jueves, 1 de abril de 2010

Descendientes de la penumbra. Final

La mano que atenazaba su cuello y estaba a punto de rompérselo, ya no era tal cosa, sino una enorme zarpa llena de pelo negro, acabada en cinco puntiagudas garras que se le clavaban en la nuca y la garganta.
El cuerpo de de Roses había al menos duplicado su tamaño y estatura, y ahora medía casi dos metros de alto. Su cara era aterradora, mitad lobo, mitad hombre, si es que conservaba algo de hombre aquel cuerpo lleno de espeso pelo negro.
Pero para Nicte, lo peor eran sus ojos. Unos ojos anaranjados que la miraban con la furia de la bestia que habitaba en el interior de aquel ser, y que reflejaban el instinto animal y asesino del cazador que tiene a su presa a su merced.
La garra de aquel que respondía al nombre de Gabriel, ejerció mas presión al cuello de la chica, hasta que esta dejó de patalear, mas por el miedo que atenazaba su cuerpo, que por la muerteque sabía que le llegaría en unos instantes.
La bestia abrió sus fauces, y en vez de una voz, un sonido gutural arremetió contra su cara. Un rugido, como el aullido de un lobo, pero con cierto toque de humanidad. En ese instante, en el interior de la cabeza de Nicte resonaron unas palabras:
-Esta será la última vez que intentas unir el nombre de Serafín con el apeliido de mi familia. Ahora, muere.
Con una brutal dentellada, las fauces de aquel demonio peludo, se cerraron sobre el cuello y el torso de la chica, salpicándolo todo de sangre carmesí. El cuerpo mutilado calló al suelo con un ruido sordo y húmedo, y el Licántropo escupió con una mueca de asco la cabeza contra el suelo de la calle Alcalá.
Echando un último vistazo al espectáculo que él solo había organizado, Gabriel oyó a lo lejos las sirenas de la policía que llegaban desde la zona de la Plaza de Ventas. Mañana tendrían mucho trabajo los periódicos.
El cadáver de Ovidio comenzó a humear, y de repente el de los otros tres matones y la chica, comenzaron a convertirse en cenizas, hasta que al cabo de unos segundos, tan solo quedaban los restos de un cenicero del tamaño de un cubo de basura, un cadáver de un joven latino tirado en la acera, y litros y litros de sangre manchando la acera y la calzada de la céntrica avenida madrileña.
Para cuando la policía llegó al lugar de la llamada anónima, Gabriel ya estaba muy lejos de allí sentado en alguna azotea madrileña.

Unos minutos después, desde lo alto de una suite de lujo, sentado en un sillón de cuero marrón, en un hotel frente a la fuente del Dios Poseidón en el Paseo del Prado, un hombre de avanzada edad, degustaba con desdén un ajado vaso de whisky mientras observaba por la ventana la orgía de luces rojas y azules que se entremezclaban en la calle con los ruidos de las sirenas de policía. Las arrugas del caballero, no mostraban la verdadera edad de este, ni las miles de batallas que sus huesos habían librado en el pasado.
Apuró el último trago que no desaprovechó en degustar, y con ayuda de su bastón de bambú negro y empuñadura de jade verde en forma de luna, se incorporó de su asiento y se encaminó hacia su cama. Con un gesto de cansancio, arrojó un móvil de última generación contra la mesa de cristal de Viena, y desapareciendo en la penumbra de la suite, intenta olvidar los últimos años de su vida.
La habitación, solo ve rota su desgarradora oscuridad por culpa de la iluminación de la pantalla de aquel móvil, que aun sigue encendido sobre la mesa que preside la suite presidencial del Hotel Palace.Un último mensaje, inunda con letras digitales el cristal de cuarzo del terminal:

-Padre, estés donde estés, te encontraré y acabaré con tu vida. Palabra de de Roses.Te lo juro. Te encontraré y acabaré con tu vida, como tú acabaste con la de Elsa.

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