miércoles, 2 de diciembre de 2009

El Honor de Perecer. Final.

En el barco, un hombre llamado Franklin, algo que nunca sabría Ichiwa, estaba al mando de las operaciones de defensa, y se anticipó al ataque del joven piloto. Cuando Ichiwa se encontraba practicamente encima del bombardero, y dispuesto a descargar su último ataque, Franklin, dio órdenes a sus soldados de atacar su flanco derecho, lo que obligó al Kichiemón a virar bruscamente a su izquierda, y desperdiciando de esta manera el último ataque del que estaba provisto.

Ichiwa, avergonzado de sí mismo por su error, ejercía en yuxtaposición a la alegría que desbordaba a los pocos que se encontraban en la cubierta del barco, defendiendose como podían de unos ataques que no habían ni tan siquiera oido.

La furia embargó a Ichiwa, y su mente empezó a embriagarse con el amargo sabor de la derrota y la vergüenza del fracaso. Subió alto. Ascendió hasta que el metal de su avión atravesó las nubes y se dio cuenta de que estaba herido. Él no. sino su Kichiemón, y entonces comprendió que se había acabado todo para él. Pensó en el maestro y en todo lo aprendido a su lado. Recordó las siete virtudes. Recordó los amaneceres nevados arando la tierra junto a sus hermanos guerreros, bajo el frío de la nieve. Recordó miles de momentos y palabras que calaron hasta lo mas profundo de su ser, y entonces tomó una decisión.

Se apretó en la frente el hachimaki bordado de su madre y lo afianzó por encima de sus ojos, mientras su mente viajaba por el cielo agarrada a una de las cometas de su abuelo. Ciñéndose con fuerza el senninbari que con tanto honor había recibido, notó cómo su cintura cedía bajo las mil puntadas cosidas por las mil mujeres seleccionadas para realizarlo. Sus rostros afloraban frente a la mente de Ichiwa, mientras este no paraba de ascender.



Parando su ascenso hacia los cielos, notó en su interior como las palabras de su maestro se agarraban con fuerza a los rincones más recónditos de su ser. Gi, Yuu, Jin, Rei, Makoto, Chuugi y Meiyo. Los siete caminos del samurai.

Quitándole el tapón a su preciada botellita de cerámica, Ichiwa bebió un largo trago de Sake, y entonces aceptó cual era su destino.

Se enderezó, y colocando su avión sobre el barco, por encima de las nubes, se dejó caer en picado. El avión comenzó a acelerar por la fuerza de la gravedad y el asiento de cuero, se pegó a la espalda de Ichiwa, obligando a sujetarse bien fuerte a los mandos.

Mientras el avión caía en picado hacia su objetivo, Ichiwa comenzó a recitar aquel poema que con tanto dolor había compuesto el mismo, a la espera de un momento como este. Sus estrofas llenaban de un ardor cada vez más irresistible el interior del alma del muchacho, provocando en su garganta una subida de tono, que al final se convirtió en un verdadero grito de rabia.

Llega la muerte.
La espero sin miedo.
¡Mi honor me guía!

El Capitán Franklin fue el único que comprendió el ataque desesperado de aquel noble soldado japonés. Comprendió que aquel piloto ya no iba a dejar caer su carga, si no que les iba a hacer saltar por los aires. Pero ya era tarde, demasiado tarde.

Ichiwa, cayendo en barrena sobre su objetivo, logró colocar su avioneta sobre la santabárbara, lugar donde el Arizona, que así se llamaba el barco,tenía almacenada toda su carga de munición.

Tres palabras acompañaban al joven soldado japonés, mientras este veía cada vez más cerca la cubierta del Arizona. ¡Banzai! ¡Banzai! ¡Banzai! No sentía miedo. No sentía vergüenza por sus actos. Sólo sentía orgullo. Honor.

El impacto fue terrible, y la explosión fue vista desde varios kilómetros. El Arizona y el Kichiemón se unieron en una danza de fuego, pólvora y humo. Muchos pilotos japoneses al ver la maniobra de Ichiwa, decidieron imitarle, acompañándole en su viaje al paraiso destinado tan solo a los mas valiente guerreros de la tierra. Comenzaron a caer todos en barrena, inutilizando las defensas de los soldados, ya que los aviones japoneses no buscaban soltar sus cargas, por lo que caian directamente sobre sus objetivos.

Antes de impactar sobre la cubierta del barco, ichiwa, con lágrimas en los ojos y su mano aferrada al Yari de su abuelo, logró recordar las últimas palabras de su maestro antes de partir del templo:

-Recuerda Ichiwa, Cualquiera puede introducirse en lo mas reñido de la batalla y morir. Es fácil para un patán, pero para un samurai es verdadera decisión justa en la ecuanimidad, y un verdadero valor saber vivir cuando ha de vivir, y morir cuando ha de morir.

E Ichiwa estaba orgulloso, porque este era momento de morir. Había encontrado por fin, El Honor de Perecer.

1 comentario:

  1. Muy buen relato, apasionante la forma de contar como se acerca su final y como lo acepta

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