El aire era espeso y pesado, cargado con un ligero olor a pólvora del que era difícil desprenderse, pero el frescor de la mañana, amainaba un poco esa sensación de estupor que desde hacía horas embargaba a Ichiwa.
Ichiwa era un joven japonés, como cualquier otro, pero con unos gustos un tanto distintos a los demás. Desde pequeño, le fascinaba todo aquello que surcaba los cielos, y su afición por los pájaros, pronto dio paso a las cometas, y mas adelante a los aviones.
Consiguió su primera cometa con tres años, y gracias a su abuelo aprendió a controlarla, siempre ayudado por él, ya que los vientos en la costa de su ciudad natal, eran demasiado fuertes para un cuerpo de tan solo medio metro de estatura.
Mas tarde, a los nueve años y no sin mucha dificultad, se fabricó su primera cometa con la inestimable ayuda de su abuelo, maestro en el arte de su fabricación y conocido por todos en el pequeño pueblo y en los alrededores, ya que sus cometas eran famosas por ser las mas delicadas en el vuelo, y altamente maniobrables debido a un sistema de cordeles tensores inventado por él mismo.
A los nueve años, Ichiwa atravesó por primera vez las puertas del templo samurai de Isahaya, la ciudad principal de la región. Su padre estaba preocupado por su educación, y estaba convencido de que ingresando en la escuela, su visión futura acerca de las cosas fundamentales como la familia, la patria o la camaradería, le harían convertirse en un hombre de provecho, no un simple pescador, como había sido él durante toda su vida.
En los consiguientes años en la escuela, aprendió las siete virtudes, fundamentales en la vida de todo Samurai, y que rigen el código Bushido al que toda su vida estaría eternamente agradecido. Estas eran Gi, la rectitud, Yuu, el coraje, Jin, la benevolencia, Rei, el respeto, Makoto, la honestidad, Chuugi, la lealtad, y la mas importante de todas para Ichiwa, y motivo por el cual, el futuro de su vida cambiaría para siempre, Meiyo, el honor.
Este fue el momento que cambio su vida, ya que en la escuela conoció la verdadera familia, el verdadero propósito de la vida, y la manera de llevar una simbiosis absoluta con todo lo que le rodeaba.
Pasó varios años allí, visitando a su familia siempre que podía, y enseñándole a su abuelo todo lo aprendido en el transcurso de los días en el templo. Le hablaba del Honor, esa palabra que le infundaba respeto hasta lo mas hondo de su ser. Le hablaba de su fascinación por el Seppuku, y de la discusión que mantuvo con su maestro, debido a la reticencia de Ichiwa de dar su vida, solo por la mera defensa de una idea, aunque al final, el Maestro Goru, le hizo entender, que a lo que realmente temía, era la muerte.
Todo comenzó con una pequeña pregunta del maestro cuando se encontraba rodeado de todos sus alumnos:
-¿Qué haríais, si en una misión, fueseis capturados por el enemigo?
Ichiwa lo meditó durante varios días, mientras comía, hacía las tareas, recogía el grano, incluso cuando dormía. Al final, y tras pensarlo mucho, Ichiwa contestó:
-Maestro, intentaría por todos los medios evitar decir cualquier cosa que pudiera delatar a mis compañeros, o poner en peligro mi misión.
El Maestro Goru abrió los ojos, y le dedicó una mirada cargada de sabiduría. Despues de meditar largamente sus palabras, le contestó:
-¿ Acaso crees joven Ichiwa, que serías capaz de aguantar todo tipo de vejaciones y las torturas perpetradas por el enemigo?
Ichiwa, rápido como el viento que soplaba en lo alto de las montañas que se erguían tras la escuela, le contestó:
-Si Maestro, porque el Bushido dice que el Samurai es fuerte como el cerezo, y tan solo el tornado sería capaz de tumbarle, y por eso, aguantaría todo lo que me hiciesen.
El anciano volvió a sonreir y le dijo al joven aprendiz:
- No debes usar la retórica en tu favor Ichiwa. Bien sabes que el cerezo es fuerte y sus raices gruesas, pero la tormenta puede derribarlo fácilmente si sopla con todo el poder que le otorga el cielo. La única manera de no ser tumbado por el viento, es entregándose al viento antes de que llegue, y aceptando el Seppuku, con honor y valentía.
- Pero Maestro,¿Qué hay de valiente en dejarse morir, matarse uno mismo? ¿Qué conseguiría con ello? Tan solo la vergüenza de mi familia y el rechazo de los mios. - Contestó Ichiwa, esta vez con un halo de miedo en la garganta, que inmediatamente fue interpretado por el Maestro, que dulcemente, volvió a contestarle.
- Escucha joven aprendiz, no hay valentía en el arte de morir, pero el samurai, siempre debe evitar el hacer daño a terceras personas por su propia y única culpa. Si el guerrero fuera capturado antes de morir, podría ser torturado de mil maneras. ¿Como reaccionaría tu cuerpo si te amenazaran con matar a tu padre, a tu madre o a tus hermanos menores? La única manera de guardar una información, es no entregándola. Ese es el secreto mejor guardado, el no desvelado. Cuídate de que te capturen, y si alguna vez pasa, no lo dudes, la muerte es honor, y la vida es la entrega al honor de morir gloriosamente, como guerreros que somos. No debes temer a la muerte. Los tuyos te recordaran como un Samurai que no dudó en entregarse a los brazos de la eternidad por su propia mano, una muestra inigualable de rectitud y valentía. Morir en el combate, Ichiwa, es el mayor honor que se le ha dado al hombre en la Tierra.
Aun hoy recordaba todas esas palabras, resonándole en su cabeza. Muchos años han pasado ya de eso, los suficientes como para dejar de lado las cometas y dedicarse en pleno a su mayor sueño, el de surcar el cielo como las cometas de su abuelo.
Hace 1 semana
¿Estas situando la historia en una sociedad japonesa en la que los pescadores pueden incluso llegar a ser samurais? Es una idea interesante, ¿esta basado en realidad o solo los nobles podian ser samurais?
ResponderEliminarEsperando más cosas
No, no es eso exáctamente. Dejaré que la historia siga para que la entiendas mejor, ya que no está basado en los Samurais, sino en la vida que llevaban, y en lo que representaban para la sociedad japonesa de mediados del siglo veinte.
ResponderEliminarDentro de un rato pondré la segunda entrada...