miércoles, 21 de abril de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXVI

¿Hola? ¿Hello? ¿Arrikitaun? Jejeje...

Buenos días a todos aquellos que me estén escuchando. Sí, soy el pesado de siempre, el de el otro lado. Siento estar todos los días aquí enganchado, pero en esta época que nos ha tocado vivir, poco más se puede hacer a parte de intentar sobrevivir.

Os hablo feliz desde mi escondite, porque esta madrugada he salido a echar un vistazo al corral de gallinas de las afueras, y me he encontrado con que éstas habían puesto huevos en un sitio que yo no conocía y está toda la nave a rebosar de pollitos. Eso significa mas carne y más huevos en pocas semanas. Además, la costilla no me duele tanto y he perdido momentáneamente el sentido del gusto gracias a las hojas de sauce.

Llevo todo el día de ayer y lo que me queda de hoy hojeando las revistas que tengo de National Geographic en busca de algo que me ayude a poder hacerme con agua potable, ya que como os he dicho varias veces, mis reservas de pastillas potabilizadoras se están agotando, y pasarme el día calentando agua en en los fogones es perder energía y recursos. Tampoco puedo encender un fuego dentro de casa, me podría asfixiar, por lo tanto tengo que encontrar la manera de resolver este problema, y creo recordar que en estas revistas de vez en cuando hablaban de cosas de estas, relacionadas con los pocos recursos de los que precisaban en poblados africanos, y cómo se las apañaban para potabilizar el agua. ¿El problema? Que tengo mas de cien revistas, y revisar todas es un trabajo bestial. Pero no desespero.

Las noticias de ayer de Vin me han animado mucho, porque veo que después de tanto tiempo aun hay gente cuerda que sobrevive a esta catarsis humana. Sé que lo tienen difícil para sobrevivir, nada es fácil en esta tierra que hemos heredado, pero con cuidado e ingenio, todo es posible. Lo más importante es no hacer ninguna estupidez.

Esta noche, antes de salir al corral, recordé que tambien hacía mucho tiempo que no sabía nada de los muchachos argentinos ni de aquel peruano que me contaba lo de los bebedores de sangre. De los gauchos aun tengo esperanza por que estén vivos, pero del peruano... estar encerrado como estaba y rodeado de lunáticos queriendo beber su sangre.

Por cierto, tras decir esto me pregunto ¿Es posible que Mauro, el zumbado que se alimentaba exclusivamente de sangre humana, tuviera algo que ver con los experimentos a los que se refería CdeBroncas? Yo no lo veo muy posible, primero por la enorme distancia que hay, y segundo por cómo se encuentran los tiempos... Pero claro, si estos experimentos a los que se refería Cdebroncas comenzaron mucho antes de lo que él piensa, igual alguno de los infectados pudo llegar hasta aquí en avión camuflado como cualquier otro inmigrante en busca de trabajo, o como simple turista. Todo puede ser. Lo que está claro es que Mauro era español, no peruano. Por lo tanto, la segunda duda que queda por resolver es si lo que sea que aquellos locos tienen en sus cuerpos, puede ser infectado a través de un mordisco o algo así, mas que nada porque yo creo que a mi me chupó. ¿O no? No lo sé, todo es tan difuso...

Y no me olvido de David ni de Jose, el chico de Extremadura. Ambos en un refugio de montaña y ambos en busca de unos locos para cargárslos. Les deseo la mejor de las suertes, la van a necesitar.

Son muchos los que se han puesto en contacto conmigo, y os aseguro que no os olvido a ninguno de vosotros. Tsega, el etíope de la cárcel, Luis y Javi, ambos de Puertollano y refugiados en una antigua mina abandonada, este segundo que perdió a su hija en las fauces de las jaurías de perros. Recuerdo tambien a Namor, aquel chico de Galicia del que solo sé que despertó de un coma cuando todo esto empezó a estallar... Sois muchos y todos tenéis un rincón en mi pequeño mapa mundi. Hoy empezaré a editarlo, poniendo en cada una de las chinchetas vuestros nombres, para no olvidar lo que me ofrecísteis.

A lo que iba, que me pongo sentimental. Antes de salir hacia el corral, puse la radio en modo grabación, como siempre, y recogí un par de mensajes. Uno, en un idioma que no conozco y, que evidentemente no voy a reproducir por el momento, y otro, este que os pongo a continuación, y que me dió mucha alegría escuchar:

Hola José Antonio, soy Héctor.

Lo primero que quiero decirte es que me alegro que no hayas bajado un eslabón en la cadena alimenticia y que, aunque un poco magullado, estés sano y salvo. También que lamento mucho tu perdida. Esta situación de mierda que nos toca vivir, a veces nos recuerda de maneras crueles cuales son las reglas que debemos seguir para sobrevivir. Una de ellas es ¡Nunca bajes la guardia!

No sé si sos consciente de la importancia de lo que hacés. No solo sos el nexo que nos une a los pocos que creemos que no todo el mundo está acabado, los pocos que creemos que, a pesar de todo, queda una esperanza para la humanidad. Estos reportes, como los llamás, son como una luz al final del túnel. Por insignificantes que parezcan, cada palabra, cada experiencia o cada idea, puede ser una solución o una ayuda para resolver algún problema que nos permita vivir un día más.

Por favor, tené cuidado y está atento...

En segundo lugar debo decir que después de escuchar el reporte de ese loco que transmitiste hace tiempo, dudaba de volver a comunicarme. La euforia de saber que no estaba solo me hizo olvidar que el mundo está lleno de desquiciados y que estos no son tontos. Pero como ya dije, quizás algo que comente puede ser de ayuda para alguien.

Igualmente debo advertirle a los que me están escuchando; estoy solo pero no indefenso, el monte que me rodea está sembrado de trampas, algunas no son mortales pero si inhabilitantes y los perros de la zona no son esos simpáticos animales de orejas caídas y colas alegres. Todo aquel que se acerque, será recibido como un intruso y no tendrá tiempo para demostrarme sus buenas intenciones. No quiero sonar violento, pero tuve muy malas experiencias con desconocidos y va a tomar tiempo para que cambie de opinión.

Bueno, se está agotando la batería y se hace tarde. Hoy a la mañana vi unas huellas de jabalí cerca de un arroyo que está a pocos kilómetros y mañana quiero intentar cazar alguno. Me vendría bien la carne y el cuero para unas botas nuevas.

Espero que la transmisión llegue mas clara, estuve toqueteando un poco la antena y escucho un poco mejor las transmisiones. Espero que también emita mejor.

La próxima vez quiero contarles cómo llegué acá y lo que pasó con el pueblo donde vivía.

¡Ah! Me olvidaba, una tapera es... (estática)...


Joder con la puta tapera ¿Qué coño será eso? ¿Algún tipo de edificación, o un granero? Algo así será.

El caso es que la alegría que sentí anoche cuando escuché la voz de Héctor fue enorme. Me alegro mucho de que esté vivo, ya que es otro mas al que le tengo que modificar la chincheta por otra de color verde. Verde, vivo. Amarilla, indefinido. Roja, muerte. Aun hay más amarillas que rojas y verdes, pero tampoco es tan mala señal, peor sería que la mayoría fueran rojas.

Respecto a lo de las trampas, yo solo te diré que cambies tu visión y que en vez de hacerlas inhabilitantes, las cambies por mortales. El que quiera llegar a tu casa y quiera tener contacto real contigo, y de verdad, que te avise, que si alguien quiere hacerse notar, puede hacerlo. Y respecto a los perros, me parece muy bien eso de la compañía. Yo de vez en cuando echo de menos una compañía así, pero sé que en el fondo, en el entorno en el que me encuentro un animal me las haría pasar peor. Primero por la comida, ya que seríamos dos bocas para alimentar. Y segundo, porque un perro no es una persona a la que la puedas decir que se calle y te haga caso. Nunca sería consciente de la importancia de realizar todas las tareas en silencio.

Envidio tu ubicación. Si, estás aislado, pero no más que yo. Tú no tienes que preocuparte tanto de ocultarte al salir fuera del refugio. Tu contacto con el exterior es contínuo y ves a diario los amaneceres y atardeceres desde tu escondite. Yo, sin embargo, me paso el día escondido entre estas cuatro paredes, en silencio, intentando pasar desapercibido a aquellos de mi propia especie que ansían encontrarme y hacerse con mis cosas y con mi persona.

Y respecto al loco, la verdad es que no he vuelto a saber nada de él. No sé si volverá a emitir o no, pero casi prefiero que no lo haga. Mis límites de escucha con la locura humana están llegando a la línea de ruptura. Si lo hago será solo para advertir a todos aquellos que me escuchan, para que vean que en esta tierra, cada vez es más complicado fiarse de nadie, ni tan siquiera de aquel que te da cobijo. Pero si encima negamos la esperanza... poco nos quedará ya.

He cambiado de opinión. No voy a hojear mas revistas hasta mañana. Estoy muy cansado para seguir con eso. Me voy a desayunar y a acostarme, que el sol ya casi está en lo alto y luego me cuesta mucho dormir. Un abrazo a todos los que estéis al otro lado.

martes, 20 de abril de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXV

Buenos y dolorosos días. Han pasado ya casi dos semanas desde el conflicto con los caníbales del sur y la soberana paliza a la que sometieron a mis costillas. Pues bien, aun me duelen a rabiar. No tengo ninguna rota, pero cuando me toco en el costado, distingo una pequeña hinchazón que no soy capaz de eliminar. Hace un rato que ha amanecido, y vengo de recoger del parque de en frente de mi escondrijo varias hojas de sauce que ahora mismo estoy masticando, no sin una mueca de asco en la cara. Están demasiado amargas para mi gusto.

Parece que el temporal va amainando y ya no está siempre nublado. Hay alguna que otra nube en el cielo, y aunque aun estamos en Invierno, la mayoría de los árboles frutales están llenos de flores y repletos de abejorros a su alrededorLeches, ahora que lo pienso, igual si localizo a donde van estos abejorros me puedo hacer con miel...

Es curioso, pero ahora que nadie se encarga de cuidar los parques y los jardines, estos están más bonitos que antaño, ya que parecen auténticos bosques en miniatura. Precisamente en este del que me avituallo de hojas de sauce, antiguamente había un lago artificial. Pues bien, ahora ya se ha convertido en lago natural, y los patos y alguna que otra pareja de grullas anidan aquí como si nada. ¡Joder, grullas a ciento cincuenta metos de mi casa! La verdad es que el lago está lleno de vida. La gente antiguamente llevaba allí todo tipo de bichos, y el agua está repleta de peces de colores, carpas, ranas y alguna que otra tortuga, que por cierto, tienen una fijación con los pollitos de los patos, que estos a la que se descuidan se quedan sin alguno de ellos. Si lo llego a saber, me habría hecho con algún huevo de los patos, tengo entendido que son bastante nutritivos. Aunque de momento me conformo con los de gallina.

Pero bueno, la Naturaleza debe seguir su curso, y supongo que si aquí lo hace, en las demás zonas en las que hubiera un poco de campo también pasará. No me quiero imaginar como se ha debido de quedar todo aquello que estuviera edificado cerca de selvas, junglas o bosques. Debe de ser la hostia, como las imágenes esas de los templos perdidos thailandeses que fueron abandonados hace cientos de años y cuando fueron redescubiertos ya cerca de nuestra era, la vegetación los había cubierto por completo. La Naturaleza no cesa en cubrir lo que siempre ha sido suyo.

Siguiendo con las buenas noticias, hoy he comprobado que mi radio está en perfectas condiciones. Anoche, a eso de las dos de la mañana, salí del refugio para ir a los huertos a recoger unas pocas hortalizas, ya que me estaba quedando sin suministros de verduras frescas. Las heladas se han cargado la gran mayoría de mis plantaciones, pero aun así, tengo suficiente para seguir adelante, aunque las lechugas han muerto por completo, y creo que ya no me queda absolutamente ni una sola semilla. El caso es que estaba a punto de irme y vi cómo el piloto naranja de mi radio se encendía durante un momento para volverse a apagar de inmediato. Esa luz es la que indica que en esa banda o dial, se está recibiendo alguna comunicación. Estuve cinco minutos esperando para ver si recibía algo, pero al ver que no, decidí irme, no sin antes dejar el sistema encendido. Rápidamente activé el Mp3 y lo he conecté en modo grabación por si acaso. Este fue el resultado:

Hola ¿Hola? [PIIIII] ¡Agh, mis oídos! Ya está, ya funciona el cacharro este…

Eh… Hola a todos. Soy Vinatea, no sé si os acordaréis de mí. El tipo aquel de Valencia, que vivía en una alquería con más gente… Ése... Ha pasado tanto tiempo desde mi última conexión… ¿Qué fue, en enero? Y ahora debemos estar por mediados de marzo… ¡Joder, lo que daría yo por un calendario! No sé si hoy es lunes, sábado o viernes… En fin…

Quiero pediros disculpas, tanto a José Antonio como a todos los que estáis ahí, al otro lado, por el tiempo que he tardado en dar señales de vida… ¡Mierda, tenía que haber dicho otra cosa! Después de la odisea sufrida por José Antonio, no es una frase muy adecuada, la verdad… Me quedé de piedra cuando oí que Ida había muerto, parecía una buena chica… Una lástima que alguien como ella muera, y miles de hideputas sigan por ahí, tan campantes… Mierda de mundo… A todo esto, ¡¿La ISS?! ¿Cómo puñetas se salió de órbita? Jodeeer, pues si empiezan a caernos restos de basura espacial, lo tenemos claro... Como si no tuviéramos bastante con lo que tenemos en tierra...

Debo decir que no he oído todos los reportes realizados por José Antonio, tanto suyos como de otros. Hemos tenido algunos problemillas por aquí, con la electricidad y otras cosas, y cuando podíamos escuchar la radio no iba, y cuando teníamos luz, había miles de cosas que realizar… "La faena del matalafer, fer i desfer", como decimos en Valencia… Y si a eso le añades que no tenemos un, mmm, “contestador automático” como el de José Antonio, ni manera de estar día y noche pendientes de la radio, pues imaginaos… Sí, hemos tenido algunos problemas con la luz, como decía. Bueno, algunos… Más bien varias semanas sin luz… Os explicaré, aunque tendré que empezar desde el principio.

Resulta que hay una acequia, un sistema de riego muy típico de aquí de Valencia, que atraviesa los terrenos de la alquería. Ya sea por casualidad o porque el resto del sistema hídrico está jodido, lleva siempre la tira de agua, y a Chimo, aquel que os dije que desapareció, un genio el tío, se le ocurrió la posibilidad de instalar una especie de, digamos, mini-presa hidráulica… Lo dicho, un genio… Si no hubiera sido por él, me pregunto donde estaríamos ahora… Aún guardo una carpeta con otros ingenios suyos, la mayor parte no sé ni lo que son… Cuando tenga tiempo la cojo y os explico el funcionamiento de la presa, que de memoria no me acuerdo…

Pues bien, allá por febrero notamos que la acequia no tenía agua. Decidimos seguir el curso de la acequia para ver qué la interrumpía, y allá que nos fuimos Flora y yo. Supongo que no os imaginaréis qué es lo que nos encontramos ¡Je! Ni tampoco nosotros, la verdad… A unas horas de camino a pie de la alquería nos encontramos con el pastel. Las lluvias habían provocado un corrimiento de tierras y con ellas, una decena de cadáveres se amontonaban sobre la alquería… Como os lo cuento… No tengo ni puta idea de quien los enterraría, pero allí estaban… Aquello era dantesco, o como coño se diga, no se podía ni respirar de los olores que se levantaban en aquella zona... Flora vomitó y yo, para qué os voy a mentir, también. Y no fue la última vez esos días…

Lógicamente, aquello no podía quedarse así y estuvimos dos o tres días dándole vueltas para ver qué hacíamos. Enterrarlos nos hubiera llevado semanas, y nada nos aseguraba que no hubieran nuevos corrimientos de tierra. Tampoco los podíamos dejar allí fuera, junto a la acequia… Al final, decidimos llevarlos hasta una casa de campo cercana, deshabitada para más señas, en la que tenemos algunos huertos camuflados entre la maleza. De reserva, más que nada… Allí hay un pozo seco, completamente inutilizable, y los fuimos lanzando uno a uno al interior. Menudo trabajo, Dios. Aunque lo peor fue el olor, tardaré meses en olvidarlo. Al menos no atraerá a nada ni a nadie. La losa de piedra que pusimos encima para tapar el agujero los protege bastante bien, al menos por ahora.

Y menos mal que el agua de la acequia sólo la utilizamos para generar luz, ya que para beber usamos la de nuestro propio pozo, que si no, a saber lo que podíamos haber pillado. De hecho, nos encontramos con un perro muerto junto al agua. Sólo nos faltaba ponernos malos, joder.

En fin, después de liberar la acequia de obstáculos, el agua corría que daba gusto verla. Y cuando parecía que lo teníamos todo arreglado, ¡Zas! El temporal de viento… Pero eso lo dejaré para mi próxima comunicación. Ahora tengo que dejaros, que me parece que es tarde… Un segundo... [Pasos]

Sí, creo que ya es la hora de mi turno de guardia. Sí, sí, ahora tenemos guardias, porque la valla electrificada que teníamos pasó a mejor vida. Ya os contaré con detalle…

Hasta luego.

¡Ah, una última cosa! Lo de Vinatea es sólo un alias, un nombre. Lo usé, yo que sé, para darme valor… Gilipolleces mías, vamos… En realidad soy Alejandro, pero lo mismo me da, Alejandro, Vinatea, Alex, o Vin. En este puto nuevo mundo, nuestros nombres son lo de menos. Pero quería que lo supiérais...

Hasta pronto, un abrazo desde la alquería.


Pues bien. Me alegro de que todo os vaya bien por allí, y ahora me has dejado claro el por qué de tu nombre. Me quedo con Vin, que es más corto y más fácil de recordar.

Una alquería... ¿Qué es eso? La próxima vez me gustaría que me lo explicara, porque la verdad es que no tengo ni puñetera idea de lo que es eso. Me llama la atención el hecho de encontrarse cerca de donde él mismo vive con sus compañeros una montaña de cadáveres, y que no supieran nada. Deberían tener cuidado, aunque ya veo que lo tienen si es que están empezando a hacer guardias. Si no se han muerto solos, alguien los habrá matado, y si no, alguien los habrá llevado allí. Ahí es donde está el peligro.

Ahora que las cosas están así, deberíais acostumbraros a observar los cadáveres de nuestros compañeros de especie. Os parecerá raro, pero a veces, el encontrarte con un cuerpo muerto en medio de ningún sitio, y observar su estado de descomposición, te ayuda a hacerte una idea de más o menos cuánto tiempo lleva allí tirado, y al menos te da indicios de si puede haber alguien cerca de allí. Yo desde que todo esto comenzó a hacer mella en las mentes de la gente, me acostumbré a anotar los signos que veía en los cuerpos que divisaba desde mi escondite.Suena macabro, pero muchas de estas locuras son las que me han ayudado a sobrevivir. Cuando vives en una zona tan llena de gente como lo estaba la mía, debes estar las veinticuatro horas alerta.

Tenéis suerte de tener agua potable. Yo de momento no la tengo y por más vueltas que le doy, no sé cómo solucionar este problema aparte de hirviendo el agua. Pero es que este sistema me quita muchísima energía, y ya sabéis que el agua es fundamental para seguir viviendo. Más todavía que la comida. Por cierto que tened cuidado con el pozo donde habéis echado los cadáveres. Si por lo que sea el agua se filtra por ahí, y anega donde están los muertos, las aguas subterráneas pueden llevar todos los gérmenes a vuestros pozos, no lo olvidéis. Quizá os sería de ayuda el echar algo de gasolina allí dentro y prender los cadáveres. Si el pozo está seco, os será de gran ayuda.

Sólo espero que todo os vaya bien y que la próxima vez no me contéis de ninguna baja. Espero volver a escucharos pronto.

Un saludo Desde el otro lado.

sábado, 17 de abril de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXIV

Hola a todos, soy José Antonio, y como siempre, os saludo desde el otro lado.

Estoy preocupado. Hace días que no recibo ni un solo reporte de ningún compañero. Es como si todos se hubieran olvidado de mi. Por mas que intento sintonizar la radio, lo único que encuentro es la dichosa estática, como al principio de mis comunicaciones. Pero me da igual, seguiré intentándolo. He pensado que puede ser debido a que el receptor de radio esté estropeado. Es posible que alguno de los que me hablaban tanto de España como del extranjero hayan muerto, ¿Pero todos? No puede ser. Tendré que revisar el aparato.

Bueno, ya me he cambiado el vendaje de las costillas, que no os podéis ni imaginar lo difícil que es de realizar con una sola mano, y sobre todo si es la izquierda y tú eres diestro. Suerte que mis años en la Cruz Roja me sirvieron para algo. El dolor que tengo es insoportable. Si te ríes, te duele. Si andas, te duele. Si comes, te duele. Si estornudas, alucinas cómo duele. Si respiras hondo, tambien te duele... Vamos que duele hagas lo que hagas. Espero al menos no tener ninguna de las costillas rotas, porque entonces sí que lo llevo crudo.

Pero bueno, volvamos a la madrugada de mi último día en el cráter de la ISS.

Tras descubrir en Ida a una gran tiradora, me tiré al suelo y empecé a respirar hondo, como para dar gracias por la intervención de su puntería. Me dolía todo, y no era capaz de quitarme de encima el cuerpo de Mauro. Estaba envuelto en sangre ardiente, pero no me aliviaba para nada el frío que se me había metido en el cuerpo.

Le pedí a gritos a Ida que me desatara, a lo que ella respondió con una velocidad endiablada. Sacó su machete de la sujeción de cuero de su pernera, y con dos movimientos lineales cortó las ligaduras y me liberó. Sin darme tiempo a responder, me llevó hasta el fuego y empezó a frotarme las extremidades. Estuvo así varios minutos, pero yo no paraba de tiritar. Sin perder tiempo, abrió mi mochila y sacó mi manta para dormir. Acto seguido cogió un trozo de camiseta de Carmen, que yacía muerta en el suelo, y con ella, me limpió todo lo bien que pudo la sangre del cuerpo.

Lo que hizo a continuación me dejó seco de angustia. Y digo angustia, porque no sabría describirlo de otra manera. Me desnudó por completo, para a continuación desnudarse ella tambien. Me envolvió con la manta y se metió en ella conmigo así mismo, como nuestra madre nos trajo al mundo. La verdad es que del frío que tenía, ni pensé en su cuerpo rozándose con el mío. Sentía su vello púbico rozando con mi espalda mientras sus brazos me agarraban alrededor del pecho y me decía palabras tranquilizadoras en el oido.

De verdad. Nunca me sentí como en esas dos horas siguientes. La combinación entre horror, vergüenza y alivio, entremezclados con el frío reinante de aquella madrugada, dio lugar a una estampa que en la vida se borrará de mi cerebro. Curiosamente, en cuestión de minutos había dejado de tiritar, y en una sola hora mi cuerpo estaba comenzando a recuperar el calor. A la segunda, podría haber hervido agua encima de mi pecho, de la calentura que tenía dentro de mi. Sin embargo, Ida se había dormido al poco rato de meterse entre la manta conmigo.

Hace tiempo en mis años mozos, cuando la lectura me apasionaba, llegó a mis manos un libro de un tal Karl von Vereiter. A grandes rasgos, la novela contaba la historia de un médico judío que para escapar de la muerte a manos de los nazis, se presta a ayudar en tareas medicinales y quirúrgicas en el campo de concentración de Dachau, del que era prisionero. Allí, es testigo de decenas de salvajes experimentos con cobayas humanos, entre ellos los soldados rusos capturados a las puertas de la madre Rusia. Uno de esos experimentos consistía en meter a soldados rusos en buena forma, en piscinas llenas de bloques de hielo, a cero grados de temperatura. Tras esto, y pasadas varias horas allí dentro, sacaban a los pobres rusos congelados y comenzaban las pruebas. Los ponían en habitaciones con calefacción, en piscinas de agua caliente, les daban bebidas ardientes, les acostaban en suelos de paja rodeados de animales... Todo esto, para comprobar cuanto podría aguantar un piloto alemán en el caso de que fuera abatido sobre alguno de los grandes lagos rusos y fuera rescatado. Tras rescatarle, habría que conseguir hacerle entrar en calor, y buscaban la manera más rápida.

Evidentemente y como yo mismo pude comprobar, esta era acostándolos con prostitutas alemanas y arropándolos con mantas. Los rusos, soldados aguerridos y duros como el hierro, despertaban del letargo glacial en menos de una hora, e incluso algunos eran capaces de mantener relaciones sexuales con las prostitutas. No con una, sino con dos y con tres si era preciso. El problema era que después de sobrevivir a aquella dura prueba, eran eliminados de inmediato.

Un libro muy crudo aquel "Yo fui médico del diablo". Mas tarde me enteré que el que se escondía tras ese nombre tan difícil de pronunciar era un español que utilizó aquel pseudónimo para vender más novelas de ese tipo. Una lástima, porque se me cayó un mito.

Volviendo al tema de mi tiritera, yo no era ruso, por lo que al poco rato me escaqueé de aquel lujurioso lecho y me vestí todo lo rápido que fui capaz de hacerlo. Para cuando terminé, Ida ya se estaba poniendo su neopreno y recogiendo la manta, a sabiendas de que quedaba muy poquito tiempo para el amanecer, y había que salir pitando de allí.

Tras revolver entre las cosas de esos tres lunáticos y no encontrar nada que me fuera de ayuda, decidimos abandonar el campamento y dirigirnos a mi escondite para sanarme las heridas y vendarme el costado, que me dolía a rabiar. Cuando no habíamos caminado ni cinco segundos, un ruido sordo me paró la respiración, para inmediatamente después escuchar cómo el cuerpo inerte de Ida chocaba contra el suelo y quedaba allí tirado en una postura antinatural. Un agujero del diámetro de una moneda y situado en el costado derecho de Ida cerca de la columna, era el culpable de tamaño borboteo de sangre.

Mientras estaba en el suelo, podía escucharla gorgojear, mientras el ruidito de su respiracion pasando a través de sus pulmones encharcados de sangre la impedían articular palabra. No había que pertenecer a la Cruz Roja para saber que no había solución. Ida me iba a dejar en breves instantes. La grité que no me abandonara, que esperara un segundo y giré la cabeza en busca del causante de aquel dolor.

Saúl, con la cara ennegrecida de la sangre seca que salpicaba su rostro, sostenía en su mano derecha una pistola mientras intentaba apuntar de nuevo hacia mi con el único ojo que le quedaba sano. Por lo visto mi golpe no había sido tan certero. Disparó dos veces más, fallando ambas, aunque una pasó silbando por encima de mi cabeza. A falta de no tener nada a mano excepto mi rifle, y que además estaba atrapado bajo el hombro de Ida, sin pensar ni cómo ni por qué, me quité mi mochila de la espalda y se la tiré a Saúl para ganar algo de tiempo. Él, en el estado que se encontraba, no pudo hacer nada más que cerrar los ojos y dejar que todo el peso de la misma cayera sobre él, a la espera de que ésta le dejara un poco de visión para contraatacar. Pero yo no le dejé tiempo. De una patada le desarmé, y sin pensármelo dos veces, cogí la misma piedra que hacía unas horas había impactado contra su sién, y se la estampé con todas mis fuerzas en la cabeza. De esa no se pudo levantar más.

El hijo de puta murió con una sonrisa en los labios, a diferencia de Ida, que la pobre dio su último aliento con un rictus de dolor en su rostro. Permitidme que no entre en mas detalles sobre aquel momento.

Sabía que el sol me iba a sorprender en plena explanada, pero no me importó. Le quité a Ida el machete de la pernera y con él, comencé a excavar en el húmedo suelo de aquella obra abandonada. Tardé un poco más de media hora, y no bajé mucha profundidad, pero al estar el suelo húmedo logré al menos realizar un agujero de casi treinta centímetros de hondo. Metí allí el cuerpo desnudo de Ida, y la tapé con la tierra que había extraido con mis propias manos.

Al terminar, busqué unas cuantas piedras y las eché por encima de la tumba improvisada, esperando que los perros salvajes no fueran capaces de desenterrar el cuerpo. A modo de cruz, dejé su cuchillo clavado junto a la tumba.

El sol ya había salido por el este y podía divisar desde allí el Cerro de los Ángeles de Getafe, que se alzaba majestuoso en el horizonte madrileño. Creo que hasta recé una plegaria para ella.

Sin perder mucho tiempo, recogí mis cosas y me marché, abandonando el cráter y escondiéndome esta vez en una pequeña zanja que localicé a un par de kilómetros de allí. Tapándola con un plástico que encontré enganchado entre los matojos de aquel antiguo proyecto de urbe, me tumbé sobre mi manta, y dejé que Morfeo me llevara lejos de allí, a algún lugar más dulce que ese.

Poco más os puedo contar. Tardé una noche más en llegar a mi escondite, destrozado y con los nervios a flor de piel por miedo a que alguien hubiera encontrado mi refugio. Por suerte no había sido así, y éste se encontraba igual que yo lo había dejado. Tampoco me importó.

Me metí en la cama y me pasé durmiendo dos días enteros, hasta que por fin me puse en contacto con vosotros. Esta es mi aventura.

Seis días fuera de casa, una estación espacial estrellada a pocos kilómetros de mi casa y un par de costillas magulladas. Ese es el bagaje personal de mi aventura. Ese, y la conciencia destrozada por no haberme asegurado de la muerte de aquellos tres desquiciados. Ida murió por mi culpa.

Ella me salvó la vida, y yo se lo pagué llevándola a la muerte...
...
...
Lo siento. Tengo que cortar la comunicación.

jueves, 15 de abril de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXIII

¿Hola?... Ya estoy de nuevo aquí. Tampoco he tardado mucho. Me acabo de tomar mi primer té elaborado con mis propias plantas de té y manzanilla. Nunca lo habría imaginado, pero este té natural, en comparación con los que siempre me he estado tomando, sabe muchísimo mejor, más intenso. Y la manzanilla hace efecto mucho más rápido que la envasada. Debe de ser por la frescura de la savia o algo así.

Bueno, pues entonces, antes de que os aburráis de escuchar mi voz, proseguiré con mis vivencias de las últimas semanas, obviando por supuesto las partes que no interesen.

Ida me había traicionado. Me había vendido a aquellos tres desconocidos y se había largado con mis cosas. Había cambiado mi vida por la suya. Estaba maniatado, traicionado, melherido, helado y aterido de frío, además de asustadísimo por miedo a que cualquiera de aquellos maníacos decidiera de verdad echarme al fuego y comerme allí mismo. Las brasas estaban comenzando a calentarme la parte frontal de mi cara, pero no era suficiente para subir la temperatura de todo lo demás. Encima, estaba en el suelo, que a esas horas de la madrugada estaba igual de frío que un hierro colocado a la interperie en pleno mes de enero.

La mujer y el hombre de mayor envergadura aun seguían enfrascados en su propia discusión, mientras el tercero, rubio y bastante delgado y con pinta de enfermo, llevaba ya un buen rato alimentando las brasas de la hoguera con pequeñas ramitas que estaban apiladas cerca de la fogata. A la luz anaranjada de la hoguera, su cara se tornaba fantasmal. Las ojeras que se encontraban debajo de sus párpados eran profundas, y el color cetrino de su piel contrastaba a la perfección con el morado de sus ojos. A esto había que añadirle un profundo temblor en las manos, al que yo no sabía darle explicación.

Mauro, que así se llamaba el tipo con aire enfermo, temblaba como un poseso mientras intentaba calmar sus temblores con las pequeñas ramitas de madera que iba sacando de la pila. Al final, cansado de la posición en cuclillas que había adoptado, se levantó y desapareció de mi ángulo de visión, para colocarse a varios metros tras de mi.

La conversación de Carmen y Saúl, que eran los otros dos en discordia, había cambiado de tema. Ahora en vez de por qué parte de mi cuerpo iban a empezar a comer, estaban decidiendo de qué manera hacerlo. Hablaban de cocer alguno de mis miembros y añadirle varias hierbas que por lo visto llevaban encima. Carmen era partidaria de simplemente ensartarme con una lanza y ponerme sobre el fuego durante toda la noche, y al terminar de asarme, alimentarse de todo lo que pudieran y lo demás llevárselo como provisión.

Las arcadas que se producían en el interior de mi estómago eran cada vez más fuertes. La visión de mí mismo, empalado con una lanza y colocado sobre el fuego mientras todos mis orificios se rellenaban con cualquier tipo de hierba aromática me estaban revolviendo las tripas. Para intentar deshacerme de esa visión, mi cabeza no hacía mas que idear posibles maneras de escapar de aquella situación tan dantesca, de encontrar la solución que me ayudara a salvarme de nuevo de otro problema de los gordos. Pero la única solución que me podía permitir era prometerles confesar dónde estaba mi escondite y si no lograba convencerlos de darles una parte de mi despensa, directamente renunciar a mi refugio y escapar como fuese de mi propia casa.

Pero esa idea me asqueaba por completo. Si renunciaba a todo lo que había almacenado hasta entonces, sería mi perdición y mi muerte, al igual que estando en manos de estos psicópatas. Sería incapaz de sobrevivir fuera de mi refugio sin ayuda de mis lujos improvisados, y sobre todo, me aterraba el planteamiento de acabar como ellos debido a la desesperación de la escasez de comida.

Mientras estaba allí tirado en el fuego, temblando de frío, Mauro se volvió hacia mi, y me preguntó de dónde era. De Getafe, le contesté yo. Él, con el cuerpo agachado frente a mi, y observándome con unos ojos negros penetrantes y vacíos de todo sentimiento, torció la cabeza como un cachorro de perro, y puso cara de curiosidad. Su mano derecha apoyada sobre su rodilla flexionada seguía temblando a pesar de tener un punto firme en el que sujetarse.

Su puño impactó contra mi cara sin que yo pudiera hacer nada. Ni que decir tiene que al estar allí tirado y justamente en frente de él, el golpe fue a parar contra mi nariz, que sentí perfectamente cómo se comprimía hacia atrás y un chasquido inundaba como un eco el interior de mi cabeza. El dolor se apoderó de todo mi cuerpo y me olvidé por completo del frío. Comencé a sangrar como un cerdo. Un chorro de sangre corría por mis mejillas empapando el suelo lleno de malas hierbas en el que estaba tirado. Mauro, sin hacer mucho caso a los gritos que le daban sus dos compañeros, acercó su cuerpo hacia mi, y juntando las dos manos formando un cuenco, empezó a llenarlas con el rojo fluido que manaba de mi cuerpo. Y allí, frente a mi, comenzó a beberse mi propia sangre.

En cuestión de segundos Saúl propinó una patada en el pecho de Mauro, tirándole de espaldas contra la tierra. Aun así, le había dado tiempo a beberse dos cuencos manuales de mi sangre. Yo le miraba entre asqueado y dolorido, pero él, aunque repantingado en el piso y bocaarriba como una cucaracha, seguía lamiéndose con un éxtasis asqueroso las palmas de sus manos.

El dolor de mi cara era tal, que yo oía las voces de mis captores muy lejos de mi, a kilómetros de mi posición. Escuchaba los latidos de mi corazón amplificados mil veces, y notaba cómo con cada uno de los latidos la sangre iba manando fuera de mi cuerpo. Me sentía mareado del dolor, y mi cabeza daba vueltas mientras me dejaba sumir en el sueño de la inconsciencia.

Cuando volví a despertar, sólo estaba Saúl frente a mi, y Carmen y Mauro no estaban por ningún lado. Me preguntó como me encontraba, y yo le contesté que hecho una puta mierda. ¿Como creía que estaba? Maniatado, con la nariz rota y muerto de frío, y todavía se le ocurría preguntarme que como estaba. Además, le dije yo, ¿Qué más le daba cómo me encontraba? Y el tío, ni corto ni perezoso me dice que su experiencia les había demostrado que, como con los animales, si las presas, o sea yo, se encontraban sufriendo por algún motivo ajeno a la muerte en el momento de la misma, su carne no sabía bien. Decididamente estaban como una puta cabra. ¡Me estaban comparando con el puto ganado!

Le pregunté que a qué había venido el puñetazo de su compañero, y me dijo que no se lo tomara en cuenta ya que estaba un poco ido. Me dijo que la culpa era mía porque le había hecho enfadar, ya que al responderle le había mentido. ¿Y él qué cojones sabía sobre si vivía en Getafe o en Guadalajara? Pero su contestación me dejó aun más acojonado de lo que estaba en esos momentos. Mauro se creía un vampiro. Nunca se alimentaba de la carne de sus presas, sólo de su sangre. Siempre que capturaban a alguien, primero le desangraban por completo dejando a Mauro que se saciara con su sangre. Cuando este no podía más, es cuando ellos comenzaban el banquete.

Además de la locura de la sangre, estaba convencido de que era capaz de leerles la mente a las víctimas, o al menos saber cuándo no le estaban diciendo la verdad. Por eso le había visto tan excitado frente a mi y temblando. No podía evitar el mirarme y verme como su próxima cena. Pero Mauro me dijo que no me preocupara, para cuando vinieran de lavarle, me degollarían allí mismo, y procederían a cocinarme.

La verdad es que la frialdad con la que esa gente me hablaba sobre comer carne humana, cocinarla o despiezarla me ponía la carne de gallina. Era increíble hasta qué punto la mente de un ser humano puede sufrir transformaciones si se encuentra al límite de sus nervios. Esta gente, por culpa de la falta de comida, no dudaban en alimentarse de humanos si la necesidad les acuciaba. ¿Yo también sería capaz de ello si no hubiera encontrado tanta comida y la hubiera almacenado? No, supongo que no, porque precisamente por eso me había preocupado de encontrarla, para no llegar a ese extremo.

Escuché un ruido detrás de mi, por lo que supuse que serían Mauro y Carmen. Miré a Saúl a la cara y vi cómo su gesto serio pasó al de asombro, y de nuevo al de estupefacción. Lo siguiente que vi, fue cómo una piedra impactaba contra su cara, y éste caía de costado sobre su propio cuerpo.

Mis manos no habían parado de juguetear con mis ataduras, retorciendose y contrayéndose mientras conversaba con Saúl. Cuando por fin logré desatarme una de mis manos, palpé el suelo que estaba bajo mi cuerpo hasta encontrar una piedra lo suficientemente grande como para dañar a mi captor. La encontré rápidamente, y sin pensarlo, golpeé con saña sobre su frente. Él movió la cabeza en el último instante, pero no fue lo bastante rápido. La roca dentada impactó sobre su sien, dejándole abatido en el instante.

Mq quedé de nuevo a solas. Solo estábamos la luz de la hoguera, la oscuridad de la noche y el cuerpo de Saúl. Ninguno de los tres sería capaz de delatarme. Intenté quitarme el nudo de las piernas, pero un fuerte gople en mi costado me tiró de nuevo al suelo, dejándome como estaba al principio.

Apareciron en mi campo de visión Carmen y Mauro, al que los temblores y las ojeras le habían abandonado, y ahora se mostraba frente a mi con una sonrisa en la cara y con la apariencia de un corredor de fondo, delgado pero sumamente atlético. De nuevo llovieron los golpes. Esta vez era Carmen la que me los propinaba, mientras Mauro observaba el estado de su compañero. Le tocó el cuello, le puso el oído en el pecho, y mirándome a los ojos con una sonrisa siniestra en los labios, comenzó a lamer la sangre que aun le manaba al cadáver de Saúl de la herida de la sien. Las arcadas no llegaron a mi boca porque mi cuerpo aun estaba preocupado de cubrirse de la patadas de aquella salvaje.

Mi mano no paraba de agitarse en busca de la manera de parar alguno de los golpes que aquella caníbal le estaba dispensando a mis costados. Me partió un par de costillas, que por cierto, aun llevo vendadas y doloridas. Me torció dos o tres dedos, pero la suerte se puso de mi lado y logré agarrarle el tobillo y tirarla al suelo. Ella intentó forcejear contra mi mano, pero yo, bien alimentado y más fuerte que ella, logré adentrarme en su defensa y con mis piernas sobre su pecho, agarrarla del cuello con la única mano que me quedaba libre y apretar con todas mis fuerzas.

La sensación que nos da al agarrar una laringe con las manos, es la de que a pesar de parecer frágil, es más dura de lo que aparenta. Pero son solo imaginaciones nuestras. La nuez de un cuello humano es bastante débil bajo la presión de unas manos fuertes. Y eso es lo que yo hice, apretar con todas mis fuerzas hasta que mis dedos atravesaron primero su piel y luego su carne, para después de gritar con toda mi fuerza y aplicar todo mi miedo y mi rabia contra aquella que me tenía retenido, tirar hacia afuera, arrancando de su sitio aquel trozo de carne.

Tras quedarme con su laringe en mis manos, sentí como las convulsiones de su cuerpo iban desapareciendo, hasta que al final cesaron por completo. Un último estertor anunció el fin de una antigua vida. Era la tercera que dilapidaba con mis propias manos. Y esta vez, tampoco fue agradable.

Mauro aun seguía allí, lamiendo la sangre de Saúl. Podía escuchar el ruido que hacían sus labios al sorber el fluido que había contenido la vida de aquel ser humano deleznable. Él, girando su cabeza, volvió a mirarme y un escalofrío cruzó toda mi espalda acabando en mi nuca, con un notable movimiento de mi cuero cabelludo. Sus ojos estaban inyectados en sangre, reflejo de la locura que atenazaba su mente, y su boca y mejillas manchadas de sangre, me mostraban la realidad de un ser que yo pensaba que nunca había existido. Lo que tenía frente a mi era un verdadero vampiro, un chupasangre de nuestra era. ¿Sería posible que lo que me había contado aquel chico de Perú, hubiera cruzado el Atlántico, y hubiera llegado hasta aquí, hasta Madrid, hasta las inmediaciones de mi casa?

Se acercó hasta mi, y mirándome fijamente con odio en su semblante, me dijo que me quedara quieto o acabaría conmigo como yo lo había hecho con sus antiguos compañeros.

La locura se atisbaba en su mirada. Sun azules ojos eran una puerta a lugares que yo nunca había visitado, y que por supuesto, nunca visitaría bajo la consciencia de mi proia voluntad. La sangre de sus lagrimales inundaba sus párpados haciendo correr regueros de líquido de color rojo por sus mejillas, que se acababan juntando con los restos carmesí de las comisuras de sus labios.

Despacio y sin alterarse, se arrodilló frente a mi, y sin perder el contacto visual cogió mi mano derecha, que aun asía la laringe de Carmen, y empezó a lamer la sangre de mis dedos. Lentamente, casi con amor, se entretenía en las partes del interior de mis dedos, donde unos se juntaban con los otros. Yo, estupefacto, no dejaba de mirar aquel azul penetrante que me tenía hipnotizado, y él, no paraba de sorber, chupar y lamer mi mano. Después, como si de una fruta madura se tratase, mordió la laringe de su compañera con fuerza hasta que el sonido de su boca sorbiendo aquel zumo sanguinolento dejó de romper el silencio de la noche.

Cuando terminó, lo supe con certeza. Había llegado mi momento. Se inclinó hacia detrás, y cogió un cuchilo del cinturón de su pantalón. Lo levantó frente a mi, y me dijo que ya no tenía hambre, que estaba saciado. Me confesó que le habría encantado convertirme en uno de su raza, pero que lamentablemente no sabía cómo hacerlo, por lo que tenía que deshacerse de mi. Y yo, tras escuchar sus palabras, cerré los ojos esperando el final.

El final llegó. El de Mauro y el de la historia de hoy. Terminó con un disparo certero al corazón de Mauro con el rifle que yo había robado hacía semanas a unos descerebrados que intentaban violar a una chica en un supermercado. Ese día cometí mi primer asesinato, y me cobré aquel rifle que ahora Ida portaba en sus manos y que manejaba como un soldado profesional. Me había salvado la vida. Po lo visto, Mauro no era ningún vampiro, y murió allí mismo ahogado entre su propia sangre. Curiosa forma de morir la de aquel desviado.

Mañana os sigo contando, que será el final de mi excursión al cráter de la ISS. Espero que no perdáis la esperanza.

Saludos desde el otro lado.

lunes, 5 de abril de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXXII

Buenas noches a todos aquellos que me escuchen en este presente tan oscuro que hemos heredado. Nada nuevo que decir, y nada nuevo que contar en estos últimos días que he estado desconectado. Un pequeño problema con mis acumuladores me han dejado sin corriente durante un tiempo. Pero ya estamos aquí de nuevo para seguir con la historia que había dejado colgada.

Ya sabéis que en mi última narración os contaba el cómo levantaba el campamento improvisado a los pies del enorme cráter, mientras Ida, me acompañaba detrás mío. Pues bien, continuemos desde allí.

Comenzamos a descender la pronunciada pendiente. Costaba mucho bajar por las paredes del agujero, ya que aunque no estaban lo suficientemente empinadas como para que un tropiezo supusiera la muerte, si es cierto que todo el perímetro estaba salpicado por trozos de aquello que había caido allí, y estos eran afilados pedazos de metal ennegrecidos que, posiblemente, si nos propiciaban algún corte infectarían la herida en cuestión de horas. Nunca bajéis de noche y sin luces por un cráter de doscientos metros de profundidad. Es una de las cosas más difíciles de las que os podáis imaginar.

Mientras bajábamos con cuidado, mis ojos no dejaban de mirar hacia todas direcciones en busca de algún indicio de movimiento extraño. Era improbable que un impacto de este calibre no hubiera atraido a nadie a curiosear, y menos probable aún era que si alguien se había acercado, no nos hubiera localizado. Yo por si acaso tenía el rifle cargado y con el seguro quitado en vistas a algún encuentro inesperado.

Cuando ya estábamos a mitad de camino, notamos cómo el calor comenzaba a hacernos mella. Allí abajo debían haber al menos quince grados más que en la parte superior, y eso que arriba no habían mas de cinco o seis grados. Tuvimos que hacer una parada para despojarme de una de la camisetas de interior que yo llevaba puestas, ya que me estaba cociendo por dentro. Ida me la pidió, ya que ella, debajo del neopreno no llevaba nada y, evidentemente, aquello que era como una seguna piel no le dejaba transpirar correctamete. Volviéndose un momento, se desabrochó la cremallera hasta la cintura y sacó sus brazos de las mangas, dejando la parte de arriba colgando de sus riñones por la parte de la espalda. Se puso mi camiseta térmica completamente sudada. No debió importarle mucho, por lo que proseguimos nuestro camino.

Desde aquella altura seguíamos sin definir qué podría ser aquello que se había estrellado. Su composición metálica y su color predominante blanco, nos decía que aquello era artificial, pero era evidente que no era un satélite. O al menos así me lo parecía a mi, que creo que no hay satélites tan grandes como para hacer un agujero de ese tamaño.

En un momento que paramos a tomar un trago de agua, un movimiento llamó mi atención. Varias piedras apelmazadas de barro y corrientes de arena, comenzaron a caer desde la parte de arriba, dejándonos a ambos sumidos en un profundo estado de silencio y concentración. Miramos hacia todos los lados, pero nuestra vista no llegaba a más de treinta metros haca arriba. La luna aquella noche no había salido, por lo que nuestra visión era muy reducida, solo ayudada por las pocas estrellas que aparecían entre las nubes. Tras quince minutos allí parados y atentos a cualquier indicio de movimiento, proseguimos el descenso, pero esta vez más despacio que en el anterior tramo, por miedo a que nos estuvieran vigilando, o en el peor de los casos, siguiéndonos.

Seguíamos bajando, y el calor seguía siendo sofocante. El humo que subía hacia las alturas provocaba que nos llorasen los ojos, y teníamos que hacer grandes esfuerzos para que que el sonido de nuestras toses no llegaran hasta arriba. Por fin, y despues de mucho trabajo, llegamos a la parte de abajo, el punto en el que más al descubierto nos podríamos encontrar. Junto al amasijo de hierros y cristales en forma de antorcha gigantesca.

Aquella masa de chapa, pintura, cristales y objetos desconocidos para mi, me sumieron en un letargo de asombro imposible de explicar. Al principio, cuando comencé a dar vuelas alrededor de aquello que estaba aun en llamas en el fondo del cráter, mi cabeza no era capaz de asumir qué era lo que se encontraba frente a mi, calentándome la cara.

Dejé la mochila en el suelo para poder inspeccionar a conciencia el objeto caído. Tardé más de cinco minutos en adivinar qué era aquello, y no lo hice por mí mismo, sino gracias a un trozo de casi tres metros de chapa de color blanco que no estaba muy mal conservado después del destrozo que estaba organizando el fuego. En aquel pedazo de acero, habían tres pegatinas en forma de letras de color negro muy grandes. Esas letras eran ISS, que por sí solas no decían absolutamente nada. Hasta que mi atención se centró en el cuerpo de Ida, que no paraba de hacer aspavientos con sus brazos, indicándome que me acercara hasta su posición. Fue entonces cuando lo entendí.

Era la International Space Station. En cristiano, la Estación Espacial Internacional. ISS, junto a la pegatina de color azul con las letras de color blanco y las estrellitas de fondo y una elipse con forma de estrella fugaz, rodeando todo el conjunto. Esa era la imagen que me estaba mostrando Ida, y que encencieron el chip de mi interior. La puta NASA.

¡La Estación Espacial Internacional, empotrada en algún lugar del sur de Madrid, y yo tocándola con mis propios dedos! Mi estado de éxtasis iba en aumento. Comencé a dar vueltas por la zona del siniestro como un niño que recibe su bicicleta en el día de reyes, en busca de algo que me indicara el por qué se había estrellado allí, o algo que me pudiese servir para un futuro. En mi ensimismamiento por encontrar algo de valor, perdí de vista a Ida, lo que me costó el golpe que recibí en la nuca y que me sumió en un letargo nada agradable para mi.

Cuando me desperté, estaba desnudo,maniatado y tirado en el suelo. Lo primero que me vino a la cabeza era la traición de Ida. No podía creerlo. La había dado de comer, la había ayudado a despertar de su depresión, la había ayudado a escapar de la soledad, y así me lo había pagado. Con la traición. Me había vendido a mis perseguidores.

No veía nada, ya que la noche había caido por completo, y mi cuerpo temblaba de manera irrefrenable sin que nada pudiera hacer para franarlo. Tenía la visión llena de motitas oscuras y sólo distinguía un pequeño fuego a unos tres metros de distancia, aunque su calor no llegaba hasta mi posición. Por suerte mis oídos sí funcionaban bien, y pude escuchar la voz de dos hombres y una mujer que se encontraban enfrascados en una discusión.

Debatían el qué hacer conmigo. Hablaban de matarme y cocinarme allí mismo, y por supuesto alimentarse de mis restos hasta que cayera el día. Con lo que sobrara de mi cuerpo ya mutilado, lo envolverían en mis propias ropas y lo meterían en las mochilas, para ir camino del pueblo más cercano, que era el que se encontraba a cuatro kilómetros del mío. Por lo tanto, estos no eran mis perseguidores, o al menos, no los compañeros de aquel al que enterré en mi jardín y al que le robé su flamante rifle.

A medida que pasaban los minutos, mi cuerpo temblaba más y más, y mi mente abotargada parecía que se iba recuperando del golpe. Mi nuca estaba dolorida hasta el extremo, y mi visión se iba pareciendo cada vez más a la que tenía antes de recibir el golpe. Por más que me esforzaba, no escuchaba la voz de Ida, y eso me ponía nervioso. Quería verla la cara para poder gritarla y mostrarla todo el odio que tenía dentro de mi. Pero no estaba allí.

De vez en cuando alguno de ellos se acercaba al fuego, y yo, sin abrir mucho los ojos intentaba distinguir su cara, pero me era imposible, estos aun no se habían recobrado del todo. Seguían hablando del tuétano de mis huesos y del amargo de mis vísceras. Discutían sobre si era mejor comenzar a comerse mi espalda, o mejor por el estómago y las tripas, ya que si dejaban que pasasen unos días, se habrían podrido, ya que estaban muy lejos de cualquier fuente de agua que les proporcionara algo de limpieza para las bacterias de mis intestinos.

Discutían sobre la importancia de lavar bien toda mi carne, haciendo referencia a un tal Juan, primo de una de las mujeres, que había muerto por no haber lavado bien la carne de una niña pequeña por el ansia del hambre. Había fallecido bajo innumerables dolores de estómago y ahogado por los fluidos de su propia sangre emanando de su boca. Esa era la lástima, que no se atragantaran con alguno de los trozos de mi carne mientras se alimentaran de mi cuerpo. Tampoco lo vería para disfrutarlo.

Y aquí lo dejo de nuevo, que tanto hablar de comida me está entrando hambre. Mas tarde volveré a hablar con vosotros. El camino hacia la ISS ha cambiado mis hábitos de sueño, y ahora, en vez de vivir de día, vivo de noche.

Saludos para todos Desde el otro lado. Y no os preocupéis por los caníbales, que como podéis ver, al final no se comieron nada de mí. Ups, lo siento, os he jodido el final de la historia....

jueves, 1 de abril de 2010

Descendientes de la penumbra. Final

La mano que atenazaba su cuello y estaba a punto de rompérselo, ya no era tal cosa, sino una enorme zarpa llena de pelo negro, acabada en cinco puntiagudas garras que se le clavaban en la nuca y la garganta.
El cuerpo de de Roses había al menos duplicado su tamaño y estatura, y ahora medía casi dos metros de alto. Su cara era aterradora, mitad lobo, mitad hombre, si es que conservaba algo de hombre aquel cuerpo lleno de espeso pelo negro.
Pero para Nicte, lo peor eran sus ojos. Unos ojos anaranjados que la miraban con la furia de la bestia que habitaba en el interior de aquel ser, y que reflejaban el instinto animal y asesino del cazador que tiene a su presa a su merced.
La garra de aquel que respondía al nombre de Gabriel, ejerció mas presión al cuello de la chica, hasta que esta dejó de patalear, mas por el miedo que atenazaba su cuerpo, que por la muerteque sabía que le llegaría en unos instantes.
La bestia abrió sus fauces, y en vez de una voz, un sonido gutural arremetió contra su cara. Un rugido, como el aullido de un lobo, pero con cierto toque de humanidad. En ese instante, en el interior de la cabeza de Nicte resonaron unas palabras:
-Esta será la última vez que intentas unir el nombre de Serafín con el apeliido de mi familia. Ahora, muere.
Con una brutal dentellada, las fauces de aquel demonio peludo, se cerraron sobre el cuello y el torso de la chica, salpicándolo todo de sangre carmesí. El cuerpo mutilado calló al suelo con un ruido sordo y húmedo, y el Licántropo escupió con una mueca de asco la cabeza contra el suelo de la calle Alcalá.
Echando un último vistazo al espectáculo que él solo había organizado, Gabriel oyó a lo lejos las sirenas de la policía que llegaban desde la zona de la Plaza de Ventas. Mañana tendrían mucho trabajo los periódicos.
El cadáver de Ovidio comenzó a humear, y de repente el de los otros tres matones y la chica, comenzaron a convertirse en cenizas, hasta que al cabo de unos segundos, tan solo quedaban los restos de un cenicero del tamaño de un cubo de basura, un cadáver de un joven latino tirado en la acera, y litros y litros de sangre manchando la acera y la calzada de la céntrica avenida madrileña.
Para cuando la policía llegó al lugar de la llamada anónima, Gabriel ya estaba muy lejos de allí sentado en alguna azotea madrileña.

Unos minutos después, desde lo alto de una suite de lujo, sentado en un sillón de cuero marrón, en un hotel frente a la fuente del Dios Poseidón en el Paseo del Prado, un hombre de avanzada edad, degustaba con desdén un ajado vaso de whisky mientras observaba por la ventana la orgía de luces rojas y azules que se entremezclaban en la calle con los ruidos de las sirenas de policía. Las arrugas del caballero, no mostraban la verdadera edad de este, ni las miles de batallas que sus huesos habían librado en el pasado.
Apuró el último trago que no desaprovechó en degustar, y con ayuda de su bastón de bambú negro y empuñadura de jade verde en forma de luna, se incorporó de su asiento y se encaminó hacia su cama. Con un gesto de cansancio, arrojó un móvil de última generación contra la mesa de cristal de Viena, y desapareciendo en la penumbra de la suite, intenta olvidar los últimos años de su vida.
La habitación, solo ve rota su desgarradora oscuridad por culpa de la iluminación de la pantalla de aquel móvil, que aun sigue encendido sobre la mesa que preside la suite presidencial del Hotel Palace.Un último mensaje, inunda con letras digitales el cristal de cuarzo del terminal:

-Padre, estés donde estés, te encontraré y acabaré con tu vida. Palabra de de Roses.Te lo juro. Te encontraré y acabaré con tu vida, como tú acabaste con la de Elsa.

Descendientes de la penumbra. Parte 4

El cuerpo del vampiro ya no aguantaría mas. Los espasmos musculares habían dado paso a las crisis respiratorias. El cerebro necesitaba una sangre que el corazón no podía bombear.
Con la tranquilidad del que asesina tan a diario como se cambia de ropa, Gabriel cogió con su mano derecha el hombro izquierdo de Ovidio, sujetándole fuertemente, mientras con la otra, tiró de la espada hacia sí, no sin antes ahuecar la hoja en la madera, moviendo la empuñadura hacia los lados para facilitar a la punta su salida de la puerta. Apretó los músculos, y la madera se abrió, liberando la hoja de acero, y el esternón del vampiro, que ya sin fuerzas, cayó de rodillas al suelo, mientras con las manos en la acera, intentaba evitar topar con la cabeza contra el mismo.
- ¡Jjj..jaj...ja..ja!- Ovidio comenzó a reir, mientras la tos se intercalaba entre sus carcajadas, que mas parecían las de un loco que las de un moribundo.- ¿De verdad amabas a mi hermana?- Un brote de tos, volvió a aflorar en su garganta.-Fué una elección desa...desafortunada...¿No crees?-Prosiguió a duras penas. Casi no podía articular palabra.-¡Menuda puntería!¡Jajajajajaja!¿Pero sabes una cosa?¡ Nosotros no la matamos.!¡ El asesino fu...eghhh!
El llanto de un silbido sesgó el aire con un sonido demencial, mientras un ruido sordo, evidenciaba que el cuerpo de Ovidio por fin se había postrado en las baldosas de la acera. El cuerpo del vampiro, sobre un charco de sangre enorme, se encontraba separado de la cabeza, que apoyada sobre la oreja izquierda, sonreia con una mueca dantesca debido al corte provocado por la Katana de Gabriel, que le había seccionado por entre medias de la mandíbula, dejando la inferior junto con el cuerpo mutilado. Sus ojos, no mostraban ningún atisbo de sonrisa, sino de sorpresa. El golpe había sido certero, dejando en el aire la palabra que estaba a punto de salir de la boca del individuo. Solo que Gabriel, ya sabía la continuación de la misma.
Cuando se disponía a limpiar la hoja de su espada, un grito a su espalda, le hizo girar el cuello.La chiquilla rubita, estaba parada allí, frente al espectáculo de sangre, semidesnuda, y con la camiseta ajustada a su cuerpo impregnada en una sangre roja y oxigenada. De su brazo derecho, sujeto por el cuello de su camiseta, colgaba uno de los muchachos que minutos antes disfrutaba con el improvisado juego de manso al que ella le había invitado. Su cuello estaba partido y un reguero de sangre brotaba de su garganta.
-¡ Maldito seas!-Gritó ferozmente la muchacha, mostrando sus afilados colmillos a Gabriel-¡Ojalá te pudras y ardas en el Infierno!- La muchacha estaba desatada por la locura. El que ahora yacía en el suelo, con la cara seccionada desde la boca, debía ser algo así como su amigo especial, por llamarlo e alguna manera.
-Yo tambien te quiero Blanquita- Contestó Gabriel con una burla en sus palabras.
-¡Yo te maldigo cazavampiros! Te maldigo a tí y a toda la sarta de asesinos de tu gremio- La chica chillaba como una loca, mientras intentaba contener el llanto, pero los sentimientos son traicioneros, y una lágrima de sangre ya mojaba una de sus mejillas de camino a la comisura de sus labios.-¡Te deseo todo el mal que has traido a mi estirpe, a tí y a aquella que te tuvo en sus entrañas!
Gabriel, sin hacer mucho caso a la provocación de la vampira, terminó de envainar su katana, y con un elegante movimiento comenzó a caminar hacia la estación de metro, dando la espalda a la chiquilla, y cogiendo en el camino su preciada levita.
La chica soltó a su presa, muerta desde hacía un buen rato, y dio un par de pasos al frente, molesta por la actitud de aquel asesino de vampiros, ignorándola como si fuese una sucia rata.
-¿Me oyes cazavampiros?¡Os maldigo una y mil veces, a ti y a tu padre! ¿Como era...? Ah si...los de Roses. Pues con la sangre que contiene mi cuerpo, bendecida con el Don Oscuro, para los hijos de la Noche, y que me fue dada por la familia Paganum- La chica sacó una daga idéntica a las de los cuatro agresores que se encontraban desparramados en la acera, y comenzó a marcarse en el antebrazo, donde tenía tatuado un corazón de color negro, símbolo de que de verdad perenecía a la familia Paganum. Empezó a rodear con la punta de su daga el tatuaje, mientras unas palabras en latín salían de sus labios lo suficientemente bajo, que a Gabriel no le llegaron a sus oidos.-Yo, Nicte Paganum, maldigo hasta el fin de sus días, a Gabriel de Roses, hijo de...
La frase se cortó en seco, igual que hacía unos instantes. La chica no llegó a ser consciente de lo que había ocurrido. En un tiempo imposible de contar con medios humanos, el hombre frente a ella había recorrido los casi ocho metro que les separaaaban y había sido capaz de alcanzarla sujetándola por el cuello, levantándola a casi medio metro del suelo.
Pataleando y casi sin respiración, la joven miró a su atacante y entonces lo comprendió todo. Comprendió por qué aquel joven de dulces movimientos y aspecto inofensivo, había sido capaz de sesgar la vida de tantos de los suyos.

Descendientes de la penumbra. Parte 3

Pero todo estaba ya escrito, y aquel que se acababa de despojar de la prenda de cuero, ya había ganado la partida a sus agresores desde el mismo momento en el que se vió rodeado. De nuevo, rápido como el viento y mientras el cuerpo de su agresor volaba hacia él con decidida intención, el sonido del metal al frotar sobre el metal, cambió la cara del agresor en el aire, y no pudo evitar lo que ocurrió a continuación. Con un zumbido indescriptible, un charco de sangre embadurnó a Gabriel, y frente a sus pies, caia el cuerpo sin vida de su tercera víctima, que , en el aire, le fue imposible cambiar el rumbo, y ahora se encontraba en el suelo, tendido boca arrib, con un tajo en el pecho y la cabeza separada de su cuello. Ya sólo quedaba uno de ellos, porque el segundo había sido atravesado desde la sien derecha por la daga del decapitado, al no poder evitar el nuevo movimiento milimetrado del cuerpo de Gabriel.
El cuerto en discordia, ya a la desesperada al haber sido esquivado por dos veces, se abalanzó sobre Gabriel, pero sin entender el por qué, su pecho se lo impidió al chocar sobre algo duro. Intentó avanzar pero no podía. Miró hacia abajo, y vió como un charco de sangre mojaba sus piernas, originado por la enorme incisión localizada en su torso. Su tórax estaba atravesado por la Katana negra de Gabriel, que a su vez, estaba clavada en la puerta de madera de un bas de la acera. Cómo había hecho todo aquello sin que él lo viese, nunca lo entendería, pero allí estaba empalado, frente a alguien que se movía rápido como un demonio, y perdiendo toda la sangre que llenaba su preciado cuerpo.

-¿No te parece curioso su nombre?- Comenzó a hablar Gabriel con una sonrisa, mientras su cuerpo se acercaba al desgraciado alli empalado, y limpiándose con un pañuelo blanco las manchas de sangre de su cara.
-¡Vete al Infierno!-Gritó el empalado, mientras con su mano derecha sujetaba firmemete la daga de blanca empuñadura-¿Qué nombre?
Chillaba como un chiquillo asustado, mientras su boca y su blanca dentadura se iba tornando poco a poco color carmesí.
-Se llama La Sentencia-contestó Gabriel, mientras le cogía del cuello- El Bar de copas en el que estás clavado, se llama La Sentencia. Irónico verdad. Que gracioso es el léxico castellano. Vas a morir a las puertas de La Sentencia, que por supuesto, yo mismo te expenderé.
Con la sangre fría de la experiencia acumulada, y sin soltar su cuello, con la otra mano cogió la daga de el antes agresor, pero este se resistió, forcejeando con él. Soltó su cuello, y le asestó un brutal cabezazo que obligó al dolorido contrincante a ahogar un grito y echar la cabeza hacia atrás. Gabriel, con las dos manos libres ahora, sujetó la mano derecha que se aferraba al puñal y se la pegó al hombro izquierdo. Le quitó con la otra mano el arma, y con una tranquilidad de cirujano, atravesó con la misma, la mano y el hombro del apaleado, muy despacio, cercirándose del dolor de este.
-¡Hijo de puta, desgraciado!- Chillaba este de dolor-¡Soy Ovidio, Hijo de Julio Paganum!¡No sabes lo que estás haciendo! Verás cuando en cuestión de minutos aparezca aquí con sus hombres, lamentarás haber nacido!
El dolor de la espada en su pecho, no era nada comparado con el dolor de su mano, que le subía por la espalda, atenazándole la mismísima médula espinal.
Gabriel rió, de una manera maliciosa, mientras miraba al autoproclamado Ovidio. Apoyó su mano sobre el hombro aun sano de este y comenzó a reir a caracajada limpia. Tres golpes secos, originados por los puños de Gabriel, impactaron contra la cara del sangrante, parando en seco los gritos de su víctima.
-¿Tu padre? ¿El viejo Julio?...je...jejeje-Comenzó a reir de nuevo Gabriel- ¿El mismo Julio Paganum que vive en Conde Orgaz, en esa mansión lujosa digna de jugadores de fútbol?¿La misma que a la entrada tiene tres matones de trajes negros, y otros tres dand vueltas por la casa ataviados con la misma ropa que los de fuera y con sendas ametralladoras colgando de sus hombros? Mmmm...me parece que no van a poder venir a socorrerte. Al no ser que hayan encontrado la manera de volver del Averno. Más que nada, porque la solución de ácido que les he aplicado a sus cuerpos, no es que sea muy alentadora para lo que propones...¿Sabes?- Seguía deleitandose Gabriel- Creo que debe ser horrible saber que te estás muriendo, y que no puedes hacer nada por evitarlo. Más o menos como te pasa a tí...
La cara de Ovidio, a medida que iba escuchando las palabras de su interlocutor, se fue tornando de un pálido extremo, casi cerúleo.
-Nnn...no puede ser...me... me estás engañando. En la mansión al menos habían diez hombres, y eso si contar con mi padre...no te creo...es... es imposible que hayas acabado con ellos tú solo. -La cara de Ovidio cada vez mostraba mas rabia, mas odio, y se reflejaba en el grosor de las venas de su sien derecha, y en el color que estaban tomando sus ojos, inyectándose en sangre mientras miraba al objetivo de sus blasfemias- Es imposible que hayas acabado con ellos tú solo- Terminó Ovidio, mientras su tono y su voz, bajaban al menos dos octavas de volumen.
Gabriel levantó la vista, y miró a los ojos de Ovidio fijamente.
-¿Sabes? Es irónico. E insultante a la vez, si me lo permites.- Indicó Gabriel- Después de tanto tiempopresumiendo de la inmortalidad de vuestro apellido, mañana, a estas horas, el único miembro de vuestra familia que permanecerá inmortal hasta el día del Juicio Final, será Elsa, tu hermana. Una paradoja, si no ignoramos el hecho de que ella, era la única no vampira de la familia. ¿Y sabes por qué? Porque mientras ella descansa desde hace veinte años bajo tierra y con una losa cincelada con la fecha de su muerte, vosotros seréis extinguidos de la Historia por mis manos. Ella será inmortal en el tiempo, porque su nombre seguirá allí, esculpido en la piedra de su losa durante eones, y vosotros y todo lo que os concierne a tí y a tu apellido, desapareceréis como si nunca hubieseis existido.
- No puede ser...-Interrumpió Ovidio a aquel hombre corpulento que se encontraba a escasos centímetros de su rostro- Eres...eres Gabriel. Gabriel de Roses...Pero...entonces...¿esa es la razón por la que has aniquiado nuestra Estirpe?
El cuerpo del vampiro comenzó a sufrir convulsiones mientras la herida del pecho sangraba cada vez mas abundantemente.
-Vaya. Veo que me conoces, señor-importante-de-la-familia-Paganum.Pues si es así, no hace falta que sigamos mas tiempo con esto. Ya sabes cual es la razón de tu muerte. Expía tus pecados porque este es el último aliento de vida que te regala Gabriel de Roses- Giró sobre sí mismo y comenzó a andar hacia uno de los cadáveres que estaban en el suelo.
Además-Prosiguió Gabriel- Debe de estar a punto de llegar la policía. Seguramente tu amiga la rubita ya ha bedido alertarlos...
Ovidio comezó a agitarse, en un vago intento de deshacerse de la katana que habitaba en su pecho, pero le era imposible. Estaba encayada desde la empuñadura. El hombre que estaba frente a él, era mas fuerte de lo que pensaba, y le había incrustado el arma, hasta el mango.
-¿Por qué lo haces?¿Por qué nos eliminas? -Decía el empalado casi llorando, a la desesperada, y olvidando por completo el ego que carazterizaba a los de su estirpe.
-Lo hago porque me dais asco, tú y los de tu especie. Todos y cada uno de los que son como tú. Vosotros sois los causantes de la muerte de tu hermana, por ello acabaré hasta con el último de los tuyos si es necesario, para vengar su muerte.

Descendientes de la penumbra. Parte 2

A parte del apestoso olor que exhudaban aquellos chicos, había algo que no cuadraba en aquel escenario. Mientras que los dos chicos olían fuertemente a sudor y tabaco, dos de las chicas desprendían un fuerte aroma como al formol, a clínica. Posíblemente, se trataba de que no solo alcohol era lo que habían estado tomando antes de salir del garito en el que se habían conocido, sino que tambien habían compartido alguna droga.
Cuando el contacto era ya irremediable, y les separaba tan solo un metro de aquel personaje disfrazado de cantante de heavy, Gabriel abrió los ojos,y buscó con su mirada el detalle que había acelerado su pulso. En respuesta a ello, encontró el dorado cabello de una de las tres jóvenes, la única que no olía ni a alcohol ni a droga. Su cara era tan feliz como la de los otros cuatro jóvenes. Sus manos tenían los mismos objetivos que los de las otras chicas, y de vez en cuando encontraba la recompensa de del miembro duro y varonil de alguno de los chicos a los que acompañaba.
Ella era española, rubia casi platino, y su tez era tan blanca como la leche. Sus cejas perfectamente perfiladas y sus pecas estratégicamente colocadas bajo sus enormes ojos azules, hacían que su rostro fuera mas lindo de lo que cualqier hombre podría soportar.
Cuando por fin se cruzaron, el grupo de chiquillos dejó de jugar al juego de las manos, y pasaron frente a Gabriel, mientras disimulaban su extrema excitación. En el último instante de su cruce, la chica rubia miró a Gabriel y le sonrió, mostrando unos perfectos dientes blancos nacarados, bajo los carnosos labios que coronaban su dulce mandíbula.
Un escalofrío recorrió la espalda de Gabriel, mientras su mente viajaba veinte años atrás.

Estaba en el Parque del Retiro, tumbado en el césped admirando la belleza de las rosas que le rodeaban. El aroma de las flores le embriagaba, y le recordaba a su infancia en la mansión de la familia, cuando por las mañanas acompañaba a su madre a podar los rosales.A su lado, y tumbada como él, se encontraba Elsa, una diosa rubia de ojos azules, con a que alía desde hacía escasos tres meses. Era poco tiempo, pero la amaba. Desde el principio lo supo. Nunca encontraría una mujer como Elsa. Bonita, inteligente, cariñosa, atenta...y lo que era mejor, enamorada de Gabriel.
De repente, mientras todos sus sentidos se esforzaban por captar en su plenitud el dulce aroma de las rosas,la blanca luna se tornó roja.
Roja, de la sangre de una víctima inocente. Todo ocurrió en un suspiro. A Gabriel tan solo le dio tiempo a escuchar el débil silbido del metal cortando el ambiente, y el chocar de dicho acero contra el cuello de su amada.
Todo fue en un abrir y cerrar de ojos. Intentó levantarse de un salto, con la cara salpicada de la sangre de Elsa, cuando un golpe sordo contra su frente, volvió a tumbarle boca arriba, saludando a las estrellas que tantas veces había admirado junto a su doncella.

Hoy, veinte años después, no sabía quien era el brazo ejecutor del asesinato de su amada, pero si sabía a ciencia cierta quien habia ordenado su muerte. Aun sonaban en su mente las palabras de aquel desalmado sin rostro, que sin mediar palabra, había sesgado la vida de dos amantes y caminaba despreocupado sobre la grava del camino junto al céped, dirigiendose fuera del Retiro.
-Debías haberlo sabido. Serafín te lo advirtió.

Con lágrimas en los ojos, Gabriel seguía su camino hacia Las Ventas, ensimismado en sus propios recuerdos y masticando con desánimo el plástico del cigarrillo que adornaba su boca. No había llegado aun a la boca de metro de El Carmen, cuando se percató de lo que sucedía.
En el breve espacio de tiempo en el que alguien respira y expulsa el aire por la boca, cuatro personas habían rodeado a Gabriel en la soledad de la avenida. En apariencia, todos eran mas fuertes que él, y además, como hacía unos instantes, ninguno aolía absolutamente a nada. Ningún aroma se desprendía de sus ropajes, demasiado ligeros para la estación en la que se encontraban. Todos, mas corpulentos que él, portaban en alguna de sus manos una daga idéntica, aguda y afilada, y con una empuñadura de color blanco, en la que se veía un corazón de color negro que servía de decoración e identificaba a los agresores como miembros de un mismo grupo o clan.
El mas grande de ellos, un tipo de apariencia asiática, dio la señal de comienzo del ataque. En un abrir y cerrar de ojos, los cuatro sujetos se abalanzaban con pasión hacia el cuerpo de Gabriel. El asiático, era el que encabezaba el ataque, y se acercaba a Gabriel por detrás practicamente a la vez que el que se encontraba a su derecha. Los otros dos, aunque tambien habían comenzado el suyo, habían tardado un poco mas en reaccionar por lo que Gabriel ya había medido la distancia respecto a los cuatro.
Aquel tipo oriental, atacó descaradamente con el puñal por delante de su cara y el brazo estirado hacia el cuello de Gabriel, mientras que el otro de la derecha, sin un objetivo fijo, se le intentó echar encima.
Con un movimiento salido de cualquier película de artes marciales, giró su pie derecho unos centímetros y con las piernas flexionadas unos milímetros, atrapó la mano que sujetaba el cuchillo del gorila de su espalda. Suavemente, mientras la daga silbaba junto a su oreja izquierda, y sujetando fuertemente el brazo de su contrincante, aprovechó la propia inercia de éste y giró sobre sí mismo arrastrando al gorila con él. El puñal de su mano fue a parar al ojo derecho del agresor que iba buscando su espalda, propiciando así un ruido como de succión al sentir como la cavidad ocular explotaba al contactar con la punta del arma.
El movimiento de Gabriel, perfecto y milimetrado, había dejado KO a uno de los agresores, y su postura, primorosa desde todos los ángulos, le estaba dando la ventaja que buscaba, ya que al girar sobre sí mismo, había conseguido esquivar el segundo cuchillo, que ahora se encontraba situado junto a su cuello y su hombro, y la mano que le quedaba libre, agarraba con fuerxa la muñeca del sorprendido tipejo que había comenzado su ataque por la espalda. Si soltarle la muñeca, volvió a girar sobre sí mismo, y su levita comenzó a volar por los aires, en un efecto fantasmagórico, como si fuese afrcida a la Madre Noche.
Los otros dos, lejos de sorprenderse por la rápida actuación de aquel al que querían matar, ya habían iniciado su estrategia, antes incluso de que Gabriel hubiera siquiera inmovilizado a los dos primeros. Por ello, uno ya estaba en el aire con la daga frente a su cuerpo, y apuntando con el brazo extendido hacia su solitaria víctima.

Descendientes de la Penumbra. Parte 1

Gabriel de Roses caminaba lento pero seguro por las calles de Madrid. Su aspecto, lejos de ser discreto, no pasaba desapercibido para nadie, a pesar de los esfuerzos de este por remediarlo. Mientras caminaba en línea recta por la calle de Alcalá, el viento mecía primorosamente la parte inferior de la levita de cuero negro, larga hasta los tobillos, y marcada en la espalda con una enorme cruz de Santiago, emblema e insignia de su familia tras casi veinticinco generaciones.
A través de sus gafas de sol, negras como la misma oscuridad, podía ver perfectamente como la luna resplandecía fulgurante y presidía el cielo nocturno de la sucia capital española.
Eran ya las tres de la madrugada, y desde el cruce con Arturo Soria, comúnmente conocido por los madrileños por La cruz de los Caidos, hasta donde se encontraba ahora él, la plaza de Quintana, aun no se había cruzado con nadie, síntoma inequívoco de la decadencia a la que se encontraba advocada la ciudad.
Decenas de neones se reflejaban en el cristal de sus gafas polarizadas, mientras su melena rubia, recogida con una goma de color negro, refulgía destellos de colores por culpa de las luces de los solitarios vehículos que subían por la estrecha avenida.
Odiaba el turno de noche, aunque a decir verdad, nunca había trabajado en otro. Su trabajo era como el de los basureros o los barrenderos, sufrido, necesario, de vital importancia, pero a su vez, poco agradecido.
Llevaba ya casi tres años en él, y la verdad era que cada vez le gustaba mas el oficio. Muy pocas personas en el mundo se ganaban la vida como él, y para ser honesto, él era el mejor en el viejo continente desempeñándolo. Era el mejor de todo el Gremio Unido Europeo.
Caminaba decidido, mientras una mano jugueteaba en el bolsillo con unas monedas de bronce, otra acariciaba con desdén la boquilla de plástico de un cigarrillo de pega. Lo estaba intentando dejar, pero le estaba costando Dios y ayuda. Había probado ya todo, parches, chicles, acupuntura, hipnotismo, regresiones...pero había sido imposible. Había tirado por la calle de en medio, y había utilizado el método mas sencillo:
dejar de comprar.
Levantó la vista, y sus ojos verdes situados tras las gafas Ray-ban, localizaron a escasos ciento diez metros, a un grupo de jóvenes acercándose a paso lento por la misma acera por la que circulaba él, en sentido contrario.
Eran cinco, tres chicas y dos chicos. Ninguno de ellos pasaba la veintena, aunque sus manos jugasen a lo contrario. Desde la distancia de noventa metros que ahora mismo les separaban, Gabriel podía discernir como los chicos, de origen sudaméricano, manoseaban a las chicas por encima de la escasa ropa que llevaban, mientras ellas les seguían el juego riéndose a caracajadas.
A escasos cincuenta metros, su agudo olfato, percibió el dulce aroma del alcohol. Si pudiese apostarse consigo mismo treinta euros, juraría que era vodka, lo que los muchachos portaban en una de sus manos libres de carne femenina.
En el trabajo de Gabriel, habían tres cosas indispensables: Manejar con soltura las distancias, percibir los aromas de todo lo que te rodea y lo mas importante, templar los nervios como el acero japonés. Por suerte para él, iba sobrado de las tres cosas.
Sin inmutarse, aun sabiendo que le separaban tan solo treinta metros del grupo de amigos, se paró en seco, cerró los ojos, y con ayuda de su pierna derecha flexionada y su espalda, apoyó su cuerpo sobre la superficie acristalada de un escaparate de ropa juvenil situado en la misma acera.
Doce metros tan solo, era lo que quedaba para que aquella orgía de feromonas se cruzara con Gabriel, mientras é seguía allí esperando, fingiendo no tener nada mejor que hacer. Fue entonces cuando algo le llamó la atención, provocando que su corazón latiera mas deprisa, siete u ocho pulsaciones por encima de lo habitual.