martes, 12 de enero de 2010

Cinco largos minutos. Parte final

A mi derecha vuelvo a sentir un movimiento, y mis nervios se crispan como el lomo de un gato que se ve acorralado. Entro en una especie de extasis, y mi cuerpo se sacude sin que mi cerebro medie para luchar por las embestidas de los espasmos. Otra bocanada de líqido negro sale por mi boca, impidiendo que pueda respirar. Toso como un loco, y el líquido inunda mi cavidad nasal, impidiendo que mis pulmones me ayuden en la difícil tarea de evitar que muera asfixiado con mis propios fluidos, aunque aun no sepa de qué se trata.

Miro hacia arriba, sabiendo que me falta el oxígeno, y ahora sí veo lo que se mueve en el tejado.

Un hombre, con las vestituras convertidas en harapos, y la piel macilenta y llena de arañazos, se yergue pesadamente sobre sus piernas y me mira con dos ojos negros, muertos y gelatinosos, con un rictus monstruoso en sus mandíbulas. Sus ropajes, destrozados y hechos un guiñapo, se mueven debido a la acción del viento y a los movimientos del cuerpo del hombre, que parece no poder controlar.

No sé por qué se encuentra de esa manera, pero lo que sí sé es lo que es, o al menos lo que parece, por muy descabellado que me suene. Es un zombie. Un puto zombie. ¿Pero en qué mundo vivo? ¿Qué cojones ha pasado?

Mientras mi cuerpo lucha sin fundamento por no acabar con mi vida en el suelo del callejón, otro movimiento a mi derecha acciona mis sentidos y obliga a mi ojo bueno a dejar de mirar al loco de la azotea, y dirigir todas mis fuerzas hacia ese flanco.

El terror que atenaza mi mente por la presencia del zombie del tejado, y el de la perspectiva de morir en mi propio vómito, no es nada en comparación a la sesación de ahora. Entre toses, ahogos y temblores, puedo ver como una mujer enorme, semidesnuda y a la que le falta el brazo derecho desde la altura del hombro, me mira con unos ojos negros como el carbón y esboza una sonrisa, en la que deja entrever una dentadura a la que le faltan varias piezas.

No puedo respirar, pero no soy gilipollas. Mi muerte está cerca, eso lo sé. La mujer, ataviada con unos vaqueros manchados de color negro y con la mitad de la cara destrozada por un tremendo golpe, se apoya contra el cubo de la basura, mientras chilla como una loca, moviendo los ojos de un lado a otro, haciendo una monstruosa imitación de Marujita Díaz y su pájaro loco.

Sorprendido por la perspectiva de que aun conservo mi buen humor, doy un último temblor a mis músculos, y dirijo mi mirada hacia el callejón, donde una sombra se acaba de ver proyectada contra la pared.

Me asombro al darme cuenta de que llevo casi dos minutos sin respirar, y mi cuerpo aun mantiene todas sus funciones vitales al máximo, a excepción de mis funciones motrices.

Mientras los dos enfebrecidos zombies chillan como posesos por el demonio ante la hermosa visión de setenta y sinco kilos de carne toda para ellos, la sombra de la esquina hace su aprición, y vislumbro de lo que se trata. Otro zombie. Cómo no...

Este es un hombre de mediana edad, fornido, ataviado con un vaquero y una camisa de cuadros roja y negra y unas botas de esas que llevan los exploradores de montaña, de color beige. El sol no me deja ver muy bien, porque me está deslumbrando, pero parece que ahora empiezo a recobrar la vista del ojo derecho, y aunque con nubecitas, noto como comienza a acercarse con el brazo derecho al frente. Nunca pensé que las películas de zombies serían tan acertadas con eso de que los muertos vivientes avanzan con los brazos en alto, hacia delante, como si tuvieran en sus manos un volante ficticio. Pero estos son muy reales, y es lo que están haciendo.

Hago un último esfuerzo por recobrar mi propio cuerpo, y mando un mensaje de auxilio a mi cabeza para que salga en mi ayuda. Es incrible como la consciencia de uno mismo, se vuelve mas aguda cuando se encuentra en momentos de extrema necesidad. La mente piensa a velocidades supersónicas, y la cosciencia del pensamiento, es capaz de percibir cada una de las moléculas del propio cuerpo, e intentar influir en ellas para escapar del peligro inminente.

Ahora, les estaba hablando a gritos a cada una de mis neuronas, intentando que corriesen como locas haia mis nervios medulares para que obligaran a mi cuerpo a levantarse, y ponerse a correr como un loco. Esbozo una sonrisa al visualizar mis neuronas, como si se tratasen de aquellos espematozoides con patas y de color azul que aprecían en la serie de La vida es así.

Incriblemente, parece que mi cuerpo comienza a funcionar, y una de mis manos se posa pesadamente en el suelo, para inentar levantar el peso muerto de mi cuerpo.

Echo una ojeada general a lo que me rodea, y veo como el zombie de la azotea se ha tirado al vacío, y avanza a gran velocidad hacia mi empotrado cuerpo en el suelo.

La mujer de la derecha también corre hacia mi, y está tan solo a dos metros de su presa. Tiene en la cara una mueca terrible, acrecentada por la herida infectada de su mitad de la mandíbula, que ahora que la tengo tan cerca, me deja distinguir como los gusanos se están alimentando de su mejilla.

Toda esta orgía de movimientos, llega a su momento cumbre cuando por fin logro levantarme, y esputando el asqueroso líquido negro de mi boca, me debato entre los estertores de la muerte y los chillidos de unos zombies que se quieren alimentar de mi cuerpo.

Es irónico, seguro que las chicas nunca se sintieron tan atraidas por mi, como lo están ahora estos tres. El miedo hace que mi sentido del humor salga a flote.

Cuando escucho el impacto del primer zombie contra el suelo, y puedo oler el aliento de la señora gorda tras de mi, dos disparos inundan el callejón, y yo cierro los ojos instintivamente, mientras protejo mi rostro con mis manos.

Sólo se oye el aleteo de unos pájaros ahuyentados por el disparo, y mi entrecortada respiración, solo interrumpida por el sonido de viento silbante al dar la vuelta por el fondo de la calle cortada.

Cuando por fin me atrevo a abrir los ojos, la figura del zombie de vaqueros y camisa de cuadros roja se encuentra frente a mi, portando una enorme pistola que apunta hacia mi cara, que por cierto aun no recuerdo si es bonita o fea.

El rostro escrutador de aquel individuo, me mira con ojos interesados. Su cara, salpicada de rastros de viruela, luce una barba desaliñada desde hace algunos días, y su ropa está salpicada del mismo líquido negro que hasta hace unos segundos, salía por los agujeros de mi rostro.

-Estás infectado.- Su voz, ruda como la de un leñador sureño, me despierta de mi ensimismamiento, aunque su enorme pistola no deja que mis ojos miren hacia otro lado que no sea el cañón de aquel arma.

-Te he dicho que estás infectado. No puedo dejarte vivir.- Me repite, con la decepción calada en su rostro.

-Mira, no recuerdo quien soy -Le contesto- y no recuerdo como me llamo. Quince ratas se han alimentado de mis despojos mientras yacía en el suelo sin poder moverme vete tú a saber el por qué. Además, me encuentro con que la ciudad es una locura, y está repleta de putos zombies que quieren alimentarse de mi cuerpo como si de un buffet libre se tratase. Y para colmo, cuando por fin recupero el control de mi cuerpo, que por cierto, me ha gastado la graciosa broma de voy-a-ahogarte-en-tu-propio-vómito-verás-que-divertido, aparece un tío que parece sacado de una película americana de serie B, y me apunta con una pistola modelo Harry el Sucio, y me dice que estoy infectado y que no puede dejarme vivir.¿Me estás vacilando? ¿Esto es una broma de cámara oculta? Porque si lo es, esto no tiene ni puta gracia.

Mientras mis palabras salen atropelladamente de mi boca, el hombre se mira a sí mismo, y se toca la camisa de leñador, como haciéndose a la idea de lo que le acabo de decir. Vuelve a mirarme con sus ojos azules y tristes, y con una mueca en la boca, me vuelve a hablar.

- Lo siento Antonio. Siento que las cosas sean de esta manera, pero inevitablemente son así. Te han mordido, estás infectado, y no puedo dejarte con vida. Ojalá todo hubiera pasado de otra manera.

Levanta su arma hacia mi cara, y no puedo dejar de sentir una decepción enorme hacia mi propia persona. Despues de lo vivido, no era justo lo que me estaba pasando. Había sobrevivido a una serie de sucesos hacía apenas cinco minutos, dignos de cualquier superproducción norteamericana, y aun así no era suficiente para aquel hombre, que, por cierto, me había llamado Antonio. ¿Era ese mi nombre?.
Iba a abrir mi boca para contestarle, pero dos palabras suyas me enmudecieron y cerraron mis ojos instintivamente.

-Ahora no.- Dijo él.

Y entonces escuché como el percutor del arma salía hacia atrás, y se liberaba del muelle que accionaba el mecanismo de disparo. Una explosión de sonido llenó el ambiente,y sentí como el aire empujado por el disparo, chocaba caliente contra mi rostro.
Entonces, mi mente, se quedó completamente en blanco.

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