jueves, 15 de abril de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXIII

¿Hola?... Ya estoy de nuevo aquí. Tampoco he tardado mucho. Me acabo de tomar mi primer té elaborado con mis propias plantas de té y manzanilla. Nunca lo habría imaginado, pero este té natural, en comparación con los que siempre me he estado tomando, sabe muchísimo mejor, más intenso. Y la manzanilla hace efecto mucho más rápido que la envasada. Debe de ser por la frescura de la savia o algo así.

Bueno, pues entonces, antes de que os aburráis de escuchar mi voz, proseguiré con mis vivencias de las últimas semanas, obviando por supuesto las partes que no interesen.

Ida me había traicionado. Me había vendido a aquellos tres desconocidos y se había largado con mis cosas. Había cambiado mi vida por la suya. Estaba maniatado, traicionado, melherido, helado y aterido de frío, además de asustadísimo por miedo a que cualquiera de aquellos maníacos decidiera de verdad echarme al fuego y comerme allí mismo. Las brasas estaban comenzando a calentarme la parte frontal de mi cara, pero no era suficiente para subir la temperatura de todo lo demás. Encima, estaba en el suelo, que a esas horas de la madrugada estaba igual de frío que un hierro colocado a la interperie en pleno mes de enero.

La mujer y el hombre de mayor envergadura aun seguían enfrascados en su propia discusión, mientras el tercero, rubio y bastante delgado y con pinta de enfermo, llevaba ya un buen rato alimentando las brasas de la hoguera con pequeñas ramitas que estaban apiladas cerca de la fogata. A la luz anaranjada de la hoguera, su cara se tornaba fantasmal. Las ojeras que se encontraban debajo de sus párpados eran profundas, y el color cetrino de su piel contrastaba a la perfección con el morado de sus ojos. A esto había que añadirle un profundo temblor en las manos, al que yo no sabía darle explicación.

Mauro, que así se llamaba el tipo con aire enfermo, temblaba como un poseso mientras intentaba calmar sus temblores con las pequeñas ramitas de madera que iba sacando de la pila. Al final, cansado de la posición en cuclillas que había adoptado, se levantó y desapareció de mi ángulo de visión, para colocarse a varios metros tras de mi.

La conversación de Carmen y Saúl, que eran los otros dos en discordia, había cambiado de tema. Ahora en vez de por qué parte de mi cuerpo iban a empezar a comer, estaban decidiendo de qué manera hacerlo. Hablaban de cocer alguno de mis miembros y añadirle varias hierbas que por lo visto llevaban encima. Carmen era partidaria de simplemente ensartarme con una lanza y ponerme sobre el fuego durante toda la noche, y al terminar de asarme, alimentarse de todo lo que pudieran y lo demás llevárselo como provisión.

Las arcadas que se producían en el interior de mi estómago eran cada vez más fuertes. La visión de mí mismo, empalado con una lanza y colocado sobre el fuego mientras todos mis orificios se rellenaban con cualquier tipo de hierba aromática me estaban revolviendo las tripas. Para intentar deshacerme de esa visión, mi cabeza no hacía mas que idear posibles maneras de escapar de aquella situación tan dantesca, de encontrar la solución que me ayudara a salvarme de nuevo de otro problema de los gordos. Pero la única solución que me podía permitir era prometerles confesar dónde estaba mi escondite y si no lograba convencerlos de darles una parte de mi despensa, directamente renunciar a mi refugio y escapar como fuese de mi propia casa.

Pero esa idea me asqueaba por completo. Si renunciaba a todo lo que había almacenado hasta entonces, sería mi perdición y mi muerte, al igual que estando en manos de estos psicópatas. Sería incapaz de sobrevivir fuera de mi refugio sin ayuda de mis lujos improvisados, y sobre todo, me aterraba el planteamiento de acabar como ellos debido a la desesperación de la escasez de comida.

Mientras estaba allí tirado en el fuego, temblando de frío, Mauro se volvió hacia mi, y me preguntó de dónde era. De Getafe, le contesté yo. Él, con el cuerpo agachado frente a mi, y observándome con unos ojos negros penetrantes y vacíos de todo sentimiento, torció la cabeza como un cachorro de perro, y puso cara de curiosidad. Su mano derecha apoyada sobre su rodilla flexionada seguía temblando a pesar de tener un punto firme en el que sujetarse.

Su puño impactó contra mi cara sin que yo pudiera hacer nada. Ni que decir tiene que al estar allí tirado y justamente en frente de él, el golpe fue a parar contra mi nariz, que sentí perfectamente cómo se comprimía hacia atrás y un chasquido inundaba como un eco el interior de mi cabeza. El dolor se apoderó de todo mi cuerpo y me olvidé por completo del frío. Comencé a sangrar como un cerdo. Un chorro de sangre corría por mis mejillas empapando el suelo lleno de malas hierbas en el que estaba tirado. Mauro, sin hacer mucho caso a los gritos que le daban sus dos compañeros, acercó su cuerpo hacia mi, y juntando las dos manos formando un cuenco, empezó a llenarlas con el rojo fluido que manaba de mi cuerpo. Y allí, frente a mi, comenzó a beberse mi propia sangre.

En cuestión de segundos Saúl propinó una patada en el pecho de Mauro, tirándole de espaldas contra la tierra. Aun así, le había dado tiempo a beberse dos cuencos manuales de mi sangre. Yo le miraba entre asqueado y dolorido, pero él, aunque repantingado en el piso y bocaarriba como una cucaracha, seguía lamiéndose con un éxtasis asqueroso las palmas de sus manos.

El dolor de mi cara era tal, que yo oía las voces de mis captores muy lejos de mi, a kilómetros de mi posición. Escuchaba los latidos de mi corazón amplificados mil veces, y notaba cómo con cada uno de los latidos la sangre iba manando fuera de mi cuerpo. Me sentía mareado del dolor, y mi cabeza daba vueltas mientras me dejaba sumir en el sueño de la inconsciencia.

Cuando volví a despertar, sólo estaba Saúl frente a mi, y Carmen y Mauro no estaban por ningún lado. Me preguntó como me encontraba, y yo le contesté que hecho una puta mierda. ¿Como creía que estaba? Maniatado, con la nariz rota y muerto de frío, y todavía se le ocurría preguntarme que como estaba. Además, le dije yo, ¿Qué más le daba cómo me encontraba? Y el tío, ni corto ni perezoso me dice que su experiencia les había demostrado que, como con los animales, si las presas, o sea yo, se encontraban sufriendo por algún motivo ajeno a la muerte en el momento de la misma, su carne no sabía bien. Decididamente estaban como una puta cabra. ¡Me estaban comparando con el puto ganado!

Le pregunté que a qué había venido el puñetazo de su compañero, y me dijo que no se lo tomara en cuenta ya que estaba un poco ido. Me dijo que la culpa era mía porque le había hecho enfadar, ya que al responderle le había mentido. ¿Y él qué cojones sabía sobre si vivía en Getafe o en Guadalajara? Pero su contestación me dejó aun más acojonado de lo que estaba en esos momentos. Mauro se creía un vampiro. Nunca se alimentaba de la carne de sus presas, sólo de su sangre. Siempre que capturaban a alguien, primero le desangraban por completo dejando a Mauro que se saciara con su sangre. Cuando este no podía más, es cuando ellos comenzaban el banquete.

Además de la locura de la sangre, estaba convencido de que era capaz de leerles la mente a las víctimas, o al menos saber cuándo no le estaban diciendo la verdad. Por eso le había visto tan excitado frente a mi y temblando. No podía evitar el mirarme y verme como su próxima cena. Pero Mauro me dijo que no me preocupara, para cuando vinieran de lavarle, me degollarían allí mismo, y procederían a cocinarme.

La verdad es que la frialdad con la que esa gente me hablaba sobre comer carne humana, cocinarla o despiezarla me ponía la carne de gallina. Era increíble hasta qué punto la mente de un ser humano puede sufrir transformaciones si se encuentra al límite de sus nervios. Esta gente, por culpa de la falta de comida, no dudaban en alimentarse de humanos si la necesidad les acuciaba. ¿Yo también sería capaz de ello si no hubiera encontrado tanta comida y la hubiera almacenado? No, supongo que no, porque precisamente por eso me había preocupado de encontrarla, para no llegar a ese extremo.

Escuché un ruido detrás de mi, por lo que supuse que serían Mauro y Carmen. Miré a Saúl a la cara y vi cómo su gesto serio pasó al de asombro, y de nuevo al de estupefacción. Lo siguiente que vi, fue cómo una piedra impactaba contra su cara, y éste caía de costado sobre su propio cuerpo.

Mis manos no habían parado de juguetear con mis ataduras, retorciendose y contrayéndose mientras conversaba con Saúl. Cuando por fin logré desatarme una de mis manos, palpé el suelo que estaba bajo mi cuerpo hasta encontrar una piedra lo suficientemente grande como para dañar a mi captor. La encontré rápidamente, y sin pensarlo, golpeé con saña sobre su frente. Él movió la cabeza en el último instante, pero no fue lo bastante rápido. La roca dentada impactó sobre su sien, dejándole abatido en el instante.

Mq quedé de nuevo a solas. Solo estábamos la luz de la hoguera, la oscuridad de la noche y el cuerpo de Saúl. Ninguno de los tres sería capaz de delatarme. Intenté quitarme el nudo de las piernas, pero un fuerte gople en mi costado me tiró de nuevo al suelo, dejándome como estaba al principio.

Apareciron en mi campo de visión Carmen y Mauro, al que los temblores y las ojeras le habían abandonado, y ahora se mostraba frente a mi con una sonrisa en la cara y con la apariencia de un corredor de fondo, delgado pero sumamente atlético. De nuevo llovieron los golpes. Esta vez era Carmen la que me los propinaba, mientras Mauro observaba el estado de su compañero. Le tocó el cuello, le puso el oído en el pecho, y mirándome a los ojos con una sonrisa siniestra en los labios, comenzó a lamer la sangre que aun le manaba al cadáver de Saúl de la herida de la sien. Las arcadas no llegaron a mi boca porque mi cuerpo aun estaba preocupado de cubrirse de la patadas de aquella salvaje.

Mi mano no paraba de agitarse en busca de la manera de parar alguno de los golpes que aquella caníbal le estaba dispensando a mis costados. Me partió un par de costillas, que por cierto, aun llevo vendadas y doloridas. Me torció dos o tres dedos, pero la suerte se puso de mi lado y logré agarrarle el tobillo y tirarla al suelo. Ella intentó forcejear contra mi mano, pero yo, bien alimentado y más fuerte que ella, logré adentrarme en su defensa y con mis piernas sobre su pecho, agarrarla del cuello con la única mano que me quedaba libre y apretar con todas mis fuerzas.

La sensación que nos da al agarrar una laringe con las manos, es la de que a pesar de parecer frágil, es más dura de lo que aparenta. Pero son solo imaginaciones nuestras. La nuez de un cuello humano es bastante débil bajo la presión de unas manos fuertes. Y eso es lo que yo hice, apretar con todas mis fuerzas hasta que mis dedos atravesaron primero su piel y luego su carne, para después de gritar con toda mi fuerza y aplicar todo mi miedo y mi rabia contra aquella que me tenía retenido, tirar hacia afuera, arrancando de su sitio aquel trozo de carne.

Tras quedarme con su laringe en mis manos, sentí como las convulsiones de su cuerpo iban desapareciendo, hasta que al final cesaron por completo. Un último estertor anunció el fin de una antigua vida. Era la tercera que dilapidaba con mis propias manos. Y esta vez, tampoco fue agradable.

Mauro aun seguía allí, lamiendo la sangre de Saúl. Podía escuchar el ruido que hacían sus labios al sorber el fluido que había contenido la vida de aquel ser humano deleznable. Él, girando su cabeza, volvió a mirarme y un escalofrío cruzó toda mi espalda acabando en mi nuca, con un notable movimiento de mi cuero cabelludo. Sus ojos estaban inyectados en sangre, reflejo de la locura que atenazaba su mente, y su boca y mejillas manchadas de sangre, me mostraban la realidad de un ser que yo pensaba que nunca había existido. Lo que tenía frente a mi era un verdadero vampiro, un chupasangre de nuestra era. ¿Sería posible que lo que me había contado aquel chico de Perú, hubiera cruzado el Atlántico, y hubiera llegado hasta aquí, hasta Madrid, hasta las inmediaciones de mi casa?

Se acercó hasta mi, y mirándome fijamente con odio en su semblante, me dijo que me quedara quieto o acabaría conmigo como yo lo había hecho con sus antiguos compañeros.

La locura se atisbaba en su mirada. Sun azules ojos eran una puerta a lugares que yo nunca había visitado, y que por supuesto, nunca visitaría bajo la consciencia de mi proia voluntad. La sangre de sus lagrimales inundaba sus párpados haciendo correr regueros de líquido de color rojo por sus mejillas, que se acababan juntando con los restos carmesí de las comisuras de sus labios.

Despacio y sin alterarse, se arrodilló frente a mi, y sin perder el contacto visual cogió mi mano derecha, que aun asía la laringe de Carmen, y empezó a lamer la sangre de mis dedos. Lentamente, casi con amor, se entretenía en las partes del interior de mis dedos, donde unos se juntaban con los otros. Yo, estupefacto, no dejaba de mirar aquel azul penetrante que me tenía hipnotizado, y él, no paraba de sorber, chupar y lamer mi mano. Después, como si de una fruta madura se tratase, mordió la laringe de su compañera con fuerza hasta que el sonido de su boca sorbiendo aquel zumo sanguinolento dejó de romper el silencio de la noche.

Cuando terminó, lo supe con certeza. Había llegado mi momento. Se inclinó hacia detrás, y cogió un cuchilo del cinturón de su pantalón. Lo levantó frente a mi, y me dijo que ya no tenía hambre, que estaba saciado. Me confesó que le habría encantado convertirme en uno de su raza, pero que lamentablemente no sabía cómo hacerlo, por lo que tenía que deshacerse de mi. Y yo, tras escuchar sus palabras, cerré los ojos esperando el final.

El final llegó. El de Mauro y el de la historia de hoy. Terminó con un disparo certero al corazón de Mauro con el rifle que yo había robado hacía semanas a unos descerebrados que intentaban violar a una chica en un supermercado. Ese día cometí mi primer asesinato, y me cobré aquel rifle que ahora Ida portaba en sus manos y que manejaba como un soldado profesional. Me había salvado la vida. Po lo visto, Mauro no era ningún vampiro, y murió allí mismo ahogado entre su propia sangre. Curiosa forma de morir la de aquel desviado.

Mañana os sigo contando, que será el final de mi excursión al cráter de la ISS. Espero que no perdáis la esperanza.

Saludos desde el otro lado.

5 comentarios:

  1. Espectacular relato! Pero al final se desliza un pequeño error: dices "El final llegó. El de Saúl y el de la historia de hoy. Terminó con un disparo certero al corazón de Saúl[..]Po lo visto, Saúl no era ningún vampiro,.." pero el supuesto vampiro no era Mauro?
    Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Dios mío!!!! Error. Menos mal que está mi propio Inquisidor y auditor Larmdh para ayudarme en los problemas que tengo a la hora de escribir.

    Gracias amigo, ahora mismo lo edito.

    Me alegro de que te haya gustado.

    ResponderEliminar
  3. Me extraña de ti! O eres demasiado indulgente contigo mismo :D
    PD: Se te sigue colando un "Saul" donde va un "Mauro".. a ver si descubres donde :D

    ResponderEliminar
  4. Madre mía, y eso que estaban en el mismo párrafo... Pues nada, subsanado el error, ya podemos continuar escribiendo, que aun queda una entrada más por colocar, y comanzar a dar rienda suelta al por qué de este mundo, que por cierto, me ha costado mucho encontrar.

    Ya nos veremos.

    Gracias Larmdh por tu concienzudo análisis.

    ResponderEliminar
  5. Ok, me lo lei, todas las entradas completas....Listo para escribir....pronto reporteeeeeeeesssssssss con mas vampiros jejeje.

    eres grande Toluuuuuuu

    ResponderEliminar