en la base del mismo pino que me sirvió de improvisada atalaya. Al cabo de unas horas me desperté sobresaltado, y al abrir los ojos, ella aun seguía allí. Estaba desnuda frente a mi, de espaldas, y con mi cantimplora y un sucio trapo de color blanco limpiándose todo su cuerpo. Estaba algo delgada, pero la verdad era que sus músculos estaban bastante desarrollados. Me recordaba a las chicas que representaban a sus paises en las Olimpiadas en las modalidades de gimnasia rítmica. Su espalda era fuerte, tersa y acabada en unos glúteos que podrían partir sin dificultad el cuello de cualquier hombre que se atreviera a asomar por aquella zona.

Debió de darse cuenta de que la estaba mirando porque de repente, y sin previo aviso giró su cuello hacia mi, y se quedó mirándome fíjamente, mientras se sujetaba el pelo recogido en lo alto de su cabeza para poder limpiarse con más facilidad entre el cuello y los hombros. No pareció importarle que la estuviera mirando, porque ella siguió a lo suyo como si no hubiera sucedido nada. Pero sí que sucedió algo. Y lo que sucedió es algo que cualquier hombre sufre después de tres años bajo obligado celibato.

Tuve que salir corriendo de allí con la excusa de vaciar mi vejiga. Lo hice, solo que si normalmente el flujo de mi orina alcanzaba a mojar un metro frente a mi, en ese momento llegaba casi dos metros de distancia sin ningún tipo de esfuerzo. Quien me lo iba a decir, una erección en medio del campo, gracias a una desconocida y encima salía corriendo de allí con la sensación de ser un pervertido voyeur.

Volví allí con la cara ardiendo de vergüenza, y me la encontré allí, arropada con la manta y con el neopreno colgado de las ramas de un árbol. Me dijo que lo había estado lavando por dentro porque llevaba mucho tiempo con él puesto, y no había tenido ocasión de hacerlo antes. Le daba asco como olía, y al menos ahora estaría mas pulcro que el día anterior.

Me molestó un poco, porque no me había pedido permiso para usar mi cantimplora y vaciar la mitad de mi agua, pero me tranquilizó diciéndome que había visto mis pastillas potabilizadoras y las había usado para sanear el agua que había encontrado estancada en una garrafa, a unos metros de allí. Tambien de allí había sacado el trapo. Me señaló el lugar, y me acerqué a observar.

Había un cadáver prácticamente descompuesto metido dentro de un saco de dormir. Le habían rebanado el cuello, y toda la tela del saco estaba manchada por una costra de color negruzco. Había hecho un pequeño fuego y un cazo agujereado era lo único que se podía distinguir de entre la hojarasca. Aquella hoguera hacía muchos meses que se había extinguido del todo. Volví a mi lugar de acampada y saqué mi cacito para ponerme a cocer el agua.

Pasaron otras seis horas hasta que por fin, reanudamos nuestro camino.

Bueno, pues como véis, ese fue mi segundo día de travesía en busca de lo que fuese que cayó en medio del campo. Si no me hubiera encontrado con aquella chica, es muy probable que en aquellos momentos hubiese llegado ya a mi destino, pero el miedo a que me emboscara o me hubiera mentido, aminoró mi paso, reduciendo mi marcha mas o menos a unos dos kilómetros por hora.

Tardamos un día mas en llegar, pero lo que nos encontramos allí necesita de mucho tiempo para ser contado. No era un meteorito, ni una nave alienígena... Era... Era algo mas real pero mas inesperado si cabe. Al menos a mi no se me llegó a pasar por la cabeza hasta que no me encontré a escasos centímetros de la zona devastada. Ya os seguiré contando.

Por cierto. Mi ingenio se está acabando, y necesito que me contéis de donde sacáis la energía para poder sobrevivir, así como el agua potable y los alimentos. Mis pastillas potabilizadoras están a punto de acabárse y supongo que mis células fotovoltáicas y mis torretas eólicas, llegarán un día y dejarán de funcionar. Así que espero que la próxima vez que me habléis, podáis ayudarme con estas cosas.

Como siempre, emitiendo desde el otro lado, Jose Antonio, vuestra puerta a la esperanza.

Cuidaros en mi ausencia.

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