Bueno, prosigamos con la historia.
Tras adentrarme en la zona de campo que rodea todo el sur de Madrid, me topé con el primer improvisto. Iba muy bien equipado para el frío, con mi cazadora impermeable, un forro polar debajo y una camiseta de esas térmicas. Y sobre todo, mi mejor adquisición de los últimos doce meses, unas preciosas botas de montaña Salomon. Eran buenísimas. Rígidas, impermeables, con tecnología Gore-tex, Vibro-in y no-sé-que-más... Pero en cuanto me metí en el barro, se comenzó a pegar a la suela y pesaban cinco o seis kilos cada una. Para colmo comenzó a llover, por lo que me iba escurriendo cada dos por tres en el camino.
Había que ir con pies de plomo porque no se veía nada, y aunque mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad me tropezaba cada diez o doce metros con alguna piedra o cambio en el nivel del suelo. El sendero estaba muy bien cuidado para el tiempo que hacía que no se utilizaba con asiduidad, porque las malas hierbas habían respetado en todo este tiempo el no crecer dentro del camino.
Al cabo de las tres o cuatro primeras horas, me tuve que parar a descansar un poco. Me dolían las piernas de caminar con las botas llenas de barro, y estaba comenzando a notar cómo en los muslos asomaban los primeros síntomas de agujetas. Mientras dada un trago de agua de la cantimplora metálica de mi mochila, cerré los ojos para intentar escuchar a mi alrededor a la vez que me relajaba un poco y restituía mi cuerpo de sales minerales.
Fue entonces cuando lo oí. Eran pasos, a no menos de treinta metros. Era una sola persona, e iba muy rápido a juzgar por las pisadas que percibía. Pensé que me iba persiguiendo, porque iba a una velocidad endiablada para la poca luz de la que se disponía. Yo estaba sentado apoyado en un antiguo muro derruido, de los muchos que salpicaban el paisaje. No le veía aun, pero sí lo escuchaba más cerca cada vez. A los cinco segundos, apareció en mi campo de visión un pequeño halo de luz que se movía de adelante hacia atrás, al compás de los pasos de aquella persona. Podía escuchar los resoplidos de su respiración, y mis nervios se crispaban como el lomo de un gato acorralado por una jauría de perros.
Contuve la respiración y esperé. Levanté mi rifle, y apunté hacia lo que fuera que apareciera por la esquina de mi apoyo. Entonces lo vi. Era una mujer. Durante una centésima de segundo pude apreciar sus pechos bajo la capa de neopreno que llevaba puesta sobre el cuerpo. Era mas bien alta, de un metro ochenta, y su pelo rubio ondeaba en dirección contraria a su destino, detrás de su cuerpo. Iba ensimismada mirando al suelo, siguiendo mis huellas gracias al frontal que llevaba puesto en su frente. Esa era una de las razones por las que yo no lo llevaba. En la oscuridad, la luz siempre delata tu posición.
Cuando ya pensaba que iba a pasar de largo, algo captó su atención. Se paró en seco, y dirigió su mirada hacia el lugar donde yo me encontraba. El haz de luz que se desprendía de su linterna me alumbró, delatando mi posición. Iba siguiendo mis pasos, por lo que una vez los perdió, lo obvio era que yo estuviera allí donde se desviaban mis huellas.
Yo no me amilané, y seguí apuntándola con mi arma. La dije que se estuviese quieta, y ella se quedó allí, parada, simplemente deslumbrándome con su frontal y mirándome, sin que yo pudiera distinguir ni un centímetro de su rostro. No llevaba nada, solo la ropa de neopreno y un machete colgado de una pernera de cuero que llevaba atada a la pierna izquierda. Le ordené que la tirara muy despacio, pero ella, muy tranquila, me dijo que no, que eso era lo único que la protegía de la gente, y renunciar a ello, sería su perdición. Tenía valor, pese a estar en la posición en la que se encontraba.
Pero aunque parezca mentira, esas no fueron las palabras que me hicieron permitirla acompañarme en mi viaje. Mientras que yo la estaba apuntando con mi rifle, ella se sentó en el suelo, y con una tranquilidad digna de quien sabe que en ese momento no va a morir me dijo: "La próxima vez que te encuentres con alguien menos amistoso que yo, asegúrate de quitarle el seguro a tu rifle, sino, estarás muerto. Así que si no te importa, comparte algo de tu comida conmigo. Estoy muerta de hambre".
¡Con dos cojones!
Me quedé de piedra. Y después, me eché a reir y compartí una lata de melocotón en almíbar con ella. No era la cena más romántica del mundo, pero al menos nos nutriría para lo que nos separaba del lugar de colisión.
Os preguntaréis que cómo me podía fiar de ella. No lo hice. Simplemente llevaba mucho tiempo solo, comunicándome con otros miembros de mi especie a través de un cacharro metálico de la era de la Perestroika y me hacía falta algo de compañía, de calor humano. Una voz que estuviera exenta de ese deje metálico que se aprecia cuando la escuchas a través de el altavoz de la radio.
No bajé la guardia en todo el tiempo que estuvimos juntos, pero la verdad, me ayudó mucho a no echarme para atrás en nuestra ruta. Lástima que no estuviéramos juntos mucho tiempo... Pero eso, es otra historia. Ahora me voy a dormir, que estoy destemplado.
Un saludo a todos Desde el otro lado.
Hace 1 semana
No hay comentarios:
Publicar un comentario