Hola a todos, soy José Antonio, y como siempre, os saludo desde el otro lado.
Estoy preocupado. Hace días que no recibo ni un solo reporte de ningún compañero. Es como si todos se hubieran olvidado de mi. Por mas que intento sintonizar la radio, lo único que encuentro es la dichosa estática, como al principio de mis comunicaciones. Pero me da igual, seguiré intentándolo. He pensado que puede ser debido a que el receptor de radio esté estropeado. Es posible que alguno de los que me hablaban tanto de España como del extranjero hayan muerto, ¿Pero todos? No puede ser. Tendré que revisar el aparato.
Bueno, ya me he cambiado el vendaje de las costillas, que no os podéis ni imaginar lo difícil que es de realizar con una sola mano, y sobre todo si es la izquierda y tú eres diestro. Suerte que mis años en la Cruz Roja me sirvieron para algo. El dolor que tengo es insoportable. Si te ríes, te duele. Si andas, te duele. Si comes, te duele. Si estornudas, alucinas cómo duele. Si respiras hondo, tambien te duele... Vamos que duele hagas lo que hagas. Espero al menos no tener ninguna de las costillas rotas, porque entonces sí que lo llevo crudo.
Pero bueno, volvamos a la madrugada de mi último día en el cráter de la ISS.
Tras descubrir en Ida a una gran tiradora, me tiré al suelo y empecé a respirar hondo, como para dar gracias por la intervención de su puntería. Me dolía todo, y no era capaz de quitarme de encima el cuerpo de Mauro. Estaba envuelto en sangre ardiente, pero no me aliviaba para nada el frío que se me había metido en el cuerpo.
Le pedí a gritos a Ida que me desatara, a lo que ella respondió con una velocidad endiablada. Sacó su machete de la sujeción de cuero de su pernera, y con dos movimientos lineales cortó las ligaduras y me liberó. Sin darme tiempo a responder, me llevó hasta el fuego y empezó a frotarme las extremidades. Estuvo así varios minutos, pero yo no paraba de tiritar. Sin perder tiempo, abrió mi mochila y sacó mi manta para dormir. Acto seguido cogió un trozo de camiseta de Carmen, que yacía muerta en el suelo, y con ella, me limpió todo lo bien que pudo la sangre del cuerpo.
Lo que hizo a continuación me dejó seco de angustia. Y digo angustia, porque no sabría describirlo de otra manera. Me desnudó por completo, para a continuación desnudarse ella tambien. Me envolvió con la manta y se metió en ella conmigo así mismo, como nuestra madre nos trajo al mundo. La verdad es que del frío que tenía, ni pensé en su cuerpo rozándose con el mío. Sentía su vello púbico rozando con mi espalda mientras sus brazos me agarraban alrededor del pecho y me decía palabras tranquilizadoras en el oido.
De verdad. Nunca me sentí como en esas dos horas siguientes. La combinación entre horror, vergüenza y alivio, entremezclados con el frío reinante de aquella madrugada, dio lugar a una estampa que en la vida se borrará de mi cerebro. Curiosamente, en cuestión de minutos había dejado de tiritar, y en una sola hora mi cuerpo estaba comenzando a recuperar el calor. A la segunda, podría haber hervido agua encima de mi pecho, de la calentura que tenía dentro de mi. Sin embargo, Ida se había dormido al poco rato de meterse entre la manta conmigo.
Hace tiempo en mis años mozos, cuando la lectura me apasionaba, llegó a mis manos un libro de un tal Karl von Vereiter. A grandes rasgos, la novela contaba la historia de un médico judío que para escapar de la muerte a manos de los nazis, se presta a ayudar en tareas medicinales y quirúrgicas en el campo de concentración de Dachau, del que era prisionero. Allí, es testigo de decenas de salvajes experimentos con cobayas humanos, entre ellos los soldados rusos capturados a las puertas de la madre Rusia. Uno de esos experimentos consistía en meter a soldados rusos en buena forma, en piscinas llenas de bloques de hielo, a cero grados de temperatura. Tras esto, y pasadas varias horas allí dentro, sacaban a los pobres rusos congelados y comenzaban las pruebas. Los ponían en habitaciones con calefacción, en piscinas de agua caliente, les daban bebidas ardientes, les acostaban en suelos de paja rodeados de animales... Todo esto, para comprobar cuanto podría aguantar un piloto alemán en el caso de que fuera abatido sobre alguno de los grandes lagos rusos y fuera rescatado. Tras rescatarle, habría que conseguir hacerle entrar en calor, y buscaban la manera más rápida.
Evidentemente y como yo mismo pude comprobar, esta era acostándolos con prostitutas alemanas y arropándolos con mantas. Los rusos, soldados aguerridos y duros como el hierro, despertaban del letargo glacial en menos de una hora, e incluso algunos eran capaces de mantener relaciones sexuales con las prostitutas. No con una, sino con dos y con tres si era preciso. El problema era que después de sobrevivir a aquella dura prueba, eran eliminados de inmediato.
Un libro muy crudo aquel "Yo fui médico del diablo". Mas tarde me enteré que el que se escondía tras ese nombre tan difícil de pronunciar era un español que utilizó aquel pseudónimo para vender más novelas de ese tipo. Una lástima, porque se me cayó un mito.
Volviendo al tema de mi tiritera, yo no era ruso, por lo que al poco rato me escaqueé de aquel lujurioso lecho y me vestí todo lo rápido que fui capaz de hacerlo. Para cuando terminé, Ida ya se estaba poniendo su neopreno y recogiendo la manta, a sabiendas de que quedaba muy poquito tiempo para el amanecer, y había que salir pitando de allí.
Tras revolver entre las cosas de esos tres lunáticos y no encontrar nada que me fuera de ayuda, decidimos abandonar el campamento y dirigirnos a mi escondite para sanarme las heridas y vendarme el costado, que me dolía a rabiar. Cuando no habíamos caminado ni cinco segundos, un ruido sordo me paró la respiración, para inmediatamente después escuchar cómo el cuerpo inerte de Ida chocaba contra el suelo y quedaba allí tirado en una postura antinatural. Un agujero del diámetro de una moneda y situado en el costado derecho de Ida cerca de la columna, era el culpable de tamaño borboteo de sangre.
Mientras estaba en el suelo, podía escucharla gorgojear, mientras el ruidito de su respiracion pasando a través de sus pulmones encharcados de sangre la impedían articular palabra. No había que pertenecer a la Cruz Roja para saber que no había solución. Ida me iba a dejar en breves instantes. La grité que no me abandonara, que esperara un segundo y giré la cabeza en busca del causante de aquel dolor.
Saúl, con la cara ennegrecida de la sangre seca que salpicaba su rostro, sostenía en su mano derecha una pistola mientras intentaba apuntar de nuevo hacia mi con el único ojo que le quedaba sano. Por lo visto mi golpe no había sido tan certero. Disparó dos veces más, fallando ambas, aunque una pasó silbando por encima de mi cabeza. A falta de no tener nada a mano excepto mi rifle, y que además estaba atrapado bajo el hombro de Ida, sin pensar ni cómo ni por qué, me quité mi mochila de la espalda y se la tiré a Saúl para ganar algo de tiempo. Él, en el estado que se encontraba, no pudo hacer nada más que cerrar los ojos y dejar que todo el peso de la misma cayera sobre él, a la espera de que ésta le dejara un poco de visión para contraatacar. Pero yo no le dejé tiempo. De una patada le desarmé, y sin pensármelo dos veces, cogí la misma piedra que hacía unas horas había impactado contra su sién, y se la estampé con todas mis fuerzas en la cabeza. De esa no se pudo levantar más.
El hijo de puta murió con una sonrisa en los labios, a diferencia de Ida, que la pobre dio su último aliento con un rictus de dolor en su rostro. Permitidme que no entre en mas detalles sobre aquel momento.
Sabía que el sol me iba a sorprender en plena explanada, pero no me importó. Le quité a Ida el machete de la pernera y con él, comencé a excavar en el húmedo suelo de aquella obra abandonada. Tardé un poco más de media hora, y no bajé mucha profundidad, pero al estar el suelo húmedo logré al menos realizar un agujero de casi treinta centímetros de hondo. Metí allí el cuerpo desnudo de Ida, y la tapé con la tierra que había extraido con mis propias manos.
Al terminar, busqué unas cuantas piedras y las eché por encima de la tumba improvisada, esperando que los perros salvajes no fueran capaces de desenterrar el cuerpo. A modo de cruz, dejé su cuchillo clavado junto a la tumba.
El sol ya había salido por el este y podía divisar desde allí el Cerro de los Ángeles de Getafe, que se alzaba majestuoso en el horizonte madrileño. Creo que hasta recé una plegaria para ella.
Sin perder mucho tiempo, recogí mis cosas y me marché, abandonando el cráter y escondiéndome esta vez en una pequeña zanja que localicé a un par de kilómetros de allí. Tapándola con un plástico que encontré enganchado entre los matojos de aquel antiguo proyecto de urbe, me tumbé sobre mi manta, y dejé que Morfeo me llevara lejos de allí, a algún lugar más dulce que ese.
Poco más os puedo contar. Tardé una noche más en llegar a mi escondite, destrozado y con los nervios a flor de piel por miedo a que alguien hubiera encontrado mi refugio. Por suerte no había sido así, y éste se encontraba igual que yo lo había dejado. Tampoco me importó.
Me metí en la cama y me pasé durmiendo dos días enteros, hasta que por fin me puse en contacto con vosotros. Esta es mi aventura.
Seis días fuera de casa, una estación espacial estrellada a pocos kilómetros de mi casa y un par de costillas magulladas. Ese es el bagaje personal de mi aventura. Ese, y la conciencia destrozada por no haberme asegurado de la muerte de aquellos tres desquiciados. Ida murió por mi culpa.
Ella me salvó la vida, y yo se lo pagué llevándola a la muerte...
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Lo siento. Tengo que cortar la comunicación.
Hace 1 semana
Cuanto siento la muerte de Ida... Parecía una buena chica, pero en este nuevo mundo, la bondad parece pagarse cara.
ResponderEliminarBuen reporte como siempre, Sumo Inquisidor.
PD: Del anterior no dije nada, porque estuve liado, pero fue impactante... ¿Sería un vampiro de los de Broncas, o simplemente un perturbardo? Me parece que nunca lo sabremos...
Me parece que nunca lo sabremos... O quizá si.
ResponderEliminarGracias Vin.
Por fin he podido leerme las dos últimas entradas. Esto se va complicando por momentos; vampiros, muertes a cascoporro, la ISS en la sierra de Madrid... A ver como se desarrollan los acontecimientos en otros rincones del mundo. Un abrazo Nazgul.
ResponderEliminarP.D.: Seguro que Brincas sabe algo de Mauro y sus amiguetes... XD
Pues no, creo que Brincas no sabe nada. Pero...
ResponderEliminarpor cierto Jose, no estoy en la sierra, sino en el Sur de Madrid. A ver si prestamos más atención a lo que leemos que tú tambien estás implicado.
¡Me ha reñido por no prestar atención! O sea, desde el colegio que alguien no me decía eso... Acabas de despertar un trauma oculto de mi niñez. El psicólogo corre de tu cuenta, que lo sepas...
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