jueves, 1 de abril de 2010

Descendientes de la penumbra. Parte 4

El cuerpo del vampiro ya no aguantaría mas. Los espasmos musculares habían dado paso a las crisis respiratorias. El cerebro necesitaba una sangre que el corazón no podía bombear.
Con la tranquilidad del que asesina tan a diario como se cambia de ropa, Gabriel cogió con su mano derecha el hombro izquierdo de Ovidio, sujetándole fuertemente, mientras con la otra, tiró de la espada hacia sí, no sin antes ahuecar la hoja en la madera, moviendo la empuñadura hacia los lados para facilitar a la punta su salida de la puerta. Apretó los músculos, y la madera se abrió, liberando la hoja de acero, y el esternón del vampiro, que ya sin fuerzas, cayó de rodillas al suelo, mientras con las manos en la acera, intentaba evitar topar con la cabeza contra el mismo.
- ¡Jjj..jaj...ja..ja!- Ovidio comenzó a reir, mientras la tos se intercalaba entre sus carcajadas, que mas parecían las de un loco que las de un moribundo.- ¿De verdad amabas a mi hermana?- Un brote de tos, volvió a aflorar en su garganta.-Fué una elección desa...desafortunada...¿No crees?-Prosiguió a duras penas. Casi no podía articular palabra.-¡Menuda puntería!¡Jajajajajaja!¿Pero sabes una cosa?¡ Nosotros no la matamos.!¡ El asesino fu...eghhh!
El llanto de un silbido sesgó el aire con un sonido demencial, mientras un ruido sordo, evidenciaba que el cuerpo de Ovidio por fin se había postrado en las baldosas de la acera. El cuerpo del vampiro, sobre un charco de sangre enorme, se encontraba separado de la cabeza, que apoyada sobre la oreja izquierda, sonreia con una mueca dantesca debido al corte provocado por la Katana de Gabriel, que le había seccionado por entre medias de la mandíbula, dejando la inferior junto con el cuerpo mutilado. Sus ojos, no mostraban ningún atisbo de sonrisa, sino de sorpresa. El golpe había sido certero, dejando en el aire la palabra que estaba a punto de salir de la boca del individuo. Solo que Gabriel, ya sabía la continuación de la misma.
Cuando se disponía a limpiar la hoja de su espada, un grito a su espalda, le hizo girar el cuello.La chiquilla rubita, estaba parada allí, frente al espectáculo de sangre, semidesnuda, y con la camiseta ajustada a su cuerpo impregnada en una sangre roja y oxigenada. De su brazo derecho, sujeto por el cuello de su camiseta, colgaba uno de los muchachos que minutos antes disfrutaba con el improvisado juego de manso al que ella le había invitado. Su cuello estaba partido y un reguero de sangre brotaba de su garganta.
-¡ Maldito seas!-Gritó ferozmente la muchacha, mostrando sus afilados colmillos a Gabriel-¡Ojalá te pudras y ardas en el Infierno!- La muchacha estaba desatada por la locura. El que ahora yacía en el suelo, con la cara seccionada desde la boca, debía ser algo así como su amigo especial, por llamarlo e alguna manera.
-Yo tambien te quiero Blanquita- Contestó Gabriel con una burla en sus palabras.
-¡Yo te maldigo cazavampiros! Te maldigo a tí y a toda la sarta de asesinos de tu gremio- La chica chillaba como una loca, mientras intentaba contener el llanto, pero los sentimientos son traicioneros, y una lágrima de sangre ya mojaba una de sus mejillas de camino a la comisura de sus labios.-¡Te deseo todo el mal que has traido a mi estirpe, a tí y a aquella que te tuvo en sus entrañas!
Gabriel, sin hacer mucho caso a la provocación de la vampira, terminó de envainar su katana, y con un elegante movimiento comenzó a caminar hacia la estación de metro, dando la espalda a la chiquilla, y cogiendo en el camino su preciada levita.
La chica soltó a su presa, muerta desde hacía un buen rato, y dio un par de pasos al frente, molesta por la actitud de aquel asesino de vampiros, ignorándola como si fuese una sucia rata.
-¿Me oyes cazavampiros?¡Os maldigo una y mil veces, a ti y a tu padre! ¿Como era...? Ah si...los de Roses. Pues con la sangre que contiene mi cuerpo, bendecida con el Don Oscuro, para los hijos de la Noche, y que me fue dada por la familia Paganum- La chica sacó una daga idéntica a las de los cuatro agresores que se encontraban desparramados en la acera, y comenzó a marcarse en el antebrazo, donde tenía tatuado un corazón de color negro, símbolo de que de verdad perenecía a la familia Paganum. Empezó a rodear con la punta de su daga el tatuaje, mientras unas palabras en latín salían de sus labios lo suficientemente bajo, que a Gabriel no le llegaron a sus oidos.-Yo, Nicte Paganum, maldigo hasta el fin de sus días, a Gabriel de Roses, hijo de...
La frase se cortó en seco, igual que hacía unos instantes. La chica no llegó a ser consciente de lo que había ocurrido. En un tiempo imposible de contar con medios humanos, el hombre frente a ella había recorrido los casi ocho metro que les separaaaban y había sido capaz de alcanzarla sujetándola por el cuello, levantándola a casi medio metro del suelo.
Pataleando y casi sin respiración, la joven miró a su atacante y entonces lo comprendió todo. Comprendió por qué aquel joven de dulces movimientos y aspecto inofensivo, había sido capaz de sesgar la vida de tantos de los suyos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario