domingo, 7 de febrero de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXIV

Recién levantado me encuentro, y con mono de emitir. Creo que todos los que me escucháis ya me conocéis, pero por si acaso, me presento. Soy José Antonio t estoy emitiendo Desde el otro lado a través de mi radio, algo que se olvidó hace mucho tiempo. Para los que no me conocen, como ya he dicho alguna que otra vez, simplemente soy una voz a través de la radiofrecuencia. No soy nadie especial. No soy un superhéroe ni tampoco el salvador de nadie. Conmigo no vas a aprender prácticamente nada, pero al menos intentaré informarte de todo lo que acontezca cerca de donde me encuentro, además de que si alguien se pone en contacto conmigo y me informa sobre lo que sea, en cualquier parte del mundo, no dudaré en compartirlo.

Soy José Antonio, y simplemente soy la voz de la esperanza.

He dormido creca de doce horas, y me encuentro hecho una puta mierda. Creo que la aventuira de la otra noche con el molino de viento ha diezmado mis defensas. De momento me he tomado un sobre de medicamento de esos diluidos en agua caliente y que sabe a rayos. Dice en el envoltorio " Con un dulce sabor a naranja". ¡Y una mierda! La naranja estará podrida, porque lo que es el sabor de el polvo ese, es asqueroso. Pero bueno, como bien decía un buen amigo mío, "Los medicamentos no tienen que saber bien, tienen que curar". Pues eso espero, que me cure. Porque tengo unos escalofríos y unas toses que no se las deseo a nadie. Creo que me ha subido la fiebre, y no tengo más que estos putos sobres...

Terminaré de contaros mi reparación de las torretas, y me vuelvo a la cama a dormir, a ver si puedo deshacerme de esta fiebre de mierda.

Cuando llegué a la torreta, me paré debajo de ella. Misterosamente había llegado allí sano y salvo. No podía perder mucho tiempo. El tiempo apremiaba y la tormenta de nieve parecía que estaba menguando. Si se iban el viento y la nieve, perdería la mayor cobertura que tenía para camuflar mis acciones.

Dentro del centro de mando de la gasolinera, había guardado antes de salir una mochila con todas las herramientas de las que disponía, además de tres linternas a pilas que me harían falta allí arriba para poder trabajar. No sabía qué es lo que me iba a encontrar, ya que las torretas de energía eólica no eran mi especialidad. Cuando llegué frente a las aspas, a más de quince metros de altura, el frío que hacía allí arriba era horroroso. Llevaba cuatro capas de ropa bajo el plumas, un par de pantalones de los que uno de ellos era para la nieve, de mis tiempos montañeros. Un par de guantes y un pasamontañas, además de unas buenas botas de senderismo, eran todos mis artilugios para combatir el gélido viento. Bien, pues con todo eso, estaba congelado.

Además de la bajísima temperatura en aquella altura, otro de mis problemas era el aire. He trabajado miles de veces con plataformas de ese tipo y en alturas similares, pero con ese viento, nunca. Si mis jefes me hubieran dicho en el pasado, que incluso con ese aire tendría que trabajar, me habría reido en su cara sin ninguna contemplación. El viento movía el mástil de la plataforma casi metro y medio hacia los lados. Estaba cagado de miedo, porque nadie se acostumbra a ese vaivén cuando se encuentra a semejantes alturas, además de que te mareas de una manera excesivamente rápida.

Cuando por fin llegué a la zona que juntaba el mástil propiamente dicho con las aspas, encontré una argolla de metal soldada a la columna a escasos centímetros de la parte mas alta. Sacando la cuerda de la mochila, la até con un nudo a la argolla y rodeé el cubo y la columna con la misma. Seguía moviéndome, pero no tanto, solamente si la columna cimbreaba demasiado. Una vez acerqué la cara a los engranajes, descubrí que se encontraban completamente oxidados. El agua y el frío había abatido al enemigo de Don Quijote.

No me preguntéis qué es lo que hice para que eso comenzara a funcionar, porque no tengo ni idea. El caso es que empecé a engrasar aquellos engranajes con delicadeza, empapando todo cuanto veía con grasa de la que me encontré en el hangar del alumbrado público. Y cuando menos lo esperaba, aquello hizo un chasquido y las palas comenzaron a moverse. Al principio, muy despacio, pero a medida que iban pasando los segundos, iban cada vez más rápidas. Pero lo más curioso, es que la segunda, que tambien se encontraba parada, también comenzó a girar, sin que mis manos intercedieran en sus mecanismos. De locos...

Y eso es todo. Bajé de allí, recogí las herramientas y me volví a llevar el vehículo hasta un descampado que había por allí, a unos dos kilómetros de mi casa. No podía arriesgarme a dejarlo allí, después de todo lo que había hecho sin que me descubrieran. Si mas adelante tuviera que utilizarlo, al menos ya sabía donde estaba.

Llegué al refugio pasada una hora más o menos. Estaba empapado y me dolían los huesos de lo ateridos que se encontraban. Me quité la ropa, encendí el calefactor que tenía en la sala de la radio, y me quedé dormido. Estuve así casi medio día, y cuando me desperté tenía fiebre y me seguían doliendo los huesos. Al menos lo había conseguido. Ya tenía energía de nuevo.

Y esto es todo hasta aquí. Tendréis que entender que omitiera los detalles sobre las veces que tuve que orinar desde allí arriba y esas cosas. Creedme, mola mucho hacerlo desde semejante altura y ver hasta donde eres capaz de llegar. Lo malo es como se te queda luego el aparato y lo difícil que es que luego vuelva a entrar en calor...

Bueno, pues esto es todo por hoy. Espero volver a escuchar la voz de algún conocido, y sobre todo recuperarme de lo que sea que tenga. Mas me vale no cogerme una pulmonía, porque sino, la hemos liado, y muy bien.

Saludos Desde el otro lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario