domingo, 7 de febrero de 2010

Desde el otro lado. Entrada XXII

¡Madre mía! Cuanto tiempo sin hablar por la radio... ¡Una semana nada menos! Me ha parecido un mes...

De nuevo he tenido problemas de suministro, pero ya he sido capaz de subsanarlos todos. Como ya sabéis, mi electricidad la recibo a través de un par de columnas eólicas colocadas en una gasolinera "verde", pero debido a la falta de mantenimiento dejaron de funcionar. Pues bien, le he echado huevos al asunto y por fin lo he arreglado. De perdidos al río.

Las nieves de nuevo me volvieron a joder los paneles, ya que no tuve tiempo de recoger la suficiente energía solar para hacer funcionar los aparatos eléctricos de mi casa, por lo que he estado tres días sin nada de calefacción. Casi me muero congelado, por lo que tomé la decisión de encontrar la manera de arreglar las torretas.

El mal tiempo corría de mi lado en cierto modo, ya que la tormenta de nieve podía ayudarme a la hora de realizar cualquier trabajo en aquellas columnas, porque el viento soplando a través de una ciudad fantasma como la mía, hace más ruido del que parece, y si a esto le añadíamos que la nieve evita el paso de cualquier fuente de luz, si no había nadie lo suficientemente cerca de la gasolinera no sería descubierto.

Os cuento cómo lo hice para subir quince metros, que es lo que he descubierto que medían las torres. En medio de la noche, salí a la calle bien abrigado en busca de algún vehículo que hubiera servido en su momento a los trabajadores del Alumbrado Público de la ciudad para subir a arreglar las farolas de la calle. Yo trabajaba en el mismo sector laboral, solo que en la capital madrileña, por lo que sabía que tenían que utilizar un vehículo conocido como "plataforma" para reparar las luces fundidas. No era más que un pequeño camión equipado con unas patas hidráulicas y una grúa, provista de una cesta donde el trabajador se podía introducir, y en el que gracias a unos mandos colocados en la misma podía manejar él solo para subir a grandes alturas.

Creía saber dónde se encontraba la nave de almacenamiento de la empresa que se encargaba de tal trabajo, por lo que hacia allí me encaminé. Llegué pasadas casi tres horas, después de andar por lo menos nueve kilómetros, ya que trasladarse a pie a través de la nieve y de noche, es bastante difícil, sobre todo contando con que tenía que hacerlo a oscuras.

Llegué exhausto y tiritando, por lo que allí dentro pasé la noche, en una nave abandonada a la intemperie, con las ventanas rotas y llena de goteras. Me metí en uno de los camiones y me tapé con el abrigo que llevaba. No era suficiente para calentarme, por lo que después de estar allí un rato tiritando y pensando qué hacer, decidí ponerme al trapo por si la tormenta amainaba.

Tengo treinta años, pero nunca en mi vida he visto un temporal de nieve así. Lleva casi un mes nevando casi a diario, y como ya no hay científicos ni televisión para dar las noticias no sé a qué puede ser debido. Es muy posible que la Tierra se esté vengando de nosotros. Somos pocos, y nos va a matar lentamente a base de tormentas de nieve, huracanes y terremotos.

Había dos plataformas allí paradas. Una de ellas tenia el depósito por la mitad, mientras que la otra estaba vacía. Seca como un charco en agosto en medio del desierto. Y claro, apareció el puto Murphy para recordarme que gracias a su ley, la que estaba seca era la única que me podía servir, ya que la otra tenía una pluma muy pequeña. Después de cagarme en todo lo vivo, y pedir disculpas por si os manché a alguno de vosotros, empecé a dar vueltas por aquella nave en busca de algo de gasolina.

Cuando ya estaba harto de dar vueltas como un idiota, la suerte me llamó, y fui a darle una patada a una garrafa de veinticinco litros tapada por la nieve. Estaba justo a los pies del vehículo, pero como la nieve me llegaba casi hasta las rodillas, no la había visto. Cuando la desenterré de aquella capa blanca, algo estaba aferrado a la garrafa. Un cadáver reseco y gris agarraba el asa de plástico cual Indiana Jones al Santo Grial. Estaba allí tirado, frente al vehículo y con un brutal golpe sobre la sien derecha, con el hueso quebrado y hundido varios centímetros hacia dentro. ¡Menudo susto me dió el hijo...! Lo siento. El pobre debió de pelear por el vehículo y perdió la lucha.

Tras arrancarle la garrafa de los dedos, de manera literal por cierto, llené el depósito para irme de ahí lo más rápido posible, ya que llevaba demasiado tiempo al descubierto, y si alguien había pasado una vez por allí, podrían pasar dos y tres veces mas. Pero claro, hay un detalle buenísimo en el que todos habréis caido, pero que yo no hice, y que me dejó sintiéndome como un gilipollas. ¿Cómo arranco el motor del vehículo? ¿Con el dedo? No tenía las llaves. No tengo carné de conducir, es más, no sé conducir. ¡En mi vida lo he hecho! Vaya plan...

Y allí estaba yo, como un gilipollas con un vehículo lleno de gasolina, un muerto a mis pies y una cara de tonto que no os podréis imaginar...

¡Fiiuuuuuuuuuuuuu!

Os dejo por un rato, que ya tengo la cafetera a punto para entrar en calor. Os veo en un rato. Ya sabéis quién soy y desde donde emito...

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